El estilo de la presidenta argentina es más propio de un guerrero en permanente situación de combate que de una jefa de Estado. ¿Cuáles has sido las consecuencias de este modo de hacer política para el país? ¿Su sucesor seguirá el mismo camino?

“Con un diario uno puede hacer muchas cosas: envolver huevos, leerlo, y las cosas que se les ocurran”.  La frase de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, una más dentro de las que usa en su sostenida declaración de guerra contra la prensa, no fue ni la más ofensiva ni será la última. Las embestidas de la mujer más poderosa de Argentina, desde la muerte de Eva Duarte de Perón en julio de 1952, contra profesionales, actividades, empresas, países, sectores o personas que considera sus enemigos, se suceden desde que llegó al Gobierno en 2007.

El estilo que Fernández de Kirchner, de 62 años, ha demostrado en estos casi ocho de gestión, parecería más propio de un guerrero en permanente situación de combate que de una jefa de Estado centrada en la administración de un país que recibió, como si se tratara de un bien ganancial, de su difunto esposo, el ex presidente Néstor Kirchner. Aunque ella, por méritos propios y asimilando su condición de viuda, revalidó su permanencia en el poder en 2011 con más del 54% de los votos.

La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en Buenos Aires, enero de 2015. Alejandro Pagni/AFP/Getty Images
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en Buenos Aires, enero de 2015. Alejandro Pagni/AFP/Getty Images

La presidenta de Argentina, con fecha de salida de la Casa Rosada para el próximo 10 de diciembre (no se puede presentar a la reelección), en rara ocasión dejó de insistir en un modo de ejercer el poder que, ironías del destino, se puede identificar con aquella máxima que le adjudicó la historia a George W. Bush: O estás conmigo o estás contra mí.

“Siempre construye un enemigo para concentrar más poder. Responde al principio de divide y reinarás. Lo hizo desde los primeros meses de su mandato, cuando se enfrentó al campo y provocó una crisis descomunal. Siguió con la Ley de Medios (de comunicación audiovisual), a los que reprocha que los argentinos no creamos que estamos viviendo en el país de las maravillas de Cristina y continuó con el mismo diseño en busca de otros enemigos circunstanciales que le permitan continuar de este modo que, a ella, le funciona”, asegura Graciela Ocaña, ex ministra de Salud de Cristina Fernández de Kirchner.

Ceferino Reato, agudo analista político, periodista y autor de, entre otros libros de la historia reciente argentina, Viva la sangre , Operación Traviata y Disposición final, matiza. “En términos electorales ese modo de gobernar le ha dado resultado pero en los reales, los que afectan a la sociedad, ha sido un estrepitoso fracaso. El próximo presidente va a tener que administrar la crisis que ella deja; estancamiento económico en el mejor de los casos, inflación (llegó a estar en torno al 40%), una pobreza entre el 25 y el 26%, deuda sin saldar, falta de acceso al crédito en el exterior y nulas inversiones”.

Pese al contexto descrito, la batería de sondeos, de cara a las elecciones presidenciales de octubre, se disparan y cuando preguntan por la imagen del Gobierno, apuntan en la misma dirección: Entre un 30% y un 35% del electorado ve con buenos ojos esta Presidencia.

“La presidenta explotó las características del populismo como método de gobernar”, observa la politóloga Clara Riveros. “El liderazgo carismático y mesiánico, el contacto directo y vertical entre la líder y su pueblo, la confrontación permanente de la institucionalidad y el desprecio por la democracia representativa” son algunas razones, para la fundadora del Observatorio de Análisis Político en América Latina, que explican la lealtad incondicional de ese porcentaje de gente “K”, sigla por la que se conoce en Argentina a los seguidores de la viuda de Néstor Kirchner.

“Cristina Fernández –continúa Riveros–, reescribe la historia a su medida, construye un relato de buenos y malos exaltado con movilizaciones populares. Si las manifestaciones están dirigidas y controladas desde el Gobierno las celebra pero si son de protesta dejan de ser populares y los que se reúnen, según ella, son las corporaciones y la oligarquía que intentan darle un golpe o desestabilizarla”.

La marcha silenciosa convocada por los fiscales tras la muerte en enero, en extrañas circunstancias, del titular de la Unidad Fiscal-Amia, Alberto Nisman, tras imputar a la Presidenta como presunta organizadora de un “plan criminal” de encubrimiento a los prófugos iraníes, acusados de cometer el peor atentado contra la colectividad judía después de la Segunda Guerra Mundial, ilustra la afirmación de Clara Riveros. CFK, siglas por las que también se conoce popularmente a la Jefa del Estado, consideró aquella multitudinaria manifestación como la “aparición pública y ya inocultable del partido judicial” al que calificó de “opositor”, “destituyente” y de intentar “desestabilizar al Poder Ejecutivo y desconocer decisiones del Poder Legislativo” (sic).

“No es un estilo único de Cristina Fernández”, apunta Ceferino Reato, “antes –recuerda– lo compartió con su esposo, Néstor Kirchner, en Santa Cruz y les dio resultado”. En esa provincia patagónica del sur de Argentina, donde entonces habitaban menos de 200.000 personas, Kirchner fue gobernador 12 años, desde 1991 a 2003, que llegó a la Presidencia del país. De no haber logrado su meta de alcanzar la Casa Rosada, posiblemente habría continuado administrando el gélido territorio en el que el matrimonio empezó a amasar su pequeña fortuna. Solo durante su Gobierno y hasta su muerte en 2010, el patrimonio familiar (en blanco) pasó de 2,5 millones de dólares a 17,7 millones, según sus declaraciones juradas en la Oficina Anticorrupción.

Ivan Petrella, diputado del Pro (Propuesta Republicana) y autor de: Que se metan todos: el desafío de cambiar la política argentina, de reciente publicación, añade, “Argentina no está sola en la región en este estilo de gobernar. En Venezuela, con Nicolás Maduro, resulta más extremo pero el patrón es el mismo y, en mayor o en menor medida, lo siguen Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Son gobiernos populistas que buscan esos estilos para crear mayorías fuertes. No obstante, –matiza–, una cosa son los modos o el discurso y otra la gestión. En términos políticos y económicos, en América Latina, los únicos países que no son normales en ambos ámbitos son Venezuela y Argentina y los resultados saltan a la vista”. Al hilo de esto, Petrella, director académico de la Fundación Pensar, se muestra optimista sobre el futuro, “en los 70 el contexto regional permitió la expansión de dictaduras y regímenes militares. Hoy la región no acompaña anormalidades políticas y económicas como las de Argentina y Venezuela, ni siquiera los que se incluyen en el llamado bloque bolivariano la siguen en la práctica en sus administraciones”, resume.

La batalla retórica de Cristina Fernández va más allá de las fronteras. Frente al problema de la suspensión de pagos –que arrastra desde 2001 pese a las reestructuraciones–  y que se le fue de las manos tras los fallos de la justicia neoyorquina, a la que se sometieron voluntariamente los bonos en default, Cristina Fernández reaccionó con ataques personales al juez Thomas Griessa, a los fondos de inversión especulativos y atizó, como hiciera con anterioridad, la llama de la furia que prende con tanta facilidad en Argentina al presentar los problemas como un ataque a la soberanía.

El nacionalismo es una bandera que la Presidenta agita con destreza frente a la adversidad y el enemigo perfecto, históricamente, es Estados Unidos, sobre el que llegó a sugerir que podría estar detrás de un hipotético atentado contra ella. “Exacerbó el sentir antiimperialista o antinorteamericano hasta extremos sorprendentes. Llegó a decir: Si me pasa algo, que nadie mire hacia el Oriente, miren hacia el norte”, recuerda Riveros. “Los discursos épicos, –advierte Ceferino reato– con teorías conspirativas, suelen venir salpicados de referencias interesadas y en ocasiones falaces a los 70 (dictaduras y guerrillas en Suramérica). Lo presenta como la lucha entre el bien con el que se identifica con los suyos y el mal que son los otros”.

El “relato”, como definen en Argentina las versiones que no se ajustan a la realidad que proclama la Presidenta, acostumbra a llevar implícita una dosis variable de contradicciones. Clara Riveros advierte un ejemplo, “monopoliza el discurso de derechos humanos pero se le cae a pedazos al politizar las Fuerzas Armadas y ascender a jefe del Ejército al teniente general César Milani”, denunciado por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura.

El historiador Luis Alberto Romero habla de “cleptocracia” porque “el populismo” le resulta insuficiente para entender en toda su extensión el kirchnerismo. “La cleptocracia –observa– va mucho más directamente al núcleo de un régimen construido sobre dos columnas: la concentración de poder y la acumulación de riqueza”. Ambas características se ajustan como un guante a la figura de Cristina Fernández de Kirchner.

“El clientelismo y el manejo feudal del poder con el uso discrecional de los recursos públicos, la manipulación del Indec (Instituo Nacional de Estadísticas y Censos) y el intervencionismo, desafortunado, en la economía, le han pasado factura a la Argentina que no supo aprovechar, en 12 años, una coyuntura externa sumamente favorable”, redondea Riveros sin perder de vista el auge de las materias primas que tanto colaboraron al crecimiento de otros países de la región en los últimos años. “Argentina –lamenta– dilapidó los recursos y ahora está menos peor que Venezuela lo que no es ningún honor”.

La ex ministra Graciela Ocaña, conocida popularmente como “hormiguita” por su trabajo sin pausa, reprocha a la Presidenta o a esta década ganada, como dice el kirchnerismo de sí mismo, “la división social que generó. Hoy –lamenta– los amigos y las familias se han distanciado por la política. Le ha pasado a todos. La sociedad está divida como consecuencia de un modo de ejercer el poder que ha provocado que haya dos bloques enfrentados”. Recordar un escenario similar, en democracia,  la obliga remontarse a “los años 40 pero entonces, –advierte– la lógica del mundo era otra: peronismo, antiperonismo… Al finalizar la dictadura (1976-83) entendimos o creímos entender que la división le hace mal a las democracias… Por eso, resulta  insólito que se vuelva a repetir en Argentina lo que pasó hace 60 años”.

El tiempo que le resta de permanencia en la Presidencia a Cristina Fernández no es mucho, el ganador de las elecciones de octubre la reemplazará el 10 de diciembre. Ella parece no querer tomar nota de ese dato y prefiere continuar con el mismo entusiasmo dialéctico y ejecutivo que la llevó en su día a enfrentarse con el Papa cuando era Monseñor Jorge Bergoglio (el “jefe de la oposición”, le llamaban en familia). Tampoco parece tener reparos en seguir abriendo frentes en lugar de tender puentes como le piden, entre otros, los sindicatos que prometen darle una despedida trufada de nuevas huelgas.

Ceferino Reato entiende que “los meses que faltan –hasta el fin de su mandato– son irremediablemente para administrar la crisis, que ella misma ha generado, de la mejor manera posible. Lo que intenta –justifica–  es no sufrir el síndrome del pato rengo (cojo) que padecen los presidentes cuando están de salida y su poder es más simbólico que real”.

El estilo de una presidenta que gobierna bajo la premisa del ordeno y mando y la supuesta amenaza de un mundo que siente conspirar en su contra tiene los días contados pero, visto el éxito político electoral, cabe preguntarse si el sucesor seguirá ese camino o explorará el opuesto. Reato reflexiona: “No tiene herederos. Su hijo Máximo no levanta siquiera en las encuestas de intendente (alcalde) de Río Gallegos (capital de Santa Cruz), Axel Kicillof (ministro de Economía) tampoco… Los tres candidatos con posibilidades de ganar son el peronista Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires –se mantiene dentro del kirchnerismo con dificultades por su tono conciliador–, Mauricio Macri, tradicional, opositor y jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires y el también peronista Sergio Massa, ex jefe de Gabinete –por unos meses– de Cristina Fernández. Los tres son buenos candidatos y, con sus diferencias, se les puede considerar moderados. El que venga, de ningún modo, va a seguir el libreto de la polarización”, garantiza.