¿Qué armas de seducción puede utilizar el gigante asiático para ganarse la admiración del mundo?

 













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El presidente chino, Xi Jinping, con su esposa, Peng Liyuan, de gira en el extranjero.

 

“Diez chinos desembarcaron ayer en nuestras costas provenientes de un vapor de La Habana para crear problemas a las autoridades federales. […] Es evidente que la maldad de estos chinos en parecerse tantísimo unos a otros va probablemente a frustrar la buena voluntad del Congreso. […] En todos nuestros puertos se encuentran chinos tan corruptos como para introducir ilegalmente a otros chinos en el país y permitirles amasar fortunas lavando la ropa de los americanos, fortunas que se gastan después en lujos libertinos en Cantón, en lugar de engordar la riqueza nacional…”. Ese era el editorial del New York Times del 26 de agosto de 1885. Más de un siglo después, la nación que el periódico más influyente del mundo miraba con desdén, prejuicios y un toque de racismo se prepara para tomar el relevo de Estados Unidos como la primera potencia económica mundial, un adelantamiento que podría suceder, dependiendo de las estimaciones (del FMI y del Banco Mundial, entre otros), en una o dos décadas.

El diario de Nueva York ya no publica este tipo de comentarios. No es el caso, en cambio, de muchísimos analistas, opinadores y reporteros en España y otras partes del mundo, que siguen retratando a China con una agresiva mezcla de desconocimiento y rechazo. A pesar de su fulgurante ascenso económico, la presencia cultural del país asiático es ínfima en gran parte del mundo. El gigante asiático carece de nada parecido a los poderosos instrumentos de proyección del soft power (poder blando) estadounidense: las películas y las series de Hollywood, las universidades de élite –donde se forman líderes de todo el planeta– y los medios de comunicación de alcance global.

Esta falta de influencia es relativamente común. A pesar del potencial efecto alterador de Internet, la globalización sigue siendo hoy, con contadas excepciones, una corriente que circula en una única dirección. Los niños de todo el planeta saben quiénes son Batman o Superman, pero sería difícil encontrar a un adolescente en EE UU –o en cualquier otro país fuera de España– que conozca a Mortadelo y Filemón. Lo mismo sucede con los escritores, las estrellas del cine, los músicos, los políticos, los periodistas, las ciudades…

La situación, a la que otros países se han resignado, escuece en China. La potencia aspirante desea incrementar su influencia en el mundo y construir progresivamente herramientas que den lustre y barnicen su creciente poderío económico y militar. En 2007, el entonces presidente del país, Hu Jintao, hizo por primera vez un llamamiento a potenciar el poder blando para mejorar la posición de China en el mundo. “La cultura se ha convertido en un factor de creciente importancia en la ...