Las empresas y gobiernos encienden motores en la búsqueda de biocombustibles avanzados, una novedosa combinación de nuevas materias primas como desechos o algas y sistemas de producción más eficientes.

 

El transporte mundial es responsable de un 13,5 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, derivadas principalmente del uso de combustibles fósiles. Los esfuerzos para obtener una alternativa más ecológica y sostenible han introducido en el mercado el etanol y el biodiesel, elaborados respectivamente a partir de azúcares extraídos en su mayor parte de caña de azúcar y maíz, y aceites vegetales fabricados con vegetales de palma o soja. Pero a medida que conquistaban un 2% del mercado, estos biocarburantes han ido defraudando las altísimas esperanzas depositadas en ellos: el vegetal se usa de manera ineficiente, ya que sólo una pequeña parte se destina a producir energía, las plantas de las que proceden se utilizan también para alimentación, y esa competencia entre los dos sectores ha sido acusada de disparar los precios, su monocultivo en extensas áreas puede suponer una amenaza para la biodiversidad, y han puesto en peligro ecosistemas, como los bosques de Indonesia, talados en gran parte para la plantación de palma. Todo ello para ni siquiera garantizar la reducción de emisiones, ya que gran mucha de la energía necesaria para su producción se genera a partir de fuentes contaminantes.

Sin embargo, las normativas de las economías más avanzadas decretan una participación porcentual de los biocombustibles en el total de los carburantes para transporte durante las próximas décadas. Mientras Japón busca un 10% de etanol en la gasolina, la Unión Europea la cifra en el 10% del contenido energético para alimentar el transporte en carretera en 2020, Estados Unidos apunta al 30% del volumen en 2030 y China prevé un 5% para ese mismo año.

Para cubrir esos objetivos hace falta subsanar las taras mencionadas con nuevas materias primas menos conflictivas y procesos de producción más eficientes. Desde hace años se vienen desarrollando acciones a nivel internacional, incluso ligadas a la legislación, encaminadas a reducir las emisiones de efecto invernadero, proteger la biodiversidad y garantizar el buen uso de la tierra y las prácticas agronómicas en la fabricación de biocarburantes. Esos esfuerzos están dando lugar a los llamados biocombustibles avanzados, antes llamados de segunda o tercera generación. La mayoría se hallan en fase experimental o de demostración, y están llamados a convivir durante mucho tiempo con la gasolina y el diésel convencionales y con la primera generación de biofuels. Sus productos finales deberán funcionar en los motores y sistemas de distribución actuales y optarán a ir desplazando a la gasolina, más habitual en EE UU, y al diesel, predominante en Europa, pero también “a buscar otros nichos, como la aviación, que desde comienzos de 2012 tiene que pagar por emisiones de CO2 y no puede recurrir ni al bioetanol actual, con poco poder calorífico, ni al biodiesel, porque se congela”, afirma Mercedes Ballesteros, de la Unidad de Biocarburantes del ...