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La ciudad de Hodeida (Yemen) tras ser bombardeada por la coalición. (ABDO HYDER/AFP/Getty Images)

Un ataque de la coalición encabezada por los saudíes contra la ciudad de Hodeida puede sumir a millones de yemeníes en la hambruna y topará con la feroz resistencia de los rebeldes hutíes. Estados Unidos debe dejar de facilitar las ofensivas de la coalición y las potencias internacionales deben establecer el control de la ONU en Hodeida cuanto antes.

¿Qué ha cambiado? A finales de octubre, los combates llegaron a las afueras de la ciudad de Hodeida, un gran puerto para el comercio en la costa yemení del Mar Rojo del que viven alrededor de dos tercios de la población del país. La situación parece haberse calmado por ahora, pero podría volver a tensarse en cualquier momento.

¿Por qué es importante? Una última batalla por la ciudad y el puerto de Hodeida seguramente hundiría a millones de yemeníes en la hambruna. Además, restaría autoridad a las conversaciones entre los rebeldes hutíes y las fuerzas yemeníes y de los países del Golfo desplegadas contra ellos, lo cual prolongaría el sufrimiento de la población.

¿Qué hay que hacer? Las potencias internacionales deben tratar de salvar Hodeida y facilitar el traspaso del puerto a la ONU. Estados Unidos y otros países deben dejar de favorecer las ofensivas de la coalición dirigida por Arabia Saudí. El Consejo de Seguridad tiene que aprobar una resolución que exija un alto el fuego en todo el país y que todas las partes protejan las infraestructuras de transportes fundamentales.

La batalla intermitente por el control de la costa yemení del Mar Rojo, en la actualidad el escenario más activo de una guerra civil de múltiples bandos, ha llegado a las afueras de la ciudad de Hodeida. Si no se detienen los combates de forma sostenida, es posible que pronto entre en la ciudad y llegue al puerto, que están en manos de los rebeldes hutíes desde 2015. La intensificación de los combates bloquearía la principal entrada del país para la importación de bienes, incluida la ayuda humanitaria, y sumiría a una población desesperada en lo que el responsable de Asuntos Humanitarios de la ONU, Mark Lowcock, denomina “una inmensa gran hambruna”. Por tanto, las potencias internacionales se enfrentan a una decisión dura pero sencilla: evitar una batalla destructiva por el control de Hodeida o reconocer que, si no actúan, van a ser cómplices de una hambruna de masas. No solo deben elegir lo primero, sino actuar con rapidez para poner fin al sitio de Hodeida y que la emergencia actual no se repita.

Un tardío llamamiento de Estados Unidos, a finales de octubre, para que se reanudaran las negociaciones de paz en Yemen, impulsó una “pausa” en el avance de la coalición saudí hacia Hodeida. Pero, en el pasado, todos los anuncios de ese tipo han ido siempre seguidos de una nueva ofensiva, y las fuerzas que rodean Hodeida parecen impacientes por iniciar el asalto definitivo, convencidas de que será un punto de inflexión en la guerra. Sin embargo, están subestimando la capacidad de resistencia de los hutíes y no tienen en cuenta las consecuencias humanitarias. El Consejo de Seguridad de la ONU debería aprobar con urgencia la resolución que ahora mismo se está estudiando y que pide, entre otras cosas, el cese de las hostilidades en y alrededor de Hodeida, el fin de los ataques hutíes contra los vecinos de Yemen y los ataques de la coalición contra zonas habitadas; así como la toma de medidas para garantizar la circulación de los bienes esenciales. Además, debería añadir la exigencia de un alto el fuego en todo el país y el establecimiento de un plan dirigido por Naciones Unidas para gestionar el puerto de Hodeida.

Pero hacen falta más cosas. Los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad —Estados Unidos, Reino Unido y Francia y, en menor medida, China y Rusia— suministran armas a la coalición encabezada por Arabia Saudí, desde bombas y misiles de alta tecnología hasta fusiles AK-47 y munición, que cumplen un papel crucial en los combates sobre el terreno. Estados Unidos, Reino Unido y Francia son los principales proveedores de armamento ofensivo avanzado de Abu Dabi y Riad. Los asesores y contratistas militares estadounidenses, británicos y franceses contribuyen de manera fundamental a sostener a las fuerzas militares de la coalición y, por extensión, la guerra en Yemen. Deben interrumpir la ayuda militar a las operaciones ofensivas de la coalición, incluido el intercambio de información y la transferencia de armamento y material, dado que el avance de la coalición es lo que incrementa las probabilidades de que estalle esa batalla final por Hodeida con el consiguiente desastre humanitario. El reciente anuncio de Washington de que va a dejar de reabastecer en vuelo a los aviones de la coalición es un elemento positivo, pero no es más que un primer paso.

El presidente Donald Trump ha dejado claro que tiene intención de seguir apoyando a Arabia Saudí y los Emiratos y de impedir cualquier nueva acción punitiva contra Riad. Por tanto, es posible que el Congreso tenga que tomar la iniciativa.

Los hutíes también deberían estar sujetos a un alto el fuego decretado por la ONU. En Hodeida tienen que tomar una decisión clara, entre aceptar una salida negociada del puerto o unirse a una batalla que resultaría devastadora para millones de personas en los territorios que controlan en la actualidad. Tienen escaso contacto con el mundo exterior y no confían prácticamente en nadie; hay pocos países que tengan influencia sobre ellos, salvo tal vez Irán y Omán. Irán ha desempeñado un papel negativo, porque ha ayudado a los hutíes para perjudicar a Arabia Saudí. Aunque Teherán ha dicho a los países europeos que está dispuesto a cooperar para poner fin a la guerra, hay escasas pruebas de que sea así, y tiene pocos incentivos para hacerlo en un momento en el que hay tanta tensión con Washington y Riad. Muscat no ha querido despilfarrar capital político en presionar a los rebeldes, desde que fracasó un plan auspiciado por Estados Unidos a finales de 2016. Pero ahora ha llegado el momento de que Irán y Omán utilicen su influencia para convencer a los hutíes de que acepten la propuesta de la ONU, cedan el puerto de Hodeida al control de la comunidad internacional, respeten el cese de hostilidades y participen en las negociaciones de paz.

El enviado de la ONU, Martin Griffiths, se enfrenta a la prueba más difícil de su todavía joven mandato. Si su intento de mediación consigue evitar una batalla destructiva en Hodeida, podría aprovechar ese impulso para reanimar un proceso de paz que lleva dos años estancado. Ahora bien, si fracasa, la paz en Yemen parecerá cada vez más remota y las perspectivas para su población, envuelta en esta guerra, cada vez más terribles.

 

El artículo original ha sido publicado en International Crisis Group

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia