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Las banderas de China y Arabia Saudí ondean en la plaza de Tiananmen, Pekín, durante la visita oficial de Mohamed bin Salman a China. (WANG ZHAO/AFP/Getty Images)

China está aumentando sus vínculos con el Golfo Pérsico, posición clave de la Nueva Ruta de la Seda, y tejiendo amistades con Arabia Saudí, aliado tradicional de Washington.

En su última visita a Pekín en febrero, el príncipe saudí Mohamed bin Salman recibió una cálida bienvenida de sus contrapartes chinos. Esa escena generaba un contraste respecto a las críticas (mucho más estridentes que efectivas) que diversos países occidentales habían hecho en contra de este líder saudí, por su presunta vinculación con el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. En Asia, quizás, la perspectiva era diferente. La llegada de Bin Salman a Pekín vino precedida de visitas a Pakistán e India, donde los saudíes acordaron varias inversiones de importancia. También se habían producido acuerdos en el sector petrolero de Corea del Sur y de Malasia. En el caso chino, se pactó la construcción de una refinería y un complejo petroquímico en territorio chino por valor de 10.000 millones de dólares, además de acuerdos en otros sectores.

Si Asia —como apunta Paragh Kannah en su último libro— cada vez está conectándose más entre ella, el lazo entre el Golfo Pérsico —en concreto Arabia Saudí— y China es especialmente importante. Pero también implica riesgos y choques políticos.

La conexión principal entre Pekín y Riad está fundamentada en el petróleo. Arabia Saudí tiene las segundas mayores reservas del mundo —sólo superadas por Venezuela, con la que China también mantiene una vinculación especial—. Otros países del Golfo Pérsico, todos ellos con buenas relaciones con el gigante asiático, también tienen altas cantidades de crudo, como Kuwait o Emiratos Árabes Unidos (EAU). Como explican los expertos Lars Erslev Andersen y Yang Jiang en este artículo, el Golfo Pérsico es el principal proveedor de petróleo a China y el segundo en cuanto a gas. Por otro lado, apuntan, la mitad de las exportaciones chinas hacia Oriente Medio acaban en esta región. Los lazos que se están tejiendo no son sólo energéticos, sino que también afectan al comercio, a las infraestructuras o a la seguridad regional.

En el caso de Arabia Saudí, Pekín ya se convirtió desde 2016 en su principal socio comercial. Compañías chinas han construido diversas infraestructuras en el país como, por ejemplo, un tren que conecta diversos lugares sagrados en la ciudad de La Meca. El Golfo Pérsico es una zona estratégica clave para la Nueva Ruta de la Seda, el megaproyecto económico y de infraestructuras que Pekín está extendiendo por toda Eurasia. En esta región, precisamente, se conecta tanto una de las vertientes terrestres de la Ruta (la que cruza por Oriente Medio) como una de las marítimas (que atraviesa el océano Índico). Además, el Golfo Pérsico es el motor esencial para proveer de petróleo y gas a todos estos proyectos euroásiaticos en marcha. Esa posición estratégica ha intensificado, como consecuencia, los vínculos diplomáticos y en defensa entre el Golfo Pérsico y China.

“Oficialmente, la Nueva Ruta de la Seda no se enfoca hacia relaciones en materia de seguridad (…), pero el volumen de activos y ciudadanos chinos en la región, además de la profundización en inversiones, indica que China dará importancia a proteger la región. Ha habido acuerdos de seguridad bilaterales nacientes con ciertos estados del Consejo de Cooperación del Golfo”, apunta Jonathan Fulton, profesor de la Universidad Zayed de Abu Dhabi y autor del libro China’s Relations with the Gulf Monarchies.

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El presidente de China, Xi Jinping y su mujer Peng Liyuan dan la bienvenida al vicepresidente y primer ministro de Emiratos Árabes Unidos, Mohammed bin Rashid Al Maktoum, durante el foro Belt and Road celebrado en Pekín. (Jason Lee – Pool/Getty Images)

China no ve al Golfo Pérsico solamente como un lugar de donde sacar petróleo, y los países de la región, como Arabia Saudí, tampoco entienden a Pekín como un mero comprador de crudo. Riad está buscando complicidades con las autoridades chinas para recibir inversiones y apoyo que ayuden a llevar adelante el plan Vision 2030, un profundo proyecto de reforma que permita a Arabia Saudí depender menos del petróleo y diversificar su economía. Partes de este programa incluyen la privatización parcial de la gigantesca petrolera Aramco —en palabras de The Economist, “la compañía de petróleo más grande, más codiciada y más secreta del mundo”— o el aumento del capital del fondo soberano de inversión del Estado saudí. También se apuesta por liberalización del “Estado del bienestar” que se había creado gracias a la economía petrolera. Para todo ello, el capital y las inversiones chinas suponen un factor clave.

Un elemento que facilita esta colaboración fluida es la política exterior china de no intervención, que no intenta cambiar los sistemas políticos de los países con los que estrecha relaciones. A pesar de sus marcadas diferencias con el modelo monárquico, religioso y conservador saudí, Pekín no va a forzar ningún cambio de régimen o apoyar a sectores más liberales o seculares. Queda lejos esa China de la época maoísta —como explica este artículo cronológico del académico Liu Zhongmin— en la que Pekín apoyaba a movimientos revolucionarios en el Golfo Pérsico, como el Frente de Liberación Dhofar de Omán, con el objetivo último de derrocar a las monarquías tradicionalistas de la región aliadas con Occidente.

Arabia Saudí, por su parte, también ha mantenido una actitud neutral ante los acontecimientos que suceden dentro de China. Riad se ha negado a criticar la situación de los musulmanes uigures en la provincia china de Xinjiang —una actitud generalizada entre los países musulmanes, quizás con la excepción de Turquía—. El mismo Bin Salman, durante su visita a Pekín, defendió —en relación a los polémicos campos de reeducación donde hay detenidos miles de uigures— “el derecho de China a tomar medidas antiterroristas y contra el extremismo que le permitan salvaguardar su seguridad nacional”.

Riad y Pekín disienten más en cómo deben relacionarse con otros países de Oriente Medio, siendo Arabia Saudí mucho más agresiva e intervencionista. En el caso de China, a pesar del choque regional que actualmente existe entre Teherán y Riad, Pekín sigue manteniendo buenas relaciones diplomáticas y económicas tanto con Irán como con Arabia Saudí. Tal y como apunta el analista Theodore Karasik, uno de los grandes miedos que ha generado la relación entre Teherán y Pekín en Riad es la gran cantidad de armas que los chinos venden al régimen de los ayatolás. Pero, a pesar de esta cercanía con Irán, explica Karasik, el comercio y las compras de petróleo chinas a Arabia Saudí son mucho mayores, por lo que es poco probable una ruptura con Riad y un apoyo incondicional de China hacia Irán. Pekín, como lleva años haciendo en Oriente Medio, intenta sortear los conflictos regionales y ser cuidadosa en mostrar una imagen neutral.

Por otro lado, los enfrentamientos entre monarquías del Golfo Pérsico, como el bloqueo a Qatar por parte de Arabia Saudí, Baréin y los Emiratos Árabes Unidos (además de Egipto), no han perjudicado las relaciones de ninguno de ellos con China. Como apunta la investigadora Camille Lons en este artículo, el interés y las relaciones de China van desde los Emiratos Árabes Unidos —que Xi Jinping visitó en 2018, y que tiene en Dubái y el puerto de Jebel Ali unos núcleos comerciales imprescindibles para entrar en el Golfo— hasta el polémico Qatar —que importa más de China que de cualquier otro país, y ha recibido altas inversiones en infraestructuras y en ventas de armas desde Pekín—. Por su parte, Baréin también quiere posicionarse como un “Hong Kong” mediante el que las empresas chinas puedan entrar en la región. Omán, por otro lado, quiere destacarse ante posibles socios chinos como un país que cuenta con una posición marítima estratégica, de cara al océano Índico, pero con una situación estable y segura, al contrario que su vecino Yemen, sumido en una cruenta guerra y catástrofe humanitaria.

Una pregunta clave, ante este acercamiento hacia China y ante esta mayor conexión asiática, es qué papel seguirá jugando Estados Unidos en la región, especialmente respecto a su tradicional aliado saudí. Como apunta el historiador Andrew Bacevich en su importante libro America’s War for the Greater Middle East, los continuos gobiernos de Washington, desde la presidencia de Jimmy Carter hasta ahora, han organizado su política exterior e intervenciones militares en Oriente Medio en base al objetivo prioritario de defender la estabilidad de Arabia Saudí y sus grandes reservas petroleras. Esta alianza hizo que los saudíes, durante la Guerra Fría, estuvieran muy próximos a Estados Unidos, pero en años recientes parece que este vínculo no es tan fuerte como antes. Chas W. Freeman, el que fuera embajador estadounidense en Arabia Saudí y hombre clave en la apertura de China en los 70, afirma que los saudíes están buscando una política exterior cada vez más independiente, con apoyos de potencias alternativas a Estados Unidos, como pueden ser China, India, Rusia o incluso Israel.

Recientemente, por ejemplo, Arabia Saudí (y también EAU) anunciaron que, a pesar de las advertencias de Washington, utilizarían tecnología de la compañía Huawei para construir su infraestructura de red 5G. Esta desobediencia hacia Estados Unidos, hace unos años, habría sido poco probable. Aún así, China no parece que vaya a “sustituir” a EE UU en el futuro próximo: “La relación con los Estados Unidos es la más importante para los saudíes, y China no está cerca de ser percibida como un recambio. (…) China está poniendo mucha energía y recursos en construir una relación con Arabia Saudí, y lo mismo están haciendo los saudíes. Pero, por ahora, con el compromiso de seguridad y la presencia militar que tiene Estados Unidos en el Golfo, [Washington] sigue siendo el único poder”, explica Jonathan Fulton.

En pleno crecimiento e interconexión de Asia, veremos cuánto dura esta situación. Y cuáles compromisos priorizarán y verán más convenientes las monarquías del Golfo, con el objetivo final de asegurar su supervivencia y su futuro.