Vista general de la escena donde se produjo un atentado terrorista que ha matado a al menos 300 personas, Mogadiscio, octubre 2017.

Tras el letal atentado cometido en el país, el Gobierno debe proporcionar asistencia a las víctimas y aprovechar el apoyo creciente al Ejecutivo para lograr superar las divisiones en la sociedad somalí que hacen que Al Shabaab sea una amenaza persistente.

La devastadora explosión de dos camiones bomba en la capital de Somalia, Mogadiscio, el sábado 14 de octubre de 2017, es el atentado más letal cometido en el país desde que comenzó la fase actual de la guerra civil, a principios de 2007. No hay casi ninguna duda de que el responsable es el movimiento insurgente islamista Al Shabaab, aunque nadie lo ha reivindicado. El numero definitivo de fallecidos será probablemente superior a 300, en su inmensa mayoría somalíes corrientes, docenas de niños, dedicados a sus quehaceres cotidianos. La prioridad inmediata es atender a las víctimas y controlar las consecuencias. El Presidente somalí, Mohamed Abdullahi Farmajo, su gobierno y sus socios extranjeros deben redoblar los esfuerzos para reparar las divisiones en la sociedad somalí y las deficiencias crónicas en el sector de la seguridad que hacen que Al Shabaab sea una amenaza tan persistente.

La primera bomba, la más letal, estalló en el cruce de Zoobe, en Hodan, un bullicioso barrio comercial próximo a las oficinas del Creciente Rojo y los ministerios de Educación y Asuntos Exteriores (el ministro de Exteriores fue alcanzado por escombros y trozos de cristal). No está claro si los objetivos principales eran los edificios oficiales, como indican algunas informaciones, o un campo de entrenamiento militar construido recientemente en las cercanías por el Gobierno turco. Hubo una segunda explosión, más pequeña, que mató a 12 personas en Ceel Qalow, cerca de Halane, la base de la misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM).

Al Shabaab, un grupo insurgente que lucha para derrocar al Gobierno somalí desde 2007, es la única organización con la capacidad, las razones y la experiencia necesarias para llevar a cabo algo de estas dimensiones. El hecho de que no haya negado ni reivindicado su autoría puede deberse a que se resiste a asumir la responsabilidad de un atentado que ha suscitado una indignación y una repugnancia sin precedentes (tampoco quiso reivindicar un atentado cometido en 2009 durante una ceremonia de graduación en Mogadiscio) o a que confía en que los rumores y las teorías de la conspiración —que apuntan, casi todas, a la complicidad de las fuerzas de seguridad— continúen sembrando la confusión.

A pesar de haber sufrido contratiempos militares desde 2011, debido a la intervención de AMISOM, Al Shabaab sigue aguantando. Controla franjas rurales del centro y sur de Somalia y rutas de abastecimiento entre pueblos, mantiene una firme campaña de coches bomba, asesinatos y otros atentados en Mogadiscio y ha atacado, y en algunos casos ocupado, bases aisladas de la AMISOM y el Ejército somalí.

Según varias fuentes, el atentado en Zoobe se cometió con un viejo camión TM (Bedford) —un modelo que antes usaba el Ejército somalí y que se encuentra por todas partes en el país—, transformado para su uso civil como camión de carga, y lleno hasta arriba de explosivos. Procedía del Valle de Shabelle, y se cree que pasó varios controles vigilados por soldados somalíes en la carretera de Afgoye a Mogadiscio. Es posible que los explosivos estuvieran ocultos por algún cargamento y, por tanto, fueran más difíciles de detectar sin un registro exhaustivo o detectores especiales (los intentos de utilizar perros entrenados en los controles han fracasado porque muchos somalíes lo consideran un animal sucio con arreglo a las leyes islámicas, aunque sí se han empezado a usar en el aeropuerto). También es posible que sobornaran a los soldados para que dejaran pasar al camión.

Aunque la responsabilidad de los horribles atentados es sin duda de sus autores, ha habido una serie de acontecimientos recientes que tal vez han contribuido a que Al Shabaab haya podido organizar una operación de estas dimensiones, y que el presidente Farmajo y sus socios extranjeros deberían tener en cuenta a la hora de reaccionar.

 

La pérdida de territorio en torno a Mogadiscio

Hombres sospechosos de pertenecer al grupo Al Shabab son detenidos en una operación militar. Mohamed Abdiwahab/AFP/Getty Images

Recientemente, Al Shabaab recuperó varias zonas del Valle de Shabelle, incluida la ciudad de Bariire, solo 45 kilómetros de Mogadiscio y en una de las carreteras principales. Dichas áreas cayeron en manos del movimiento cuando las fuerzas del Gobierno se retiraron a principios de este mes, en protesta porque algunos soldados llevan tres meses sin cobrar sus salarios. Evitar atentados en Mogadiscio es todavía más difícil si las zonas circundantes vuelven a estar bajo el control de Al Shabaab o cuando las comunidades, indignadas por la corrupción y la incapacidad del Ejecutivo y por las muertes de civiles durante las operaciones antiterroristas, ofrecen apoyo tácito a los islamistas. Al Shabaab sabe aprovechar constantemente la ira por la corrupción de los funcionarios —Somalia está considerado el país más corrupto del mundo, según Transparencia Internacional— para recabar apoyos.

Los esfuerzos del Gobierno de asegurar Mogadiscio consisten, sobre todo, en localizar las armas ilícitas, controlar a las milicias de los clanes y levantar barreras en las principales entradas a la ciudad. Pero estas medidas no son suficientes. Los soldados que no cobran y son sobornables y los clanes descontentos en los alrededores de la ciudad permiten que se infiltren los miembros de Al Shabaab. Las células de élite de la organización, Amniyat (inteligencia), llevan años trabajando en la capital, introduciéndose en las estructuras de seguridad del Estado, reuniendo información y asesinando a funcionarios y confidentes del Gobierno.

 

Luchas internas en las fuerzas de seguridad

Soldados somalíes patrullan las calles de Mogadiscio tras el atentado terrorista. Mohamed Abdiwahab/AFP/Getty Images

El Ejército somalí y otras ramas de los servicios de seguridad han sufrido tensiones considerables en los últimos tiempos. El creciente sectarismo y las complejas relaciones entre clanes desencadenaron una serie de escaramuzas en septiembre, cuando una unidad de las Fuerzas Armadas somalíes y elementos de la nueva Unidad de Estabilización de Mogadiscio se enzarzaron en un tiroteo que dejó seis soldados muertos. El motivo de estos choques suele ser la disputa por el control de algún territorio, controles de carreteras y otras fuentes de ingresos. Las peleas minan la moral y la cohesión de las fuerzas de seguridad, debilitan la eficacia del Ejército y aumentan las probabilidades de que distintas tropas o facciones colaboren con el enemigo. Las recientes dimisiones de los jefes de la defensa y el Ejército y la retirada de las Fuerzas Armadas de ciertas zonas del Valle de Shabelle pueden estar relacionadas con estos problemas.

Este año, hasta los trágicos atentados, la seguridad de Mogadiscio había experimentado una mejora gradual, aunque discreta. Los asesinatos y los atentados con coche bomba habían sido menos frecuentes y menos letales que en otros años (el peor fue 2016), y las fuerzas de seguridad habían desbaratado varios atentados con artefactos caseros colocados en coches. Desde luego, un mejor entrenamiento, la vigilancia de los coches  las patrullas en las principales vías urbanas han sido útiles. Pero da la impresión de que las disputas endémicas entre unos cuerpos y otros han permitido que los rebeldes organizaran un gran atentado.

 

Problemas políticos

La tensión cada vez mayor entre Mogadiscio y los estados federales del país también ha tenido repercusión en la seguridad. Y la disputa entre Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, por un lado, y Qatar, por otro, ha agravado la situación. Como los saudíes y los emiratíes cultivan unas relaciones directas con los estados federales que restan autoridad a las relaciones de dichos estados con el Gobierno federal, cada vez hay más tensiones sobre qué bando de la disputa en el Golfo respaldar. Y esta es otra distracción que desvía la atención de los problemas en Mogadiscio.

Riad y Abu Dhabi han dejado de dar ayuda financiera directa a Somalia, por lo que el Gobierno ya no puede pagar a los soldados, policías y funcionarios de los servicios de inteligencia. En octubre, Arabia Saudí aceptó entregar 50 millones de dólares al Ejecutivo somalí, pero diversas fuentes dicen que se trata de una donación única, no la reanudación de su ayuda presupuestaria previa. Mientras Mogadiscio permanezca neutral —es decir, se niegue a respaldar explícitamente a Arabia Saudí y los Emiratos en su disputa con Qatar—, es poco probable que Riad vuelva a ofrecer la ayuda que solía. Pero Qatar y su aliado Turquía también son grandes donantes, así que es comprensible que el Gobierno somalí se resista a pronunciarse por un bando u otro en la disputa entre sus socios.

 

Las prioridades del Gobierno

Hombres rescatando a víctimas del ataque terrorista. Mohamed Abdiwahab/AFP/Getty Images

Las próximas semanas serán cruciales para el Ejecutivo de Farmajo. La indignación contra al Shabaab en la calle puede hacer que cuente con más apoyos y con el empuje necesario para tratar de superar las divisiones en la sociedad somalí. Ahora bien, existe también el peligro de que los adversarios del Presidente, sobre todo en los estados federales, intentan aprovechar la crisis para deshacerse de él y de su Gobierno. Ya en las semanas previas a los atentados, había rumores cada vez más intensos sobre planes de los gobiernos regionales para proponer una moción de censura en el Parlamento. La formación de un grupo que emitió un comunicado crítico tras una reunión celebrada en Kismayo el 11 de octubre agudizó las especulaciones. Toda esta agitación puede hacer el juego a los insurgentes.

El Ejecutivo, desde luego, debe hacerse cargo de la situación tras los atentados y asegurarse de que las víctimas reciban toda la ayuda necesaria. Pero también tiene que apresurarse a mejorar las relaciones con los estados federales y abordar los interrogantes constitucionales que están en la raíz de muchas de las disputas políticas, sobre todo los relacionados con el reparto de recursos y la transferencia de competencias. El Gobierno ha invitado a los presidentes de los estados federales a debatir las principales discrepancias, incluida la crisis del Golfo, en las próximas semanas. Es un paso positivo que conviene apoyar.

La reforma y limpieza del sector de la seguridad es otra medida obligatoria. Mientras las autoridades no den prioridad a esta tarea, las enormes inversiones externas en el sector no servirán de nada. El grado actual de corrupción alimenta la inseguridad. Por su parte, la AMISOM ha progresado mucho en el intento de recuperar territorios que controla Al Shabaab, pero sus recursos no dan para más y tiene dificultades para librar una guerra no convencional contra unos rebeldes muy correosos que aprovechan los conflictos locales y, con frecuencia, la torpeza de sus enemigos, ya sean africanos, somalíes o estadounidenses. La incapacidad de las fuerzas somalíes para asegurar y gobernar las áreas recuperadas por la AMISOM, a menudo con un gran coste en vidas, es desmoralizadora. En parte para intentar obligar al Gobierno a que dé prioridad a la reforma del sector de la seguridad, varios países que contribuyen con tropas han amenazado con retirarlas en los dos próximos años. Aunque las fuerzas somalíes deben asumir poco a poco más responsabilidad, la retirada precipitada de la AMISOM sería un desastre y, casi con seguridad, dejaría grandes partes del país, incluidas varias ciudades, en manos de Al Shabaab.

Las divisiones políticas, entre el Gobierno y los estados federales y entre los clanes, son un grave obstáculo para las reformas. Intensificar los esfuerzos para resolverlas, entre otras cosas con la reconciliación entre clanes, es crucial en sí mismo y como condición previa para que las fuerzas de seguridad tengan cohesión y motivación. Si no se establecen unas bases políticas sólidas, la formación y la dotación de las diversas unidades en las fuerzas nacionales podrían acabar desestabilizando aún más.

En este sentido, debe ser prioritario iniciar un proceso de reconciliación de abajo arriba y lograr acuerdos políticos entre el Gobierno y los estados federales y entre unos estados y otros. Los principales socios de Somalia, la Unión Europea (UE), Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Africana (UA), deben seguir promoviendo esos esfuerzos. A su vez, los estados, con el apoyo de Mogadiscio, deben poner en marcha iniciativas de base para reconciliar a los clanes y hacer que los gobiernos locales sean más integradores. Los socios occidentales de Somalia podrían facilitar este proceso apoyando el papel de los estados en la reconciliación dentro de los clanes y entre unos clanes y otros y contribuyendo a reforzar las fuerzas de seguridad locales.

 La versión original en inglés de este artículo puede consultarse aquí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.