A LOS EMPRESARIOS MEDITERRÁNEOS. URGENTE: Cómo construir un`tigre magrebí. Los empresarios del sur de Europa y del norte de África pueden lograr, antes de 2020, un Magreb integrado capaz de competir con el resto del mundo

A: Los empresarios mediterráneos

DE: Francis Ghilès

RE: El coste del no Magreb

Más que realizar diagnósticos sobre el estado actual de los
países del Magreb y su relación con España y Europa,
conviene animar a los actores económicos y culturales a reflexionar
sobre los medios necesarios para que el norte de África pueda ocupar
en 2020 el lugar que le corresponde y sea escuchado en los países
de la orilla septentrional y en el resto del mundo. Las relaciones entre
los países magrebíes, y entre éstos y los de Europa,
recuerdan a un diálogo de sordos que tiene lugar con el telón
de fondo de la creciente diferencia de riqueza entre las dos riberas del
Mediterráneo.

Hasta el momento, las dos orillas no han logrado conjugar migraciones internacionales
e integración regional o, dicho de otro modo, promover un juego en
el que todos ganen. La reducción del crecimiento demográfico
en el Magreb tiene innumerables ventajas económicas y sociales y es
necesaria, aunque no suficiente, para la transición democrática.
Sin embargo, sus beneficios son más evidentes para la población
en general que para los recién llegados al mercado de trabajo que
van a sumarse a los parados existentes. Superar el rechazo que provoca la
fe musulmana —real o supuesta— de estos inmigrantes sigue siendo
un desafío para los Estados de las dos orillas.

El cierre de la frontera entre Argelia y Marruecos, la escasez de los intercambios
comerciales, financieros y humanos entre países de una región
con múltiples vínculos históricos frenan su crecimiento
económico y avisan de que les espera un futuro incierto. Todo esto
desanima a los inversores privados, tanto nacionales como extranjeros, y
estimula la fuga de capitales. Muchos magrebíes sueñan con
la construcción de un espacio común económico, cultural
y humano que no condene al olvido épocas enteras de su historia.

Hay que afrontar la realidad. China y gran parte de Asia están cambiando
de forma radical los esquemas tradicionales de desarrollo en el Magreb y
en el Viejo Continente, donde cada vez habrá menos espacio para industrias
que creen empleo y respondan a la demanda anunciada para los próximos
veinte años. Sin duda, Europa se adaptará a esta situación
gracias a su boom demográfico a la inversa, pero el Magreb no. En
el escenario más optimista, en el que se abre a sí mismo, a
la Unión Europea y al mundo, la renta per cápita será de
4.000 dólares (unos 3.000 euros) en 2020, lo que no convertiría
a la región en un tigre precisamente. La falta de cooperación
y de integración regional lo que hace es destruir valor: hay demasiadas
inversiones de carácter político y pocas rentables económicamente.
Cada vez más hombres de negocios, sobre todo del sector privado, piden
que la construcción del Magreb se haga desde abajo, desde las empresas.
Y cada vez son más las pequeñas y medianas empresas magrebíes
que, con valentía y ambición, conciben su desarrollo en un
marco regional, fuera de las grandes declaraciones políticas o de
los acuerdos marco entre Estados.

LA UNIÓN HACE LA FUERZA
Gracias a su espíritu visionario, los gobernantes de los países
del norte de África podrían conseguir, en una generación,
poner en marcha un modelo de desarrollo consensuado, superar los obstáculos
que han dificultado el crecimiento económico de la región y
crear sinergias que permitan que se integre en la economía mundial,
para evitar la marginación que amenaza el Magreb. Ese papel aglutinador
sería decisivo, en primer lugar, para crear riqueza y valor añadido;
en segundo lugar, para dar respuesta a las necesidades fundamentales de los
hogares —tanto en las ciudades como en el campo— y, por último,
para superar las consecuencias de la falta de agua, la sequía y la
deforestación.

Transformar la política energética en instrumento de desarrollo
y no de poder sería revolucionario. Crear una compañía
aérea regional de capital privado también lo sería.
Desarrollar hubs (centros neurálgicos) regionales y lanzar productos
turísticos autóctonos tendría un importante efecto de
arrastre económico. Y sería necesario crear bancos privados
regionales para garantizar un marco financiero sólido que permita
estas políticas. Estos tres ejemplos subrayan la necesidad de desarrollar
industrias de servicios regionales que se apoyen en un entorno reglamentario
de dimensión magrebí y hagan frente a la competencia europea
y mundial, sobre todo porque es a través del intercambio de mercancías
como la región podrá crecer más rápido y ofrecer
un empleo a sus hijos. El apoyo que ofrece la Unión Europea en el ámbito
del Proceso de Barcelona no es despreciable, pero si se desplegara en un
Magreb de fronteras abiertas, su eficacia se multiplicaría. La creación
de un foro en España en el que se encontraran los poderes públicos
y las organizaciones internacionales constituiría una aportación
esencial a la renovación de ese proceso.

Considerada como un efecto de la explosión demográfica, la
emigración internacional ha sido uno de los motores de la caída
de la fecundidad. Gracias a su influencia en sus lugares de origen, los emigrantes
magrebíes han acelerado la transformación de los comportamientos
en sus países. Hay en ello una ventaja difícilmente cuantificable
pero en todo caso muy significativa para la sociedad y la economía
magrebíes. Además de las remesas de dinero, durante su estancia
en el país de acogida, adquieren ciertos valores. La preferencia por
la familia numerosa deja paso a una visión más realista. Esto
no les sucede a los egipcios o sirios que emigran a la península Arábiga:
allí se produce una wahabización de los valores, no la aceptación
de otros individuales como en el caso de la emigración magrebí a
Occidente. Pero el éxodo a Europa nunca podrá constituir una
alternativa a la absorción de los desempleados por parte de los mercados
de trabajo magrebíes. Habrá que esperar hasta 2020 o incluso
2025 para que la transición demográfica tenga efectos visibles
en el ámbito laboral.

MEDITERRÁNEO SIN FRONTERAS
A pesar del maná petrolero que ha caído sobre la península
Arábiga y de la homogeneidad lingüística (aunque no se
debe olvidar que el sustrato del Magreb es bereber), los magrebíes
no quieren emigrar a sus países vecinos del Este. No se sienten cómodos
en esa parte del mundo. Por otro lado, sorprende la escasez (por no decir
inexistencia) de nacionales de unos países magrebíes en los
otros. Es un absurdo que en Argelia trabajen 70.000 chinos y sólo
20.000 marroquíes; insulta la memoria de unos pueblos que se ayudaron
durante su lucha por la independencia. La creación de un tigre
norteafricano
es inconcebible sin una mayor libertad de circulación de las personas.
Los tres países del Magreb central tienen muchísimas más
cosas en común que puntos de divergencia. Su historia es mucho menos
conflictiva que la europea. Han compartido la colonización francesa,
la gran aventura de la emigración al Norte, la adopción de
una lengua casi nacional común (el francés) y la convergencia
de sus estructuras económicas.

La diáspora piensa cada vez más en términos del Magreb:
no puede dialogar ni con las élites políticas de la región,
que siguen siendo muy nacionalistas, ni con las europeas, en las que están
poco representados. Los intelectuales hacen un esfuerzo de concertación,
de pensar la región, y los empresarios, por eficacia, parecen querer
pisarles los talones. Para ellos, el proyecto magrebí se parece mucho
más a una apuesta de futuro que a una lectura emocional del pasado.
Si este movimiento se extendiera, su influencia sería muy beneficiosa
para el desarrollo económico e intelectual del Magreb. Sus jóvenes
deberían estar más presentes en estos debates: son ellos los
que representan el futuro y quienes buscan trabajo. Las medidas administrativas
cada vez más restrictivas que les impiden descubrir tanto a sus vecinos
como a sus pares europeos son aún más graves en la medida en
que la juventud constituye más del 60% de la población. Su
prisma de lectura es diferente respecto al de las generaciones en el poder.
Sus códigos de comunicación son diferentes y sus aspiraciones,
que no difieren demasiado de un país a otro, no son bien comprendidas,
ni siquiera percibidas, por las políticas que se llevan a cabo en
ambas orillas, ya que los raros canales de comunicación que existen
están sesgados.

EMPRESARIOS DE VANGUARDIA
Todas las tentativas de estos últimos cuarenta
años
de integrar las economías de los países del Magreb han fracasado. ¿Será diferente
en el futuro? La respuesta es acuciante, porque estos Estados necesitarán
todavía 20 años para alcanzar el PNB (producto nacional bruto)
per cápita de los menos ricos de la OCDE, aunque desde hace unos años
han recuperado índices de crecimiento del PIB (producto interior bruto)
del orden del 4% o 5% anual. El paro es aún elevado: alcanza el 20%
entre los jóvenes de los tres países. La integración
aumentaría el crecimiento, ya que estimularía la competencia
entre los productores magrebíes y haría surgir un mercado de
75 millones de personas. Con ello, la región sería mucho más
atractiva para los inversores extranjeros.

Los beneficios de una integración más profunda dependen, no
obstante, de que incluya a sectores que a menudo se han dejado de lado: los
servicios y el marco regulador (de los servicios financieros, las telecomunicaciones,
la competencia…). La liberalización del movimiento de mercancías
no es en sí una panacea.

Los países del Magreb están tan mal integrados entre sí como
en la economía mundial. La inversión directa extranjera (IDE)
es escasa en comparación con regiones similares en el resto del mundo.
Hasta el momento, estas entradas de capital no han sido tan grandes como
se esperaba, pero hay ciertos signos prometedores y, aunque sea lentamente,
se diversifican las exportaciones de Marruecos y, sobre todo, de Túnez.
Unas 650 empresas tunecinas están inscritas en el registro de comercio
de Argelia, 70 de las cuales tienen una presencia económica. Las marroquíes
las imitarán pronto. Estos signos, por modestos que parezcan, avanzan
una evolución deseada por los empresarios privados que está llamada
a adquirir una importancia creciente. En este aspecto, la competencia de
los países asiáticos está desempeñando, tal vez,
un papel más importante que los acuerdos cerrados con la Unión
Europea.

Entre los escenarios propuestos por el Banco Mundial para 2020, el más
prometedor prevé una fuerte cohesión en la región que
incluiría los servicios y el marco reglamentario y que iría
acompañada de más integración comercial con la Unión
Europea y una mayor apertura al resto del mundo. Este panorama ofrece posibilidades
de crecimiento del PIB real para 2020, de un 57%, un 38% y un 51% respectivamente
para Argelia, Marruecos y Túnez. Es lo que podríamos calificar
como regionalismo abierto. Esta perspectiva, por utópica que pueda
parecer hoy, tiene el mérito de sugerir que el futuro no está perdido.
Mientras esperan a que se manifieste una voluntad política fuerte,
las empresas pueden al menos anticiparse, teniendo siempre en cuenta sus
intereses.

La confianza que resultaría de la reapertura de la frontera entre
Marruecos y Argelia es imposible de calcular a escala regional, como también
lo es la capacidad de las poblaciones de los tres países de recuperar
la costumbre de trabajar juntos, aún tan viva en la memoria. Basta
con escuchar a los empresarios para comprender que esos hombres que han gestionado
la energía, construido fábricas, comprado otras, exportado
o negociado en circunstancias difíciles pueden ayudar a llevar a cabo
el proyecto de un espacio económico común que ya están,
aunque sea a pequeños pasos, construyendo. Más allá de
los escenarios, por otro lado muy útiles, del Banco Mundial y de los
economistas, por muy expertos que sean, los ingredientes del éxito
están ahí y el efecto palanca de la recuperación de
la confianza en el futuro de la región, de una región abierta
al mundo, sería considerable. Por el momento, son demasiados los proyectos
de inversiones de unos en los países de los otros que están
en compás de espera.

La perspectiva de apertura de las fronteras y del marco regulador también
harían entrar en escena a la numerosa diáspora magrebí y
su papel esencial en la modernización de la economía y de las
mentalidades en la región. El impacto potencial de los cientos de
miles de personas de origen magrebí con cualificación profesional
y propietarios de empresas en Europa y América, por no hablar del
golfo Pérsico, depende de las decisiones de los dirigentes políticos
y de que éstos acepten abandonar el férreo nacionalismo de
las políticas desarrolladas desde la independencia.

La responsabilidad de los empresarios magrebíes también es
evidente. La juventud de sus negocios, la falta de madurez de muchos de ellos
y la escasa tradición de empresas privadas las han condenado a la
colusión con el poder. La creatividad, el deseo de libertad de acción
y la voluntad de construir, desde abajo, una entidad magrebí desde
las empresas es, sin embargo, cada vez más patente.

A LOS EMPRESARIOS MEDITERRÁNEOS. URGENTE: Cómo construir un`tigre magrebí. Los empresarios del sur de Europa y del norte de África pueden lograr, antes de 2020, un Magreb integrado capaz de competir con el resto del mundo

A: Los empresarios mediterráneos

DE: Francis Ghilès

RE: El coste del no Magreb

Más que realizar diagnósticos sobre el estado actual de los
países del Magreb y su relación con España y Europa,
conviene animar a los actores económicos y culturales a reflexionar
sobre los medios necesarios para que el norte de África pueda ocupar
en 2020 el lugar que le corresponde y sea escuchado en los países
de la orilla septentrional y en el resto del mundo. Las relaciones entre
los países magrebíes, y entre éstos y los de Europa,
recuerdan a un diálogo de sordos que tiene lugar con el telón
de fondo de la creciente diferencia de riqueza entre las dos riberas del
Mediterráneo.

Hasta el momento, las dos orillas no han logrado conjugar migraciones internacionales
e integración regional o, dicho de otro modo, promover un juego en
el que todos ganen. La reducción del crecimiento demográfico
en el Magreb tiene innumerables ventajas económicas y sociales y es
necesaria, aunque no suficiente, para la transición democrática.
Sin embargo, sus beneficios son más evidentes para la población
en general que para los recién llegados al mercado de trabajo que
van a sumarse a los parados existentes. Superar el rechazo que provoca la
fe musulmana —real o supuesta— de estos inmigrantes sigue siendo
un desafío para los Estados de las dos orillas.

El cierre de la frontera entre Argelia y Marruecos, la escasez de los intercambios
comerciales, financieros y humanos entre países de una región
con múltiples vínculos históricos frenan su crecimiento
económico y avisan de que les espera un futuro incierto. Todo esto
desanima a los inversores privados, tanto nacionales como extranjeros, y
estimula la fuga de capitales. Muchos magrebíes sueñan con
la construcción de un espacio común económico, cultural
y humano que no condene al olvido épocas enteras de su historia.

Hay que afrontar la realidad. China y gran parte de Asia están cambiando
de forma radical los esquemas tradicionales de desarrollo en el Magreb y
en el Viejo Continente, donde cada vez habrá menos espacio para industrias
que creen empleo y respondan a la demanda anunciada para los próximos
veinte años. Sin duda, Europa se adaptará a esta situación
gracias a su boom demográfico a la inversa, pero el Magreb no. En
el escenario más optimista, en el que se abre a sí mismo, a
la Unión Europea y al mundo, la renta per cápita será de
4.000 dólares (unos 3.000 euros) en 2020, lo que no convertiría
a la región en un tigre precisamente. La falta de cooperación
y de integración regional lo que hace es destruir valor: hay demasiadas
inversiones de carácter político y pocas rentables económicamente.
Cada vez más hombres de negocios, sobre todo del sector privado, piden
que la construcción del Magreb se haga desde abajo, desde las empresas.
Y cada vez son más las pequeñas y medianas empresas magrebíes
que, con valentía y ambición, conciben su desarrollo en un
marco regional, fuera de las grandes declaraciones políticas o de
los acuerdos marco entre Estados.

LA UNIÓN HACE LA FUERZA
Gracias a su espíritu visionario, los gobernantes de los países
del norte de África podrían conseguir, en una generación,
poner en marcha un modelo de desarrollo consensuado, superar los obstáculos
que han dificultado el crecimiento económico de la región y
crear sinergias que permitan que se integre en la economía mundial,
para evitar la marginación que amenaza el Magreb. Ese papel aglutinador
sería decisivo, en primer lugar, para crear riqueza y valor añadido;
en segundo lugar, para dar respuesta a las necesidades fundamentales de los
hogares —tanto en las ciudades como en el campo— y, por último,
para superar las consecuencias de la falta de agua, la sequía y la
deforestación.

Transformar la política energética en instrumento de desarrollo
y no de poder sería revolucionario. Crear una compañía
aérea regional de capital privado también lo sería.
Desarrollar hubs (centros neurálgicos) regionales y lanzar productos
turísticos autóctonos tendría un importante efecto de
arrastre económico. Y sería necesario crear bancos privados
regionales para garantizar un marco financiero sólido que permita
estas políticas. Estos tres ejemplos subrayan la necesidad de desarrollar
industrias de servicios regionales que se apoyen en un entorno reglamentario
de dimensión magrebí y hagan frente a la competencia europea
y mundial, sobre todo porque es a través del intercambio de mercancías
como la región podrá crecer más rápido y ofrecer
un empleo a sus hijos. El apoyo que ofrece la Unión Europea en el ámbito
del Proceso de Barcelona no es despreciable, pero si se desplegara en un
Magreb de fronteras abiertas, su eficacia se multiplicaría. La creación
de un foro en España en el que se encontraran los poderes públicos
y las organizaciones internacionales constituiría una aportación
esencial a la renovación de ese proceso.

Considerada como un efecto de la explosión demográfica, la
emigración internacional ha sido uno de los motores de la caída
de la fecundidad. Gracias a su influencia en sus lugares de origen, los emigrantes
magrebíes han acelerado la transformación de los comportamientos
en sus países. Hay en ello una ventaja difícilmente cuantificable
pero en todo caso muy significativa para la sociedad y la economía
magrebíes. Además de las remesas de dinero, durante su estancia
en el país de acogida, adquieren ciertos valores. La preferencia por
la familia numerosa deja paso a una visión más realista. Esto
no les sucede a los egipcios o sirios que emigran a la península Arábiga:
allí se produce una wahabización de los valores, no la aceptación
de otros individuales como en el caso de la emigración magrebí a
Occidente. Pero el éxodo a Europa nunca podrá constituir una
alternativa a la absorción de los desempleados por parte de los mercados
de trabajo magrebíes. Habrá que esperar hasta 2020 o incluso
2025 para que la transición demográfica tenga efectos visibles
en el ámbito laboral.

MEDITERRÁNEO SIN FRONTERAS
A pesar del maná petrolero que ha caído sobre la península
Arábiga y de la homogeneidad lingüística (aunque no se
debe olvidar que el sustrato del Magreb es bereber), los magrebíes
no quieren emigrar a sus países vecinos del Este. No se sienten cómodos
en esa parte del mundo. Por otro lado, sorprende la escasez (por no decir
inexistencia) de nacionales de unos países magrebíes en los
otros. Es un absurdo que en Argelia trabajen 70.000 chinos y sólo
20.000 marroquíes; insulta la memoria de unos pueblos que se ayudaron
durante su lucha por la independencia. La creación de un tigre
norteafricano
es inconcebible sin una mayor libertad de circulación de las personas.
Los tres países del Magreb central tienen muchísimas más
cosas en común que puntos de divergencia. Su historia es mucho menos
conflictiva que la europea. Han compartido la colonización francesa,
la gran aventura de la emigración al Norte, la adopción de
una lengua casi nacional común (el francés) y la convergencia
de sus estructuras económicas.

La diáspora piensa cada vez más en términos del Magreb:
no puede dialogar ni con las élites políticas de la región,
que siguen siendo muy nacionalistas, ni con las europeas, en las que están
poco representados. Los intelectuales hacen un esfuerzo de concertación,
de pensar la región, y los empresarios, por eficacia, parecen querer
pisarles los talones. Para ellos, el proyecto magrebí se parece mucho
más a una apuesta de futuro que a una lectura emocional del pasado.
Si este movimiento se extendiera, su influencia sería muy beneficiosa
para el desarrollo económico e intelectual del Magreb. Sus jóvenes
deberían estar más presentes en estos debates: son ellos los
que representan el futuro y quienes buscan trabajo. Las medidas administrativas
cada vez más restrictivas que les impiden descubrir tanto a sus vecinos
como a sus pares europeos son aún más graves en la medida en
que la juventud constituye más del 60% de la población. Su
prisma de lectura es diferente respecto al de las generaciones en el poder.
Sus códigos de comunicación son diferentes y sus aspiraciones,
que no difieren demasiado de un país a otro, no son bien comprendidas,
ni siquiera percibidas, por las políticas que se llevan a cabo en
ambas orillas, ya que los raros canales de comunicación que existen
están sesgados.

EMPRESARIOS DE VANGUARDIA
Todas las tentativas de estos últimos cuarenta
años
de integrar las economías de los países del Magreb han fracasado. ¿Será diferente
en el futuro? La respuesta es acuciante, porque estos Estados necesitarán
todavía 20 años para alcanzar el PNB (producto nacional bruto)
per cápita de los menos ricos de la OCDE, aunque desde hace unos años
han recuperado índices de crecimiento del PIB (producto interior bruto)
del orden del 4% o 5% anual. El paro es aún elevado: alcanza el 20%
entre los jóvenes de los tres países. La integración
aumentaría el crecimiento, ya que estimularía la competencia
entre los productores magrebíes y haría surgir un mercado de
75 millones de personas. Con ello, la región sería mucho más
atractiva para los inversores extranjeros.

Los beneficios de una integración más profunda dependen, no
obstante, de que incluya a sectores que a menudo se han dejado de lado: los
servicios y el marco regulador (de los servicios financieros, las telecomunicaciones,
la competencia…). La liberalización del movimiento de mercancías
no es en sí una panacea.

Los países del Magreb están tan mal integrados entre sí como
en la economía mundial. La inversión directa extranjera (IDE)
es escasa en comparación con regiones similares en el resto del mundo.
Hasta el momento, estas entradas de capital no han sido tan grandes como
se esperaba, pero hay ciertos signos prometedores y, aunque sea lentamente,
se diversifican las exportaciones de Marruecos y, sobre todo, de Túnez.
Unas 650 empresas tunecinas están inscritas en el registro de comercio
de Argelia, 70 de las cuales tienen una presencia económica. Las marroquíes
las imitarán pronto. Estos signos, por modestos que parezcan, avanzan
una evolución deseada por los empresarios privados que está llamada
a adquirir una importancia creciente. En este aspecto, la competencia de
los países asiáticos está desempeñando, tal vez,
un papel más importante que los acuerdos cerrados con la Unión
Europea.

Entre los escenarios propuestos por el Banco Mundial para 2020, el más
prometedor prevé una fuerte cohesión en la región que
incluiría los servicios y el marco reglamentario y que iría
acompañada de más integración comercial con la Unión
Europea y una mayor apertura al resto del mundo. Este panorama ofrece posibilidades
de crecimiento del PIB real para 2020, de un 57%, un 38% y un 51% respectivamente
para Argelia, Marruecos y Túnez. Es lo que podríamos calificar
como regionalismo abierto. Esta perspectiva, por utópica que pueda
parecer hoy, tiene el mérito de sugerir que el futuro no está perdido.
Mientras esperan a que se manifieste una voluntad política fuerte,
las empresas pueden al menos anticiparse, teniendo siempre en cuenta sus
intereses.

La confianza que resultaría de la reapertura de la frontera entre
Marruecos y Argelia es imposible de calcular a escala regional, como también
lo es la capacidad de las poblaciones de los tres países de recuperar
la costumbre de trabajar juntos, aún tan viva en la memoria. Basta
con escuchar a los empresarios para comprender que esos hombres que han gestionado
la energía, construido fábricas, comprado otras, exportado
o negociado en circunstancias difíciles pueden ayudar a llevar a cabo
el proyecto de un espacio económico común que ya están,
aunque sea a pequeños pasos, construyendo. Más allá de
los escenarios, por otro lado muy útiles, del Banco Mundial y de los
economistas, por muy expertos que sean, los ingredientes del éxito
están ahí y el efecto palanca de la recuperación de
la confianza en el futuro de la región, de una región abierta
al mundo, sería considerable. Por el momento, son demasiados los proyectos
de inversiones de unos en los países de los otros que están
en compás de espera.

La perspectiva de apertura de las fronteras y del marco regulador también
harían entrar en escena a la numerosa diáspora magrebí y
su papel esencial en la modernización de la economía y de las
mentalidades en la región. El impacto potencial de los cientos de
miles de personas de origen magrebí con cualificación profesional
y propietarios de empresas en Europa y América, por no hablar del
golfo Pérsico, depende de las decisiones de los dirigentes políticos
y de que éstos acepten abandonar el férreo nacionalismo de
las políticas desarrolladas desde la independencia.

La responsabilidad de los empresarios magrebíes también es
evidente. La juventud de sus negocios, la falta de madurez de muchos de ellos
y la escasa tradición de empresas privadas las han condenado a la
colusión con el poder. La creatividad, el deseo de libertad de acción
y la voluntad de construir, desde abajo, una entidad magrebí desde
las empresas es, sin embargo, cada vez más patente.

Francis Ghilès es investigador
principal del IEMed (Instituto Europeo del Mediterráneo) y coordinó el
seminario
Del coste del no Magreb al tigre norteafricano,
organizado en Madrid los días 25 y 26 de mayo por el IEMed y el Centro Internacional de
Toledo para la Paz. Las ponencias presentadas en esas jornadas, en las que
se basa este memorándum, pueden consultarse en las webs de ambas instituciones
(www.iemed.org y www.toledopax.org).