El nuevo escenario en la política del país latinoamericano abre la puerta a nuevas preguntas relacionadas con la reacción del chavismo frente a la derrota electoral, la capacidad de la oposición para trabajar de una manera unida, así como la posibilidad o no de que se agrave la situación en Venezuela, entre otras cuestiones.

Un soldado venezolano cierra la puerta de un colegio en Caracas en cuyo muro hay un retrato del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. LUIS ROBAYO/AFP/Getty Images
Un soldado venezolano cierra la puerta de un colegio, en Caracas, en cuyo muro hay un retrato del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. LUIS ROBAYO/AFP/Getty Images

El chavismo ha perdido la hegemonía política tras las recientes elecciones parlamentarias del 6 de diciembre y se enfrenta, a partir del 5 de enero de 2016, a una oposición que tiene una clara mayoría parlamentaria que le permite cogobernar si el oficialismo respeta las reglas democráticas.

La opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que cuenta con más del 65% de los votos y 109 diputados (aún está peleando por una mayoría de dos tercios si el Consejo Nacional Electoral le asigna los tres diputados indígenas que reclama) frente a 55 del oficialismo, puede aprobar leyes y desmantelar parte de las estructuras autoritarias creadas por el Gobierno, lo que abre un nuevo escenario político en Venezuela no exento de incógnitas. He aquí un repaso a las cuestiones clave a las que se enfrente el país tras el resultado electoral:

¿El post chavismo va a permitir cambios? La amenaza del Presidente Nicolás Maduro de que  “no entregaremos la Revolución” no promete una nueva etapa de convivencia pacífica, y su alusión a la “unión cívico-militar” podría significar una nueva demostración del creciente autoritarismo del régimen o la aprobación de más leyes habilitantes para que el Presidente siga gobernando por decreto, cortando los poderes del nuevo Parlamento. Por otra parte, en estos comicios, las Fuerzas Armadas actuaron como árbitro y el Ministro de Defensa, Vladímir Padrino López, llamó a “respetar las reglas de la democracia”. Pocas horas después, el Gobierno reconoció la histórica derrota del oficialismo. En su comparecencia, Maduro dijo que “ganó la guerra económica”, pero admitió también que “nos hirieron duro” y prometió seguir luchando “con la Constitución en la mano” y no, como dijo en alguna ocasión, en la calle para defender la Revolución Bolivariana con las armas.  Es una ironía que sean las propias leyes truncadas del chavismo las que ahora conspiran contra él. Cambiar el tamaño de las circunscripciones electorales en las zonas rurales no favoreció al oficialismo sino a la MUD que, si consigue los 112 diputados que reclama, puede convocar un revocatorio para destituir el Presidente y otros altos cargos.

¿Quién pagará las consecuencias de la derrota del oficialismo? Si estos comicios eran un plebiscito, como han dicho algunos, el gran perdedor es Nicolás Maduro cuyo liderazgo está en juego, igual que el protagonismo del hasta ahora Presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, acusado de narcotráfico en Estados Unidos, o el de otros miembros de la cúpula dirigente. En la página web del Partido Socialista Unitario de Venezuela (PSUV) aparece por primera vez un inicio de autocrítica: un comentario descalifica la oposición, pero también recomienda iniciar un proceso de revisión y reflexión y “atacar la corrupción en la gestión pública”, siendo Venezuela uno de los países más corruptos de América Latina. Estas elecciones señalaron el gran descontento de la población con un Gobierno que no cumple con las funciones básicas de cualquier Estado no autoritario: preservar la seguridad, garantizar el bienestar y las libertades políticas. La monumental derrota electoral es una llamada a reconstruir y revisar el postchavismo, sus objetivos, liderazgos, instrumentos y resultados, y no a iniciar otra batalla contra la “contrarrevolución fascista”.

¿La oposición logrará mantenerse unida y actuar como un único bloque en el nuevo Parlamento? Esta unidad será vital para restablecer las reglas democráticas, recuperar parte del poder y empezar a resolver los graves problemas económicos, políticos y de seguridad del país. Para esto último necesita, por un lado, propuestas consensuadas entre todos los partidos que la integran y, por el otro, negociar y dialogar con el Gobierno que, si no es revocado, tiene un mandato hasta 2019. En estos tres años, la oposición tendrá que comprobar que es un contrapeso democrático al chavismo y una alternativa creíble de poder. Debería evitar nuevas fragmentaciones y divisiones que sólo ayudan al oficialismo. Al hablar de “unidad, humildad y responsabilidad” tras haber ganado los comicios, el portavoz de la MUD, Jesús Torrealba, lanzó un mensaje de moderación y tranquilidad a los que no votaron a la oposición.

¿El nuevo escenario ayuda a reconstruir el país o contribuye a agravar el conflicto actual? Sin duda, la victoria electoral de la oposición abre una última oportunidad para crear un pacto con el adversario que permite afrontar los múltiples problemas del país. Pero también existe el riesgo de que Venezuela se encamine hacia la ingobernabilidad por el empate de poder entre legislativo y ejecutivo o por un enfrentamiento abierto entre oficialismo y parte de la MUD. Cabe recordar que todos los intentos anteriores de negociación entre oficialismo y oposición fracasaron y profundizaron el conflicto político. Ambos actores tendrán que aprender a compartir el poder sin las descalificaciones, intimidaciones y encarcelaciones arbitrarias a las que recurre el Gobierno, que entiende la política no como un juego democrático sino como la continuación de la guerra con otros medios.

¿Cuál es el mejor camino a seguir? Venezuela necesita con urgencia un árbitro que no sean las Fuerzas Armadas que en los últimos 17 años han sido el sostén del oficialismo en vez de dedicarse a su función esencial de garantizar la seguridad. En vez de continuar con las rencillas políticas que no hacen más que profundizar las divisiones, la grave situación del país -que podría entrar en default el próximo año- requiere responsabilidad política y soluciones rápidas para superar la crisis de suministro, combatir la inflación del 160% que afecta sobre todo a los pobres y la profunda recesión, causada por la caída de los precios del petróleo pero también por una pésima gestión, una corrupción exacerbada y el intervencionismo de un Estado débil y disfuncional en la economía. Una impunidad del 90% y una tasa de homicidios que bate récords y se cobró 25.000 víctimas en 2014 hacen que Venezuela sea uno de los lugares más peligrosos del planeta. ¿Cómo puede haber paz y democracia sin seguridad ni justicia? Ésta es la pregunta que debería hacerse un régimen debilitado que ha perdido al pueblo que tanto reclama y que ahora prefiere poner fin a la Revolución Bolivariana, no para restablecer la “Cuarta República” sino la democracia que en Venezuela tiene más arraigo que en cualquier otro país latinoamericano.