Marcha contra el gobierno de la presidenta Dina Boluarte en Perú, Lima. (Klebher Vasquez/Getty Images)

Una radiografía que muestra el perfil de las personas que se movilizan y los motivos que los lanzan a las calles en todo el continente sudamericano.  

¿Qué hay de nuevo en la región?  

La protesta y la movilización social se han vuelto elementos cruciales para entender la política latinoamericana de los últimos años. Diversas bases de datos (como LAPOP o Latinobarómetro) señalan la disposición de los ciudadanos y las ciudadanas a participar políticamente a partir de la protesta, ya sea contenida o contenciosa. Los motivos que les lanzan a la calle son muy diversos, y pueden ir desde la reivindicación de la identidad, en el caso de los pueblos indígenas, pasando por la protección del medio ambiente, el rechazo a la inseguridad, el reclamo del reconocimiento de derechos vinculados al género o a la orientación sexual, o la denuncia de la precariedad o del incremento del costo de la vida. 

Este fenómeno es de tal magnitud que es difícil comprender la política del subcontinente sin atender a lo que sucede en las calles. Es más, muchos de los cambios que han acontecido en las instituciones -como los constitucionales, la deposición de presidentes o el cambio de rumbo de algunas políticas públicas- han sido el resultado de movilizaciones masivas.

Es cierto que en América Latina las marchas, las manifestaciones, los piquetes, las puebladas, los cacerolazos, los cortes de ruta, las ocupaciones, las sentadas y los bloqueos no son ninguna novedad. Pero sí hay cambios sin los cuáles es imposible comprender la intensidad y la pluralidad de esta nueva oleada de protestas. Entre los más importantes, destacamos tres. 

El primero es que la protesta ya no es patrimonio de ningún colectivo, ideología o reclamo en particular. Hoy se ha convertido en una forma de participación más a partir de la cual muchas personas manifiestan su descontento y reclaman derechos, libertades o bienes comunes. Pero aunque ésta se ha extendido a muchos sectores, también es posible detectar un perfil que se moviliza y también mostrar -a través de una sistematización de eventos de protesta- cuáles son los temas más recurrentes que impulsan a la gente a salir a la calle. 

El segundo cambio es que este tipo de manifestaciones, además de tener una dimensión local, ha adquirido -gracias a las redes sociales- una dimensión extraterritorial y, por lo mismo, a veces global. Las redes sociales -propias de la era de la información- han generado dinámicas de difusión, amplificación y contagio (conocidas como “dinámicas virales”) que han supuesto un nuevo patrón de comportamiento político donde “lo real” y “lo virtual” se retroalimentan. Así, en los últimos años, se han creado espirales de activismo que dan cuenta de un nuevo fenómeno activista, a saber, las multitudes conectadas.

El tercer cambio es que muchas de estas movilizaciones se activan desde redes autónomas y horizontales que rechazan liderazgos fuertes y, por lo tanto, no hay personalidades que generen rechazo, si bien ...