Los dirigentes de Sudán del Sur se esfuerzan por evitar los errores de sus predecesores.

 

Desde el 9 de enero hasta el 15, los habitantes de Sudán del Sur acuden a las urnas para decidir en referéndum si quieren convertirse en Estado independiente. Salvo que el gobierno de Jartum lleve a cabo una manipulación masiva de los votos o haya un nuevo estallido bélico, su región se convertirá en el país más nuevo del mundo. Desgarrada por los conflictos desde hace decenios, esta tierra de unos 10 millones de habitantes es una de las zonas más pobres, más insalubres y menos educadas del planeta. La independencia acabaría con el dominio histórico de los musulmanes árabes del norte sobre los negros, en su mayoría cristianos, del sur. Pero el conflicto está al acecho. En 2010, Dennis Blair, entonces director de los servicios nacionales de inteligencia de Estados Unidos, declaró que, entre las zonas más inestables del globo en los próximos cinco años, “el lugar en el que es más probable que haya una nueva matanza o un genocidio es Sudán del Sur”.

Pero el futuro país tiene posibilidades. Su superficie -más grande que Burundi, Kenia, Ruanda y Uganda unidos- contiene tierras ricas, mucha agua y recursos minerales. Los yacimientos de petróleo de Sudán están situados en el sur, pero todavía dependen del control del norte. La fuerza de su cultura y su capacidad de resistencia se han consolidado con años de conflicto y autosuficiencia. Desde que, en 2005, un acuerdo de paz puso fin legalmente a la guerra civil, Sudán del Sur tiene un Gobierno semiautónomo, creado casi desde cero, y que ha hecho progresos. Ahora bien, si llega la independencia, irá acompañada de nuevas amenazas de corrupción y su contrapartida inmediata, la inestabilidad.

¿Cómo puede enfrentarse este conato de país a la plaga de la corrupción? En 2004, antes del acuerdo de paz, las autoridades del sur de Sudán abordaron precisamente esa cuestión, y yo tuve el privilegio de contribuir a organizar sus conversaciones. Invitado por el Movimiento de Liberación del Pueblo de Sudán (MLPS), y bajo el patrocinio de la Agencia de Ayuda Internacional de EE UU (USAID), me impresionaron el espíritu y la resistencia de los sudaneses del sur, el diagnóstico tan franco que hacían de sí mismos y la necesidad de algo más que el desarrollo tradicional en la región.

 

AFP/Gettyimages

 

 

¿Qué se puede hacer con la corrupción?

El segundo día de mi visita, me interrogaron tres miembros de la dirección del MLPS. El gobernador Deng Alor, de la región de Bahr el Ghazal, el gobernador (y comandante) Malik Agar Eyre, del Estado del Nilo Azul del Sur, y el comandante Pagan Amum.

Tras las cortesías de rigor, los tres dijeron que la corrupción era uno de los mayores obstáculos que tendría que afrontar el nuevo gobierno. Alor hizo unas preguntas clave. ¿Qué se puede hacer? ¿Algún país africano ha conseguido hacer algún avance contra las corruptelas? ¿En qué principios se basan los intentos que han tenido éxito?

Les ofrecí extensos detalles,  que comentaron con profusión y en tono aprobador. Pagan Amum, que es hoy secretario general del MLPS, hizo un análisis de lo más incisivo.

“Nos encaminamos al desastre”, concluyó. “Vamos a tener un ejecutivo nuevo sin ninguna experiencia a la hora de gobernar. Nuestras instituciones son débiles o no existen. Habrá enormes expectativas. Recibiremos cientos de millones de dólares de dinero del petróleo, además de las entradas de ayuda extranjera. Es una receta para la corrupción”.

Los otros dos intervenían de vez en cuando, a menudo con brillantez. Malik destacó la importancia de las instituciones para garantizar la ley y el orden, incluso por delante de algunas tareas de desarrollo. Deng Alor habló de la corrupción en las adquisiciones. Pagan señaló que el sector privado es muchas veces el que impulsa estas acciones ilegales; ¿qué se podía hacer al respecto?

En un momento dado, Deng Alor dijo: “Tenemos la oportunidad de hacer aquí algo extraordinario, algo nuevo. No se trata de obtener el poder, se trata de cambiar las cosas”.

 

El peligro de los clichés

Durante la primera semana viajé por Sudán del Sur y me entrevisté con dirigentes locales, grupos de mujeres, expertos legales y funcionarios de la administración. El Gobierno, sobre el terreno, solía ser débil o inexistente. Como en este caso de un comisario adjunto:

Llegamos a la oficina del comisario de distrito a última hora de la mañana. La puerta principal estaba hecha de un trozo de tejado de estaño. La sala de espera estaba casi desnuda, con hormigón abollado y una mesa desvencijada. De ahí pasamos al despacho del comisario, que estaba vacío.

El despacho no tenía techo. Las paredes de cemento, llenas de agujeros, debían de haberse pintado por última vez cuando Sudán obtuvo su independencia, en 1956. Apareció el comisario adjunto. Tenía el cabello gris y una barba gris recortada, y medía 1,99 metros (se parecía al actor Morgan Freeman, en más alto). Aunque era por la mañana, su aliento transmitía los restos de algún que otro whisky reciente.

Nos dio la bienvenida y emprendió una perorata en la que habló de todo, desde cómo esperaban la paz hasta los disturbios locales en las zonas ganaderas en las que los jóvenes estaban luchando. Soltó una avalancha de obviedades y generalidades como la necesidad de que la gente aprendiera a producir y la necesidad de que el Gobierno proporcionase los servicios esenciales como la educación, la sanidad y las infraestructuras.

El comisario adjunto, con sus divagaciones y sus clichés, es, por desgracia, una figura que me resulta conocida de otros países en vías de desarrollo. Su tendencia a generalizar en vez de centrarse en lo concreto me recordó algo que había leído esa mañana, un discurso que formaba parte del “Borrador de Estrategia del MLPS sobre el Diálogo”, la plataforma de negociación del partido:

Estas campañas estratégicas generales deben abordar: la Reconciliación General, la Inclusión o Participación General, la Igualdad General y el Equilibrio geográfico, el Llamamiento General para que vuelvan todos los Refugiados y las PID (personas internamente desplazadas), la Consolidación General de la Unidad y la Movilización y Organización General.

Cuando hay que afrontar grandes problemas con medios escasos, es más fácil quedarse en las generalidades.

 

¿Y si tú eres el ‘pez gordo’?

Al cabo de una semana, tuvimos un seminario de dos días en el polvoriento distrito de Rumbek, en la capital. Alrededor de 40 líderes locales llegaron en aviones de transporte de la ONU o en camiones y jeeps. Hablamos de que la corrupción debilita la justicia, entorpece los servicios públicos y prolonga la pobreza. Discutimos casos de lugares que habían logrado mejorar la gobernanza.

Los participantes hablaban de gobierno y corrupción, y de las tareas que les aguardaban. En una mesa, un viejo funcionario me miró y dijo: “¿Y si uno tiene que ser el pez gordo?”

Ese término, “pez gordo”, lo habíamos usado mucho en el seminario. Una campaña anticorrupción debe atraparlos, no conformarse con los subordinados. Si no, la gente no creerá que ha cambiado nada.

Confuso, pregunté al funcionario qué quería decir.

Preguntó en voz baja: “¿Cómo ha pagado usted las bebidas a las que nos ha invitado esta noche?”

Las había pagado de mi propio bolsillo.

“¿Y si no tuviera usted de dónde sacar?”

Entonces lo entendí. Su papel como líder crea expectativas. Muchas veces debe ofrecer hospitalidad o más cosas, ayuda, sostén o subsistencia. ¿De dónde saca los recursos? Esto es, “sin ser corrupto”.

Conté la historia de un dirigente que me había dicho que era consciente de que las corruptelas restringían a su país, pero que las finanzas de su partido dependían de ellas. “Si combato este tipo de corrupción, me destituirán o tal vez incluso me maten”, dijo. “¿Por dónde empiezo?” Y conté lo que le había respondido yo: Tenga una estrategia. Haga las cosas por orden; no intente abordarlo todo a la vez. Empiece por corregir algo sencillo. Luego consiga apoyos políticos y aísle a los enemigos. En estas ideas está incrustado un triste mensaje para los idealistas ingenuos: Debemos empezar desde donde estamos, reconocer las imperfecciones que tiene nuestra situación y que tenemos nosotros mismos.

 

¿Un gobierno moderno o en una cleptocracia?

Unos días después, salimos hacia Kenia, donde estaban desarrollándose las negociaciones de paz entre los dirigentes de Sudán del Sur y el Ejecutivo sudanés. Organizamos otro seminario, esta vez con los máximos responsables del MLPS.

Di otra charla, esta vez sobre qué hacer con la corrupción en áreas fundamentales como los recursos naturales, las carreteras, los impuestos y aranceles y los sistemas de créditos. Después hubo preguntas, que se convirtieron en comentarios y, de pronto, en revelaciones. El comandante Pagan Amum abrió las compuertas con un discurso sorprendente y apasionado.

“Hemos hablado de prevenir la corrupción y hemos hecho como si partiéramos de cero. Pero quiero decir, lo primero de todo, que ya somos corruptos”.

Pagan hizo una pausa. La sala estaba en silencio. Empezó a explicarlo.

“Les daré un ejemplo. Encabecé una delegación en un viaje a Jartum y me dieron 30.000 dólares para gastos. Pagué el viaje y el hotel y todo eso. Di 300 dólares a una persona con un problema de salud. Con todo, después del viaje, me quedaron 5.000 dólares de sobra. Y nadie me los ha pedido. Así somos. Pero entonces, miren lo que pasa. Un día, un colega del MLPS me la tiene guardada por otro asunto. Como está enfadado conmigo, me hace la pregunta delante de gente: ‘¿Qué fue de los 30.000 dólares?’, y yo me enfurezco con él. ‘¿Cómo te atreves a preguntarme?’, le digo. Y ésta es nuestra actitud, después de la guerra y de todo".

Pagan empezó por criticarse a sí mismo para condenar esta actitud. Después describió de qué maneras tan poco ortodoxas obtenían dinero los jefes del ELPS, sin que nadie les pidiera cuentas de lo que hacían con él. Los sistemas relajados o ausentes incitan a la corrupción, dijo. Los recaudadores de impuestos pueden pensar: “Voy a quedarme con un poco para mí. Y, como nadie me dice nada, la próxima vez me quedaré un poco más, o incluso todo, porque nadie pregunta jamás”.

Luego, Pagan concluyó: “Tenemos dos opciones. Podemos convertirnos en un gobierno moderno, con mercados libres, fronteras abiertas y democracia. O podemos ser una cleptocracia, en la que todo el mundo robe. No existe una posición intermedia”.

 

¿Y ahora?

Eso sucedió hace casi seis años. Hoy, Sudán del Sur se encuentra al borde de la independencia. Los retos no (sólo) son mayores, no sólo son unas cuantas carreteras y unos cuantos proyectos de rehabilitación agraria más. Está el reto fundamental de construir un autogobierno eficaz. ¿Qué hará falta?

Pagan tenía razón: las políticas económicas que hacen hincapié en la apertura y la copetencia son cruciales. Y los participantes en los seminarios de 2004 tenían razón al destacar la construcción de capacidades y la lucha contra la corrupción. Son pasos nada fáciles, sobre todo en lugares como Sudán del Sur.

Pero el nuevo gobierno y sus amigos extranjeros deberían poner el acento también en algunas recomendaciones de los seminarios.

Separar el Ejército del gobierno e involucrar a antiguos jefes del ELPS en actividades económicas productivas. Demostrar a los ciudadanos que las cosas han cambiado y que están obteniendo beneficios, sobre todo de los ingresos del petróleo y la ayuda internacional. Situar la lucha contra la corrupción en el centro de la creación de un nuevo ejecutivo. Crear un núcleo de dirigentes muy preparados y bien remunerados. Demostrar que la impunidad se ha terminado, mediante la detención de algunos peces gordos, incluso del propio MLPS.

Sudán del Sur afronta tremendos problemas, pero los líderes con los que yo me reuní abordaban las dificultades con franqueza y se mostraban creativos respecto a los instrumentos para triunfar. Si mantienen ese espíritu, conseguirán que su pueblo se enorgullezca de ellos y harán que los primeros años del país más joven y tal vez más problemático del mundo sean un modelo para otros.

 

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