Las mujeres chinas participan en la huelga de mujeres en Russel Square de Londres para protestar contra el acoso, la explotación y la discriminación que sufren las mujeres dentro y fuera del lugar de trabajo. (Wiktor Szymanowicz / Barcroft Media via Getty Images)

El movimiento feminista en el país tiene un difícil futuro. Está por ver si las mujeres conseguirán forzar un cambio social. He aquí las claves para entenderlo. 

En China no se permiten manifestaciones el 8 de marzo para reivindicar el Día de la Mujer, las activistas son detenidas y palabras como “feminismo” o “MeToo” se consideran tan peligrosas que son censuradas en Internet. Los foros o blogs sobre igualdad de género han sido clausurados.

El panorama no es nada esperanzador, pero a pesar de ello el movimiento feminista es resiliente y la voz de las mujeres no consigue ser silenciada. La última prueba es cómo la denuncia de la tenista Peng Shuai acusando de violación a un exalto cargo del gobierno en una red social china ha traspasado fronteras. Los intentos gubernamentales de invisibilizar a la tenista no han hecho más que amplificar el caso y poner el foco sobre los abusos a las mujeres en el gigante asiático.

El desarrollo económico, el empoderamiento de una generación de mujeres hijas únicas educadas con los mismos recursos que los hombres y la posibilidad de organización que dan las redes sociales han impulsado un nuevo feminismo. Es un activismo alejado de la estructura de un régimen que no da respuestas a sus reivindicaciones.

Caminando de la mano del Partido Comunista

El feminismo en China surgió con el movimiento revolucionario que acabó con el Imperio Qing en 1911 y ha caminado de la mano del Partido Comunista Chino (PCCh) que asumió muchas de sus reivindicaciones. El país vivía en una sociedad feudal de moral confuciana y patriarcal donde el único papel de las mujeres estaba en el seno de la familia. Dependían totalmente del padre o marido. No se les permitía ejercer una profesión o heredar y a muchas se les vendaba los pies.

La llegada al poder de Mao y la fundación de la República Popular en 1949 supuso para las mujeres un gran avance en materia de derechos. En 1950, se aprobó una ley de matrimonio que abolía el concubinato, prohibía los matrimonios concertados y reconocía por primera vez el derecho de las mujeres a la propiedad y a divorciarse.

Madame Chiang Kai-shek, también conocida como la ex primera dama Soong May-ling, pronuncia un discurso frente a 10.000 mujeres chinas en el Día Internacional de la Mujer. (Imagno/Getty Images)

Una de las características del movimiento feminista chino es precisamente su vinculación con el PCCh y, a través de él, con el poder. Al contrario que en Occidente, el feminismo ha sido parte del Estado, que incorporó los derechos políticos de las mujeres en su ideología revolucionaria.

Sin embargo, la palabra “feminista” siempre ha sido rechazada en China y considerada un concepto burgués que explicaba las reivindicaciones de las mujeres desde una óptica ligada al capitalismo, muy alejada de la realidad y el contexto chinos. Todavía hoy en la prensa oficial se acusa a las activistas de estar contaminadas por ideas occidentales.

El feminismo ha estado representado por la Federación de Mujeres de China dentro del aparato del Estado y su objetivo siempre ha sido promover políticas de igualdad. Su fundadora y primera presidenta, Cai Chang (1900-1990) fue una de las veteranas de la Larga Marcha.

De la mano del gobierno, el feminismo consiguió logros importantes y pioneros para le época, como el acceso al trabajo, a la anticoncepción y al aborto. También se generalizó la atención sanitaria materno-infantil.

El camino conjunto entre los derechos de las mujeres y el gobierno culminó en 1995 cuando Pekín acogió la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Naciones Unidas.

La apertura económica y los cambios sociales empujaron a la Federación a involucrarse en nuevas luchas, la discriminación laboral o el tráfico de personas, por ejemplo. Pero todo esto no fue suficiente para neutralizar las críticas a una organización demasiado dependiente del gobierno, ni para evitar que surgieran otras corrientes feministas.

En el decenio posterior a la Conferencia se abrió un espacio a las actividades de las ONG de mujeres y se permitió un prolífico intercambio con Occidente, según la experta en feminismo Wang Zhen, profesora de Estudios e Historia de la Mujer en la Universidad de Michigan.  Aunque en sus ensayos reconoce que había dos cuestiones tabú en las que las mujeres chinas se autocensuraban: el movimiento sindical y los derechos humanos.

Entrado el siglo XXI, una nueva generación de mujeres impulsó, a través de las facilidades que daban las redes sociales para debatir y organizarse, un nuevo activismo independiente alejado del dogma del partido y enfrentado al sistema patriarcal.

Persecución del movimiento feminista

El nuevo feminismo es básicamente urbano y muy poco organizado. Sus actuaciones han sido sobre todo muy simbólicas para llamar la atención sobre problemas estructurales de la sociedad como el acoso sexual, la violencia contra las mujeres y la igualdad de género. Se ha alejado de la ideología de clase para generar debate sobre las cuestiones de género.

Sus acciones, básicamente representaciones artísticas, han sido muy poco subversivas para la mirada occidental, que incluso las puede catalogar de algo naif.

Por ejemplo, en 2011 un grupo de activistas llamaba la atención contra la escasez de baños públicos para las mujeres, ocupando los de hombres.

Un año después, un pequeño grupo de 10 mujeres, al sur de la plaza de Tiananmen, protestaba contra la violencia machista. Era el Día de San Valentín y tres de ellas iban vestidas de novia con el traje ensangrentado. La transgresión simplemente consistió en sacar unas pancartas con el lema "El amor no es excusa para la violencia" y sacarse fotos. La policía se limitó a identificarlas y disolver la concentración.

Los actos aislados, montajes audiovisuales, exposiciones, obras de teatro, charlas o debates se suceden, siempre son reuniones de pequeño formato ampliamente difundidas en las redes sociales.

En 2015, ya ni siquiera consiguieron manifestarse. En marzo, cinco activistas (Zheng Churan, Li Maizi, Wu Rongrong, Wei Tingting y Wang Man) fueron detenidas preventivamente cuando planificaban distribuir folletos contra el acoso y los tocamientos en el transporte público coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer. Pasaron 37 días en prisión y la repercusión internacional seguramente facilitó su liberación.

En su libro Traicionando al Gran Hermano: El despertar feminista en China, la académica Leta Hong Fincher analiza el papel de estas activistas y el uso de las redes sociales en la consolidación de un nuevo activismo.

El año 2015 marca el inicio de una persecución beligerante por parte del gobierno. La lucha de las mujeres fuera de la estructura del Partido no es tolerada. La aversión del régimen a cualquier movimiento social que pueda organizarse y desestabilizarlo no puede obviar al feminismo.

Desde entonces las activistas son perseguidas y las redes sociales censuradas. Actualmente, la mayoría de las feministas que tuvieron protagonismo público en la última década han abandonado China o han sido silenciadas. Grupos referentes como Nuquan Zhisheng (Voces Feministas) han desaparecido.

A pesar de la presión, el movimiento “MeToo” ha conseguido llegar tímidamente a China. Se han producido algunas denuncias mediáticas como la de Zhou Xiaoxuan, que acusó a un famoso presentador de televisión de acosarla cuando era becaria.

En todos los casos de “MeToo” la mujer ha perdido la demanda e incluso se ha enfrentado a acusaciones de difamación, extremo que desincentiva futuras denuncias. Al contrario que en Occidente, el movimiento no tiene el respaldo de actrices, cantantes o personajes públicos conocidos.

Regreso al Patriarcado

La ofensiva contra el activismo feminista ha ido acompañada de una regresión de los derechos de las mujeres y una reivindicación de los valores tradicionales de la cultura china.

El PCCh quiere un feminismo que apoye sus políticas y no amenace. A pesar de llevar más de 70 años en el poder, sigue siendo un club masculino. No hay, ni ha habido nunca, una mujer entre los siete miembros del Comité Permanente, la verdadera cúpula dirigente. Sólo hay una entre los 25 que forman el Politburó del Comité Central y se ocupa de asuntos sociales. La presencia de mujeres entre los cerca de 350 componentes del Comité Central ni siquiera llega al 10%.

Es difícil que un selecto grupo de hombres maduros acostumbrados a mandar escuchen y entiendan las reivindicaciones de las nuevas generaciones de mujeres que reclaman cambios sociales profundos.

En 2013, al poco de acceder a la presidencia, Xi Jinping aseguraba que el gobierno estaba obligado a promover la igualdad y defender los derechos de las mujeres, pero introducía un mensaje nuevo: aseguraba que la mujer “es la responsable de defender los valores familiares” y reivindicaba que debía asumir su papel de cuidadora de ancianos y educadora de niños.

Era la primera vez desde la creación de la República Popular que oficialmente se empujaba a la mujer a regresar al hogar. Y desde entonces las presiones han ido en aumento. Xi Jinping ha reivindicado la cultura confuciana, un pensamiento que coloca a la mujer en la esfera doméstica. Incluso la imagen que proyecta Xi Jinping es la de un padre o tío venerable al que se debe de respetar y obedecer.

Se ha seguido legislando para proteger los derechos de las mujeres. Por ejemplo, en 2016 se promulgó una ley contra la violencia de género, pero el problema es su aplicación real cuando todo desincentiva las denuncias.

Iniciativas como la reforma de la ley de divorcio han sido ampliamente criticadas. Ahora se exige a las parejas que lo solicitan un “período de reflexión” de 30 días. Una medida que pone en peligro la integridad de la mujer en caso de que el maltrato fuera la causa de la ruptura.

El envejecimiento de la población vuelve a colocar el cuerpo de la mujer en el centro de la planificación familiar. Si antes se la obligaba a abortar para controlar la natalidad, ahora el objetivo es que se case y tenga tres hijos por el bien del país.

Este año, el Consejo de Estado aumentaba la presión sobre las mujeres al anunciar la necesidad de reducir los “abortos no terapéuticos”. En China, a las mujeres solteras no se les permite el acceso a la reproducción asistida y tampoco pueden congelar sus óvulos.

Las reformas económicas y la llegada del capitalismo con características chinas no han ayudado a las mujeres, que han ido perdiendo derechos laborales. Según el China Labour Bulletin, el salario de las mujeres es entre un 70% y un 80% del que ganan los hombres.

Desde 2019, existe una normativa que penaliza las convocatorias de trabajo que discriminan por género. Pero las multas son tan bajas que, a las empresas, incluidas las estatales, no les representa ningún problema seguir con sus requisitos de “solo hombres”, preguntar a las mujeres sobre su situación familiar o incluso exigir test de embarazo antes de firmar el contrato.

Según el último Índice de Brecha de Género del Foro Económico Mundial, China ha descendido del puesto 57, que ocupaba en 2008, al actual 107 de una lista de 153 países.

Resiliencia

El acoso gubernamental al movimiento feminista no consigue silenciarlo totalmente. La censura sigue teniendo que aplicarse a fondo y en 2021 se cancelaron centenares de cuentas de temática feminista o LGTB+ en las redes sociales como Weibo y Douban, según las autoridades, por su “ideología extrema y radical”.

La política del “hijo único” y la preferencia por el varón provocó que entre 1980 y 2010 unos veinte millones de mujeres ni siquiera llegaran a nacer debido a los abortos selectivos o directamente a los infanticidios. La parte positiva es que hay varias generaciones de “hijas únicas” criadas con las mismas oportunidades, ambiciones y recursos que se dedicaban a los varones. Si hubieran tenido hermanos no habría sido así.

Está por ver si estas mujeres acostumbradas a tener voz y ser escuchadas van a renunciar a defender sus derechos y se van a conformar con el limitado papel de madres y esposas al que el PCCh las empuja. De momento la tasa de natalidad (1,3 hijos por mujer o 0,7 en ciudades como Shanghái o Pekín) es la más baja en 70 años y se desploma el número de matrimonios mientras suben los divorcios.

La presión también provoca una cierta radicalización, como el 6B4T yùndòng (movimiento), que defiende posturas extremas contra la sociedad patriarcal y el empoderamiento de la mujer. Alienta lo que se conoce como 6 nos: No casarse con hombres, No tener relaciones heterosexuales, No tener novio, No tener hijos, No comprar productos que no respeten a las mujeres y No dejar de apoyar a las mujeres solteras. Nació en 2019 a semejanza del movimiento surcoreano 4B.

Reivindicar la soberanía sobre el propio cuerpo y negarse a tener hijos se puede interpretar como una forma de resistencia pasiva. Pero en China la renuncia a la maternidad es un acto radicalmente subversivo que exalta el individualismo. El orden, la jerarquía y la armonía social (que implica no desafiar el poder) son valores que comparte el gobierno del PCCh con la tradición confuciana. Está por ver si las mujeres chinas conseguirán forzar un cambio social que les permita tener voz propia.