Gane quien gane en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, sea Sebastián Piñera o Eduardo Frei, se terminará la Transición en Chile, donde ya se confía plenamente en la democracia.

 

AFP/Gety Images

El candidato de centroderecha a las elecciones presidenciales chilenas, Sebastián Piñera.

Chile tiene una especie de deporte político: establecer cuándo se cierra la Transición desde la dictadura de Pinochet a un gobierno totalmente democrático. De hecho, se ha decretado su fin cinco veces. En 1993, desde el gobierno de Patricio Aylwin, se dijo que la institucionalidad se había consolidado y la Transición se terminaba. Sin embargo, eran tantas las leyes denominadas de “amarre” que el régimen militar había dejado, para impedir que volara libre la democracia, que aquella frase de un funcionario de gobierno quedó más como un acto de voluntarismo que como una realidad.

Cuando un socialista, el primero desde Allende, llamado Ricardo Lagos, fue elegido presidente, en 1999, se dijo que ahora sí que había terminado la Transición, cuando el país  podía volver a elegir a un socialista, sin temer a una regresión golpista. Pero el propio Lagos, cuando reformó la Constitución de 1980, modificando unas pocas leyes de amarre, declaró años más tarde que ahora sí que sí se acababa, cuando el país contaba con una Constitución de plena legitimidad y origen democrático.

No estaba todo dicho: en 2005 gana la presidencia Michelle Bachelet, la primera mujer en la historia de Chile. Separada, agnóstica y socialista de las duras. Resonaron los heraldos decretando: “la Transición definitivamente se cerró, cuando Chile escoge a una mujer para gobernar un país machista”. Sin embargo, el fin de este periodo por madurez institucional y respeto de género duró hasta el 10 de diciembre del 2006, día en que muere Augusto Pinochet. Se apilaron las voces clamando que con la muerte del dictador se cerraba el círculo y se daba término a la Transición.

Cerrar esta etapa tiene algo de complejo de culpa. La Concertación de Partidos para la Democracia ha gobernando desde 1990. Son numerosas sus conquistas y avances en materia de crecimiento, infraestructura y obras sociales. Sin embargo, pesa el que haya habido continuidad en el modelo económico implantado por Pinochet, al punto de señalar el presidente de la Asociación de Bancos, Hernán Sommerville, en el 2005, que “los empresarios amamos a Lagos”. Ese es precisamente el sentimiento del ala menos conformista de la propia Concertación: se ha administrado un modelo injusto que proviene de la dictadura, amparado constitucionalmente. Y en materia de  representación política, el sistema binominal, establecido también en la Constitución, consagra dos coaliciones, más o menos conservadoras, que eligen diputados y senadores al momento de nominarlos para una competencia que casi siempre termina en empate, uno para la coalición de gobierno, el otro para la oposición. De ahí que “cerrar la Transición” implique dejar atrás el lastre de la dictadura, para catapultar al futuro un régimen sin ese pecadillo original, de haber pactado con el dictador las primeras reformas constitucionales, que han legitimado todo lo que hay.

Por todo lo anterior, no pareció extraño que la noche del 13 de diciembre, cuando los resultados de las elecciones presidenciales establecían que habría una segunda vuelta en enero, entre el empresario y líder de la centroderecha, Sebastián Piñera, y el candidato de la Concertación, Eduardo Frei, el ex cofundador de la Concertación y actual portavoz del candidato opositor, Jorge Schaulsohn, dijera que “con la victoria de Piñera en enero, ahora sí, indudablemente, se cierra la Transición”. Un presidente de derecha elegido democráticamente en las urnas no se conoce en la historia de Chile. Si un país de centroizquierda es capaz de eligir al más sui generis exponente de la oposición: multibillonario empresario, asiduo al juego oportunista de las bolsas y con presencia en todo tipo de negocios, desde los canales de televisión hasta los inmobiliarios y cadenas de farmacias, bueno, es que claramente confía en la institucionalidad democrática, la alternancia del poder y en que la vía electoral sirve para castigar las malas prácticas de quienes se sintieron dueños del Estado. “Si gana Piñera se cierra la Transición”, dijo Schaulsohn.

¿Y si no gana? Si la Concertación se reordena en medio de su desesperación, y reagrupa la mayoría de los escindidos a la candidatura del ex concertacionista Marco Enríquez Ominami, que sacó 20% de los votos. Y si también atrae a los comunistas, que votaron por el también ex concertacionista Jorge Arrate, que obtuvo el 6%. Si logra que un mal candidato, como Eduardo Frei, incapaz de liderar la caótica campaña que terminara con menos del 30% de los votos para el ex presidente, pueda en la segunda vuelta revertir tanta pelea interna, tanta guerrilla partidaria y mostrar un frente con algo de épica y ganas, bueno en ese caso, ahora sí, definitivamente sí, cuando un ex presidente vuelve a ser elegido 10 años más tarde, se cierra por fin la Transición.

 

Artículos relacionados