Una perspectiva desde España.

 

Philippe Hugen/AFP/Getty Images

España ya ha solicitado un rescate de su sistema financiero. La cuarta economía de la eurozona parece hoy más que nunca la última frontera del euro mientras la crisis se agudiza y sigue en cuestión la supervivencia de la moneda única.

Que la unión económica y monetaria (UEM) no puede seguir adelante en su forma actual es, a todas luces, una evidencia. Sin embargo, consideramos que existen dos diagnósticos contrapuestos: por un lado están los que consideran que la crisis se origina en el incumplimiento de unas normas que, en lo esencial, son correctas y garantes de la estabilidad; por otro, se encuentran los que atribuyen la crisis a un diseño defectuoso de la unión monetaria, considerando secundaria la cuestión del grado de cumplimiento de dichas normas.

La primera versión de esta crisis, defendida por las instituciones europeas, presenta a la crisis como coyuntural; mientras que la segunda, dominante en el mundo anglosajón, percibe la crisis como estructural. En cualquiera de los dos casos, España no puede salir de esta crisis por sí sola, ya que las políticas de ajuste interno son condición necesaria pero no suficiente. Se necesita un rediseño de la eurozona y la sensación de urgencia es mayor si se opta por el segundo diagnóstico, el que entiende que estamos ante un problema estructural, pero también en ese caso es más fácil caer en la parálisis, por el esfuerzo gigante que supone acometer la tarea de rehacer la UEM de arriba abajo en la situación actual.

Este contexto de crisis, sea coyuntural o estructural, sitúa a España ante cuatro escenarios posibles:

  1. Salida del euro. Podría darse tras una intervención exterior que a su vez fracasara, política o económicamente, con dos subescenarios posibles –la continuidad o el fin del sistema político en sus actuales parámetros–. Catastrófico, sí, pero no imposible. Es lo que se denomina senda griega.
  1. Intervención, más allá del rescate del sector financiero. El Gobierno español iría más allá del rescate parcial  del sector financiero acordado el 9 de junio. Una eventual intervención se originaría en la persistencia de los malos datos de empleo, crecimiento, deuda y déficit y la incapacidad del Ejecutivo de restaurar la confianza de los mercados, que someterían a la deuda española a tipos prohibitivos forzando una intervención (variante portuguesa). Asimismo, otra modalidad de intervención tendría lugar si la salida de Grecia provocara un efecto contagio sobre los países más débiles de la eurozona (variante griega). En este sentido, cabe preguntarse dónde está el umbral de sufrimiento financiero a partir del cual  España sería intervenida.
  1. Chapotear en el lodazal. En este escenario, España sigue como hasta ahora. No hay salida del euro ni intervención exterior pero tampoco grandes cambios en el escenario europeo: no crecimiento ni eurobonos o grandes avances en la integración europea. España seguiría teniendo un problema de confianza exterior, un sector financiero en condición crítica y una deuda pública acercándose al 90% del PIB. Las reformas, con la dificultad adicional de un Estado autonómico difícil de sostener y complejo de reformar, no tendrían efectos perceptibles sobre el crecimiento y el empleo en toda la legislatura. El Gobierno, con una política reactiva, sufriría un gran desgaste electoral, con contestación en la calle.
  1. Pasos hacia una federación económica. Estaríamos ante un vuelco en la conducción de la crisis, con un giro centralizador en torno al euro, bien fuera por la salida de Angela Merkel del gobierno de Berlín o por la presión combinada sobre Alemania de los líderes europeos de países grandes en dificultades y del presidente de EE UU. Se trataría de completar la unión económica y monetaria con una unión política y fiscal, que incluiría impuestos europeos, un Tesoro europeo, un cambio en el papel del BCE que le permitiera comprar deuda soberana, la emisión de eurobonos, la conversión del MEDE en un FMI europeo, la puesta en marcha de un mecanismo de resolución bancaria y un fondo de garantía de depósitos de ámbito europeo. Algunos miembros de la eurozona podrían quedarse fuera: aunque no todos se sumaran, los que lo hicieran formarían una federación económica cuyo objetivo sería hacer viable el euro o garantizar su continuidad como proyecto.

Asumiendo que el objetivo es evitar tanto la salida del euro como una intervención total y salir cuanto antes de la situación de precariedad actual desplazándose hacia una de estabilidad y mayor integración, España y Europa necesitan una hoja de ruta. Lo primero es identificar y poner fin a los elementos que están destruyendo el  sistema e impidiendo el cambio. Estos serían los siguientes:

Superar el déficit de confianza. La UE es víctima de un choque de narrativas. Hay dos déficits paralelos que se retroalimentan: el de credibilidad y de solidaridad. Se trata de intercambiar reformas estructurales (que hagan ganar credibilidad al sur) por apoyos financieros (que expresen solidaridad del norte), con un BCE más ambicioso o más flexible, la activación del Banco Europeo de Inversiones (BEI) o la puesta en marcha de programas de eurobonos que fueran aceptables para Alemania y otros países.

Superar el déficit de convergencia. Se trata de intercambiar la austeridad (cumplimiento de objetivos de déficit y deuda) por medidas de crecimiento (fondos estructurales) o flexibilidad (desgajar del déficit determinadas partidas consideradas cruciales para el éxito de las reformas estructurales, como educación e investigación, innovación y desarrollo), poniendo fin al desacoplamiento económico y pasando de una dinámica de suma positiva entre norte y sur de Europa.

Superar el déficit político e institucional. Aquí se trataría de intercambiar la cesión de soberanía, transparencia y control por un reforzamiento democrático y político de las instituciones comunitarias (mecanismos para que un gobierno europeo ponga en práctica un programa salido de las elecciones europeas y pueda ser obligado a irse a su casa).

España necesita promover medidas que hagan compatible sus intereses nacionales con los de Europa. Aunque no puede enfrentarse a Alemania con políticas de equilibrio de poder ni coaliciones de perdedores porque necesita su cooperación, a la vez tiene que construir una unión solida de intereses y principios en torno a estos tres déficits. Nuestro país debe promover medidas que sean positivas para él, pero que generen aceptación y legitimidad en el ámbito europeo. La transferencia de nuevas competencias a la UE solo se justifica por una mejora de su gobernanza en términos democráticos y por la aceptación de un nuevo contrato social entre los europeos que resuelva las tensiones y los desequilibrios políticos y económicos que tanta incertidumbre han introducido en el proyecto europeo. Sólo de esta manera conseguirá relanzarlo y salvarse a sí misma.

 

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