La lengua como instrumento político en el país centroasiático.

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El presidente de Kirguistán, Almazbek Atambayev, da un discurso vestido con ropas tradicionales en los suburbios de Bishkek

 

La Constitución de Kirguizistán reconoce el kirguiso como lengua del Estado, el ruso como idioma oficial y obliga a la República a conservar la lengua de todas las minorías étnicas y facilitar su enseñanza y desarrollo. Además, obliga al Estado a crear las condiciones para que todos los ciudadanos puedan ser educados en la lengua oficial y estatal, pero también  en un idioma internacional desde preescolar hasta el final de la educación básica.

En este país de cinco millones y medio de habitantes, casi tres millones hablan el idioma estatal, lo que corresponde, aproximadamente, al 55% de minoría kirguisa. A la pregunta, ¿es posible que dos ciudadanos del Kirguistán se encuentren y no cuenten con un idioma común para comunicarse? Los propios kirguistanís se miran, discuten entre sí en ruso y terminan por afirmar que sí, es posible. 

En la práctica, el ruso es la lengua vehicular del país. Al contrario de lo que ocurrió en otras repúblicas ex soviéticas, en Kirguizistán todos los idiomas nativos fueron excluidos del currículo en un intento de unificar a las muchas minorías del país. Y aunque fue bajo dominación soviética cuando se formalizó la gramática kirguisa, y fue la República Socialista Soviética de Kirguizistán la que aprobó el kirguiso como lengua oficial en 1989, estos esfuerzos no eran sino un intento de frenar las ansias independentistas.

Cuando en 1991 el país logró su independencia tuvo que definir su identidad como nación, e hizo de la lengua un elemento diferenciador. Los kirguistanís hablarían kirguiso; aunque quienes lo hablaran no necesariamente fueran kirguistanís, pues existen minorías kirguiso hablantes en Mongolia, China, Kazajistán, Tayikistán y Uzbekistán. Y recíprocamente, en Kirguizistán se habla uzbeco, tayiko y kazajo además de otros idiomas minoritarios.

Frente al carácter práctico del ruso, y la reivindicación de las minorías de su derecho a comunicarse en su propio idioma, el kirguiso está siendo políticamente utilizado para imponer una visión unitaria del Estado y de la nación. En las elecciones presidenciales de 2011 fueron muchos los candidatos excluidos por suspender el examen de este idioma que se imponía como requisito previo para optar a la presidencia del país. Para muchos funcionarios, saber kirguiso es su única ventaja competitiva. Existe una propuesta para eliminar el examen de acceso a la universidad en uzbeco -lo que enviaría un mensaje de exclusión a la más importante minoría del país asentada en torno a la ciudad de Osh. Una Comisión Presidencial para el Desarrollo de la Lengua Oficial pretendió sustituir todos los nombres rusos por sus antecedentes en kirguiso, y aunque la iniciativa fue rechazada para no alentar las reticencias de Moscú, la intención quedó clara: un país, un idioma.

La implantación/imposición del kirguiso como lengua mayoritaria nace de una visión nacionalista y unitaria del país. Y, por supuesto, tiene sus detractores. Además encuentra bastantes obstáculos. Son muchas las ventajas comparativas del ruso. Es la lengua común de las repúblicas ex soviéticas vecinas, donde los licenciados de Kirguizistán encuentran su casi única salida profesional. El idioma es causa y consecuencia de la fuga de cerebros, se van los que hablan ruso y aprenden ruso para poder marcharse. Y aunque el kirguiso es una lengua viva y en desarrollo, todavía no cuenta con la riqueza lingüística y la precisión terminológica del ruso, que se impone en los negocios, las ciencias y la universidad.

Kirguizistán carece de interés estratégico para Rusia, aunque Moscú intenta mantener control sobre lo que fueron sus territorios presionando –antes burdamente, ahora más sutilmente– para mantener la preeminencia del ruso. Las autoridades del país navegan entre la necesidad de afirmarse como nación con idioma propio, y su casi total dependencia económica de Rusia a quien no desean ofender haciendo de menos su idioma que, en la práctica, lo es también de los kirguistanís.

La escasez y precariedad de los  medios disponibles ha sido el principal obstáculo para la implantación del kirguiso como “idioma nacional”. Las escuelas en las que se enseña en ruso obtienen mejores resultados que las que lo hacen  en tayiko o kirguiso, pues se benefician de materiales mejor editados y profesores mejor formados en Rusia. Y la actual penuria de medios no hará sino incrementarse, pues muchos países de la región, suministradores de material escolar a Bishkek, están transitando hacia el alfabeto latino en detrimento del cirílico, lo que mermará los recursos educativos disponibles para Kirguistán, donde el cambio de abecedario no es una opción viable ni política ni económicamente.

A pesar de lo mucho que está en juego, en este país centroasiático no se habla de cómo se habla. No es este un asunto que forme parte de la agenda política, pero sí un instrumento que se usa políticamente. La diversidad lingüística del país se utiliza como arma arrojadiza sin que nadie recoja el reto y se enfrente al verdadero problema: la definición de una identidad nacional. Quienes abogan por la necesidad de crear un espacio de comunicación común parecen desconocer las reivindicaciones de quienes defienden los idiomas nacionales minoritarios, o quienes respaldan el ruso (e incluso el inglés) por razones económico-prácticas. Y los que apuestan por la pluralidad lingüística no reconocen la necesidad de crear una identidad común en torno a un idioma compartido.

Otros temas ocupan la agenda política en Kirguizistán: los conflictos étnicos en Osh, la penosísima falta de energía para calentar los hogares de un país que alcanza los 25 grados bajo cero o los menores pero continuos conflictos fronterizos del valle de Fergana.

Pero cada vez es más imperativo resolver el dilema lingüístico, ya que está en juego la educación y la identidad nacional como el país de los kirguisos o de los muchos kirguistanís. No parece sin embargo que este sea un dilema de suma cero, sino una oportunidad para el consenso, cuyos únicos límites son la voluntad política y la administración de unos recursos limitados. Sólo hace falta que los kirguistanís hablen de cómo quieren hablar entre sí. 

 

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