Capturar a asesinos de Al Qaeda se va a poner mucho más difícil. ¿La razón? Dentro de poco sus miembros tendrán la misma apariencia que usted y yo.

Abu Laith al Libi debía de estar tan a gusto mientras tomaba té con sus ayudantes en una pequeña guarida en Waziristán, al norte de Pakistán. Era un comandante local de Al Qaeda que llevaba décadas dirigiendo operaciones terroristas. Vestía de manera sencilla, con un turbante de algodón y un Kaláshnikov siempre a mano. Cuando un misil  lanzado desde un avión Predator atravesó los muros del edificio, su último pensamiento debió de ser: “¿Cómo me han descubierto?”.

El servicio de inteligencia de EE UU se centra en un único perfil de terrorista

En el campo de batalla, identificar terroristas es relativamente sencillo. Mi instructor de tiro en misiones de reconocimiento siempre nos recordaba una obviedad aplicable en Afganistán e Irak: disparar al que va armado. Pero no es posible hacer lo mismo con los terroristas más peligrosos: los que actúan de forma encubierta dentro de EE UU y Europa. Son un caso completamente diferente. Cazarlos se parece más a buscar espías soviéticos durante la guerra fría. Es necesario un sistema de contraespionaje altamente formado, institucionalizado, que confíe las tareas especializadas sobre el terreno a expertos capaces de estudiar, perseguir y desenmascarar las operaciones del enemigo. Sin embargo, tras los atentados del 11-S en Nueva York, Washington ha adoptado la estrategia opuesta. Desde aumentar la seguridad de los aeropuertos con más y más tecnología, hasta centralizar el control de fronteras y puertos bajo la autoridad del Departamento de Seguridad de la Patria, o invadir Afganistán e Irak, EE UU recurre a los aparatitos, la burocracia y los bombardeos en vez de entrenar espías que hablen árabe o centrarse en destruir las fuerzas que cohesionan a los extremistas. Al adoptar una estrategia de poder duro ha arruinado muchas oportunidades de hacer las cosas bien.

Las células terroristas están muy por delante de nuestra capacidad para detectarlas. Están aprendiendo habilidades para el combate en Afganistán, Irak, Pakistán, Arabia Saudí o Yemen, haciéndose expertos en el arte de infiltrarse, de integrarse en comunidades diferentes de la suya. Un amplio abanico de conocimientos para desenvolverse en el mundo, con dominio del inglés y un nivel aceptable de informática, móviles e Internet vía satélite. Semejante grado de información y sofisticación no tiene precedentes en la historia del terrorismo. Y, lo que quizá es más importante, están motivadísimos con su misión: encantados de acercarse a su enemigo y, con sumo júbilo, morir junto a él.

En los últimos años, el espionaje de EE UU se ha construido un patrón con el supuesto aspecto del terrorista moderno. Fue creado justo después del 11-S y es un estereotipo fundado en prejuicios raciales y pobremente definido, al que denominan hombre árabe militarmente experimentado o MAAM, en sus siglas en inglés. Podría ser extranjero o estadounidense. En los últimos años, la gente del sureste asiático también ha sido incluida en la lista. Este perfil parece lógico. Casi todos los que participaron en el 11-S eran jóvenes árabes, pero, parafraseando a Mao Zedong, un terrorista sólo puede ser tan escurridizo como lo sea el mar en el que nada. En los servicios de inteligencia de Washington falta respeto cultural y una actitud receptiva hacia los pueblos y culturas extranjeras.

La actual estrategia no incluye realizar ningún esfuerzo para romper los lazos de los yihadistas con las comunidades que les ocultan y con la cultura del martirio en la que se inspiran. Al centrarse exclusivamente en impedir que llegue a producirse un atentado del tipo bomba de relojería, se olvida la posibilidad de destruir la estructura social en la que se apoyan las redes. Los mecanismos de poder blando pueden resultar más efectivos que las demostraciones de fuerza. Este enfoque alternativo, que a menudo ha sido ridiculizado como una campaña para los corazones y las mentes, puede hacer que un terrorista se sienta en deuda no sólo con su familia, que se beneficia de la relación, sino con el agente estadounidense que se encargue de él. Si un espía muestra empatía con un objetivo y establece una relación con él, ofrece la oportunidad de infiltrarse en la red. Esta táctica de la vieja escuela de convertir a los terroristas en activos valiosos en vez de matarlos puede sonar extravagante, pero la actual estrategia de primero las armas ignora la cambiante diversidad del enemigo.

¿Y qué aspecto tendrá esta próxima generación de terroristas? Resumiendo: muy parecido al suyo y al mío

En estos momentos, una nueva generación de agentes estudia los métodos, medios y motivaciones de Al Qaeda. Pero les falta algo fundamental: respetarles como oponentes estratégicamente inteligentes y como seres humanos. El único perfil que conocen es el MAAM y es un grave error que puede arruinar todos sus esfuerzos, ya que les bastará con cambiar su perfil para infiltrarse. No es la primera vez que ocurre. El 11-S fue posible, en parte, debido a que las fuerzas de seguridad daban por supuesto que los saudíes ricos eran árabes seguros. Al Qaeda conocía este prejuicio y lo aprovechó. Es consciente de la dependencia que le crea el que sus filas estén integradas principalmente por hombres árabes musulmanes, pero tiene también una visión dinámica y adaptable del contraespionaje. La necesidad de cruzar fronteras de forma legal y clandestina les está llevando a hacer un gran esfuerzo de reclutamiento en Occidente, sobre todo en Europa. Aún más inteligente ha sido su respuesta a la necesidad de buscar nuevas formas de atentar: han creado el método monta tu propia yihad, una campaña de motivación y formación a través de Internet. Tras 20 años entrenando terroristas en campamentos, saltar a la Red supone un giro radical que permite que cualquiera que quiera pueda convertirse en yihadista. Esta escuela no es sólo para extremistas islamistas.

¿Y qué aspecto tendrá esta próxima generación de terroristas? Resumiendo: muy parecido al suyo y al mío. En sus filas aumentan las personas con pasaporte europeo, principalmente inmigrantes e hijos de inmigrantes. De Bagdad a Glasgow, Madrid y Bombay, las tendencias muestran que personas de piel clara –hombres y mujeres sin antecedentes problemáticos ni violentos– van a convertirse en la nueva tropa del terror. Y, lo que es más preocupante, seguramente muchos serán estadounidenses. Ahora viven en estado latente, actuando y haciendo planes solos, como un asesino en serie. Encuentran inspiración en Internet y permanecen en el mundo virtual hasta que encuentran compañeros de aventura en la vida real. Detectar a estas personas requerirá un nuevo enfoque en lo referente a intenciones, habilidades, capacidades y técnicas de espionaje.

La inteligencia de Washington debería replantearse su misión, planear estrategias para infiltrarse entre los nuevos reclutas, para aislarles y separarles de la comunidad yihadista. Mientras Estados Unidos no se centre en combatir el terrorismo a pie de calle, sus ciudadanos seguirán siendo vulnerables a quienes envían a sus hijos a morir en una yihad nacida del odio, la ignorancia y el miedo.

 

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