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Científicos trabajan en encontrar una vacuna contra la COVID19 en Imperial College School of Medicine (ICSM) en Londres. (TOLGA AKMEN/AFP via Getty Images)

Cuáles son las lecciones que deberían aprenderse tanto en la esfera nacional como la internacional para afrontar las posibles futuras crisis sanitarias.

Nos encontramos en una nueva era en la aparición de pandemias y aunque estemos lejos de vislumbrar el final de la crisis sanitaria que ha originado la COVID19, se pueden establecer una serie de reflexiones sobre aquellos aspectos que han originado las situaciones de desbordamiento de los servicios sanitarios en algunos países —independientemente de su nivel de desarrollo—, y las consecuencias económicas y sociales que ha ocasionado el nuevo coronavirus.

Si bien es cierto que durante la historia de la humanidad el mundo se ha visto azotado por epidemias y pandemias que han causado millones de muertos y cuantiosas pérdidas económicas, la aparición del nuevo coronavirus (SARS-CoV-2) ha otorgado a este tipo de amenaza biológica nuevas dimensiones derivadas del mundo globalizado e interconectado propio del siglo XXI.

La COVID19 ha cogido al mundo por sorpresa, tanto en su prevención como en la detección y en la respuesta. Las poblaciones se encuentran consternadas al sentir su vida amenazada, ver los servicios sanitarios desbordados, tener que sacrificar su libertad, no poder despedir a sus seres queridos, renunciar a las tradiciones culturales y religiosas y lo peor, no ser capaces de comprender el porqué de esta situación. Todo ello unido a la preocupación de un futuro incierto en el ámbito económico y laboral.

Sin embargo, la COVID19 es la cara de un riesgo que era previsible. La OMS (Organización Mundial de la Salud) ya había advertido en 2018 sobre la necesidad de tomar acciones a nivel mundial para estar preparados frente a lo que denominó “Enfermedad X”; una que estaría provocada por un virus o alguna bacteria y que podría poner en jaque no solo la salud de la población sino también desestabilizar la economía mundial. Asimismo los científicos mostraban preocupación por el aumento del número de brotes epidémicos que se estaban produciendo en los últimos años, triplicándose desde 1980.

El riesgo de aparición de una pandemia ha sido en cierta medida minusvalorado por todos los países. En primer lugar, porque la percepción de este riesgo es muy difusa ya que no existe la certeza en determinar el dónde y el cuándo aparecerá el posible brote y mucho menos su repercusión mundial. En segundo lugar, porque los casos recientes de aparición de brotes epidémicos, como el ébola, el SARS o el zika se habían gestionado con relativo éxito por los gobiernos de los países desarrollados. A pesar de que el “Global Health Security Index de 2019” alertaba de que ningún país estaba preparado para hacer frente a una pandemia y, a pesar de que en las principales estrategias de seguridad se contemplaban las pandemias como un grave desafío a la seguridad, la mayoría de los países no habían establecido medidas ni políticas específicas nacionales, ni tampoco se habían conseguido grandes avances en la  asignación de fondos a nivel internacional para hacer frente a este tipo de sucesos.

 

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Un grupo de personas en Corea del Sur protestan por cómo la degradación del medio ambiente y la destrucción de los ecosistemas son la causa principal del coronavirus. (JUNG YEON-JE/AFP via Getty Images)

La prevención en un mundo globalizado

Por lo que respecta a la prevención de una crisis sanitaria de características similares a la de la COVID19, los científicos y la OMS llevan tiempo advirtiendo que las principales amenazas a la salud humana provendrán de enfermedades zoonóticas, es decir aquellas que se originan en animales y que en un momento dado pasan al ser humano. Los científicos señalan que este es el origen del nuevo coronavirus y por ello, una medida necesaria para mejorar la prevención será la de reforzar el concepto de “One Health” de la OMS que considera que la salud de las personas, de los animales y plantas, así como el estado de los ecosistemas, están relacionados entre sí.

Por otro lado, existen factores que pueden favorecer la aparición de nuevos brotes epidémicos en el futuro como el cambio climático, la rápida urbanización, la destrucción de los hábitats naturales o los conflictos armados. Para hacer frente a este riesgo y avanzar en la prevención, será preciso mejorar el establecimiento de redes mundiales de alerta sanitaria temprana, en las que se comparta información de forma transparente y rápida con objeto de frenar lo antes posible la expansión de las enfermedades infecciosas.

El nuevo coronavirus también ha sido un claro ejemplo de cómo los efectos de un brote pandémico dependen no solo de las características del patógeno en cuanto a su transmisibilidad, morbilidad y mortalidad sino también del grado de interconexión del lugar en donde se origine con el resto del mundo. A pesar de las alertas de la OMS y de contemplar la magnitud de la respuesta que estaba dando China a principios de 2020 al brote del nuevo coronavirus, la mayoría de los países se comportaron como espectadores de un suceso que ocurría a miles de kilómetros de distancia. El error ha sido, precisamente, considerar que la situación se asemejaba a la aparición del SARS,  que afectó a 8.098 personas y originó 774 víctimas mortales en todo el globo. Y nada más lejos de la realidad; el país que estaba en vías de desarrollo en 2003 se ha convertido en la segunda potencia mundial. El nuevo coronavirus ha provocado la paralización —aunque haya sido de forma temporal—de la fábrica del mundo, repercutiendo en la operación de muchos sistemas productivos a escala mundial y poniendo de manifiesto la gran vulnerabilidad que supone la dependencia del exterior de suministros, principalmente, los estratégicos. De ello se deduce que, quizás, con la COVID19 se ponga en cuestionamiento la globalización y se instale la tendencia de algunos países a implementar sistemas productivos más proteccionistas.

En este mundo globalizado e hiperconectado, el nuevo virus ha puesto en jaque también al sistema de libre circulación de personas ya que ellas mismas se han convertido en el medio de propagación de la amenaza. El cierre de fronteras como medida de contención ha sido una respuesta utilizada por algunos países poniendo de manifiesto que, ante los problemas globales las medidas más efectivas son locales.

Con la COVID19 también ha quedado patente la importancia de la inversión en la prevención. Pocos fenómenos naturales amenazan la vida y causan tanta disrupción económica y desorden social como un brote pandémico. Sin embargo, la financiación para mejorar las capacidades como medida preventiva no ha sido el denominador común en los países, a pesar de las recomendaciones realizadas por la OMS. En un informe editado en septiembre de 2019 por esta organización, se indicaba que el coste anual para cumplir con los requisitos mínimos establecidos por la OMS y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) era de 3.400 millones de dólares mientras que el coste económico medio de los últimos  brotes habría sido de 6.700 millones de dólares por año. Es decir, la prevención, además de disminuir el riesgo, es más rentable.

En el concepto de prevención, la COVID19 nos ha demostrado que no basta con destinar fondos para evitar la aparición y propagación de brotes epidémicos en países subdesarrollados. Cada país, además, tendrá que hacer su propio análisis de riesgo ya que ha quedado demostrado que las consecuencias del coronavirus han sido muy diferentes dependiendo de la idiosincrasia de cada Estado. La posición económica, los aspectos culturales, el nivel de tecnología o la fortaleza de los sistemas de salud son algunos de los factores que están marcando la diferencia a la hora de prevenir la propagación del virus.

 

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Una aplicación para el coronavirus. (Robin Utrecht/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

La detección y la digitalización

En la actualidad, China es el país con un mayor número de publicaciones científicas. Esta apuesta que está realizando el país asiático por la inversión en la investigación le ha permitido obtener en poco tiempo la secuencia genómica del nuevo virus y, por lo tanto, disponer de pruebas de confirmación para tener un mejor control de la población contagiada. Afortunadamente, la secuenciación del genoma se ha difundido a toda la comunidad científica internacional lo que permitirá disponer de un tratamiento y vacunas con una mayor rapidez, demostrando que la difusión de la información es vital para abordar problemas globales. Sin embargo, no hay que olvidar que, pese a esta colaboración, aquel país o empresa que los obtenga primero alcanzará una clara ventaja competitiva, e incluso geopolítica, que veremos en los próximos meses.

Otro aspecto a destacar en la detección del brote del coronavirus y en su propagación es el  éxito en el control de la epidemia en algunas zonas como Taiwán o Corea del sur que se ha basado en el cruce de datos sanitarios y de movilidad de los ciudadanos. Esta detección de las personas infectadas y de su entorno ha puesto de manifiesto la utilidad de la obtención de datos personales mediante los dispositivos móviles y de otras fuentes para el control de la propagación del brote. Este rastreo digital —que está completamente asimilado por la población de algunos países asiáticos— es considerado en los países occidentales como un ataque a nuestra libertad y una vulneración de las leyes de protección de datos. Sin embargo, si esta obtención de datos demuestra que es posible tener un mayor éxito en el control de la propagación, una mayor coordinación y una asignación de medios más eficiente, es probable que el control digital de la vida cotidiana de los ciudadanos haya llegado con la COVID19 para quedarse, aunque en un principio sea considerada como una medida temporal.

 

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Un técnico de laboratorio investiga el coronavirus en el Queen Elizabeth University Hospital en Glasgow. (ANDREW MILLIGAN/POOL/AFP via Getty Images)

Respuesta individual frente a colectiva

A pesar del interés de la OMS de actuar de forma colectiva, los gobiernos se han visto obligados a luchar contra el virus de forma individual, estableciendo medidas improvisadas para evitar el colapso de los servicios sanitarios y seguir manteniendo su credibilidad y la confianza de sus poblaciones. El confinamiento en los hogares ha puesto a prueba la madurez de las sociedades, la unidad frente a una amenaza común y la capacidad de empatizar con el resto de ciudadanos. Pero esta medida, en las sociedades democráticas, difícilmente puede ser aceptada por la población si los gobiernos no muestran una respuesta a la pandemia centrada también en el aspecto social, de la seguridad humana, aunque ello suponga un mayor coste económico.

Un aspecto importante que ha salido a la luz con el confinamiento de los ciudadanos es la necesidad de mejorar la conectividad, tanto en la capacidad como en la seguridad. El teletrabajo, las clases virtuales, el contacto digital con los seres queridos y el ocio han provocado la saturación de las redes por lo que la necesidad de apostar por la tecnología 5G también es una de las consecuencias que nos dejará la COVID19, así como una mayor concienciación de la población sobre ciberseguridad debido al incremento de las transacciones comerciales a través de Internet que se están produciendo con motivo del confinamiento de la población.

También con el coronavirus se ha aprendido que es necesario determinar qué sectores son estratégicos a la hora de hacer frente a una pandemia. La centralización de compras para la obtención de mejores precios y el mantenimiento de stocks mínimos de determinados productos sanitarios, medicamentos, trajes de protección y dispositivos de diagnóstico también son acciones que deberían ser establecidas por las administraciones para ofrecer una respuesta adecuada a un nuevo brote epidémico.

Pero quizás, lo que más ha caracterizado la respuesta a la COVID19 ha sido la necesidad de recurrir a la flexibilidad para redimensionar de forma constante la acción para hacer frente a la magnitud creciente de la crisis sanitaria, tanto en la adaptación de instalaciones, la adquisición de productos, la asignación de personal y la obtención de fondos.

Esta flexibilidad se ha visto reflejada en el establecimiento de colaboraciones público-privadas, en la adaptación de las cadenas de producción para proveer de material sanitario, en la versatilidad que ofrece la fabricación aditiva —técnica con un enorme potencial y en pleno proceso de crecimiento en el sector de la salud—, en los cambios realizados a nivel fiscal o la liberalización de fondos, entre los que cabe destacar la reorientación del Fondo de Solidaridad de la UE diseñado para atender desastres naturales entre los que no se incluían las pandemias.

En la respuesta a la COVID19 también se ha demostrado la importancia de la comunicación —y en especial la de los científicos— como un elemento más de acción para el control de la pandemia. Concienciar a la población sobre la necesidad de buscar información de fuentes oficiales es la mejor arma para luchar contra todas las fake news que se propagan por las redes sociales a mayor velocidad y con el mismo daño que la propia pandemia.

 

Recuperación social y estrategia para el futuro

Por lo que respecta a la recuperación —estado deseable de normalidad tras un suceso disruptivo— será más temprana o más tardía en función de cómo se haya gestionado la crisis sanitaria. Para la mayoría de los países, todo indica que no va a ser fácil y si no se gestiona bien pueden llegar a suceder situaciones de inestabilidad social peores aún que la propia crisis sanitaria. Cuando empiece el día siguiente a la finalización del confinamiento, muchos de los ciudadanos se encontrarán sin trabajo y, probablemente, con una situación económica mundial en recesión como consecuencia de los efectos de la pandemia. Una vez más, es necesario anticiparse a esta situación y comenzar a establecer medidas sociales, entre las que se baraja la adjudicación de una renta mínima de emergencia.

Por lo que respecta a la UE, el Pacto Verde, aprobado a finales de 2019 y que constituye su mayor apuesta para hacer al continente climáticamente neutro en 2050, puede sufrir retrasos en su puesta en marcha debido a la necesidad de salir de la crisis económica que traerá consigo la COVID19. Sin embargo, no hay que olvidar que este Pacto también es la apuesta de la Unión por un crecimiento sostenible e inclusivo y, por lo tanto, podría ser el principio rector que articulara la necesaria reorientación del tejido industrial para salir de la crisis y avanzar hacia la descarbonización. Apostar por una u otra opción seguramente provoque tensiones entre los Estados miembros, cuestionando, una vez más, la cohesión de la UE.

En la esfera nacional, es preciso resaltar que el riesgo cero de pandemias no existe y mucho menos en un mundo tan cambiante. Por este motivo, es necesario establecer estrategias nacionales de bioseguridad y de seguridad sanitaria para abordar las futuras amenazas biológicas desde un punto de vista integral. Los errores y aciertos en la gestión de la crisis sanitaria de la COVID19 pueden constituir una buena base de partida.

 

Este artículo forma parte del especial

‘El futuro que viene: cómo el coronavirus está cambiando el mundo’.

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