Chávez debe competir no solo contra la oposición sino también contra el cáncer que mantiene en vilo al país.

 

 

 

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Venezuela ha dado ya la salida a su campaña oficial para las elecciones presidenciales. Tanto el presidente Hugo Chávez como Henrique Capriles, el candidato de la oposición unida, se han registrado como contendientes. Los próximos meses podrían acabar siendo los más duros para Chávez hasta el momento. Y también podrían poner al país muy nervioso cuando la incertidumbre sobre su estado de salud ponga al descubierto su fragilidad y la falta de preparación para una potencial transición.

Bajo circunstancias normales, Chávez no tendría mucho que temer. Disfruta todavía del apoyo de muchos venezolanos que perciben que sus vidas han mejorado gracias a su revolución bolivariana. El presidente, que cuenta con fuertes lazos emocionales que le unen a la base de su electorado, se ha distanciado con éxito de los problemas de gobernanza del país —como los desorbitados niveles de criminalidad— a pesar de que el respaldo popular a su Administración se ha debilitado. También cuenta con instituciones leales, controla los medios de comunicación estatales y utiliza públicamente las arcas del Estado para su campaña.

Pero esta votación es diferente. Como Chávez, Capriles no ha perdido nunca unas elecciones. Por una vez, la oposición se ha unido tras él. Aunque la mayoría de las encuestas todavía otorgan al presidente una ventaja de dos cifras, el número de votantes aún indecisos es relativamente alto y la moderación de Capriles podría tener efecto en ellos. Y lo que es más importante, no obstante, es que el presidente debe competir no solo contra la oposición, sino también contra el cáncer. La gravedad de su enfermedad sigue sin conocerse y la ausencia de información fiable ha alimentado la incertidumbre y la especulación.

Con razón. Sin un mecanismo de sucesión claro o un heredero obvio para el presidente, su partido gobernante está nervioso: el chavismo se vería en dificultades sin Chávez. Numerosas personas de su entorno tendrían mucho que perder, comenzando por los altos cargos del Gobierno y los oficiales militares que se enfrentan a acusaciones por tráfico de drogas.

El partido en el poder podría, si la salud del presidente decae, retrasar la votación para ganar tiempo con el fin de determinar su remplazo

Y más allá del círculo cercano al presidente, el país en su conjunto no parece estar listo para una transición. La sociedad y la política están polarizadas y los mecanismos de resolución de conflicto institucionales se encuentran erosionados. Si a esto añadimos la gran cantidad de armas en circulación, la creciente violencia criminal y los grupos armados abiertamente politizados que operan en los márgenes del control del Estado, el espectro de una crisis política potencialmente violenta se hace más nítido.

Hay diversas maneras en las que podría evolucionar una crisis. El partido en el poder podría intentar suprimir unos resultados electorales desfavorables o, si la salud del presidente decae abruptamente, retrasar la votación para ganar tiempo con el fin de determinar su remplazo. Cualquiera de las dos opciones podría hacer estallar las protestas de la oposición, quizá conduciendo incluso a una confrontación abierta.

No obstante, existen diversos factores que pueden atenuar los riesgos.

En primer lugar, el propio Chávez ha basado siempre su legitimidad en las urnas y promete aceptar los resultados de octubre. Aunque estén lejos de ser justas, las elecciones venezolanas no son fáciles de robar en su totalidad. La autoridad electoral, el Consejo Nacional Electoral, puede ser menos susceptible a la interferencia del Gobierno que otras.

En segundo lugar, cualquier violación flagrante de la Constitución probablemente dependería del respaldo de las Fuerzas Armadas, algo de lo que incluso el partido gobernante no puede estar seguro. La cúpula militar puede ser leal al presidente, pero los generales y el partido en el poder podrían no contar necesariamente con el apoyo incondicional de los mandos intermedios y los soldados rasos, muchos de los cuales, según se dice, están molestos por la politización de la institución bajo Chávez, la influencia cubana y la creación de milicias competidoras.

En tercer lugar, no es probable que vecinos importantes como Colombia y en especial Brasil vayan a seguir la corriente a posibles acciones inconstitucionales. Incluso los hermanos Castro, que tienen gran dependencia del petróleo y están ideológicamente alineados con Chávez, podrían ser lo suficientemente pragmáticos como para ver que no va en el mejor interés de la isla el vincularse a un régimen ilegítimo y aislado con un futuro incierto.

No obstante, la enfermedad de Chávez y las cuestiones que están en juego van a llevar a Venezuela a un terreno desconocido e impredecible. Los líderes venezolanos deberían renunciar pública y enérgicamente al uso de la violencia y prometer respetar la Constitución. El Consejo Electoral no debería arriesgar su reputación dentro de Venezuela, o fuera, sucumbiendo a la intromisión del Ejecutivo. Debería hacer cumplir las normas de la campaña, invitar a observadores internacionales y ceñirse a su calendario electoral y a los resultados finales.

La revelación pública del pronóstico de Chávez —al igual que ha sucedido en situaciones similares en otros lugares del continente— podría ser la medicina que necesita Venezuela. Rebajaría la incertidumbre de los votantes sobre si su presidente es físicamente capaz de dirigir el país, a la vez que permitiría al partido en el poder unirse a su alrededor o bien tomar medidas para preparar su remplazo.

Para el propio presidente Chávez, el modo en que maneje su enfermedad y los meses que vienen contribuirá en gran medida a determinar su legado.

 

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