Una serie de imágenes llamadas "Mao Trump" son expuestas en una galería en Los Ángeles, Estados Unidos. (Mark Ralston/AFP/Getty Images)
Una serie de imágenes llamadas "Mao Trump" son expuestas en una galería en Los Ángeles, Estados Unidos. (Mark Ralston/AFP/Getty Images)

Trás la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, se abre una nueva etapa a las relaciones de la gran potencia con el gigante asiático. ¿Cooperación o polarización?

La sociedad china ha seguido con atención el desarrollo de las elecciones presidenciales estadounidenses. El furor de la campana se vivió en las redes sociales como un tema de entretenimiento más, incluyendo ingeniosos memes de los candidatos. Ya en la jornada electoral, el recuento y los resultados fueron el tema del día.

En un interesante ejercicio de elucubración, uno puede dedicarse a especular como se desarrolló la mañana del 9 de noviembre en los herméticos salones de Zhongnanhai, centro del poder en Pekín. Aunque es difícil imaginar ninguna exaltación en el rostro de los hieráticos líderes y oficiales chinos con el transcurrir del recuento, los analistas se atreven a aventurar qué sucedía en sus pensamientos.

La mañana empezaba de acuerdo a un escenario que podía ofrecer la mejor lectura para el Partido Comunista Chino (PCC). Una victoria ajustada de Hillary Clinton habría permitido seguir con la retórica oficial de los defectos de la democracia y afrontar un escenario con una interlocutora bien conocida. La anterior secretaria de Estado ha mantenido posiciones duras con China en áreas como los derechos humanos y el apoyo a los aliados en Asia-Pacífico. Fue ella la que lideró el giro hacia esta región durante la Administración Obama. El Gobierno chino lidió en el pasado con Clinton, y la reconoció como una negociadora agresiva y valida, inmune a las posiciones de bullying que Pekín es proclive a adoptar durante la era Xi. Un halcón familiar. No obstante, a medida que el recuento iba inclinando estados a favor del candidato republicano, un panorama estudiado pero menos esperado se volvía real. En el que florece algo con lo que el PCC esta obsesionado con limitar desde su fundación: la incertidumbre.

Durante la campaña electoral de Donald Trump abundaron las promesas y amenazas en temas concernientes a China. Tras su victoria, el grado en que cumpla su palabra tiene fuertes implicaciones directas e indirectas para las relaciones bilaterales con la segunda potencia mundial y por ende, para el resto de la comunidad global. En este clima de incertidumbre, los analistas no alcanzan un consenso sobre los beneficios o los perjuicios que la victoria del magnate podría acarrear al gigante asiático.

Se ha argumentando que las elecciones en Estados Unidos han sido una demostración de la fortaleza de la democracia estadounidense. Sin embargo, la prensa oficial china incide en la debilidad de la misma, asistiendo con estupor al hecho de que una persona ajena al sistema haya podido convertirse en el líder de la potencia mundial. Una situación completamente absurda a los ojos del pueblo chino, que si bien puede observar con recelo a sus propios líderes, otorga legitimidad a un sistema en el que todos y cada uno de los máximos cargos del país tiene al menos tres décadas de experiencia en todos los niveles de gobierno y ha sobrevivido a cruentas luchas internas. La omnipresente propaganda deja claro que la idea de que una estrella de reality show se alce como presidente de la noche a la mañana es solo posible dentro de un sistema ridículo como la democracia americana.

Algunos oficiales confían en que las relaciones con el presidente Trump sean fluidas por su carácter directo como hombre de negocios. Voces mas perversas sugieren que el magnate sea manejado como un típico empresario americano al que aplicar en su primera visita oficial la tradicional acogida china con juego de luces, sonrisas y música que le cieguen ante unos negociadores implacables. Es más, pocas veces se habrán encontrado los órganos de propaganda con semejante cantidad de material disponible para poder desprestigiar al presidente de Estados Unidos. En cualquier caso, y tras los primeros y protocolarios mensajes de necesidad de cooperación, la actitud del Gobierno chino variara en respuesta a los movimientos de la próxima Administración Trump. Hay ciertas áreas en las que se espera con ansiedad las primeras decisiones del nuevo gobierno.

En primer lugar, la situación geoestratégica en Asia -Pacífico puede sufrir un vuelco importante. La Administración Obama había situado esta región como pivote básico en su política exterior, estrechando sus relaciones con países que se ven amenazados por el gigante asiático. Hay serias dudas de que el Gobierno de Donald Trump mantenga esas prioridades tras declarar públicamente la intención de “repensar estas posiciones”. La llegada al poder de Duterte en Filipinas se ha interpretado como que Pekín ha ganado la lotería en el Sureste Asiático. El presidente filipino ha tensado las relaciones con el tradicional aliado estadounidense y ha tendido puentes con el vecino chino. Tailandia, Birmania y el resto de países puede que no tarden en tirarse a los brazos de Pekín, a merced del ingente beneficio del turismo e inversiones procedentes de China. La situación es más delicada y nuclearizada en el otro escenario que conforma la región. Corea del Sur, donde está estacionado un importante contingente militar de EE UU, reunió a un gabinete de crisis el mismo día 9. Japón también puede sentirse desprotegido del manto americano si Trump cumple la promesa de disminuir la influencia en la zona. El empresario también deberá lidiar con las provocaciones de la díscola e impredecible Corea del Norte. La relación entre Kim Jong-un y Xi Jinping da muestras de enfriamiento e inestabilidad, y los efectos de posibles tensiones entre Estados Unidos y Corea del Norte son inciertos. Los riesgos geopolíticos se incrementan dada la falta de conocimiento y experiencia del nuevo presidente en la región, acrecentadas por la actitud provocadora y amenazante de alguno de los asesores del candidato republicano durante la campaña.

Tras haber negado el cambio climático en el pasado e incluso calificarlo de “invento de los chinos para dañar a Estados Unidos”, la comunidad internacional espera con precaución las acciones del próximo gobierno en política medioambiental. El Acuerdo del Clima en París que Trump prometió abandonar se presentó en su día como un hito histórico logrado por el tándem Obama-Xi. Oficiales chinos han insistido en la necesidad de cooperación en este y otros asuntos. El presidente Xi Jinping no vería con buenos ojos el fracaso de uno de sus más reconocidos logros internacionales.

Un tema recurrente en las relaciones entre las dos grandes potencias son los derechos humanos. Al contrario que la posición estricta de Hillary Clinton, la presión al Gobierno chino en este asunto no parece estar entre las principales preocupaciones del presidente electo. El magnate no ha tenido interés en defender el papel tradicional de Estados Unidos como faro moral e ideológico en el mundo. Por el contrario, las promesas de Trump respecto a la inmigración, los musulmanes, el aborto o la libertad de prensa no hacen sino legitimar el autoritarismo del régimen de Pekín, que tendrá que hacer frente a más presión interna que externa en casos como la reciente ejecución del campesino Jia Jinlong.

La retórica de Trump en los últimos meses ha sido abundante en alusiones a las relaciones comerciales con el gigante asiático. Las promesas de establecer aranceles de hasta el 45% para las importaciones chinas abren la posibilidad de una escalada proteccionista. Los líderes chinos han insistido en la importancia que la globalización ha tenido para el desarrollo del país, y ven con preocupación este posible escenario. En cuanto a la promesa de declarar a China “manipulador de divisas” al llegar al despacho oval, los asesores del presidente electo llevan una década de retraso. De acuerdo con cualquier economista acreditado, la era en la que el RMB estaba devaluado artificialmente frente al dólar ya está extinguida. De hecho, todo indica que en la actualidad las autoridades chinas están sosteniendo su valor de forma artificial para evitar un desplome dañino con la estabilidad a la que Pekín se aferra con uñas y dientes. A la espera del alcance y efecto real de las amenazantes promesas de Trump sobre el comercio bilateral, el gigante asiático puede respirar tranquilo una vez que la oscura sombra del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), del que estaba excluido, sea liquidado por la futura administración norteamericana. Con todo, la economía china está en un momento de delicada transformación, con un crecimiento que se ralentiza, unas reformas estructurales necesarias, una incipiente burbuja inmobiliaria y unos niveles de deuda alarmantes. La estabilidad en el plano económico global es indispensable para evitar el descarrilamiento de la economía del país. El PCC se juega su legitimidad y existencia en que ese tren continúe su rumbo sin incidentes.

En definitiva, la victoria de Donald Trump en los comicios estadounidenses abre una nueva e incierta era en las relaciones bilaterales. Con un PCC reacio a la incertidumbre, el esclarecimiento de las políticas a ejecutar por el nuevo gobierno determinará el grado de cooperación o de polarización posible.