El gigante asiático quiere desarrollar una economía innovadora, verde y con mayor demanda interna, pero por el camino se encontrará con algún que otro obstáculo.

AFP/Getty Images

El ascenso de China está siendo observado por los europeos con admiración y envidia a partes iguales. Los empresarios europeos hablan de manera positiva de la rapidez y la efectividad con las que se toman las decisiones en el Imperio del Medio. Se ponen en funcionamiento miles de kilómetros de autopistas, así como aeropuertos, trenes de alta velocidad y ciudades enteras. Incluso el plan quinquenal del gigante asiático -un vestigio de la economía planificada- es estudiado con respeto por los partidarios del libre comercio de Occidente como una prueba de previsión.

La economía china y su sistema autoritario han capeado la crisis gracias al formidable paquete de medidas de estímulo de la economía de comienzos de 2009, y de un estímulo a menor escala otra vez en 2012, una opción de ensueño que no está al alcance de muchos gobiernos europeos que ahora mismo se ven limitados a drásticas medidas de austeridad.

En China, el dúo formado por Hu y Wen acaba de pasarle las llaves de la cámara acorazada del partido al nuevo equipo liderado por Xi y Li. Ha sido una transición ordenada resumida en una semana de escenificación política que se desarrolló en Pekín. Es la superficie lo que brilla en China, exactamente igual que los relucientes nuevos edificios de los que presume por todo el país, desde ciudades de fulgurante crecimiento como Ordos al espectacular nuevo teatro de la ópera de Guangzhou.

Los nuevos líderes heredan tanto el actual éxito de China como la multitud de problemas que el sistema se ha arreglado hasta ahora para dejar atrás gracias a su explosivo crecimiento económico. Hu y Wen abandonan sus cargos sin genuinos logros en su haber en cuestión de reformas políticas, así como en lo que se refiere a la corrupción y la desigualdad social, temas sin resolver que van a acabar directamente en el plato de los líderes que llegan.

Wen Jiabao ya en 2007 calificó la economía china de "desequilibrada, insostenible y descoordinada". Todavía lo es. La China que se adentrará en la próxima década no lo tendrá fácil económicamente. El nuevo equipo hereda una economía tambaleante con tasas de crecimiento en descenso, aunque el gigante asiático haya crecido a un ritmo de dos cifras durante tres décadas dejando continuamente en mal lugar a todas las proyecciones negativas de una desaceleración.

El Gobierno se ha propuesto cambiar activamente la organización económica, moviéndose hacia una economía innovadora, verde e impulsada por la demanda interna. Esta es una gran proeza y exigirá muchos más ajustes sociales que el actual modelo, basado en las exportaciones baratas estimuladas por la contención de la mano de obra y los costes medioambientales y en las inversiones públicas canalizadas a través de bancos y empresas de propiedad estatal.

Volverse innovador exigirá dar rienda suelta a las fuerzas creativas dentro de la sociedad china. Eso significa también más libertad para ser innovador y para ser capaz de buscar en Google lo que uno quiere, algo que va contra parte del represivo control social instaurado en el país. Justo en este momento, miles de licenciados universitarios no pueden encontrar trabajo porque la prometida economía del conocimiento no ha llegado todavía.

Volverse verde significa diferentes incentivos para los funcionarios que todavía son promocionados en base a los grandes proyectos de crecimiento. Exige también una sociedad civil activa que se preocupe por el medio ambiente, algo que el Gobierno en ocasiones sofoca más que fomenta.
Conseguir que los ciudadanos de a pie gasten más exige que se sientan respaldados por un sistema de seguridad social que funcione en cuestiones vitales como la sanidad, la educación y la asistencia a la tercera edad (un tema importante para una población que está envejeciendo rápidamente, un factor al que se une demografía sesgada producto de la política del hijo único).

Actualmente el constante interruptor de apagado y encendido parece ser la opción disponible cuando se trata de estimular la economía. El Gobierno se ha refrenado tras el recalentamiento de su colosal ataque de hiperactividad de 2009, que infló el mercado inmobiliario, dejó ciudades fantasmas y al lado del cual la burbuja inmobiliaria de España parece un globo de cumpleaños. Hoy, los jóvenes chinos bromean con que uno tiene que haber empezado a ahorrar durante la dinastía Tang (618-907 d. C.) para reunir lo suficiente como para comprar un piso en Pekín o Shanghái.

Aun así, es difícil librarse de los perversos vínculos entre los bancos, los gobiernos locales y la industria inmobiliaria que conforman el modelo de desarrollo y que dejan a muchas administraciones provinciales con enormes cargas de deuda que si se compararan directamente con un país europeo la convertirían en la Grecia de oriente.

Uno de los remedios es ahondar en las reformas, como ya ha manifestado el nuevo zar económico, Li Keqiang, aunque es algo que va contra los intereses creados de los grupos de poder y de los bancos y empresas de gestión pública.

Los nuevos líderes también se encuentran con un panorama social diferente. Las protestas sociales localizadas motivadas por la corrupción y el acaparamiento de tierras por parte de gobiernos locales ahora tienen una presencia constante y ubicua en los medios sociales chinos. Cuando los campesinos de Wukan se apuntan un éxito logrando que se atiendan sus demandas, la noticia viaja a otras localidades con quejas similares. El país ha tenido muchas protestas sociales durante años, pero continúan siendo dispersas y localizadas.

La nueva posibilidad de la comunicación de individuo a individuo, con más de 300 millones de usuarios de microblogs chinos llamados "weibo", ha proporcionado una apertura al debate público nunca vista hasta ahora. Significa más transparencia y mayor escrutinio de las acciones gubernamentales y un amplificador instantáneo de las demandas populares con las que tiene que lidiar un sistema autoritario.

Y significa además nuevas herramientas para el control social, ya que los censores se han unido también a la blogosfera. Se muestran activos con las tijeras electrónicas y dirigiendo al rebaño on line hacia objetivos nacionalistas fáciles como Japón en las disputas territoriales en curso.

Y paradójicamente el Gobierno chino está cada vez más atado a la hora de tomar decisiones de política exterior por su propia tendencia a alimentar la ira nacionalista. Esto no hace más que postergar las dificultades dado que su promesa internacional es el ascenso pacífico. El líder Deng Xiaoping declaró fervorosamente que la sabiduría de la futura generación resolvería estos problemas, una afirmación que cada vez parece encerrar menos certeza cuando se trata de abordar las disputas territoriales irresueltas en el vecindario de China.

En conclusión, el país se enfrenta a muchos puntos débiles en el interior de su historia de floreciente éxito. En concreto a la hora de lidiar con la flagrante desigualdad social, -reñida con un sistema comunista teóricamente igualitario- y con la corrupción asociada a ella, causada por la falta de escrutinio y de un sistema transparente de gobernanza. Estos son algunos de los desafíos que penden sobre la nueva China, a la que podemos llamar China 3.0.

La nueva generación de líderes chinos no puede dar largas durante más tiempo. Las cuestiones pendientes se están convirtiendo en sus grilletes. Es necesario tomar decisiones difíciles. El viejo crecimiento y el antiguo modelo político se están quedando peligrosamente sin batería. El gigante asiático tiene que encontrar el valor para cambiar de marcha tanto en su modelo económico como en el político si quiere continuar protagonizando la historia de éxito de la próxima década.

 

Artículos relacionados