Partidarios del Brexit piden ante el Parlamento británico que se invoque el artículo 50. (Justin Talllis/AFP/Getty Images)

Las negociaciones sobre el Brexit están siendo duras y está dando pocos resultados por el momento. El Reino Unido no tiene unas bases del acuerdo definidas, las divisiones internas del partido Conservador y la falta de apoyo a Theresa May están afectando a la capacidad de negociación de Londres.

Estaba claro que el Brexit iba a ser un proceso complejo. Tras la votación, que ha dejado profundamente dividida a la población del Reino Unido y que ha polarizado la sociedad, el Brexit sigue sin ser un camino de rosas. Por cada paso hacia adelante que da el Gobierno británico en el asunto, da dos hacia atrás. No se trata solamente de que las negociaciones en Bruselas estén siendo duras y poco fructíferas, el problema más grande es que el Reino Unido sigue sin tener claro qué bases quiere para el acuerdo.

Theresa May no pasa por buenos momentos en lo que a su carrera política se refiere. Algunos medios no han perdido el tiempo y ya coquetean con la posibilidad de un siguiente primer ministro, alentados por los supuestos complots para forzar a dimitir a May. Si bien es cierto que el partido Laborista llevaba ventaja en intención de voto, el liderazgo de Theresa May se mantenía por delante, especialmente a la hora de llevar a cabo las negociaciones relacionadas con el Brexit. Sin embargo, esta situación ha cambiado en los últimos meses: la última encuesta publicada sigue dando una intención de voto del 42% al partido Laborista (frente al 39% del partido Conservador). La poca unión que muestran los conservadores —especialmente de cara al Brexit—, la percepción de los ciudadanos (y la parte más férrea de su propio partido) de que el adelanto de las elecciones era innecesario y su mala gestión en algunas crisis como la del incendio de la Grenfell Tower le están pasando factura. Pero, además, Jeremy Corbyn hace frente a la actual primera ministra en liderazgo. Aunque el porcentaje es bajo, ambos comparten un 33%, con una tendencia al alza del laborista. No son buenas noticias para May, quien se está esforzando más que nunca por dar la impresión de tener unos planes claros en cuanto al Gobierno y la salida británica de la UE. Aunque en su discurso en la conferencia del partido Conservador en Manchester a principios de octubre —que muchos medios llaman ya “el discurso de la tos”— no hubo ni una sola mención a sus planes con respecto al Brexit, algo que habían esperado muchos miembros de su partido. En especial Boris Johnson, quien lleva meses aumentando el desequilibrio que viven los conservadores con respecto a estas negociaciones: las distintas perspectivas de los miembros del partido sobre las obligaciones de su país con la Unión dificultan todavía más la situación. Johnson tiene una visión dura del Brexit y no se molesta en esconderlo, afirmando semanas antes del discurso de May en Florencia que Reino Unido no debe pagar por el acceso al mercado único, que tendrán un sistema de acogida de inmigrantes “acorde a lo que necesita el Reino Unido” y volviendo a uno de los argumentos de la campaña del referéndum: El Reino Unido dispondrá de 350 millones de libras semanales para invertir en el sistema sanitario. Tras su artículo en The Telegraph, fue acusado de atacar de forma directa el liderazgo de Theresa May de cara a las negociaciones y dentro del partido.

Theresa May durante su discurso en Florencia, septiembre 2017. (Jeff J Mitchell/AFP/Getty Images)

Pero hablemos del discurso que dio Theresa May en Florencia el 22 de septiembre al resto de miembros de la Unión Europea, donde propuso a los Estados miembros un aplazamiento de, aproximadamente, dos años de la salida del Reino Unido de la UE, lo que la primera ministra definió como un “período de transición” hasta 2021. En este lapso de tiempo, explicó, estaría dispuesta a cumplir con las obligaciones que Bruselas considerase necesarias, porque cree que no será posible implementar todos los cambios de una manera gradual y sin sobresaltos. Por primera vez desde que se iniciaran los contactos entre Bruselas y Londres, May ha estado de acuerdo con la Unión en mantener el status quo de darse ese período de transición, es decir, que su país tendría que seguir obedeciendo las leyes que rigen hasta el momento, incluyendo la Corte Europea de Justicia y el libre movimiento de personas.

En Bruselas se han tomado este discurso con escepticismo. Si bien la mayor parte de los líderes de los países miembros están de acuerdo en que ya era hora de que el Reino Unido se mostrara más realista en cuanto a las fechas y pretensiones, todos exigen que Theresa May sea más clara en sus planes y que confirme todo lo que ha dicho en el discurso en la mesa de negociación. Este cambio repentino de dirección por parte de la primera ministra en cuanto al Brexit solo confirma lo que algunos llevan sugiriendo desde hace tiempo: [Reino Unido] “can’t have the cake and eat it too”.

El partido Conservador no ha compartido esta reacción, y de ahí que su discurso en la conferencia anual en Manchester fuera tan importante para reforzar su liderazgo. Si bien Boris Johnson y Philip Hammond la acompañaron hasta Florencia y aplaudieron cada una de sus palabras, no se puede negar que este discurso ha levantado ampollas dentro del partido, especialmente entre aquellos que no quieren seguir formando parte de los presupuestos europeos y seguir pagando lo que consideran una sangría de dinero. Además, los más euroescépticos contaban con una salida total de la Unión Europea en 2019, sin ningún tipo de tropiezo o aplazamiento. Este retraso pone nerviosos a aquellos que ven en este período de transición más llegada de inmigrantes indeseados y el estar sometidos a unas regulaciones y una Corte de Justicia que no satisfacen sus necesidades. La vista puesta en 2021 no ha gustado tampoco a los brexiters, los ciudadanos que votaron a favor de la salida del Reino Unido y que ven cada vez más lejos el ansiado “retomar el poder, retomar la soberanía”. En el panorama político interno británico, el partido Conservador está inmerso en una lucha por la falta de consenso sobre qué tipo de Brexit llevar a cabo, y ese espacio lo está aprovechando el partido Laborista.

Pero Theresa May no se enfrenta solamente a los más escépticos de su partido y a los brexiters. En general, la población británica tiene cada vez menos confianza en que la primera ministra y su gabinete estén actuando de una manera adecuada en las negociaciones. Este gráfico muestra lo que opina la ciudadanía con respecto a cómo está negociando el Gobierno el Brexit. Mientras que, a principios de año, casi la mitad de la población (un 44%, para ser exactos) consideraba que se estaba negociando medianamente bien, a mediados de verano esta tendencia cambió completamente. Así, en septiembre de 2017 un 37% pensaba que no lo estaban haciendo muy bien y un 35% que lo estaban haciendo muy mal. Los remainers han recibido este discurso con cierto consuelo pero, en general, la falta de claridad sobre las gestiones con respecto al Brexit está pasando factura a May.

Personas a favor de permanecer en la UE se manifiestan en marzo 2017.(Daniel Leal-Olivas/AFP/Getty Images)

¿Qué ha cambiado? ¿Por qué esta diferencia con aquel discurso de enero de este año, donde la primera ministra afirmaba que deseaba un Brexit duro y rápido? Porque la agenda de puntos a tratar y resolver no se está cerrando con la rapidez con la que pretendía el Reino Unido. Los designados para la tarea, tanto desde Bruselas como desde Londres, comenzaron a reunirse en marzo de este año. Tras cinco rondas de negociaciones, no han logrado llegar a un acuerdo sobre el primer punto de la agenda, el más polémico: la factura que tendrá que pagar cuando abandone la Unión. Los británicos no están de acuerdo con la cantidad que exige Europa, y algunos insisten en que no lograr un acuerdo es mejor que un mal acuerdo. Bruselas acusa a Londres de no tomarse suficientemente en serio el asunto y no hacer las concesiones pertinentes: con la presión del tiempo creciendo cada día, los 20.000 millones de euros que se ofrece a pagar el Gobierno británico por la salida de la UE están muy lejos de los 60.000 millones que piden los Veintisiete. Theresa May se enfrenta a una unidad europea férrea, que exige que la primera ministra sea clara con respecto a los derechos de los europeos en suelo británico, cuestión que sigue sin resolver. Por ello, el 12 de octubre el negociador jefe de la Unión Europea para el Brexit, Michel Barnier, declaró que las negociaciones sobre este asunto se encontraban nuevamente en punto muerto, tras ser incapaces de llegar a un acuerdo. Esto vuelve a entorpecer un proceso que, ya de por sí, está siendo bastante lento. Sin cerrar este primer punto de la agenda, Theresa May no puede comenzar las negociaciones sobre el siguiente, que es el que más le interesa: los futuros acuerdos comerciales con la Unión Europea y los países miembros. Tras haber abordado ese punto, se debatirán las cuestiones de los derechos de los europeos en Reino Unido y viceversa, y la frontera de Irlanda con Irlanda del Norte, respectivamente. En un punto tan temprano todavía en las negociaciones, cualquier escenario es factible. No llegar a ningún tipo de acuerdo sigue siendo posible, terminando en un Brexit duro y directo, algo para lo que la UE dice estar preparada. También es posible (aunque poco probable) que el Reino Unido siga siendo miembro solamente del mercado único, con posibilidades de permanecer en la comunidad económica; su situación sería parecida a la de Noruega. Otro escenario, tras un año del referéndum, es otra votación sobre el Brexit, algo que algunos ven cada vez más necesario debido a la pérdida de mayoría absoluta de Theresa May en el Parlamento.

Todo indica que el Brexit va para largo y eso frustra a ambas partes quienes, sin embargo, no parecen favorables a ceder en sus posturas. Solo queda esperar a que las palabras de Theresa May en Florencia comiencen a notarse en la mesa de negociación y puedan seguir avanzando, porque la realidad es, efectivamente, que no se puede estar en misa y repicando.