¿Le conviene a Israel aceptar una tregua?

 

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EN IMÁGENES: GAZA EN LLAMAS

 

La puesta en marcha de la Operación Amúd Anán –traducida al castellano como Pilar de Defensa– no ha pillado a nadie por sorpresa. Hacía meses que las milicias palestinas habían incrementado el lanzamiento de cohetes Qassam y morteros contra las ciudades y los kibutzim del sur de Israel, lo que ha obligado al actual Gobierno presidido por Benjamín Netanyahu (de derechas) a acometer una ofensiva militar que redefina las reglas del juego, tal como ya hiciera el ejecutivo de Ehud Olmert (de centro) en diciembre de 2008 con la operación Plomo Fundido. Israel se encuentra en fase preelectoral y no puede permitirse el lujo de que las milicias palestinas influyan en la composición de la próxima Knesset (parlamento israelí) y, por ende, en la configuración del próximo Gobierno.

A la necesidad de parar el lanzamiento de cohetes Qassam y morteros se unía la de neutralizar los
depósitos de cohetes Grad (de fabricación china, similar al Katiusha ruso) y Fajr-5 (de fabricación
iraní, también denominado por las milicias palestinas como M-75 en alusión a su radio de alcance, de
75 kilómetros), pues de no hacerlo, Israel a medio plazo se podría encontrar atrapado dentro de un
fuego cruzado de cohetes con Hezbolá lanzando desde el norte, y Hamás y las guerrillas salafistas
del Sinaí desde el sur. Así las cosas, la puesta en marcha de esa segunda edición del Plomo Fundido
era una mera cuestión de oportunidad. Otra cosa es que precisamente por encontrarnos en fase
preelectoral tenga que ser una operación rápida, que concluya con la tregua que se negocia en estos momentos; o bien que desencadene una campaña terrestre, lo que obligaría a posponer las
elecciones, fechadas para el 22 de enero.

 

Detonantes de la escalada de violencia

 

Aunque las razones sean las ya mencionadas –terminar con el lanzamiento de cohetes de corto
alcance y neutralización de los arsenales de medio– los detonantes inmediatos han sido otros. Desde
el punto de vista israelí fueron dos ataques contra las fuerzas que patrullan la verja perimetral de la
Franja de Gaza (uno con un artefacto explosivo improvisado el día 6 de noviembre, sin víctimas, y
otro con un cohete antitanque el día 10, que se saldó con 4 soldados heridos, uno de ellos muy
grave), así como el lanzamiento de más de un centenar de cohetes contra los centros urbanos
adyacentes a la Franja entre las jornadas del 10 y del 11 de noviembre.

En cambio, desde el punto de vista palestino, esta escalada no habría tenido lugar de no haber
obligado a las milicias a actuar tras la muerte de un joven de 13 años el día 8 en las inmediaciones
de Jan Yunis. Según la versión local fue alcanzado por un proyectil de gran calibre –fuera una ráfaga
de helicóptero artillado o de un tanque– mientras jugaba al fútbol. Según la Oficina del Portavoz del
Tsahal (Ejército israelí) pudo tratarse de un proyectil extraviado durante una confrontación en un
área cercana entre sus efectivos y los Comités de Resistencia Popular. El caso es que durante el
entierro del adolescente se multiplicaron los gritos de venganza, por lo que el día 10 los Comités de
Resistencia Popular (guerrilla del sur de la Franja formada por una amalgama de elementos armados
sin vínculos concretos con ningún partido político) perpetraron esa emboscada contra un jeep que
circulaba por la pista de arena batida aneja a la verja, poniendo en evidencia las vulnerabilidades de
las patrullas israelíes.

En cuanto al lanzamiento del centenar de cohetes entre los días 10 y 11, para los palestinos se trató
de una reacción ante los bombardeos efectuados por la aviación israelí, que provocaron 16 víctimas
mortales y medio centenar de heridos. Entonces, al igual que hiciera a finales de octubre tras una
espiral de violencia muy similar, el nuevo Gobierno egipcio presidido por Mohammed Mursi tomó
cartas en el asunto y logró mediar un alto el fuego entre las partes. Por su parte, ese mismo día 12
el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, reunía a todo el Cuerpo Diplomático extranjero en la
ciudad de Asquelón para advertir públicamente de que no iba a tolerar más lanzamientos que
obligaran a la población civil a esconderse constantemente en los refugios, de la misma forma que
no lo haría ningún país occidental.

 

El asesinato de Ahmed Yabari

 

Da la impresión de que ese día Netanyahu tenía ya un as en la manga, esto es, el seguimiento por
parte de sus servicios de inteligencia del principal dirigente del brazo armado de las Brigadas Izzadin
Al Qassam, Ahmed Yabari, cuyo asesinato selectivo dio comienzo a la operación Pilar de Defensa. La
ejecución de este dirigente del brazo armado de Hamás tenía un alto valor simbólico porque se
había encargado del dispositivo de cautiverio del cabo Gilad Shalit, moviéndolo de zulo en zulo entre
julio de 2006 y octubre de 2011 en que fue liberado, y que además se personó en el paso fronterizo
de Rafah el día del intercambio. Además, según Israel, actuaba a modo de jefe de estado mayor de
las Brigadas y como coordinador del lanzamiento de cohetes, lo que le había colocado en el primer
lugar de la lista de buscados.

Los palestinos ofrecen una versión muy diferente del personaje, pues dicen había profesionalizado
las fuerzas de seguridad regulares y unificado el mando de las Brigadas Izzadin Al Qassam, a la vez
que había disciplinado a elementos díscolos de otras milicias (los Comités de Resistencia Popular, las
Brigadas Al Quds de la Yihad Islámica, las Brigadas Abu Alí Mustafá del FPLP, entre otras). En decir,
era el garante de que una vez que se alcanzaba una tregua, ésta funcionase sobre el terreno y,
según ha publicado el pacifista israelí Gershon Baskin (que estuvo involucrado en la trastienda de las
negociaciones que posibilitaron la liberación de Shalit), uno de los principales promotores de
complementar la reconciliación nacional con Al Fatah y la consecución de una tregua de largo alcance con Israel (según ha publicado Baskin, Yabari incluso había terminado un borrador de
documento de tregua pocas horas antes de su asesinato).

 

Tregua en ciernes

 

Después de una semana de enfrentamientos, durante la que las milicias palestinas han lanzado
cientos de cohetes sobre las ciudades de Israel (incluyendo Tel Aviv y Jerusalén por primera vez,
causando la muerte a tres civiles y decenas de heridos) y el Tsahal ha realizado más de un millar de
operaciones, bombardeando objetivos de todo tipo dentro de la Franja (silos y lanzaderas de
cohetes, depósitos subterráneos de armas y explosivos, pero también múltiples edificios
institucionales y blancos civiles como emisoras de televisión) todo apunta a que la proximidad de las
elecciones en Israel y el aumento de la presión internacional (hoy está prevista la llegada del
Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, y de la Secretaria de Estado de los EE UU, Hilary Clinton)
coadyuven al Gobierno israelí a aceptar una nueva tregua. A pesar de las repetidas amenazas por
parte de Netanyahu de lanzar una operación terrestre no le interesa presentar bajas militares a
pocas semanas de los comicios.

Igualmente no le conviene alargar la campaña militar –que según las estadísticas del ministerio de
Sanidad ha provocado ya más de un centenar de muertos y casi un millar de heridos, de los cuales el
40% serían niños, mujeres y ancianos– en vísperas de que el Presidente de la Autoridad Nacional
Palestina y Secretario General de la OLP, Mahmud Abbás, se dirija el próximo día 29 ante la
Asamblea General de ONU para solicitar el amejoramiento de su actual estatus como miembro
observador a “Estado no-miembro”. Pues de conseguir su objetivo, Abbás podría solicitar (igual que
hizo anteriormente de forma exitosa en la UNESCO) a renglón seguido la ratificación del Estatuto de
Roma y el correspondiente ingreso en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. En este caso y
a diferencia que tras la Operación Plomo Fundido, la nueva entidad palestina podría denunciar a
Israel por crímenes de guerra ante el alto tribunal, lo cual no sólo llevaría a la condena internacional
del Gobierno Netanyahu, sino que probablemente también contribuiría a su fracaso electoral.

 

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