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Un hombre en el Ministerio de Interior mira los logos de los partidos registrados para las elecciones generales italiana de marzo (Filippo Monteforte/AFP/Getty Images)

Ya se han presentado las coaliciones con las que los principales partidos concurrirán a las elecciones generales italianas, previstas para el 4 de marzo. No ha habido sorpresas importantes, ya que, en realidad, no había mucho margen de maniobra.

Por el centroderecha, y dado el éxito obtenido en los comicios regionales de Sicilia en el pasado mes de octubre, vuelve a presentarse la clásica coalición que en su momento se conoció como Polo de las Libertades, y también como Casa de las Libertades, y que permitió a Silvio Berlusconi vencer en las elecciones de 1994, 2001 y 2008. Está formada por: Forza Italia del ex primer ministro lombardo, situado más al centro político; a su derecha Hermanos de Italia de Giorgia Meloni (herederos directos de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini); y más a la derecha la Liga Norte de Matteo Salvini, heredero a su vez de Umberto Bossi. Éste último ha decidido que su partido sea rebautizado como simplemente Liga, suprimiendo el Norte, con la idea de poder ampliar la base de su electorado.

Esta coalición de centroderecha tiene como puntos fuertes el desgaste que su principal rival, el Partido Democrático (PD), viene sufriendo por los cinco años que ha estado en el poder, a través de las figuras de Enrico Letta, Matteo Renzi y Paolo Gentiloni, los tres presidentes del Consejo de Ministros que ha tenido la última legislatura. Y también por la fuerte división interna, que llevó a que el sector más situado a la izquierda, encabezado por el ex primer ministro Massimo D´Alema y por el ex ministro Pier Luigi Bersani, se marchara para fundar un nuevo partido: Artículo I-Movimiento Democrático y Progresista (MdP).

Al mismo tiempo, Berlusconi, a pesar de ser ya un octogenario con dos operaciones a corazón abierto a sus espaldas (la última en 2016), sigue contando con un público muy fiel que en este momento, según todas las encuestas, se situaría entorno al 17% de voto. Acompaña al ex Cavaliere la joven Giorgia Meloni, romana y persona con cierta trayectoria de relevancia en la política -fue ministra en el último Gobierno Berlusconi, el de 2008 a 2011-, así como Matteo Salvini, un también joven político que ha sabido cambiar con eficacia el discurso de Bossi, que quería segregar el rico norte de Italia del resto del país. Salvini está ampliando su electorado en las zonas más meridionales con el discurso de que su partido tiene ahora como fin fundamental aquello de “Italia para los italianos”. Ello ha permitido a la Liga superar el umbral de 10% de los votos y algunas encuestas le acercan al 15% de los sufragios, lo que supondría un ascenso de extraordinaria importancia para este  partido ya histórico. Todo ello, sumado al casi 5% de votos que maneja Meloni, de Hermanos de Italia, permite a la coalición de centroderecha pensar, con razón, en que puede ser la ganadora en las elecciones generales y, además el que más se acerque al umbral del 40% de los votos, que es el que normalmente da la mayoría para gobernar. Aunque seguramente se quede, como máximo, en el 35%.

En contra de esta coalición juega el hecho de que Berlusconi, lógicamente por el inevitable paso del tiempo, ha perdido la frescura y sus célebres dotes de comunicación. Meloni, por su parte, es una política con poca capacidad de arrastre, aunque de momento no se le cuestione en su partido. Y Salvini tiene tras de sí el largo historial de comentarios desafortunados por parte de reconocidos miembros de su formación. El último, sin ir más lejos, correspondió Attilio Fontana, alcalde de Varese (Lombardía), quien dijo que con tanta inmigración irregular como estaba sufriendo el país se corría el riesgo de perder la raza italiana. Con lo que la xenofobia y el racismo, por mucho que Salvini quiera cambiar su discurso, siempre estará flotando en el ambiente cada vez que salga a relucir el nombre de la ahora Liga a secas.

Frente a ellos se sitúa la otra gran coalición, la de centroizquierda. Quizá la que más ha costado forjar debido a las numerosas divisiones internas. Una coalición donde la principal formación política es el Partido Democrático (PD) del ex primer ministro Matteo Renzi, quien en mayo del año pasado recuperó la Secretaría General del partido, de la que había dimitido solo dos meses antes. Renzi lo ha tenido, en ese sentido, mucho más difícil que Berlusconi para forjar su propia coalición. Primero tuvo que ver cómo se marchaban los críticos de su partido para formar el ya citado MdP y luego ver cómo estos decidían unir fuerzas con Izquierda, Ecología y Libertad (SEL por sus siglas en italiano) de Nichi Vendola y Laura Boldrini para presentar una nueva coalición llamada Libres e Iguales (LeU, siglas en italiano).

Ante el vacío que le estaba haciendo la izquierda de su partido -que le tachaba, sobre todo, de autoritario-, Renzi puso todos sus esfuerzos por incorporar en su coalición a una de las personalidades de más prestigio en la izquierda italiana: la radical Emma Bonino, ex comisaria europea y exministra de Asuntos Exteriore, y criatura política del ya fallecido Marco Pannella. La intención de Renzi era clara: captar por medio de Bonino el voto feminista y progresista y dejar claro a sus adversarios de Libres e Iguales que ellos eran el auténtico partido representante de la izquierda italiana. Por otra parte, para ampliar la base electoral, ha incluido en sus listas al democristiano Pier Ferdinando Casini y también ha forjado pacto electoral con la exministra de Sanidad Beatrice Lorenzin,procedente del Nuevo Centroderecha (NCD) y que se presenta con su propio partido: Lista Cívica Popular.

Esta coalición de centroizquierda tiene a su favor el hecho de que Italia, durante los cinco años en que ellos han gobernado, haya pasado de una persistente recesión a un crecimiento económico en torno al 1,6% del PIB, además de haber sido capaces de controlar el grave problema inmigratorio, con un descenso del número de llegadas en a las costas italianas en 2017 respecto a 2016. Frente a ello, Renzi ha sufrido las consecuencias del grave error que cometió cuando era primer ministro: intentar salvar la Banca Etruria, en un clarísimo conflicto de interés. El vicepresidente de aquella entidad -que además no pudo evitar la quiebra- era Pier Luigi Boschi, padre de María Elena Boschi, la entonces ministra de Reformas Constitucionales, quien, por otra parte, ha seguido en el gobierno italiano en tiempos de Gentiloni al convertirse en subsecretaria de la presidencia del Consejo de Ministros. Esto no ha gustado nada a la opinión pública italiana.

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Luigi di Maio, líder del Movimiento Cinco Estrellas, en Turín. (Piero Cruciatti/AFP/Getty Images)

Ello explica que Renzi se dejara nada más y nada menos que casi ocho puntos en intención de voto desde mayo pasado, pasando del 30% en aquel momento a poco más del 22% actual. Y que haya tenido que comenzar a jugar, como dice él, en “equipo”, dando protagonismo a los valores fuertes de su partido: Paolo Gentiloni, actual primer ministro, que luchará por el voto en Roma; Pier Carlo Padoan, ministro de Economía y Finanzas, que será candidato por Siena; y Marco Minniti, el tan eficaz ministro del Interior que ha conseguido contener la oleada inmigratoria, y que se presentará por el colegio electoral de Pesaro.

La tercera coalición que concurrirá a estas elecciones será la escisión por la izquierda del PD, Libres e Iguales (LeU), cuyo principal obstáculo es que presenta personas con más pasado que presente o futuro político, como los citados D´Alema y Bersani. Tratan de contrarrestarlo con rostros tan poco conocidos como Laura Lauri o Filippo Miraglia, por Roma, y Daniela Ciaroni, que se presenta por Pesaro. Su principal problema en este momento es que sufren claros riesgos de quedarse fuera del Parlamento, ya que tienen que superar la barrera del 10% de los votos para entrar. Comenzaron de una manera bastante aceptable con una primera encuesta que les daba un 6,6% de intención de voto, pero casi dos meses después prácticamente ningún sondeo les da más del 7% de sufragios. Así que se lo tendrán que jugar a que una parte del 30% que aún se declara indeciso les acabe votando.

No podemos olvidar una última formación que, aunque no han sido capaces de formar coalición por su rechazo frontal al resto de la clase política -a la que despectivamente llaman casta-, debe recordarse que desde hace meses van líderes en intención de voto, con alrededor del 30% de los sufragios: el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de Beppe Grillo, donde ahora el cabeza de lista es el joven napolitano Luigi Di Maio. Tienen a su favor el hartazgo de muchos italianos ante los partidos tradicionales y el hecho de no tener prácticamente casos de corrupción, a pesar de que llevan en la alta política ya casi una década. Pero Di Maio es, con  diferencia, el más flojo de todos los candidatos. Tiene escasa formación intelectual y poco carisma. Además, el M5S lleva como una auténtica losa la gestión como alcaldesa de Roma de Virginia Raggi, elegida en la primavera de 2016, y que ya ha tenido que dar cuentas más de una vez a la Justicia italiana por su gestión en el ayuntamiento de la capital. Se ha especulado con la posibilidad de un pacto entre el Movimiento Cinco Estrellas y la coalición Libres e Iguales, pero Di Maio ya ha dicho que ese pacto, de producirse, sería en todo caso postelectoral (y no antes), y para ello es necesario que LeU entre en el Parlamento, lo que de momento parece bastante difícil.

En suma, todo indica que nos encaminamos a una casi segura victoria del centroderecha con poca diferencia de votos y escaños sobre el Movimiento Cinco Estrellas y no mucha más sobre la coalición de centroizquierda. Y que seguramente el siguiente gobierno italiano (el que habrá de poner en marcha la XVIII legislatura) saldrá de una reedición del pacto entre el Partido Democrático (PD) y Forza Italia (FI), capaces de sumar entre ambos más del 40% de los votos. Una vez más, Italia ante una auténtica encrucijada política de la que veremos cómo acaban saliendo.