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Un informático al lado de una pantalla gigante donde se ve como el centro de investigación INRIA ha sido atacado por un ransomware, Rennes, Francia. AFP/Getty Images

La transformación tecnológica y la globalización han sido utilizados de manera maestra por las organizaciones criminales para expandir sus negocios e incrementar de manera exponencial sus flujos de capital.

Dark Commerce: How a New Illicit Economy Is Threatening Our Future

Louise I. Shelley

Princeton University Press 2018

El dinero oscuro, el comercio oscuro o el comercio ilícito son todas formas de delincuencia transnacional. Hasta hace muy poco, estos eran temas que rara vez se trataban en conversaciones sociales, pero están cambiando la política, la economía y las sociedades a escala global muy rápidamente y de maneras que muchas personas todavía ignoran. En un artículo reciente publicado por Politico, el ex vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden y Michael Carpenter argumentaban que “el dinero oscuro extranjero está amenazando la democracia”. Lo mismo ocurre en el Reino Unido, donde la idea de que la votación del Brexit de 2016 fue “manipulada” cada vez se toma más en serio.

El argumento es que en las últimas tres décadas la globalización económica ha facilitado el comercio ilícito a una escala sin precedentes, situándose muy por delante de la capacidad de los cuerpos de seguridad y de los responsables políticos para controlarlo. La tecnología ha cambiado los fundamentos del comercio, tanto en las economías legítimas como en las ilegales, y ha roto con todos los precedentes históricos. En Dark Trade, How a New Illicit Economy is Threatening Our Future [Comercio oscuro: cómo una nueva economía ilícita está amenazando nuestro futuro], Louise I. Shelley cuenta la apasionante historia de cómo vendedores, intermediarios y compradores consiguen enormes ganancias en cortos periodos de tiempo sin apenas tener que rendir cuentas. “Las nuevas formas de comercio ilícito, vinculadas a los ordenadores y a las redes sociales, funcionan como si tomaran esteroides”. En el mundo cibernético, escribe la autora, especialmente en su parte más oculta, la Dark Web o Internet Oscura, en la que se entra solo a través de un software especial de anonimización como TOR, “los pagos ya no se realizan en monedas avaladas por el Estado. Por el contrario, los clientes pagan sus compras en una plétora de nuevas criptomonedas, de las cuales Bitcoin es la más conocida. Además, en este mundo ilícito, incluso los productos han cambiado y muchos ya no pueden ser tocados o intercambiados por manos humanas. De hecho, muchos de los comerciantes ilícitos más dañinos compran productos basados ​​únicamente en algoritmos, como malware, troyanos, botnets, ransomware (que niega a los usuarios el acceso a sus datos) y spam, comercializado por proveedores maliciosos tanto en el mundo en desarrollo como en el desarrollado. Las franquicias y los alquileres de estos productos también están disponibles en la dark net, una red informática de acceso restringido que se usa principalmente para compartir ilegalmente archivos peer-to-peer”.

En esta absorbente, y muy desagradable, historia las ventas masivas de narcóticos y pornografía infantil, el cada vez mayor tráfico sexual y la venta de especies en peligro de extinción ascienden ahora a cientos de millones de dólares. Los productos virtuales mencionados anteriormente han “perjudicado enormemente a ciudadanos comunes, robando sus identidades, sus contraseñas y el dinero de sus cuentas bancarias”. Las pérdidas provocadas solo por el ransomware “se estiman en un total de 5.000 millones de dólares en 2017, y únicamente en 2014 se perdieron 15.400 millones por robo de identidad”. Esta explosión y la transformación tecnológica que la hizo posible no estaban previstas, lo que hace que la situación sea aún más difícil de resolver, algunos dirían que incluso desesperada, porque “la expansión de Internet se interpretó originalmente casi únicamente como una fuerza para el bien”.

La autora señala que “las mayores tasas de crecimiento del comercio ilícito fuera del ámbito cibernético se producen en los delitos medioambientales”. Es sorprendente leer que “los mercados de carbono mal regulados, creados en Europa para comerciar con permisos de emisiones de carbono que pretendían fomentar que países y empresas limitaran sus emisiones de dióxido de carbono (CO2), han acabado proporcionando una inesperada fuente de ingresos a un variado grupo de perpetradores, incluidos banqueros, comerciantes, miembros del crimen organizado y terroristas, y llevaron a la pérdida de 5.000 millones de euros por parte de la UE: el delito más costoso que han sufrido nunca sus principales miembros”.

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La policía de Kenia confisca colmillos de elefantes y cuernos de rinocerontes con los que se comercia ilegalmente. TONY KARUMBA/AFP/Getty Images

Louise I. Shelley tiene un capítulo muy interesante titulado “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”. Insiste en que, más allá de la creciente competencia global y la movilidad de bienes, dinero y personas, “la gran inestabilidad política y la corrupción en el mundo contemporáneo debilitan el comercio legal” y para muchas personas la participación en la economía ilícita es un medio de supervivencia. Esta inestabilidad tiene múltiples causas: las problemáticas transiciones de los Estados comunistas, el aumento de los conflictos regionales, el papel de actores no estatales y terroristas o el desplazamiento de decenas de millones de personas. La ocupación rusa del Donbás y Crimea ha convertido a estas regiones en un “paraíso para los contrabandistas”. Corea del Norte, por su parte, ha financiado parcialmente su programa nuclear y los gastos del Estado “gracias al contrabando, fomentado por las instituciones, de moneda, drogas, partes de animales salvajes y tabaco”. La rápida urbanización de Siria en el periodo previo a la guerra civil hizo que la población urbana pasara de 8,9 a 13,8 millones de personas y el comercio corrupto de los derechos de agua agravó aún más los efectos de los años de sequía. El agotamiento de los recursos y el cambio climático están alimentando los conflictos, la corrupción y el comercio ilícito en muchos lugares del mundo.

Ahora tenemos que vérnoslas con cosas como Silk Road, el primer cibersupermercado de narcóticos, armas, etcétera, cerrado en 2013, al que siguió Dread Pirate Roberts. A medida que un gobierno clausura un sitio web, surgen otros. Los ciberdelincuentes no distinguen entre Estados más o menos desarrollados: un grupo de criminales fue condenado en Estonia en 2016 por infectar con malware cuatro millones de ordenadores, en un total de cien países, en un fraude multimillonario. Mientras tanto, los grupos del crimen organizado tradicional, como la mafia y la Camorra italianas, la Yakuza japonesa y las triadas chinas “se han adaptado rápidamente a las posibilidades del mundo globalizado”.

Un reciente artículo en el diario Financial Times, Cómo llegó la mafia a nuestra comida, hace que uno se pregunte si la Comisión Europea y el Banco Central Europeo se han quedado dormidos al volante. Cuando a esto se añaden las pérdidas registradas en los mercados de carbono de la UE mal regulados mencionados anteriormente, surge la pregunta de si la Unión es capaz de hacer reformas. La autora cuenta con gran detalle “la trágica trayectoria del comercio de cuerno de rinoceronte”, explica los nuevos modelos de negocio adoptados por los grupos criminales, analiza el comercio ilícito de armas, drogas y tabaco y cita un estudio de 2013 en 55 Estados en desarrollo realizado por Global Financial Integrity en el que algunos economistas estimaron que “los flujos ilícitos de salida de capital —fundamentalmente mediante facturaciones comerciales falsas—, supusieron 947.000 millones de dólares en 2011, lo que representa aproximadamente el 3,7% del PIB combinado de estos países”.

Gran parte de estas actividades están contribuyendo a destruir el planeta, como la autora bien explica en un capítulo séptimo que resulta muy doloroso de leer. Aproximadamente 68,5 millones de personas viven actualmente desplazadas como resultado de conflictos, desastres naturales o procesos de desertificación o inundaciones que han hecho que sus hogares y sus tierras resulten inhabitables. En las últimas décadas, los mercados han tomado la delantera a los gobiernos, pero, como muestra el libro en su conclusión, la respuesta al crecimiento del comercio ilícito, usando el ejemplo de los medicamentos “no son únicamente unas mejores políticas regulatorias o la actuación contra las farmacias ilícitas que venden esas medicinas, sino facilitar el acceso a la atención médica y conseguir que los medicamentos sean más asequibles”. La toma de conciencia y la educación son fundamentales, pero, como sabemos, los periodistas de investigación están cada vez más en la línea de fuego —e incluso en un estado de la UE como Malta, la periodista Daphne Caruana Galizia, miembro del equipo de los Papeles de Panamá y parte de un equipo que investigaba el contrabando de petróleo, fue asesinada con una bomba en su coche hace un año—.

Solo podemos esperar que las escalofriante historias que cuenta este extraordinario libro actúen como una llamada de atención para todos aquellos que están preocupados por nuestro futuro colectivo. Está muy bien escrito, en un estilo claro y preciso que solo aumenta su poder de convicción.