Mientras en occidente las Mujeres ganan poder, en el resto del Mundo intentan abrirse paso en política aun a costa de sus vidas.

 

La promesa del Gobierno no se cumplió y eso encendió a las mujeres indígenas en el Estado de Guerrero, México. Cuando ya habían esterilizado a una docena de ellas, se dieron cuenta de que el Centro de Salud nunca sería construido. Ese era el acuerdo.

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Laura fue de las primeras esterilizadas. María, su hermana, se negó a ser la siguiente. No habían empezado la obra y eso hizo desconfiar a todas las de la lista. Las mujeres se rebelaron y con ellas el pueblo entero. Se propusieron luchar por esta injusticia en tribunales internacionales. No ha sido fácil denunciar que su propio Gobierno planeó el exterminio de su raza. A pesar de su lucha, la disidencia de estas mujeres sigue siendo anónima, como la de miles. La voz de las mujeres disidentes es un grito compartido en todo el mundo.

Cada batalla con un ritmo propio, que se desata y fortalece frente a las desigualdades, la opresión, el racismo, la violencia, la impunidad… O se censura y debilita por los violentos castigos que reciben las opositoras a manos del patriarcado, el imperialismo o los poderes fácticos.

En la construcción de esta radicalidad que transforma al mundo, no todos los gritos de rebeldía encuentran la manera de abrir la puerta. Opacar sus exigencias con masacres, violaciones, torturas sexuales, encarcelamientos, deja claro que el poder no está dispuesto a ceder, no sus privilegios, sino los más básicos derechos de visibilidad, de libertad de expresión y reconocimiento de las mujeres alzadas.

Para miles de ellas que son el sustento de la producción en serie del capitalismo estadounidense en la frontera norte de México, la disidencia es cosa de locas, pero también determinante.

Sufren abortos por las condiciones laborales y las instituciones de salud públicas nunca reconocen la responsabilidad de las empresas. Son huérfanas del Estado. Muchas duermen una media de 4,5 horas diarias. Entregan su vida a las compañías, luego a sus hogares e hijos y aún así en diferentes momentos han surgido mujeres disidentes, que se han atrevido a la lucha.

Estas disidencias, anónimas y frágiles, se repiten en todo el mundo, pero el costo es enorme. Al señalar yerros y ofrecer propuestas políticas que ponen en peligro el control de los gobiernos que practican la impunidad, las injusticias y las desigualdades, las insumisas se enfrentan a una mayor opresión, a mordazas, castigos, encarcelamientos, asesinatos. A más crueldad.

Sea Oriente u Occidente, como en la época de las colonias y la esclavitud, la actual estrategia de dominación y exterminio de poblaciones consideradas descartables por grupos oligarcas, sigue ensañándose con ellas. Peor aún con las que se atreven a la disidencia, con liderazgo y una fina sensibilidad ante las injusticias. No es casualidad que de los mil millones de pobres que hay en el mundo tres quintas partes sean mujeres y niñas, es decir 600 millones, según el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA). La dimensión global de la disidencia en el siglo que apenas se inicia muestra un  ejército femenino ávido de poder participar y redefinir el rumbo del planeta; reflexivo y orgulloso de las conquistas, de los derechos reconocidos en tratados internacionales y dispuesto a ejercer un papel trascendental que impida políticas injustas y de negación de los más desfavorecidos.

¿Pero en qué medida y cuáles de sus logros se cumplen en la realidad? ¿Cuándo se recurre a la simulación en los Estados y cuál es en realidad la capacidad de los organismos internacionales para hacer cumplir sus derechos? Esta queja se mantiene, es latente, impone más retos.

Las torturas sexuales, un delito reconocido como de lesa humanidad, es una de las prácticas más comunes que se utilizan en contra de estas mujeres. Se arriesgan así una lección de superioridad del aparato dominante: la apropiación sexual de sus cuerpos a través de grupos militares, paramilitares y policiacos, incluso bajo custodia en centros penitenciarios. Lo que organismos defensores de derechos humanos no han podido garantizar a las disidentes lo han tenido que tomar por la fuerza.

En una gran cantidad de países, las mujeres críticas, en movimientos sociales, no encuentran en sus gobiernos un interlocutor. Al contrario, observan a los Estados un poder que se aferra a sí mismo a costa de todo, pero agoniza y se envilece cada vez más, trabajando sólo por la aplicación de políticas neoliberales que invisibilizan, empobrecen y asesinan.

Las luchas de las mujeres disidentes surgen de sus sueños, ya sean feministas o no. De la necesidad de romper con injusticias y desigualdades. De un anhelo de libertad. En las sociedades donde tienen la obligación de quedarse en casa, donde su cuerpo debe ser invisible, en las que no se les permite ni siquiera hablar, sus apellidos no cuentan y hasta su sexualidad les es mutilada, la disidencia femenina libra una feroz, pero también compleja lucha.

Todas estas imposiciones anulan la participación ciudadana y política femenina y sobre ese escenario se intenta lograr que las insumisiones de las disidentes sean una aportación a otras mujeres a quienes no es fácil desprenderse de patrones culturales impuestos durante generaciones.

Lograr la transformación de la propia vida en lo personal y reflexionar sobre la independencia de la dirección masculina es más que complejo y, además, peligroso. Las dictaduras encuentran en las opositoras a su peor enemigo y como tal son tratadas. Según denuncia Amnistía Internacional, en países como China se las acosa por ejercer sus derechos más elementales.

La dimensión global de la disidencia en el siglo que apenas se inicia muestra un ejército femenino ávido de poder participar y redefinir el rumbo del planeta

Las chinas son encarceladas por unirse al movimiento en favor de la democracia. Se las procesa por luchar por el respeto a los derechos humanos y son enviadas a realizar trabajos forzados como castigo por supuestos delitos políticos que tienen que ver con las críticas al régimen. Las torturas y los abusos sexuales bajo custodia son práctica común. Sus derechos sexuales y reproductivos están controlados por el Estado y al ejercer la maternidad sin autorización del Gobierno son obligadas a abortar. Todo esto frente a la mirada internacional. En el contexto latinoamericano, donde las economías son cada vez más dependientes, las mujeres tejen su propia disidencia desde muy diversas realidades, incluso dentro de un mismo país. Son, en su mayoría, mujeres quienes encabezan movimientos de cambio, de exigencia.

En la actualidad, las voces femeninas críticas de América Latina se entregan con mayor decisión a la lucha, y como ocurre en el resto el mundo, en mayor o menor medida, van ganando espacios, pese a que la ferocidad de los Estados represores también se profundiza. Su participación política sigue siendo limitada. Los obstáculos para que ocupen puestos de representación popular en la misma proporción que los hombres se siguen imponiendo. Sólo representan el 16% de los parlamentarios a escala mundial.

La política global del neoliberalismo imperial necesita eliminar las insurgencias y todo lo que sea un obstáculo para el libre mercado y el sometimiento encuentra más obstáculos para participar en la toma de decisiones.

Casi todos los conflictos armados recientes se han caracterizado por la violencia sexual sistemática contra las mujeres. Se utiliza para aterrorizar y para la depuración étnica. No son partícipes de la decisión de emprender las guerras en el mundo, pero sí son las más afectadas.

Las indígenas, por ejemplo, han sido en especial blanco de agresiones y violencia. Además de la pérdida de sus seres queridos, sufren el recrudecimiento de los ataques y torturas sexuales por militares. La historia de la lucha es larga. La lista de las disidencias femeninas en América Latina mucho más, y sigue creciendo. ¿Qué sería de Argentina sin las madres de la Plaza de Mayo? ¿O de Brasil sin la lucha contra la discriminación, el racismo y la violencia contra las mujeres afrodescendientes?

Existirían aún los grupos indígenas de Centroamérica sin la lucha de las mujeres disidentes contra las políticas de exterminio? ¿Las torturas sexuales, y los crímenes contra mujeres en Guatemala y en Ciudad Juárez, se conocerían sin la voz de las madres de las víctimas?

Pero la lucha se extiende a todo el globo. La lucha por los derechos femeninos en Malaisia, o la libertad de expresión en Bielorrusia han inspirado por igual a otras mujeres y hombres. En el sueño de los indonesios, los africanos o los indios por la erradicación de la pobreza ellas también han desempeñado un papel decisivo.

Todas son luchas que se heredan y florecen en otros tiempos, como lo hicieron otras mujeres en su momento y de las que la humanidad no se puede dar el lujo de prescindir. El racismo, la violencia sexual, el feminicidio, la impunidad, la discriminación, la heterosexualidad obligatoria, el clasismo, la violación de derechos humanos, el desempleo… son los tentáculos de la misma bestia con la que se enfrentan las mujeres disidentes en casi todo el planeta. Estas expresiones de injusticia social no forman parte de los foros internacionales donde algunos Estados logran simular el cumplimiento de convenciones y tratados en materia de derechos humanos. Se llevan las palmas, reciben reconocimientos y se concentran en acallar esas voces críticas.

En algunos países, su capacidad para simular les ha permitido ocultar su falta de voluntad para resolver la violencia que sufren las mujeres, las desapariciones, la prostitución forzada y los feminicidios, guerra que también incluye a las niñas.

Son las mujeres, las madres de las víctimas, las que han retado al Gobierno, enfrentándose a todo: amenazas, persecuciones, asesinatos. Aún así, han obligado al Ejecutivo mexicano a sentarse en la silla de los acusados en juicios internacionales y ante la opinión pública mundial. En Europa, la disidencia femenina tiene un trabajo no menos activo, pero con diferentes matices y problemas. Se lucha en otros ámbitos y su fuerza política es más visible.

En países donde el narcotráfico es uno de los más fuertes negocios, su aparente combate también ha servido para apabullar los movimientos de las mujeres. Es, sobre todo, en estos países donde la violencia sexual contra las mujeres se ha incrementado, los feminicidios siguen ocurriendo y sus historias se pierden en la avalancha de asesinatos que se registran todos los días.

Los movimientos femeninos de países en desarrollo intentan dar cuenta de esta realidad a la comunidad internacional. Sufren un acoso constante y tratan de ir puliendo sus destrezas de defensa. Pero en realidad, ¿cuánto se avanza? Algunas jóvenes de Centroamérica suelen decir que sus logros los verán sus nietos y con eso se conforman. Algunas de sus luchas comenzaron del brazo o en apoyo a grupos que luchan por los derechos indígenas en Chiapas, el terror y los temores fortalecidos por los asesinatos, las desapariciones forzadas, las amenazas de militares y paramilitares desencadenaron movimientos independentistas por parte de las mujeres indígenas, pero aún siguen aprendiendo.

Las luchas de las mujeres disidentes, así como las de los hombres, no logran acabar por completo con los males del mundo, pero al menos los hacen visibles. El derecho al matrimonio entre homosexuales y lesbianas, aprobado en algunos países occidentales, es un ejemplo de una larga lucha que también contó con el apoyo femenino. Sin embargo, los ataques homófobos continúan.

La raíz de las injusticias sociales y políticas empieza muy pronto en la vida de las mujeres, a su más temprana edad. De los 130 millones de niños en el mundo que no asisten a la escuela, el 70% son niñas. Valdría la pena recordar las palabras de la comandante Ramona, indígena zapatista en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Indígenas, en el Estado de Oaxaca, México, en 1997: “Muchas resistencias hemos tenido que vencer para llegar hasta aquí: la de los dueños del poder, que nos quieren tener separadas y calladas; la de los ricos de México, que nos quieren tener como animales para explotar; la de los extranjeros, que se quedan con nuestras mejores tierras y nos quieren como esclavas; la de los militares, que cercan nuestras comunidades, nos violan, amenazan a nuestros hijos, meten las drogas y el alcohol, la prostitución y la violencia; la de los que quieren actuar y pensar en nuestro nombre, no les gusta que los indios y las indias digamos nuestra palabra y les da miedo nuestra rebeldía… Hemos llegado hasta aquí venciendo también la resistencia de algunos de nuestros compañeros que no entienden la importancia de que las mujeres estemos participando de la misma manera que los hombres”.