Un lustro después de que revueltas, levantamientos y revoluciones barrieran desde Libia a Bahréin, las consecuencias de estos acontecimientos son tan dispares como heterogéneas, al igual que lo es el propio mundo árabe. ¿Cuáles han sido los cambios de estas sociedades desde entonces?

Un grupo de chicas camina por la avenida de Mohamed Bouazizi en Sidi Bouzid 5 años después del estallido de las Primaveras Árabes (Fethi Belaid/AFP/Getty Images)
Un grupo de chicas camina por la avenida de Mohamed Bouazizi en Sidi Bouzid 5 años después del estallido de las Primaveras Árabes (Fethi Belaid/AFP/Getty Images)

La primavera de Túnez de Raja Amari (2014)

En el Túnez de Ben Alí, la corrupción generalizada, la falta de libertades políticas y el nepotismo institucionalizado truncaban los sueños de muchos jóvenes. Con un 23,4% de tasa de desempleo entre diplomados (cifras no oficiales la disparan al 35%), los empleos precarios y la sobrecualificación laboral se traducían en una frustración generacional en un país con una media de edad de 31 años. Así discurría la existencia en este Estado norteafricano en 2010, antes de que la "Revolución de los Jazmines" propiciara el cambio de régimen.

La primavera de Túnez de Raja Amari es una película cuya acción transcurre precisamente en aquellos días en los que Mohamed Bouzazi se quemase vivo en un acto de desesperación ante esta situación aparentemente inmutable. Una cinta de ficción que se vertebra con las historias entrelazadas de tres chicos y una chica que, mientras son testigos de cómo Túnez se precipita a la revolución, terminarán tomando partido y se implicarán -cada uno a su manera- en las revueltas que llevaron a la caída de Ben Alí.

Un elemento a tener en cuenta, y que en la cinta de Amari se retrata de una forma sutil pero evidente, es el llamado dividendo demográfico: de los 350 millones de personas que en la actualidad viven en las sociedades árabes, 220 millones nacieron después de 1985. Una juventud que, en el caso de Túnez, está cada vez mejor formada: de un 19% de estudiantes universitarios en 2000 se llega al 35% en 2011, según datos del Banco Mundial. Para los protagonistas de La primavera de Túnez este hecho es parte de su día a día: universitarios, se ganan la vida como pueden, trabajando como músicos en restaurantes o como recepcionistas de hotel. Sueñan con emigrar a Europa, con conseguir un trabajo estable, con vivir de manera independiente…pero parece que ese momento no llega. Una realidad a la que se le puede sumar el llamado “déficit de libertad”, contemplado en los Informes sobre Desarrollo Humano Árabe, publicados desde 2002 por el PNUD y elaborados por investigadores árabes, para encontrar el porqué del estallido de las revueltas en diciembre de 2010.

El país norteafricano vive en la actualidad su cambio de paradigma fluctuando entre atentados terroristas, que causaron 50 víctimas mortales en 2015 y que dañaron a la fuente de entrada de divisas que es el turismo, y logros democráticos como son la ratificación de la Constitución en enero de 2014 o las elecciones parlamentarias de octubre de ese mismo año. Una tasa de desempleo del 15% en 2015 y el ser el primer país que exporta yihadistas a Irak y Siria (alrededor de 6.000) terminan de conformar los desafíos “post Primavera” a los que se enfrenta el país.

Agua plateada, autorretrato sirio de Wiam Simav Bedirxan y Ossama Mohammed (2014)

Mientras Homs, en Siria, sufre el asedio por las tropas de Bashar al Assad, Wiam Simav Bedirxan, maestra, se convierte en activista ante la necesidad de denunciar el día a día de una ciudad que vive bajo el fuego cruzado. Armada con la cámara de su teléfono móvil, graba algunas imágenes y se pone en contacto con el cineasta sirio Ossama Mohammed, crítico con el régimen y exiliado en París desde mayo de 2011. Le escribe para pedirle consejo pues no sabe qué tiene que filmar para retratar la historia de las víctimas. De ese encuentro, nace el documental Agua plateada, autorretrato sirio realizado a cuatro manos entre Bedirxan y Mohammed.

Ambos, activista y director, comienzan a trabajar juntos. Ella, consiguiendo imágenes desde dentro y él, editando en Paris todo el material recibido. El documental incide en la idea de cómo en la guerra de Siria han confluido el desarrollo de la tecnología con la proliferación de los smartphones y la popularización de plataformas de distribución de contenidos e interacción como las redes sociales o Youtube.

Se retrata a Homs, que fue una de las primeras ciudades en sublevase contra el régimen de Al Assad, como un campo de batalla dual compuesto por el terreno físico que se complementa con la guerra online. Pero en esta última, aparece un nuevo actor: gente común que graba, distribuye y publica contenidos -en muchas ocasiones, de extrema dureza- en Internet, tanto dentro como fuera de Siria, sin filtros ni edición. La guerra en Internet está, por lo tanto, servida, con todas las partes en conflicto potenciando su uso, ya sea Daesh y su máquina propagandística bien engrasada o el Syrian Electronic Army.

Hace cinco años, Siria era una “tormenta perfecta”, un cúmulo de circunstancias (un régimen autocrático, una sequía que llevó a algunas partes del país a la pobreza extrema y a la inseguridad alimentaria, una población que demandaba reformas), que desencadenó la cruenta guerra civil en la que está inmersa. En la actualidad, se está tratando de buscar, sin mucho éxito, una solución para este damero sirio.

Jóvenes marroquíes jugando al fútbol. (Matthew Lewis/Getty Images)
Jóvenes marroquíes jugando al fútbol. (Matthew Lewis/Getty Images)

Los caballos de Dios de Nabil Ayouch (2013)

En 1994 en Sidi Moumen, Casablanca, un grupo de chicos juega al balón en un descampado. Dos de ellos, hermanos, luchan para no verse atrapados por la violencia y la miseria que envuelven a los habitantes de este bidonville o barrio de chabolas. Pero, y así lo refleja en la ficción Los caballos de Dios de Nabil Ayouch, se terminarán convirtiendo en parte del comando de 12 terroristas suicidas que perpetró, en la vida real, la cadena de cinco atentados que en 2003 mató a 37 personas en Casablanca. La ficción se funde a lo largo de la película con hechos reales y los giros de guion de la trama vienen determinados por acontecimientos históricos como la muerte de Hassam II, el 11S o la guerra de Afganistán para mostrar cómo estos chicos van virando hacia el radicalismo islamista para terminar muriendo mientras matan por la yihad más extrema.

Ese 2003, y como respuesta a los atentados que refleja la cinta, Marruecos aprobó un paquete de leyes antiterroristas que recibió las críticas de grupos de defensores de los derechos humanos por contemplar medidas como la prisión incomunicada o la pena de muerte, una práctica que en el reino alauí todavía no está abolida. Esta “mano de hierro” legislativa empañó el intento de Mohamed VI de mostrar que su reinado sería diferente al de su padre, menos autoritario y más abierto al cambio. Además, la lucha contra el terrorismo añadió el componente proactivo de atacar el extremismo en sus raíces. Tal y como se cuenta en Los caballos de Dios, la captación de nuevos mártires se produjo en mezquitas en las que imanes les radicalizaban en sus posturas. El cierre de templos irregulares, la modernización de la enseñanza del islam o la promoción de valores religiosos moderados en los medios de comunicación fueron algunas de las acciones encaminadas a acabar con el radicalismo más brutal.

Sin embargo, las células terroristas siguen estando presentes en todo Marruecos. En un país con unas fronteras porosas y en cuyo suelo operan redes internacionales de delincuencia, lugares como el Rif son los que concentran una mayor actividad yihadista; también el propio Sidi Moumen, lugar que cuenta con células terroristas bien establecidas. Además, tampoco le es ajeno el que jóvenes nacionales se sumen a las filas de Daesh: se contabilizan 1.500 marroquíes que ya lo han hecho. De ellos, 156 han retornado a su país.

El sueño de Sherezade de François Verster (2014)

La recopilación de cuentos de Las 1.001 noches sirve de inspiración para El sueño de Sherezade de François Verster. En el texto literario, Sherezade se enfrenta a la violencia con su propio antídoto: su imaginación. Los cuentos que prepara para el sádico rey Schahriar se entretejen durante mil y una noches, salvando Sherezade su propio cuello y el de su pueblo.

El director de esta película realiza una metáfora en la que usa este clásico de la literatura universal con la situación que viven Egipto, Turquía y Líbano, tanto antes como durante y después de las Primaveras. Al igual que hace Sherezade, Verster muestra como el arte, en expresiones artísticas como la música o el teatro, pueden ser el vehículo para oponerse a la opresión y la crueldad.

El director otorga una gran importancia en su cinta a los protagonistas de las plazas, convertidos, tanto personas como lugares, en símbolos de las Primaveras Árabes. Espacios públicos como Tahrir, en El Cairo, Gezi Park, en Estambul, o aquellas tímidas protestas en el país de los cedros se muestran como catalizadores del cambio. Pero son los testimonios de activistas culturales, artistas o defensores de los derechos humanos los que revelan que son los cambios internos que experimentan cada uno de ellos los que terminarán por animarles a tomar las plazas y las calles.

El sueño de Sherezade es una radiografía humana y social de esas demostraciones abiertas de disconformidad. En el caso de Egipto, Tahrir prendió la llama de la revolución al ser ocupada el 25 de febrero de 2011 por 50.000 personas y convertirse en el centro de las protestas que terminaron por derrocar a Hosni Mubarak (en el poder desde 1981 hasta 2011). El caso y las consecuencias de Gezi Park en Turquía son bien distintas: si bien también empezó como una protesta con un carácter, en la superficie, menos político y más social ante los planes municipales de remodelar el parque (a propuesta del entonces primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan), estos hechos no terminaron de prender la llama de una primavera turca. Cinco años después, Erdogan continúa dirigiendo el país, ahora como presidente.