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La foto de la izquierda muestra a gente manifestándose en la plaza de Tiananmén (Pekín) en junio de 1989, mientras que la imagen de la derecha ha sido tomada en el mismo lugar en mayo de 2019, 30 años después. CATHERINE HENRIETTE,GREG BAKER/AFP/Getty Images

Aquellos que critican abiertamente al Gobierno chino son muy pocos en comparación con 1989, pero todavía hay intelectuales y activistas que se enfrentan al poder. Sus métodos y procedencias han cambiado, pero sus críticas a la desigualdad, la corrupción o la falta de libertades se mantienen.

El próximo 4 de junio se cumplirán 30 años de un hecho que marcó profundamente la historia de la China postmaoísta: la dura represión del Ejército chino contra miles de manifestantes que habían  protestado contra el Gobierno durante días en la plaza de Tiananmén, la más grande y simbólica del país.

La represión del 4 de junio es un momento clave si se quiere trazar una cronología sobre cómo ha evolucionado la oposición o disidencia contra el Gobierno chino desde que murió Mao hasta hoy en día. Mucho ha cambiado desde esos explosivos años 80, en los que China aún estaba muy atrasada y existía una gran efervescencia intelectual, hasta hoy, cuando el país ya es la segunda superpotencia mundial y sólo hay pequeños y aislados destellos de disidencia. Pero, pese a los cambios, perviven patrones y motivaciones parecidas en aquellos que se oponen y se oponían al poder chino.

Para entender qué ha cambiado y qué se ha mantenido desde 1989 hasta hora, es interesante recuperar una obra que transmitió de manera clara el clima intelectual que reinaba entre los críticos con el Partido Comunista a finales de los 80, antes de que se produjera la enorme represión. Se trata de Evening Chats in Beijing del académico estadounidense Perry Link. En ella Link, después de entrevistarse con múltiples intelectuales del momento, consiguió trazar un mosaico plural de opiniones, propuestas y miedos.

El rasgo común de todos ellos era una postura crítica hacia el Gobierno (aunque eso, en muchos casos, no implicara destronar al Partido Comunista) y una enorme preocupación por la situación que vivía el país. Como explica Link en la primeras páginas de esta obra, muchos de estos intelectuales se percibían como continuadores de la “tradición moral” de los letrados confucianos, que les impelía a implicarse en los asuntos públicos, en la política y en el Estado, pero, a la vez, a denunciar a los gobernantes si estos se comportaban de manera inmoral. Esta “preocupación pública” de los intelectuales no había desaparecido con el fin de los letrados del sistema imperial: tanto en hitos históricos como el revolucionario y patriótico “4 de mayo” de 1919 —otra revuelta estudiantil que acabó en Tiananmén—, como durante el auge del poder maoísta, hubo desde literatos hasta científicos que adoptaron una posición política, con el ánimo de contribuir a solucionar los problemas de su China contemporánea.

Leyendo Evening Chats in Beijing uno puede distinguir qué problemas que apuntaban los intelectuales chinos de los 80 se han solucionado y cuáles no. Qué diagnósticos han sido fallidos y cuáles se mantienen. Uno de los grandes temas era la corrupción dentro del Partido. Con las reformas económicas y de apertura de la etapa de Deng Xiaoping, multitud de dirigentes y sus familias se enriquecieron de manera escandalosa, mientras que el nivel de vida de la población también ascendía, aunque a mucha menos velocidad. Esta exhibición de la corrupción y la percepción de desigualdad fueron una de las grandes causas —si no la primera— de las protestas que surgirían en 1989.

Mirado desde el presente, es un problema que se ha rebajado, pero que todavía sigue como una de las grandes preocupaciones de la población. En las décadas posteriores a 1989, el nivel de vida y la creación de una importante clase media hicieron que el fenómeno de la corrupción de las élites no contrastara de manera tan descarada con el resto de la población. El Partido, por otro lado, lo planteó como uno de los grandes problemas a afrontar y solucionar —la campaña anticorrupción de Xi Jinping debe entenderse como respuesta a este peligroso resentimiento que desde hace años genera la corrupción del Partido—.

Otro problema que planteaban los intelectuales críticos de los 80 era el anquilosamiento de la dirección del Partido Comunista. Muchos de ellos asociaban el atraso de China —en comparación con otros territorios del entorno como Singapur, Hong Kong o Taiwán— a esta vieja élite. Se decía que la preponderancia del “ala conservadora” del Partido estancaría al país. La historia ha demostrado que no ha sido así. El Gobierno chino ha sido más maleable y flexible de lo que sus críticos creían, manteniendo la estructura política pero haciendo de la economía del país la segunda a escala mundial. Muchos chinos que antes emigraban a Hong Kong, Singapur o a Occidente ahora ven China como un mercado laboral con más oportunidades y prosperidad. Mientras que en el pasado los estudiantes chinos que iban a estudiar a Occidente peleaban por poder quedarse a vivir allí, ahora hay una mayoría que solo ve esa estancia como una etapa puntual antes de regresar a trabajar al gigante asiático.

Otros de los problemas que señalaban los intelectuales del momento como grandes barreras han quedado casi enterrados en el pasado. Uno de ellos era el sistema de “unidades de trabajo” de la economía postmaoísta, en el que el Estado dominaba la mayoría del mercado laboral, y cada trabajador tenía asociada una “unidad” a la que pertenecía, lo que hacía casi imposible cambiar de empleo, escoger el lugar donde vivir e incluso podía generar barreras en asuntos personales como el matrimonio. Esta falta de libertades que se criticaba en el momento ya fue superada mediante las reformas de libre mercado. Aunque generó otro problema que no se había previsto: muchos chinos preferían ese sistema controlador pero que les garantizaba una estabilidad laboral, una vivienda y unos servicios sociales asegurados, a un capitalismo más imprevisible y desigual.

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Gente deja flores en una estatua dedicada al disidente chino Liu Xiaobo en Hong Kong, 2018, PHILIP FONG/AFP/Getty Images.

Una de las críticas de esos años 80 que no ha cambiado es la de la falta de libertades individuales y políticas. Esa fue una de las grandes proclamas en Tiananmén en 1989: más democracia. Aunque, como explica Link en su obra, el concepto de democracia no estaba claro ni para los manifestantes ni para los intelectuales del momento. Casi ninguno se refería a un parlamentarismo al estilo occidental: para algunos, “más democracia” era menos corrupción, para otros más libertad de prensa, para otros una China “más fuerte” y para otros más derechos humanos. No había consenso ni planes prácticos para el futuro posterior a las protestas: algunos hablaban de reformar el Partido, otros de derrocarlo, otros temían el caos de su ausencia, otros tenían en mente una monarquía constitucional y también había quienes hablaban de un “nuevo autoritarismo” en el que un dictador ilustrado elevaría los estándares de vida y su economía, lo que luego llevaría a reformas políticas.

No hubo debate. El Partido se impuso con toda su fuerza en 1989 y se tomó el rumbo que conocemos hasta ahora. El movimiento surgido en Tiananmén se desmoronó y muchos de sus líderes acabaron en prisión o exiliados en el extranjero. Aunque varios de los que participaron en esas protestas han tenido repercusión posteriormente —como el Premio Nobel disidente Liu Xiaobo y su Carta 08, que abogaba por el multipartidismo en China—, el 4 de junio queda más como una fecha de dolor colectivo que como una influencia decisiva en la disidencia china actual.

Por ejemplo, un movimiento que cogió fuerza hace unos años, hasta ser cortado de raíz en 2015, fue el de abogados chinos que defendían causas vinculadas a los derechos humanos y a abusos de las autoridades. Su posición de centrarse en problemas y personas concretas era diferente a los planteamientos más teóricos de los intelectuales de los 80, pero a la vez mostraba que varios de los problemas que ya se lamentaban hace décadas todavía persistían.

Actualmente, la oposición o los críticos hacia el gobierno de Xi Jinping adquieren formas distintas. Por ejemplo, el movimiento de estudiantes marxistas ortodoxos de varias universidades chinas —que critican la desigualdad y la falta de consciencia socialista en defensa de los trabajadores de los dirigentes del Partido— ha causado cierto rumor y simpatía en los campus, aunque muchos de ellos ya hayan sido reprimidos y detenidos por las autoridades. Y, aunque algunos de estos mismos estudiantes ultraizquierdistas han elogiado la etapa de la Revolución Cultural, su enfrentamiento al establishment ha hecho que, sorprendentemente, disidentes chinos de derechas y prooccidentales les den su apoyo. A nadie se le escapa la figura simbólica que ha representado el revolucionario estudiantado chino durante todo el siglo XX.

Si estos activistas han generado atención desde el ruido, otros lo han hecho desde la letra escrita. Algunos antiguos disidentes, como explicaba este artículo del New Yorker, utilizan redes sociales como los grupos de Wechat o Weibo para poner en circulación sus críticas y artículos, intentando esquivar la censura.

Aunque quizás la figura crítica más significativa que ha emergido hace poco es la de un insider, el profesor de Derecho constitucional de la prestigiosa Universidad Tsinghua, Xu Zhangrun. Como explica este artículo de The New York Review of Books, Xu dio hace meses un paso crítico en la trayectoria de cualquier intelectual chino: publicar un ensayo criticando duramente la dirección que el Partido había tomado bajo el liderazgo de Xi Jinping. Xu lamentó “retrocesos” como la eliminación de límites de mandatos de Xi y la restricción aún mayor de libertades personales. También pidió que se quitaran los privilegios a los altos cargos del Partido, finalizara el “culto a la personalidad” hacia Xi y se revirtiera el “juicio oficial” sobre la represión de Tiananmén, en el que se justificaba la violencia usada como respuesta a una “rebelión contrarrevolucionaria”. El ensayo fue rápidamente sacado de circulación y Xu fue suspendido de su puesto en la universidad. Pero rápidamente diversos académicos e intelectuales chinos lo apoyaron públicamente.

Como puede verse, el papel del intelectual crítico chino no ha desaparecido. Algunas formas de activismo, por otro lado, han mutado con el tiempo, y también sus demandas y objetivos. Algunos problemas que existían en los 80 se mantienen, mientras que el Partido ha solucionado o enterrado otros de ellos. Hoy en día no existe un movimiento como el de 1989, ni parece que vaya a haberlo. Pero las pequeñas muestras de rebelión son significativas, por lo que podrían representar si se extendieran. Por eso el Partido no se arriesga a que vayan a más. Nunca puede estar seguro de que no aparezcan nuevas. La historia y los acontecimientos son imprevisibles, para bien o para mal. Y eso lo sabe tanto el Gobierno chino como sus persistentes críticos.