El empleo público abarcaría desde la reconstrucción de infraestructuras deterioradas a la creación de proyectos artísticos y culturales.

 

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Durante los años treinta, un joven abogado de Ohio llamado Benjamin Roth escribió un diario sobre el caos económico y social que veía a su alrededor, en el que dejó constancia de la extrema incertidumbre con la que la gente normal de clase media en el medio Oeste de Estados Unidos veía el futuro. Lo que impresiona al leerlo hoy es cuántos falsos amaneceres hubo y con qué lentitud reaccionaron las autoridades; no dejaban de pensar –de esperar— que la economía iba a mejorar.  “Cuando comencé estas notas, nunca pensé que la depresión iba a durar más de dos años”, escribió Roth en 1936. “Ahora estamos empezando el séptimo año y todavía no se ve un camino despejado”.

Si nos guiamos por la longitud y la profundidad de la caída del PIB mundial, la crisis económica actual acabará siendo peor que la de los años treinta. Igual que entonces, los gobiernos de EE UU y Europa deben pasar de hacer lo mínimo imprescindible para evitar el desastre inmediato, a actuar con verdadera visión de futuro para que sus ciudadanos empiecen a creer en un horizonte económico más positivo. Y eso, sobre todo, significa crear empleo; tal vez incluso crear el equivalente moderno de la Agencia de Progreso de Obras de la Gran Depresión (Works Progress Administration).

El desempleo genera desesperación. Tanto si afecta a los jóvenes que están entrando en el mercado laboral o a la gente mayor a la que le va a costar volver a encontrar trabajo, el paro marcará sus perspectivas para el resto de sus vidas. Según cifras de noviembre en EE UU, entre los jóvenes de 16 a 19 años que pertenecen a la población activa y los adultos que tratan de reincorporarse a ella existe casi el mismo, y alarmante, nivel de desempleo alrededor del 25%. Está claro que lo mejor es que haya crecimiento y que las empresas privadas comiencen a crear puestos de trabajo para esas personas pero, hasta que eso sea posible, el Gobierno debe hacer algo.

Por eso los gobiernos occidentales deberían tomar ejemplo de lo que se hizo en la época de la Depresión e implantar grandes programas de empleo público que garanticen puestos de trabajo, al menos a la gente joven. ¿Por qué? En Estados Unidos existen unos 3,6 millones de jóvenes entre 16 y 24 años que buscan empleo, y en Gran Bretaña, más de un millón, que representa un porcentaje récord, el 21%. Cuando los Gobiernos están tratando de reducir sus presupuestos y despidiendo a empleados del sector público, esto puede parece contradictorio. Pero, en la práctica, un programa así no costaría mucho más que las prestaciones de seguridad social actuales en Europa y, en cualquier caso, ahorraría los enormes gastos futuros que supondría tener que mantener a una generación perdida. Los programas podrían tener un límite de tiempo, por ejemplo, de tres o cinco años. Pero deberían ser coherentes y cubrir gran variedad de ámbitos, desde la construcción hasta las artes.

Algunos usos que se le pueden dar a este tipo de mano de obra instantánea son evidentes: por ejemplo, reconstruir infraestructuras deterioradas. En un periodo de parecida agitación económica y social, las autoridades de la Gran Bretaña victoriana hicieron tales inversiones en el tejido de infraestructuras del país que aún utilizamos lo que construyeron; lo mismo sucede con las presas y los puentes que se construyeron en Estados Unidos con el New Deal de Franklin D. Roosevelt. Pero no hay por qué quedarse ahí. ¿Por qué no asumir también audaces proyectos artísticos y culturales como los que se financiaron durante la Gran Depresión? No nos vendrían mal la introspección y la búsqueda de significado que aportan las artes en estos momentos de trastorno y desequilibrio.

Desde luego, sería mejor para el sector privado que crease suficiente empleo en su lugar, y, al final, lo tendrá que hacer:  es evidente que hay que eliminar los déficits públicos estructurales. La creación de empleo que propongo es una medida de emergencia, y su coste financiero adicional inmediato no tiene por qué ser elevado, sobre todo en comparación con los mil millones de dólares que se calcula que están recibiendo aún en subsidios anuales los bancos de todo el mundo. Los ahorros a largo plazo que supondrá dar trabajo a millones de jóvenes y las ventajas de comprometerse a invertir en el tejido nacional son difíciles de calcular, pero no cabe duda de que son inmensos. Lo que se necesita es que los políticos tengan el suficiente sentido de la responsabilidad y la suficiente valentía y, sobre todo, sean conscientes de que, si sigue habiendo tanta gente en paro, sin perspectivas y en los márgenes de la sociedad, esta crisis económica no terminará nunca.

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