El ‘Gran Hermano’ se aproxima. ¿Qué vamos a hacer al respecto?

Las trompetas de la tecnología no siempre anuncian un nuevo amanecer brillante.

Ya hoy, nuestra sociedad, con todo su poder tecnológico, sigue la pista de algunos indeseables en todo momento. Imaginemos un mundo en el que a cada recién nacido se le implante una pequeña cápsula en la axila. Dentro de ella habrá monitores, pequeñas cantidades de hormonas, un transmisor inalámbrico y un receptor. El dispositivo funcionará con una pila como la del reloj. Cada cinco años se sustituirá la cápsula mediante cirugía; será una operación obligatoria y barata, pagada por el Estado.

A partir del nacimiento, ningún instante de la vida de una persona quedará sin vigilar. En cada esquina de la calle, en la entrada de cada casa, quizá incluso dentro de cada habitación y bajo cada cama, habrá una caja de metal, inviolable para que no se pueda robar. Cada caja contendrá un receptor y un transmisor unido a un ordenador central. Cada vez que una persona pase cerca, transmitirá un informe electrónico. Algo así como: “El nivel de hormona de la ira en el torrente sanguíneo del número KJ-090679883 está un poco elevado. Inyecte en vena 21 miligramos del antídoto correspondiente para impedir que se vuelva violento”.

Todo eso se hará en cuestión de segundos. Al mismo tiempo, se enviará un informe al cuartel general. Allí, unos médicos buscarán métodos para impedir que los individuos hagan daño a otros, a sí mismos o al medio ambiente.

Casi todos los elementos necesarios para un sistema así, como los tratamientos hormonales para impedir que los culpables de delitos sexuales repitan sus crímenes y los antidepresivos capaces de convertir a las personas en zombis, ya existen. Y, con la violencia en aumento a medida que cae el PIB, es muy probable que los demás estén a nuestro alcance en un futuro muy cercano. Estos métodos agradarán a los alcaldes deseosos de controlar la delincuencia, a los pacifistas que quieren eliminar la guerra y a las feministas que siempre se quejan de todo lo malo que los hombres les hacen a las mujeres. La pregunta es: ¿estamos preparados para pagar el precio?