La prueba nuclear norcoreana podría ser el detonador de un conflicto en la región.

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Chung Sung-Jun/Getty Images

Corea del Norte ha llevado a cabo su tercera prueba nuclear desde 2006, y el mundo lo considera una “provocación” más. Todo hace pensar que, a medida que la indignación internacional crezca, los dirigentes de Pyongyang sonreirán, porque habrán conseguido todo lo que deseaban. Han sacudido la política internacional y han obligado al mundo a reconocer que la República Democrática Popular de Corea (RDPC) sigue viva y coleando y es un factor con el que hay que contar.

Para las autoridades norcoreanas, el sentido de la oportunidad es una forma de arte político. Sus provocaciones suelen surgir cuando es probable que alguna distracción impida cualquier medida por parte de los destinatarios de la provocación, o sencillamente como mensaje simbólico. Uno de los mejores ejemplos sigue siendo la captura del buque espía estadounidense Pueblo, frente a las costas de Corea, que se produjo en enero de 1968, en pleno apogeo de la guerra de Vietnam. Pero tampoco hay que olvidarse del bombardeo de la isla de Yeonpyeong en noviembre de 2010, justo cuando el gigante asiático estaba viviendo una ola de incidentes y movilizaciones nacionalistas contra Japón. La pequeña Corea del Norte, “la gamba entre los cachalotes”, pensó que podía moverse en la estela de la gran China y disparar desde atrás. Ni su vecina del Sur ni Estados Unidos reaccionaron, porque ambos estaban absortos en la situación general que se desarrollaba en el Mar de China Oriental.

Asimismo, Corea del Norte tiene un gran talento para escoger ocasiones simbólicas. El lanzamiento (en su mayor parte, una chapuza) de una flota de misiles balísticos de corto y medio alcance justo a tiempo para la celebración del 4 de julio, en 2006 y 2009, deja pocas dudas sobre su capacidad de transmitir el mensaje deseado. Y en la actualidad estamos viendo las dos estrategias. El tercer intento norcoreano de lanzar un satélite, con éxito, se produjo el pasado mes de diciembre, solo unos días antes de las elecciones presidenciales en Corea del Sur, en una demostración de su capacidad de resistencia al votante surcoreano corriente. Su nueva prueba nuclear la ha realizado en la víspera del primer discurso sobre el estado de la Unión pronunciado por el presidente Obama tras su reelección. No es coincidencia que las tensiones entre China y Corea en el Mar de China Oriental estén aumentando, después de que una nave radar PLAN iluminara un buque de la armada japonesa recientemente.

Pyongyang también ha aprendido a dominar el arte de cruzar líneas, sin llegar a rebasar la línea roja que tiene delante. Desde esta perspectiva, hasta los fracasos se convierten en éxitos. El fiasco total de la primera prueba nuclear de Corea del Norte y los lanzamientos de misiles abortados convencen a otros países de no hacer nada o casi nada. En la práctica, cumplen un propósito fundamental: el mundo se acostumbra a convivir con las actuaciones norcoreanas. Sin embargo, en esta ocasión, lo ambiguo es el tamaño y la naturaleza de la prueba. Aunque ha sido algo mayor que la prueba anterior, sigue siendo muy reducida para ser una bomba de plutonio, y eso podría ser señal de que ha vuelto a ser un fracaso parcial. Pero el Gobierno norcoreano presume de haber obtenido la miniaturización -por ejemplo, un arma utilizable-, y, si eso es cierto, está claro que la prueba ha abierto una nueva vía, la del uranio enriquecido. Este sería un paso gigantesco, tanto hacia la obtención de un arma utilizable como hacia la posible proliferación: las dos únicas líneas rojas que quedan.

Todo esto no debe impedirnos observar la posibilidad de reforma en Pyongyang: ha habido sustituciones en la cúpula de la élite militar y los servicios de inteligencia y cambios en la política económica y la propaganda. Kim Jung On ha llegado a hacer un llamamiento directo a Estados Unidos; el hecho de que Corea del Norte informara a Washington y Pekín antes de la prueba (pero no a Seúl…) es muy significativo. El régimen desafía a los dos grandes cachalotes de la región pero también les tiende la mano.

El fracaso de China y Estados Unidos

Dejémonos de hipocresía e indignación por las provocaciones y tengamos en cuenta lo siguiente. La doble maniobra de China -mantener controlada a Corea del Norte mientras mueve sus propios peones en los mares de China Oriental y del Sur- no puede triunfar. Solo ha funcionado con Seúl, donde la esperanza de que el gigante asiático contenga al Gobierno norcoreano ha animado al presidente Lee Myung Bak a volverse de pronto en contra de Japón y a exhibir un nacionalismo desafiante. La reciente campaña surcoreana contra los japoneses es una bendición para los mensajes de propaganda de Pekín. ¿Pero, por qué va a aceptar Pyongyang pagar el precio? Como Corea del Norte ha recordado a veces al Imperio del Centro, su programa nuclear nació por los mismos cálculos que alimentaron el programa nuclear chino a mediados de los 50. Así que ahora, no tiene intención de permitir que éste dicte sus necesidades estratégicas. China no puede repicar y andar en la procesión, tener un comportamiento que roza los límites mientras exige contención a un Estado que no es exactamente amigo.

Estados Unidos también está cosechando un resultado desalentador. En los últimos años, su labor diplomática ha ayudado a poner a Taiwán en manos del gigante asiático. Elude toda implicación directa en la controversia entre China y Japón a propósito de las islas que en otro tiempo devolvió a los japoneses. Ha transmitido de manera repetida el mensaje de que su mayor prioridad es evitar el conflicto. Si eso sucede cuando Pekín está poniendo a prueba, abiertamente, los límites de la alianza entre Washington y Tokio, ¿por qué va a pensar Pyongyang que corre peligro de una acción militar estadounidense?

Queda una vía política que no se ha examinado: la de una apertura plena hacia Corea del Norte, que tal vez podría generar una transformación del régimen como sucedió con Birmania. Los norcoreanos han insinuado esta posibilidad, pero el coste es, seguramente, demasiado alto y los beneficios muy escasos. Corea del Norte no tiene recursos naturales significativos y los incentivos para las empresas son limitados. Corea del Sur -el enemigo, dado que esta es, en definitiva, una interminable guerra civil- no puede conseguir que haya una apertura porque el Norte teme las consecuencias del deshielo. Y cualquier posible presencia diplomática de EE UU en Pyongyang -porque de eso es de lo que estamos hablando- podría hacer que China reforzara su apoyo al régimen, dado que no querrá perder un Estado parachoques que le es muy útil.

Rusia: ¿un actor olvidado?

La opción más viable no es una vuelta a las conversaciones a seis bandas que Pekín propugna sin cesar. Hace cuatro años que no se celebran unas, y ya las últimas fueron poco más que una pantomima. Lo que tiene China no es la clave para resolver el problema, sino el cerrojo. Quiere ser la dueña de Corea del Norte, presentar al mundo su cumplimiento de las demandas internacionales básicas y preservar el régimen. Tres objetivos que no pueden lograrse al mismo tiempo.

Por el contrario, Estados Unidos, Corea del Sur y, tal vez, Europa deberían volver la mirada al otro gran actor de la región: Rusia. En otro tiempo, fue el principal apoyo de la RDPC. Comparte una frontera y obtendría enormes beneficios económicos de la existencia de nuevos enlaces terrestres con Corea del Sur que permitieran desarrollar líneas de ferrocarril y, quizás, un gasoducto. Es miembro del Consejo de Seguridad, lo cual podría contrarrestar el temor de Pyongyang a que sea inevitable que Estados Unidos utilice un día la baza del cambio de régimen. Y a Moscú no puede hacerle muy feliz la perspectiva de que Pekín tenga una influencia indiscutida en el Lejano Oriente. Se ha esforzado desde el siglo XVII para obtener un equilibrio de influencias.

La única opción que queda, aparte de esta, es que Estados Unidos recupere la diplomacia coercitiva, respaldada por una amenaza creíble de emplear la fuerza. Sería una dimensión totalmente nueva para el giro asiático de los estadounidenses, que les envolvería, a ellos y a sus aliados, en una confrontación regional a largo plazo con China: a la hora de la verdad, Pekín no puede aceptar que se someta por medios militares a su Estado vecino, que le sirve de parapeto.
En conjunto, dejando al margen los discursos inmediatos, la primera opción es mucho más preferible. Es posible conseguir una apertura sin precedentes de Corea del Norte si se ofrecen incentivos a Pyongyang, se pide la colaboración de Rusia como alternativa a China y se convence a los norcoreanos de que su seguridad y su supervivencia dependen de que hagan cambios y reformas.

En cambio, si no hacemos nada, el orden regional se derrumbará poco a poco. El revisionismo marítimo de China indica que quizá esté empezando a pasar. Entorpecidos por sus propios problemas económicos, Estados Unidos y Europa desearían que este importante aumento de las tensiones en el noreste asiático se evaporase; necesitan una buena relación con el gigante asiático y su dinero. Ahora bien, si cierran un ojo (en el caso de EE UU) o los dos (Europa), se encontrarán con una situación que se descontrola a toda velocidad.

 

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