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Norcoreanos leen la noticia del encuentro entre Kim Jong-un y Donald Trump en el periódico en el metro, Pyongyang, Corea del Norte. (Ed Jones/AFP/Getty Images)

¿Qué podría acarrear para la región asiática que no se llegara a un acuerdo con Corea del Norte en la cuestión nuclear? He aquí las claves para entender los retos que suponen para los diferentes países asiáticos unas negociaciones infructuosas.

Cuatro semanas después que los mandatarios de Estados Unidos y Corea del Norte se reunieran en Singapur y declararan, cada uno con su interpretación, que el encuentro había sido un éxito, se ciernen dudas sobre qué significa “desnuclearización”. Técnicamente no es posible llevarla a cabo en, por lo menos, 15 años. Existe la posibilidad de que la negociación pudiera ser infructuosa y dar paso a la opción de un ataque de Estados Unidos. Desde la perspectiva geopolítica, Japón y Corea del Sur temen que Washington de pasos atrás en el “giro hacia el Asia-Pacífico” que inició la presidencia de Barack Obama, y disminuya sus compromisos de seguridad en la región. Esto dejaría más espacio a China que, a su vez, tiene una relación compleja con Corea del Norte y Japón.

Investigadores que analizan el desarrollo del programa nuclear norcoreano informaron en la última semana de junio que Pyongyang está construyendo nuevas instalaciones en el laboratorio de Yongbyon. Esto ni es nuevo ni sorprende: nada se acordó en Singapur sobre detener la construcción de infraestructuras o de componentes nucleares en Corea del Norte. El secretario de Estado, Mike Pompeo, viajó el 5 de julio a la capital norcoreana con el fin de avanzar en los posibles detalles de un acuerdo que implique “la completa, verificable e irreversible desnuclearización de Corea del Norte”. El resultado del viaje ha sido negativo. Corea del Norte calificó de “presión estilo gangster” a la propuesta de Pompeo de crear una subcomisión para definir la ruta de la desnuclearización.

El Gobierno de este país insiste en avanzar paso a paso recibiendo ayuda económica y levantamiento de sanciones a cambio de ir cerrando partes de su programa nuclear. El secretario de Estado regresó a Washington con las manos vacías, excepto la posibilidad de que Pyongyang entregue los restos de los soldados estadounidenses que murieron en la guerra de Corea hace casi siete décadas.

Daryl G. Kimball, presidente de la prestigiosa Arms Control Association escribió hace pocos días: “La desnuclearización no es una tarea sencilla. No hay ningún precedente de un país que haya eliminado sus armas nucleares tras haber llevado a cabo abiertamente pruebas nucleares y desarrollado un arsenal de este tipo y su infraestructura, como ha hecho Corea del Norte. Su programa de armas nucleares y misiles incluye docenas de instalaciones, centenares de edificios y miles de personas trabajando. Lograr un proceso rápido es un objetivo, pero una desnuclearización profunda llevará años”.

Después de las sonrisas y apretones de manos en Singapur, expertos y diplomáticos han expresado el escepticismo que el viaje de Pompeo empieza a confirmar. Jonathan Cristol, del Levermore Global Scholars Program de la Universidad Adelphi, indicó a CNN que “Trump puede estar pensando que la reunión de Singapur sirvió para prevenir una guerra, pero eso sólo es cierto en el sentido de que se frenó a sí mismo antes de empezar una (contra Corea del Norte)”. Durante los meses previos a Singapur el presidente de Estados Unidos amenazó con arrasar a ese país o derrocar a su Gobierno.

Quince años para desnuclearizar

Trump concedió a Kim Jong-un tres demandas que Corea del Norte ha mantenido durante años: suspender las maniobras militares conjuntas de Estados Unidos con Corea del Sur (a las que denominó “juegos de guerra” usando la terminología de Pyongyang), aceptar la promesa del Gobierno norcoreano de “desnuclearización” sin condiciones y poder reunirse con el presidente estadounidense. Con estos objetivos cumplidos el líder norcoreano se considera un triunfador. Trump, por su lado, declaró que había sido un encuentro exitoso (parte de sus seguidores propusieron que debe recibir el Premio Nobel de la Paz) y que “el peligro nuclear norcoreano ya no existe”, pero sin mostrar nada concreto.

El texto final del encuentro de Singapur no especifica qué pasos se darán para la desnuclearización, cuánto durará, cómo se verificará y si otros países estarán incluidos en el proceso. El acuerdo sobre el programa nuclear iraní se negoció durante una década (tomando en consideración el período confidencial y el semipúblico) e incluyó a Estados Unidos y todos los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, además de a la Unión Europea y Alemania (e informalmente a otros países como Suiza y Qatar para facilitar el diálogo inicial). Como señala Jessica T. Mathews, antigua funcionaria del Departamento de Estado, “un acuerdo sobre Corea del Norte debería incluir a Corea del Sur, China, Rusia y Japón”. Por ahora, Estados Unidos no ha invitado a nadie a la negociación.

Lo que se acuerde siempre estará lejos de ser sencillo, y menos aún en un país con tan alto grado de secretismo. Algunos expertos de Estados Unidos consideran, teniendo en cuenta las experiencias anteriores de gobiernos estadounidenses que negociaron preacuerdos con Corea del Norte, que en el mejor de los casos se podría obtener una moratoria en el programa de misiles y pruebas nucleares.

Siegfried S. Hecker, exdirector del centro de investigación de armas Los Alamos (Nuevo México), que ha tenido acceso al programa nuclear norcoreano durante décadas, indica en un informe, realizado con otros expertos de la Universidad de Stanford, que su desmantelamiento llevaría, por lo menos, 15 años, en un complejo proceso de eliminación de instalaciones y verificación. El informe pregunta qué significa desnuclearización: ¿se refiere sólo a armas o también a un programa civil de este tipo? ¿Incluiría a los misiles que transportan las armas y al procesamiento de uranio enriquecido? Hecker considera que sería contradictorio que Estados Unidos permitiese a Corea del Norte continuar enriqueciendo uranio para fines pacíficos cuando se ha retirado del acuerdo nuclear con Irán, ya que este autorizaba a Teherán a realizar esa misma actividad.

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El secretario de Estado de EE UU, Mike Pompeo, durante su vista a Corea del Norte. (ANDREW HARNIK/AFP/Getty Images)

Las incertidumbres mutuas

Durante meses el exsecretario de Estado, Rex Tillerson, estuvo tratando de abrir canales de diálogo con el régimen norcoreano, pero el presidente Trump boicoteó públicamente sus intentos. La Casa Blanca le reemplazó por el que fuera director de la CIA, Mike Pompeo, quien en diversas ocasiones se había manifestado en favor de “cambiar al régimen” (derrocar) a Kim Jong-un. Poco después el asesor de Seguridad Nacional, H.R. McMaster, considerado uno de los “adultos en el Gabinete del presidente” perdió su puesto, que pasó a ser ocupado por el ultraderechista John Bolton.

Bolton, exembajador ante la ONU del presidente George W. Bush, es un halcón favorable a las opciones militares. Apoyó la guerra de Irak, está en favor de la práctica disolución de la ONU y es un entusiasta de la decisión de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén. Al igual que Pompeo, es contrario al acuerdo sobre el programa nuclear iraní y hace pocos meses escribió que un ataque preventivo contra las armas nucleares de Corea del Norte sería una “opción perfectamente legítima”.

¿Cuánta paciencia pueden tener, o quieren tener, estos altos cargos con un Gobierno que cuenta con sus armas nucleares como único pilar para su supervivencia?

Washington carece de certezas sobre si Pyongyang va a cumplir con la anunciada e indefinida desnuclearización. En varias ocasiones, los dos Estados acordaron iniciar procesos de desarme nuclear que no llegaron a nada, generalmente violados por Corea del Norte. Este último siempre ha condicionado eliminar su programa nuclear a que Estados Unidos retire sus 47.000 efectivos estacionados en Corea del Sur. En Singapur, Trump se mostró favorable a esta opción (sin avisar al Gobierno de Seúl). Corea del Norte quiere también lograr que se declare el fin de la guerra de Corea (1950-1953) que terminó con un armisticio; se levanten las sanciones internacionales; le permitan continuar el programa nuclear civil y tenga mayor reconocimiento diplomático.

El factor japonés

El régimen de Pyongyang cuenta con un número indefinido de armas nucleares, biológicas, químicas y convencionales, y con misiles de corto, medio y largo alcance para eventualmente hacer llegar esas armas a sus blancos. Estados Unidos no tiene conocimiento sobre dónde se encuentran, protegidas en silos subterráneos, las armas nucleares norcoreanas. Pero el peligro mayor no es, por el momento, que alcancen a Estados Unidos (sería un suicidio), como ha amenazado Kim Jong-un, sino que, durante una crisis, Pyongyang ataque a Corea del Sur o a Japón.

Este es el escenario de pesadilla en la región, y es el seguro de vida con el que cuenta el régimen norcoreano. Si se viese en peligro, o ante un ataque de Estados Unidos, tiene dos poderosas respuestas. La primera, tomar represalias contra la otra Corea o contra Japón. La segunda, si se produjese un derrumbe total o parcial del régimen norcoreano podría haber un desplazamiento masivo de población hacia Corea del Sur.

Las dos Coreas fueron separadas al final del dominio japonés sobre la península en 1945. Entre 1950 y 1953 se libró la guerra entre el Norte y el Sur, con los bandos apoyados por la URSS y China, de un lado, y Estados Unidos y una serie de aliados, del otro.

Japón tiene una gran preocupación con los mensajes ambivalentes de Donald Trump. En las semanas previas a Singapur, el primer ministro japonés Shinzo Abe, estuvo constantemente en contacto con la Casa Blanca. Japón es el único país del mundo que ha sufrido ataques con armas nucleares y teme a la imprevisibilidad de Kim Jong-un.

Japón y Corea del Norte tienen una larga confrontación cultural e histórica, y Pyongyang ha realizado en los últimos años una serie de lanzamientos de misiles sobre el espacio aéreo japonés. Todo eso ha llevado a que sectores políticos y sociales en el país se estén planteando anular la cláusula constitucional (producto del final de la Segunda Guerra Mundial) que le prohíbe contar con armas ofensivas. Ante esta posibilidad China ha manifestado su firme oposición.

El presidente surcoreano, Moon Jae-in, ha promovido acercamientos entre las dos Coreas. Pyongyang necesita que se reestablezcan las inversiones surcoreanas suspendidas en 2008. La reunificación de familias separadas desde hace 70 años es una presión sobre los dos gobiernos, pero la unificación no es un objetivo para ninguno de los dos Estados. El del Norte sabe que supondría su desaparición, y para el del Sur implicaría un peso económico y social difícil de enfrentar. En resumen, todos precisan estabilidad.

El peso de China

Los aliados de Washington en la región temen, también, que Trump pueda abandonar sus compromisos en la región. El presidente ya retiró a su país del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, está librando una batalla comercial contra Europa y China, y bien podría estar en favor de disminuir la presencia de Estados Unidos en Asia para ir en contra del “giro hacia el Pacífico” que iniciaron, ante el auge de China, el presidente Barack Obama y la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton. Trump ha elegido, por el momento, iniciar la guerra de tarifas y aranceles contra Pekín, una confrontación en la que puede salir perdiendo. La guerra arancelaria, además, obstaculiza el diálogo entre EE UU y China sobre Corea del Norte.

Geopolíticamente, China es el actor principal. Su élite política considera que tiene la legitimidad y poder económico, comercial y militar para “demandar espacio estratégico” en la zona de Asia-Pacífico, en especial en países con los que tiene frontera. En ese contexto, está impulsando el cinturón económico de la Ruta de la Seda y la Ruta de la Seda Marítima, el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y la Organización para la Cooperación de Shanghái. Más allá, extiende sus vínculos económicos con América Latina y África.

Venezuela tiene una estrecha relación con China, aunque se encuentra en riesgo porque Pekín ha cortado recientemente la línea de crédito a Caracas hasta que comience a pagarle sus deudas. Otros países como Colombia, Perú y Chile establecen acuerdos a cambio de recursos naturales y ven en el mercado chino grandes oportunidades. Esto alterará la tradicional relación de América del Sur con Estados Unidos, más aún debido a las políticas antilatinas del presidente Trump.

En este marco, China es el principal sostén de Corea del Norte, aunque también se sumó a imponerle sanciones internacionales debido a sus pruebas nucleares y de misiles. De esta manera, actuó como potencia global con obligaciones (en este caso contra la proliferación nuclear y la desestabilización regional) a la vez que marcó el área donde no piensa ceder hegemonía. El 90% del comercio norcoreano se lleva a cabo con China que, además, tiene zonas productivas en territorio coreano. La frontera es un paso de tráficos ilícitos y refugiados que huyen del régimen de Pyongyang.

La opción favorita de Pekín, como explica Isabel Hilton, directora de Chinadialogue, es que Corea del Norte sea estable, no cuente con armas nucleares y desarrolle su economía siguiendo el modelo chino de usar su mano de obra barata para la producción de bienes para la exportación. A la vez, China también tiene su escenario de pesadilla: el colapso político y económico de Corea del Norte podría generar presión migratoria en su frontera común (no totalmente bajo control). Además, si Seúl se hiciese con el control de toda la península, supondría para China pasar a tener como vecino a una Corea unificada con presencia de efectivos e infraestructura militar de Estados Unidos.

Sospechas e incoherencias

Si para Estados Unidos no hay ninguna certeza de que Pyongyang cumpla con la desnuclearización, tampoco Kim Jong-un tiene ninguna seguridad. El hecho de que Washington se haya retirado del acuerdo internacional sobre el programa nuclear iraní de 2016, sumado a las intenciones belicistas de Bolton y Pompeo, y la volatilidad de Trump, seguramente provoca muchas dudas al régimen norcoreano.

También debe ser preocupante para el líder de Corea del Norte la referencia que han hecho Trump y Bolton a la “opción libia”. El entonces líder de ese país, Muhammad el Gadafi llegó a un acuerdo en 2003 con Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia para cerrar su programa nuclear a cambio de obtener legitimidad internacional. Pero pese a ello, durante los levantamientos en el mundo árabe, Gadafi fue derrocado y asesinado por la oposición, que contó con el apoyo de los bombardeos de la OTAN.

Tratar de encontrar coherencia en la política exterior y de defensa de Estados Unidos es una tarea ardua. Posiblemente, la explicación está en que, en el corto plazo, a Trump le interesaba presentar el espectáculo de la reunión de Singapur como un éxito en sí mismo. Sabe que sus votantes no tienen interés en los detalles y tienen memoria corta. Trump ha apostado por presionar y tratar de obtener un acuerdo rápido y sencillo, algo que va en contra de la realidad.

En el medio y largo plazo, la experiencia de un año y medio de esta presidencia muestra que el caos termina favoreciendo a las opciones más reaccionarias. En este caso, el peligro que suponen unas negociaciones infructuosas con Corea del Norte que podrían dejar el campo abierto a los halcones del Gobierno de Trump, que argumentarían que ese país no ha cumplido lo que, en realidad, nunca se llegó a acordar, y así legitimar el uso de la fuerza, algo que también aplaudiría el electorado del presidente.