Los países en vías de desarrollo deben experimentar con horarios de trabajo a medida que maximicen el tiempo libre para casi todos.

 

Alejandro Erquicia
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Una de las principales virtudes del dinero es que con él se puede comprar tiempo para hacer lo que uno quiere. Pero, cuando uno está obligado a dividir su precioso tiempo en trozos relativamente pequeños –esperar al autobús, unas cuantas horas de descanso después de una dura jornada de trabajo, fines de semana de dos días–, es difícil llevar a cabo grandes proyectos o vivir grandes aventuras que necesitan semanas o meses. Es tiempo libre, pero es tiempo basura. La basura, al fin y al cabo, está compuesta en su mayor parte por cosas que están bien, solo que rotas y mezcladas con otras cosas, que también están bien, de tal forma que ya no se pueden utilizar.

Los académicos tenemos extensas vacaciones de verano y periodos sabáticos aún más largos: enormes y gloriosos periodos de tiempo en los que escribir libros, pasar varios meses seguidos estudiando fenómenos diversos, ver mundo o construir un barco. No solo tenemos un tiempo de recreo; nos recreamos.

¿Cuánto costaría crear un sistema para asignar el trabajo de forma que se obtuviera el máximo tiempo libre para todos? En el mundo desarrollado, la mayoría de la gente está atrapada en un horario de trabajo que convierte gran parte de su tiempo libre en tiempo basura (un rato para ver televisión y poca cosa más). Los fines de semana están muy bien, pero muchos preferirían trabajar ocho días seguidos con jornadas de 10 horas y luego tener seis días libres, o trabajar todos los días durante un mes y luego tener el mes siguiente libre. Por supuesto, cuando todos los amigos de uno trabajan de 9 a 5, seguramente resulta más atractivo seguir el mismo horario que ellos. A veces hay sistemas imperfectos que sobreviven porque la tradición está demasiado arraigada para cambiarla sin una revolución dolorosa.

Los países en vías de desarrollo, en cambio, no tienen aún asentada una vida laboral tan rígida, por lo que sería un entorno ideal para explorar horarios y calendarios más flexibles. Igual que, en muchas industrias, la producción de masas con el criterio de café para todos está siendo sustituida por la fabricación a medida, gracias a los sistemas de control informatizados, seguramente se podría conseguir que la tecnología de la información cree horarios de trabajo a medida que maximicen el tiempo libre para casi todos. Cuanto más tiempo libre tiene uno, más variedad de deseos se permite más allá de las necesidades esenciales. Dar más tiempo de ocio aprovechable que alimente el motor económico sin suponer una pérdida productividad podría impulsar el crecimiento económico y generar consecuencias muy positivas.

Los dueños de fábricas de todo el mundo se encuentran a veces con la supuesta paradoja de los llamados "trabajadores por objetivos": si se les paga 2 dólares la hora, trabajarán 200 horas hasta conseguir suficiente dinero para comprar la moto que desean tener y luego se irán. Si se les paga 4 dólares la hora, no trabajarán más que 100 horas, porque alcanzarán su meta antes y se irán. ¿Cómo se dirige una fábrica en la que cuanto más se les paga menos trabajan? En vez de convertirlos en esclavos asalariados y occidentalizados, por qué no organizar sus horarios en función de sus preferencias y obtener un mercado fluido de trabajadores cualificados y sin cualificar que vendan su tiempo al mejor postor.

Esta negativa de los empleados a obedecer las leyes de los salarios tiene cierto sentido, y, si se pudiera encauzar, los trabajadores por objetivos no tendrían que dejar sus puestos; podrían tomarse periodos sabáticos que encajasen con sus sueños y sus metas. Igual que los teléfonos móviles han permitido a los países en vías de desarrollo ahorrarse los costes de infraestructura de las líneas fijas, es posible que la tecnología ayude a esos mismos países a evitar una disciplina laboral que convierte tanto tiempo personal en tiempo basura.

El mundo en vías de desarrollo está lleno de personas inteligentes e innovadoras que, con tiempo y oportunidad suficientes, pueden maravillarnos; personas como William Kamkwamba, el ciudadano de Malaui que, cuando tenía 14 años, diseñó y construyó unos molinos eléctricos de viento partiendo de cero. Cuando todos –no solo los que vivimos en la torre de marfil—podamos dar mejor uso a nuestro tiempo libre, las energías desencadenadas asombrarán al mundo.

 

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