Tras tantos meses, tantos esfuerzos, primero en la Convención
y luego en la Conferencia Intergubernamental, el fracaso de los 25 en llegar
a un acuerdo sobre la primera Constitución Europea deja una profunda
insatisfacción. No necesariamente una sensación de crisis, pues
está en vigor el imperfecto Tratado de Niza. La crisis la está
viviendo la UE independientemente de su proceso constituyente: con las divisiones
ante la guerra de Irak, el incumplimiento del Pacto de Estabilidad y una ampliación
que llega sin estar ni la Unión ni los nuevos socios realmente preparados
para este matrimonio condenado a perdurar.

El problema es que el texto logrado hasta ahora se vaya deshilachando
y nadie sujete los cabos

La Constitución que se detuvo ante el reparto de los votos en el Consejo
y otros aspectos institucionales no era el mejor de los textos, aunque tampoco
hay que esperar que este aplazamiento vaya a permitir mejorarlo. Pese a que
aporte más decisiones por mayoría, dote a la Unión de personalidad
jurídica y tenga una carta de derechos fundamentales –aunque no
es en este terreno donde Europa tiene un déficit–, resulta engorrosa,
supone un pésimo diseño institucional y no contempla posibilidad
de reformarla sin unanimidad. Pero tampoco es, o era, un tratado más.
¡Qué caramba! Aunque sólo fuera por su nombre, Constitución,
debía ser un texto especial. Ahora, si alguna vez se aprueba, llegará
vacía de toda ilusión.

Algunos acudieron a la Convención y a la posterior Conferencia Intergubernamental
creyéndose en Filadelfia en 1787, cuando los allí reunidos redactaron,
pese a tener un mandato incoherente, la ejemplar Constitución de los
Estados Unidos de América. Pocas veces hubo tal acumulación de
inteligencia política como en la Convención de Filadelfia: Franklin,
Jefferson, Washington, Madison, Hay… En comparación, la actual levedad
del liderazgo político en la UE resulta preocupante, y lo ocurrido es
también efecto de esta crisis de liderazgo. Blair pudo haberse convertido
en líder europeo de no haber sido por Irak, que a su vez ha dificultado
la entrada británica en el euro. Desgraciadamente, tampoco hay demasiadas
perspectivas de que se sienten en la mesa del Consejo Europeo políticos
ilusionantes y capaces de hablar en nombre del interés general de Europa.
Quizás el próximo presidente del Gobierno español podría
hacer suya esta bandera constitucional. O quizás debamos esperar un año
a que pasen las presidencias rotatorias de Irlanda (que salvó por los
pelos el Tratado de Niza tras dos referendos) y Holanda, y tengamos que confiar
en la capacidad de arrastre del primer ministro de Luxemburgo, Jean Claude Juncker,
en 2005. Para que luego digan de los países pequeños.

Entre tanto, se podría convocar de nuevo la Convención para hacer
lo que no hizo: discutir a fondo el capítulo institucional. No hay que
pensar que donde los gobiernos fracasaron la Convención tenga éxito.
Pero al menos la Convención podría llegar a unas opciones claras,
y mantener viva la antorcha constituyente en estos meses grises. El problema
de que se apague es que lo logrado hasta ahora en este proceso constituyente
se vaya deshilachando y no haya nadie que pueda sujetar los cabos.

 

Constitutio interrupta. Andrés Ortega

Tras tantos meses, tantos esfuerzos, primero en la Convención
y luego en la Conferencia Intergubernamental, el fracaso de los 25 en llegar
a un acuerdo sobre la primera Constitución Europea deja una profunda
insatisfacción. No necesariamente una sensación de crisis, pues
está en vigor el imperfecto Tratado de Niza. La crisis la está
viviendo la UE independientemente de su proceso constituyente: con las divisiones
ante la guerra de Irak, el incumplimiento del Pacto de Estabilidad y una ampliación
que llega sin estar ni la Unión ni los nuevos socios realmente preparados
para este matrimonio condenado a perdurar.

El problema es que el texto logrado hasta ahora se vaya deshilachando
y nadie sujete los cabos

La Constitución que se detuvo ante el reparto de los votos en el Consejo
y otros aspectos institucionales no era el mejor de los textos, aunque tampoco
hay que esperar que este aplazamiento vaya a permitir mejorarlo. Pese a que
aporte más decisiones por mayoría, dote a la Unión de personalidad
jurídica y tenga una carta de derechos fundamentales –aunque no
es en este terreno donde Europa tiene un déficit–, resulta engorrosa,
supone un pésimo diseño institucional y no contempla posibilidad
de reformarla sin unanimidad. Pero tampoco es, o era, un tratado más.
¡Qué caramba! Aunque sólo fuera por su nombre, Constitución,
debía ser un texto especial. Ahora, si alguna vez se aprueba, llegará
vacía de toda ilusión.

Algunos acudieron a la Convención y a la posterior Conferencia Intergubernamental
creyéndose en Filadelfia en 1787, cuando los allí reunidos redactaron,
pese a tener un mandato incoherente, la ejemplar Constitución de los
Estados Unidos de América. Pocas veces hubo tal acumulación de
inteligencia política como en la Convención de Filadelfia: Franklin,
Jefferson, Washington, Madison, Hay… En comparación, la actual levedad
del liderazgo político en la UE resulta preocupante, y lo ocurrido es
también efecto de esta crisis de liderazgo. Blair pudo haberse convertido
en líder europeo de no haber sido por Irak, que a su vez ha dificultado
la entrada británica en el euro. Desgraciadamente, tampoco hay demasiadas
perspectivas de que se sienten en la mesa del Consejo Europeo políticos
ilusionantes y capaces de hablar en nombre del interés general de Europa.
Quizás el próximo presidente del Gobierno español podría
hacer suya esta bandera constitucional. O quizás debamos esperar un año
a que pasen las presidencias rotatorias de Irlanda (que salvó por los
pelos el Tratado de Niza tras dos referendos) y Holanda, y tengamos que confiar
en la capacidad de arrastre del primer ministro de Luxemburgo, Jean Claude Juncker,
en 2005. Para que luego digan de los países pequeños.

Entre tanto, se podría convocar de nuevo la Convención para hacer
lo que no hizo: discutir a fondo el capítulo institucional. No hay que
pensar que donde los gobiernos fracasaron la Convención tenga éxito.
Pero al menos la Convención podría llegar a unas opciones claras,
y mantener viva la antorcha constituyente en estos meses grises. El problema
de que se apague es que lo logrado hasta ahora en este proceso constituyente
se vaya deshilachando y no haya nadie que pueda sujetar los cabos.