NUEVA DELHI, INDIA – 2022/08/15: Personas afectadas por las inundaciones vistas en una cola con sus utensilios para obtener alimentos, distribuidos por el gobierno de Delhi en Pusta Road, Nueva Delhi. (Foto de Pradeep Gaur/SOPA Images/LightRocket vía Getty Images)

Conflictos armados, catástrofes naturales, pandemias, crisis migratorias y todo tipo de emergencias complejas hacen que la cooperación y la ayuda humanitaria tengan cada vez más significado

El recientemente presentado Informe de Desarrollo Humano no puede ser más preocupante al indicar que el desarrollo humano ha retrocedido a niveles de 2016, poniendo en riesgo los avances que se habían producido en algunos países en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). El sugerente título, “Tiempos inciertos, vidas inestables: configurar nuestro futuro en un mundo en transformación”, evoca cómo millones de personas en el mundo están sufriendo las graves consecuencias derivadas de múltiples crisis que han sucedido en los últimos años. Ciertamente, los dos últimos años, correspondientes a la pandemia, han sido devastadores para el desarrollo mundial y han supuesto un retroceso superior al observado tras la crisis financiera global de 2008. La COVID-19, los efectos del cambio climático, la guerra en Ucrania y todas las consecuencias e interconexiones derivadas de estos hechos demuestran que el desarrollo puede ser transitorio.

Como si se tratara de un juego de parchís en el que se puede retroceder algunas casillas hemos visto que países ricos ya no lo son tanto y que los países en desarrollo han sido impactados enormemente por la COVID, perdiéndose cientos de vidas humanas, de empleos o de años de escolaridad. El análisis apunta a que más del 90% de los países han registrado un retroceso en los niveles de desarrollo, lo que significa que la mayoría de los habitantes del planeta han sido de una u otra forma afectados negativamente por las crisis recurrentes. Desde un agricultor en América Latina a un empresario europeo han sufrido la pandemia, aunque de manera desigualdad porque hasta en periodos de cambios quedan patentes los desequilibrios, como hemos visto en el acceso a las vacunas de COVID-19.

Incertidumbre, inestabilidad y transformación son tres palabras, incluidas estratégicamente en el título del informe, que reflejan los tiempos en los que vivimos. En este escenario internacional en el que los retos globales nos abruman cabe preguntarse por el papel que puede desempeñar la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria, así como si sigue siendo viable la actual hoja de ruta compuesta por la Agenda 2030 y el cumplimento de los ODS.

La respuesta a la posición de la cooperación en esta coyuntura podemos encontrarla en palabras como la del presidente de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja, Francesco Rocca, que apuntó: “yo no recuerdo un periodo con unos desafíos tan enormes para los trabajadores humanitarios. Salimos de dos años de covid; con catástrofes como las inundaciones en Pakistán. En Siria hay seis millones de personas que carecen de todo. Persisten guerras como las de Yemen y Tigray (Etiopía) y, por supuesto, Ucrania. Podría enumerar una larguísima lista de crisis”. Una situación que refleja que la cooperación y, especialmente en estos contextos, la ayuda humanitaria son esenciales al tener como objetivo responder a las necesidades básicas y proteger a los más vulnerables. La realidad es que cada vez es más habitual encontrarnos con países que sufren crisis de carácter multidimensional y que requieren una respuesta integral de la comunidad internacional. No en vano, el informe de la OCDE sobre Estados de fragilidad de 2022 señala que hay 60 contextos frágiles (tres más que en 2021 al haberse incorporado Benín, Timor Leste y Turkmenistán), 15 de ellos extremadamente frágiles, que corresponden a 1.900 millones de personas.

Tras la segunda guerra mundial la cooperación internacional surge como una expresión de solidaridad entre los países, aunque la ayuda ya jugaba un papel importante en términos políticos y económicos e, incluso, estratégicos. Las primeras manifestaciones de la cooperación al desarrollo nacen a mediados del siglo XX con la creación de la organización de Naciones Unidas en 1944, de los organismos financieros internacionales y del Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) en 1960, lo que supuso la institucionalización del sistema internacional de ayuda al desarrollo. El objetivo de Naciones Unidas, mantener la paz y la seguridad internacional y solventar problemas internacionales comunes, cobra aún más sentido en estos momentos en los que el orden geopolítico se tambalea y en el que la Cruz Roja habla de crisis sin precedentes.

En los últimos 30 años, la ayuda humanitaria y la cooperación al desarrollo han evolucionado considerablemente y se han creado las agendas de eficacia de la ayuda y de financiación. Lo han tenido que hacer al ritmo que cambiaba el escenario internacional del que poco queda de aquella época caracterizada por el fin de la guerra fría o las guerras del Golfo y los Balcanes. Los mecanismos, instrumentos y marcos de cooperación se han ido adaptando al igual que han tenido que hacerlo las instituciones internacionales y los actores de cooperación. Nos hemos ido acostumbrando a conceptos como desarrollo sostenible, seguridad humana y actualmente al triple nexo acción humanitaria, desarrollo y paz.

El siglo XXI se inicia con la Declaración del Milenio de 2000 que marcó un hito al comprometer a la comunidad internacional en el cumplimiento de ocho objetivos que pretendían crear un mundo más justo y desarrollado. La erradicación de la pobreza, la enseñanza primaria universal, la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil y mejorar la salud materna, combatir enfermedades graves y la sostenibilidad medioambiental eran los objetivos que a través de metas concretas se esperaban alcanzar en 2015. La actual agenda de desarrollo, Agenda 2030 y los ODS, van más allá al aspirar a construir a través de 17 objetivos un modelo de desarrollo que garantice el bienestar de las personas y la sostenibilidad ambiental.

Miembros de la Media Luna Roja Turca continúan distribuyendo ayuda humanitaria a las víctimas de las inundaciones en Quetta, Pakistán, el 21 de septiembre de 2022. (Foto de Muhammed Semih Ugurlu/Anadolu Agency vía Getty Images)

El balance tras más de veinte años de la considerada como la primera agenda de desarrollo es de claros y oscuros. Algunos logros se han alcanzado, pero perviven las desigualdades o se han producido incluso retrocesos, más acentuados en los últimos años. Los escenarios humanitarios son similares, con variaciones menores como, por ejemplo, Ucrania que posiblemente sea un país que cuando la situación de seguridad lo permita requiera una ingente cooperación. Por el contrario, la desigualdad en algunos países de América Latina o la crisis de alimentos en el Cuerno de África perviven desde hace décadas, en este último caso difícil de olvidar la fotografía de Kevin Carter en Sudán en 1993 que ganó el premio Pulitzer. Hoy en día el impacto de la guerra en Ucrania con el aumento de los precios de las materias primas y de los alimentos supone que solo en esa región del planeta 20 millones de personas están en riesgo de morir de hambre. Otros millones de personas sufrirán pobreza energética, disminución de ingresos o acceso limitado a recursos hídricos, entre otras dificultades.

Todas estas circunstancias no han puesto fácil el cumplimento de los ODS en la fecha establecida, dentro de ocho años habremos avanzado algunas casillas en alguno de ellos, pequeños hitos como en el aumento de mujeres en los parlamentos, en salud materno-infantil o en el acceso a Internet, pero el cumplimiento de la mayoría de los ODS está en riesgo. Si la cooperación al desarrollo surgió en un momento con grandes desafíos como el actual y en el que la solidaridad primó sobre otros intereses es el momento de mantener el espíritu de consenso de creación de los ODS y redoblar los esfuerzos para que en 2030 el balance no sea tan aciago como se vislumbra.

Frente a esos datos negativos el PNUD trata de ser proactivo al considerar que estas dificultades pueden revertirse en oportunidades aplicando políticas que generen inversión y seguridad humana. Las propuestas que apuntan huyen del corto plazo y se basan en cambios sistémicos que incluyan acciones en inversión (desde energías renovables a prevención de desastres), seguridad/protección (en servicios básicos como salud o educación) e innovación (tecnológica, económica o cultural).  Si frente a los riesgos y emergencias sobrevenidas contamos con herramientas eficaces como la ayuda humanitaria, en estas acciones de medio y largo plazo que plantea el PNUD la cooperación al desarrollo tiene margen de actuación. Posiblemente habrá que innovar para adaptarse a esta nueva realidad, pero como viene haciéndolo desde sus orígenes apostar por fortalecer las capacidades y reducir las vulnerabilidades está en el núcleo de la cooperación. 

Los participantes de la Asamblea General de la ONU escuchan el discurso del Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, durante la sesión en Nueva York, Estados Unidos, el 20 de septiembre de 2022. (Foto de Sergii Kharchenko/NurPhoto vía Getty Images)

En el discurso inaugural de la Asamblea General de Naciones Unidas hace unos días en Nueva York, el Secretario General, António Guterres, tras una palabras apocalípticas sobre la actual situación finalizó señalando “necesitamos esperanza y más. Necesitamos acción”. Regresando al artículo primero de la Carta de Naciones que subraya que uno de sus propósitos de la organización es realizar cooperación internacional para solucionar problemas internacionales de carácter económico, social, cultural o humanitario, podríamos añadir que necesitamos cooperación. En este escenario en transformación y convulso la cooperación al desarrollo y la ayuda humanitaria tienen cada vez más peso y razón de ser. Mientras no se atajen las causas que conllevan a esta inestabilidad, por ejemplo, los efectos del cambio climático, habrá que estar preparados y si no queremos regresar a la casilla de salida, como en el parchís, será necesario invertir en capacidades, en prevención y en construir sociedades más resilientes y preparadas para los cambios.