En su difícil tarea como mediador internacional para el conflicto de Siria, Kofi Annan puede inspirarse en algunos de los siguientes ejemplos en los que un intermediario, acompañado de su equipo, ha encauzado el camino hacia la solución pacífica de conflictos bélicos.

 

La presencia de un mediador internacional para la resolución de conflictos armados ha resultado positiva en más de una ocasión. A continuación se presentan cinco ejemplos de procesos de mediación, todos ellos muy distintos entre sí: han sido desarrollados en cuatro continentes; con intermediarios de distintos perfiles y procedencias; y respaldados por una importante organización internacional o regional, por un Estado o por una organización civil reconocida. Los casos en los que se hizo necesaria la intervención de un mediador externo se refieren a conflictos internos por autodeterminación, ideología o reparto del poder político.

La diversidad existe en cuanto a la consumación de los objetivos perseguidos y a las soluciones alcanzadas por los actores involucrados. Por razones de espacio, este artículo se centra en la figura del mediador que aparece en la foto final, aunque se debe reconocer la labor de los otros mediadores que contribuyeron a cultivar las condiciones para la paz en estos procesos.

Martti Ahtisaari en el conflicto de Aceh

Martti Ahtisaari
El presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono, a la izquierda, y el entonces lider del Movimiento Libre de Aceh (GAM), Malik Mahmoud, veneran a Martti Ahtisaari, a la derecha, en el primer aniversario del acuerdo de paz en 2006.

Adek Berry/AFP/Getty Images

La mediación del ex presidente finlandés Martti Ahtisaari en el conflicto de Aceh, constituye un ejemplo de cómo un ex jefe de Estado puede marcar la diferencia. Con el apoyo de Crisis Management Initiative (CMI) –organización civil que preside actualmente– Ahtisaari planteó a las partes una solución intermedia entre la independencia y la integración que satisfizo sus necesidades e intereses. El Memorando de Entendimiento de agosto de 2005 entre el gobierno de Indonesia y del Movimiento Libre de Aceh (GAM), garantizó a la provincia rebelde una autonomía avanzada, poniendo fin a 30 años de conflicto armado en Indonesia, en el que murieron casi 15.000 personas.

Junto a la habilidad persuasiva del mediador, un factor decisivo para cambiar el panorama del conflicto tuvo que ver con el devastador tsunami de 2004, tras el cual las partes flexibilizaron sus posiciones políticas a favor de la reconstrucción del país. Otro hecho decisivo fue el consenso internacional que Ahtisaari fraguó en torno a su propuesta, gracias al cual la Unión Europea envió su primera misión de monitoreo a Asia en el marco de la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD) para la supervisión de la implementación del acuerdo. A esta misión se sumaron cinco naciones de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN). El papel de Ahtisaari en la solución del conflicto de Aceh le valió el Premio Nobel de la Paz en 2008.

Lazaro Sumbeiywo en Sudán

En Sudán, sin embargo, el responsable de encaminar el proceso hacia la paz fue un militar. Respaldado por la Agencia Intergubernamental para el Desarrollo (IGAD), el teniente general Lazaro Sumbeiywo, enviado especial de Kenia, logró tras su nombramiento en 2001 que el gobierno de Jartum y el Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA) aceptaran una solución transitoria. Ésta se basaba en la formación de un Gobierno de Unidad que permitiera gozar de seis años de autonomía a la región del Sur hasta la celebración de un referéndum de autodeterminación en 2011 (Protocolo de Machakos, 2002).

Una solución audaz, muy similar a las planteadas por las mismas fechas por el enviado personal del secretario general de la ONU James Baker para superar el conflicto del Sahara Occidental entre Marruecos y el Frente Polisario (Acuerdo Marco y Plan de Paz), que en este caso no prosperaron. Aunque la crisis de Darfur hizo peligrar el proceso, el fin a 21 años de guerra civil se certificó en Nairobi en 2005. Las partes se comprometieron a aceptar el resultado del referéndum, que arrojó un apoyo del 98% a la independencia del Sur. La figura de Sumbeiywo fue ensalzada por su imparcialidad, neutralidad y honestidad por ambas partes.

Álvaro de Soto en El Salvador

Álvaro de Soto en una rueda de prensa.

Sven Nackstrand/AFP/Getty Images

Otro caso de éxito lo encontramos en El Salvador, donde el representante especial del secretario general de la ONU, el diplomático peruano Álvaro de Soto, jugó un papel fundamental en las negociaciones que ayudó poner fin a la guerra civíl en el país centroamericano. Mediante sucesivas rondas entre el Gobierno y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en San José (1990), la Ciudad de México (1991) y Nueva York (1991), logró pequeños compromisos en materia de derechos humanos, seguridad, justicia, verdad, reparación, propiedad de la tierra y verificación del alto el fuego.

Todos estos acuerdos desembocarían en la firma de la paz en Chapultepec (México) en 1992 que contempló una amnistía general. Un factor decisivo para el éxito de esta mediación se explica por el empate militar de las partes, que les obligó a negociar. La influencia ejercida por el Grupo de Contadora –formado por Colombia, México, Panamá y Venezuela para promover la paz en Centroamérica– y el nuevo contexto internacional surgido tras la desintegración soviética también contribuyeron al desenlace de un conflicto nacido, fundamentalmente, por motivaciones ideológicas.

Andrea Riccardi y Matteo Zuppi en Mozambique

En Mozambique encontramos otro ejemplo, en cuyo caso convergieron mediadores gubernamentales y religiosos con sus distintas técnicas de resolución de conflictos. En efecto, el proceso avanzó hacia la solución cuando en 1990 la Comunidad de San Egidio se ofreció para mediar, junto al Gobierno italiano y la Iglesia Católica mozambiqueña, en el conflicto político y civil que desde la independencia del país en 1975 enfrentaba al Frente de Liberación (FRELIMO) –en el Gobierno– y al grupo guerrillero Resistencia Nacional (RENAMO).

Andrea Riccardi y Matteo Zuppi trabajaron desde la informalidad y la discreción, sin ejercer presión sobre las partes, para construir puentes de entendimiento mutuo y generar un clima de respeto, confianza, perdón y reconciliación. Esta vía informal, paralela a la negociación política, fue decisiva para  firmar la paz en 1992, donde lo significativo del acuerdo no fueron los protocolos y principios sobre formación de partidos políticos y elecciones, sino el reconocimiento mutuo por ambas comunidades como hermanos, compatriotas y miembros de una única y gran familia mozambiqueña.

George Mitchell en Irlanda del Norte

Irlanda
El entonces primer ministro británico, Tony Blair, a la derecha, el mediador George Mitchell, en el centro, y el que fuera primer ministro de Irlanda, Bertie Ahern, a la izquierda, se dan la mano sellando los Acuerdos de Viernes Santo, el 10 de abril de 1998

Denis Doyle/Getty Images

En el proceso de Irlanda del Norte, la metodología aplicada fue justamente la opuesta al caso anterior de El Salvador. El mediador estadounidense de origen irlandés George Mitchell, respaldado por el presidente Bill Clinton, presentó una lista de normas de conducta relativas al uso de medios exclusivamente pacíficos y democráticos para lograr los objetivos políticos ("Principios de Mitchell"). A la vez, estableció tres principios muy simples para conducir el proceso y consolidar los avances: consenso suficiente, consentimiento paralelo y principio de que nada está acordado hasta que todo esté acordado.

Aunque el proceso que condujo a la paz definitiva ya había comenzado mucho antes de su llegada en 1996, se considera que su metodología, además de inspirar posteriores procesos de paz, fue determinante para avanzar en las negociaciones que condujeron al Acuerdo de Viernes Santo en 1998. El texto contempló, entre otros acuerdos, la creación en Irlanda del Norte de órganos de autogobierno (legislativo y ejecutivo) e instituciones compartidas (el Consejo Británico-Irlandés y el Consejo Ministerial Norte-Sur).

 

En conclusión, la mediación es un proceso lleno de obstáculos donde la experiencia y profesionalidad del mediador resultan vitales para reconducir un conflicto bélico hacia la paz. El respaldo internacional, el reconocimiento como interlocutor legítimo, el conocimiento del conflicto, la creatividad, la capacidad persuasiva y el carácter conciliador de cada uno de ellos fueron elementos claves para la resolución de estos conflictos.