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Mujeres sudafricanas durante la celebración del día Internacional de la Mujer. AFP / MUJAHID SAFODIEN

El continente ha propuesto modelos sociales y referentes feministas desde la época precolonial hasta nuestros días.

Los feminismos negros nacen, sin denominarse así, en el seno de algunos sistemas políticos y religiosos tradicionales de África. Contrariamente a la creencia extendida en algunos ámbitos de que el feminismo no es africano, la historia del empoderamiento y la lucha de las mujeres por la igualdad hunde sus raíces en la época precolonial y alimenta semillas y da frutos en algunas sociedades matriarcales o matrilineales que hollaron las tierras africanas antes de la trata negrera y el colonialismo. En aquel momento, algunas de esas sociedades proponían esquemas en los que el género y sus roles eran fluidos y que, con el tiempo y la globalización, acabaron pereciendo frente a la rigidez que impuso posteriormente el colono, armado con la biblia, el fusil y un concepto muy específico y restrictivo sobre cómo debían relacionarse hombres y mujeres.

Basta bucear someramente en la bibliografía sobre el tema para informarse de que, en territorios como los actuales Camerún o Sierra Leona, las mujeres eran jefas de sus clanes y pueblos. Lideraban las migraciones zulús en el siglo XIX y formaban sus propios escuadrones en el temible Ejército del emperador Chaka o la guardia personal del rey de Dahomey. También es posible informarse sobre célebres reinas guerreras africanas como Yaa Asentewa, Ngola Ana Nzinga Mbande o Sarauniya Mangu, cuyas leyendas se magnifican y difuminan a un tiempo en el folclore. No podemos ignorar que el poder político fue ostentado por reinas egipcias como Cleopatra, Nefertiti o Hatshepsut, la nigeriana Amina de Kano, la mauritana Dahia al Kahina o la princesa Yennenga, en Burkina Faso, y que las mujeres eran autoridades religiosas y miembros poderosos y respetados de sus comunidades en el pasado lejano de muchos pueblos africanos.

Uno de los textos básicos para comprender estas realidades es el firmado por la antropóloga nigeriana Ifi Amadiume, autora de Hijas que son varones y esposos que son mujeres. Amadiume valora en sus investigaciones que el principio de doble sexo en la organización social y el idioma sin connotaciones de género facilitaron que se normalizara la asunción de roles “tradicionalmente” femeninos entre los hombres y viceversa, sin que se estigmatizara ni castigara a quienes observaban este comportamiento en muchas sociedades tradicionales africanas. La académica precisa que, entre los igbo, coexistían estructuras paralelas de poder para hombres y mujeres y pone el ejemplo de las mujeres que se casaban con otras mujeres y adoptaban el rol de cabeza de familia. “Retrocedes en la Historia y antes del colonialismo, las mujeres tenían papeles más importantes, más complejos”, coincide con ella su compatriota, la novelista Chimamanda Ngozi Adichie. “Los roles de género eran mucho mejores. Los hombres eran, en general, más poderosos, pero las mujeres tenían poder. El colonialismo llegó con el cristianismo victoriano, con la idea terrible, blanca, de la subyugación de la mujer. Con el concepto de que el lugar de la mujer está en la cocina y el dormitorio”. Adichie menciona que, en Igbolandia, las mujeres se responsabilizaban de la actividad comercial y eran escultoras y ceramistas. Los igbo no eran una rareza en los contextos africanos en general y nigerianos en particular: sin alejarse mucho de sus coordenadas físicas, las mujeres ocupaban puestos clave en las jerarquías sociales y religiosas entre sus vecinos yoruba.

Tras la colonización económica, política y religiosa del continente africano, que conllevó la defenestración de las líderes políticas y religiosas y el confinamiento de las mujeres en el espacio privado, llegaron las independencias en las que las africanas jugaron un papel fundamental, tanto en la lucha armada (como ejemplifica, entre otros muchos, el caso de Josina Machel, combatiente por la liberación de Mozambique del dominio portugués) como en la desobediencia pacífica (con ejemplos también numerosos, como el de Marie Koré y las mujeres que marcharon en Bassam por la excarcelación de sus compatriotas encerrados por los franceses en Costa de Marfil). Cuado se alcanzaron las independencias africanas, que se escalonaron entre los años 60 y 80 del siglo pasado, el poder político que el colono arrebató a las mujeres para acapararlo -y ceder sus migajas a africanos colaboracionistas- siguió en manos de los hombres, que se repartieron las responsabilidades en los nuevos gobiernos e interiorizaron y reprodujeron los esquemas de pensamiento del colono sobre las mujeres.

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Mujeres egipcias marchan con la bandera de Nefertiti durante el día Internacional de la Mujer. MAHMUD KHALED/AFP/Getty Images.

Los feminismos africanos, negros y/o racializados llegan a nuestros días con propuestas que han habitado los márgenes del feminismo mainstream occidental y que se oponen a él, renegando en ocasiones de la etiqueta “feminista”, al considerar que no representa las aspiraciones y circunstancias de las mujeres que no son blancas. La interseccionalidad, la aceptación de la diversidad y la relevancia de otras voces o la lucha contra el racismo y el imperialismo son algunos de los puntos básicos que se exigen al feminismo mainstream para que las feministas no blancas se sientan acogidas en su seno. Además, muchas feministas racializadas opinan que el feminismo mainstream ha ejercido como otro lastre invisible en sus espaldas, al mostrarse tradicionalmente paternalista y excluyente con otras realidades que no encajan en el modelo occidental, adoptarlo como mantra universal, fijar una agenda que no se corresponde con las preocupaciones del mundo no blanco y hablar por el resto de las mujeres del planeta.

En este sentido, la escritora zimbabuense NoViolet Bulawayo enfatizaba, en octubre pasado y en Barcelona, que las feministas blancas no comparten las claves de su lucha con sus compañeras negras, puesto que se arrogan los privilegios inscritos en su piel mientras que sus hermanas racializadas luchan en un contexto paralelo, sometidas a la doble opresión del racismo y el patriarcado. “No creo que exista un movimiento feminista global”, consideró Bulawayo. “Las mujeres negras y racializadas están solas al final del día, ya que sus homólogas blancas tienden a escoger los problemas que tratar. Siguen estando protegidas, por lo que hasta que no hablemos de un movimiento feminista interseccional no podremos hablar de una verdadera solidaridad en todos los ámbitos”. La escritora y activista Minna Salami expresó una postura similar: "Lo que una gran parte del feminismo blanco no ha entendido del todo es que el patriarcado en sus países se hace fuerte gracias a la explotación de la gente de color en otros países. Si el feminismo en Occidente no se alinea en la lucha contra el racismo, contra el imperialismo, contra la explotación de otros países, no está luchando contra el patriarcado". Adichie abogaba, en una conferencia, por crear un feminismo con raíces en historia precolonial de África occidental. “Las mujeres han luchado contra el patriarcado en todo el mundo y durante toda la historia, pero muchos de esos movimientos no se han documentado”, denunció. “La idea del feminismo es universal, pero se manifiesta de manera culturalmente específica”.

La profesora de Ciencias Políticas, Aili Mari Tripp, y su colega profesora de Estudios de Género, Evjue Bascom, firmaron un texto de finales del año pasado en Think Africa Press  y African Arguments sobre cómo las africanas han contribuido al feminismo global. Ambas se centraban en la evolución reciente del movimiento y recordaban que, ya en 1976, en una conferencia internacional sobre Mujeres y Desarrollo en Inglaterra, la novelista egipcia Nawal el Saadawi y la socióloga marroquí Fátima Mernissi desafiaron los esfuerzos de las feministas occidentales para definir el feminismo global desde su perspectiva.

Apenas nueve años más tarde, el Grupo de Mujeres de Kenia organizó una conferencia internacional en la que las africanas definieron una agenda que incluyó temas como el apartheid y la liberación nacional. La lista de Tripp y Bascon se prolongaba con otras conferencias y cumbres internacionales de las seis últimas décadas y con otros nombres africanos que figuran en la historia del feminismo global: Jacqueline Ki-zerbo, Jeanne Martin Cissé, Angie Brooks, Anna Tibaijuka, Aha-Rose Migiro, Aida Gindy, Filomena Steady, Aziza Husayn o Gertrude Mongella.

Por su parte y en un recorrido por las corrientes del feminismo negro en su libro Lo lejano y lo bello. Feminismos y maternidades africanas a través de su literatura, Bibian Pérez Ruiz desglosa las aportaciones al feminismo global de escritoras, activistas y movimientos como la ya citada Filomena Steady, el Womanism, el African and Africana Womanism, el Stiwanism, el Motherism, el Negofeminism, Oyérónke Oyéwumi o Werewere Liking. El papel de los hombres en la construcción de sociedades más justas, la maternidad y los modelos de vida familiar, las estrategias para lograr la igualdad y el apoyo o la ausencia del feminismo blanco en la lucha contra los patriarcados africanos son algunos de los puntos que se debaten más ampliamente en estas corrientes de pensamiento y que los caracterizan.

El feminismo siempre ha existido en África y el feminismo del siglo XXI se reinventa, amplía sus horizontes y se diversifica en este continente, entre su diáspora y la afrodescendencia, a través de la lucha de diferentes generaciones de mujeres que insertan su pensamiento y acción en distintas corrientes del movimiento por sus derechos. La denuncia política o artística se combina con una variedad de propuestas concretas, tanto prácticas como teóricas. Los referentes, entre los que figuran las profesoras Oyéwumi o Amina Mama o las escritoras Ken Bugul o Ama Ata Aidoo, pasan el testigo a jóvenes generaciones en la ficción o la academia, entre las que se cuentan Fatou Diome o Abena Busia. Las asociaciones de mujeres y los grupos de defensa de sus derechos se desarrollan en los ámbitos rural y urbano, aunque el feminismo más “occidentalizado” se extiende preferentemente en territorio urbanita y entre las jóvenes educadas.

La periodista Rosebell Kagumire explica en un texto del libro La juventud africana, impulsora del cambio cómo las jóvenes feministas ugandesas se apropian de las redes sociales y las nuevas tecnologías para la acción, la educación y la creación de espacios seguros de sororidad y libre expresión. Su compatriota Stella Nyanzi se sirve de la rudeza radical, el lenguaje y el desnudo para hacer temblar los cimientos de la conservadora sociedad que habita y en esa misma sociedad, Godiva Okullo lidera el combate contra los feminicidios. Voces rabiosas, como la de la egipcia Mona Eltahawy, definen el feminismo musulmán sin velo y otras más sedosas, como la de la marroquí Leila Slimani, deconstruyen una sociedad que reprime sexualmente a la mujer, castra metafóricamente al hombre y castiga a ambos.  La participación política de las mujeres se revela clave en contextos como el keniano durante las elecciones de 2017, igual que antes resultó vital en el movimiento mau mau o la rebelión contra el colono entre los kikuyu. El colectivo LGBTQ entra en liza a través de la voz de mujeres como Trifonia Melibea Obono, que denuncia la opresión del patriarcado sobre la mujer fang y sobre los homosexuales. A estas alturas de siglo y siguiendo una tradición que arranca antes de las independencias, la ficción femenina africana se trufa de personajes que se convierten en arquetipos y modelos feministas, insertos en historias grandes o pequeñas en las que la maternidad o la poligamia son temas frecuentes. Las redes sociales africanas también hierven con debates actuales, de esta misma mañana, como el de los roles de género, que se vertebra alrededor de mujeres que, rehuyendo la etiqueta de “feminista” entendida a la occidental, se proclaman profesionales de éxito con un papel diferenciado dentro y fuera de casa y defienden la sumisión al hombre en el hogar.

Las cifras de la balanza

Las cifras más recientes indican un panorama mixto, entre luces y sombras, en lo que se refiere a la igualdad en África: el Parlamento ruandés cuenta con un 62% de mujeres, el porcentaje más alto a nivel planetario. Más del 40% de los parlamentos de Senegal, Suráfrica, Namibia y Mozambique pertenecen a las mujeres. Liberia, República Centroafricana, Malaui y Mauricio han tenido presidenta al frente. Las mujeres ocupan la mitad de los puestos en la Comisión de la Unión Africana, frente al tercio ocupado por sus hermanas en la Comisión Europea. Nkosazana Dlamini-Zuma ejerció de presidenta en este organismo durante un quinquenio, mientras que su homólogo europeo ha sido, desde el comienzo de los tiempos, hombre. En estos momentos, los focos se sitúan sobre Etiopía, que acaba de elegir a la única presidenta africana de la actualidad, Sahlework Zewde. La elección siguió a una histórica reforma del gabinete del nuevo primer ministro, Abiy Ahmed, que reducía el número de carteras y establecía que la mitad de los ministerios fueran dirigidos por mujeres, incluido el de Defensa.

En el lado oscuro, el 80% de los alimentos africanos son producidos por manos femeninas, generalmente pobres. La mayor parte de la economía informal africana tiene nombre de mujer y mientras que gran parte del emprendimiento es cosa de mujeres, los consejos de las grandes empresas y los cargos de poder económico suelen reservarse a los hombres, las leyes no favorecen que las mujeres hereden o sean propietarias y la autonomía socioeconómica, en el marco de la familia, sigue presentándose complicada en muchos casos. Además, las mujeres se enfrentan a prácticas con el sello de “tradicional” que pueden ser perjudiciales para su libertad, su integridad física y mental y su felicidad. La escolarización de las niñas también es, en muchos contextos, una tarea pendiente.

Por si todo esto fuera poco, algunas oenegés occidentales capitalizan una línea de género que despolitiza, en ocasiones, la lucha de las mujeres y la reduce a ámbitos como la mutilación genital femenina u otras prácticas que movilizan fondos extranjeros al tiempo que debilitan los movimientos de mujeres locales y contribuyen a reforzar estereotipos negativos.

A pesar de todos los pesares, los feminismos africanos y su parentela extendida por todo el planeta proponen soluciones y modos de estar en el mundo, reivindican referentes, crean espacios propios y mejoran sus sociedades, en muchas ocasiones de espaldas a un feminismo global definido en Occidente, que pierde fuerza, imaginación y relevancia sin ellos.

 

MAEUEC + SEAEX

Actividad subvencionada por la Secretaría de Estado de Asuntos Exteriores