Rusia y China están jugando su baza en Asia Central. ¿Y Europa? La controvertida presidencia kazaja de la OSCE durante este año podría ayudar a la UE a crear un contrapeso a un modelo de crecimiento autoritario cada vez más instalado en la república centroasiática.

El presidente kazajo, Nursultan Nazarbáyev, celebrando su victoria en las elecciones de 2007.  STRINGER/AFP/Getty Images

Que quede claro. “Rusia y China son nuestros principales socios y aliados”, afirma a FP en español Bakhyt Dyussenbáyev, director para Europa del ministerio de Asuntos Exteriores kazajo, un edificio acorde con el urbanismo de la capital, Astaná, mezcla de reminiscencias soviéticas y del más moderno estilo Dubai. Sin lugar a dudas, los lazos políticos, económicos y culturales con Moscú son vitales para la República, especialmente porque la madre Rusia sigue siendo el principal actor político y de seguridad en la zona. Sin embargo, una de las grandes sorpresas de los últimos 10 años en la región es China: las relaciones comerciales entre Kazajistán y el gigante asiático representan el 70% del volumen de negocio entre Asia Central y el Imperio del Centro, que ha experimentado un auténtico boom en la pasada década.

Por el momento, Pekín se mueve en Asia Central de manera cautelosa y con un perfil político bajo. ¿Por qué tanto sigilo? No quiere que Rusia se sienta amenazada en un espacio que considera de su control. Pero por mucho que China ande con cuidado por la región, el gigante asiático deja huellas: sus inversiones en carreteras, oleoductos y gaseductos empiezan a despertar las suspicacias del Kremlin. De hecho, el consultor del proyecto EUCAM y experto en la zona Nicolás de Pedro cree que “es muy posible que los intereses políticos y económicos de Rusia y China choquen pronto en Asia Central, aunque Pekín quiera evitar a toda costa los roces con Moscú”. No solo Rusia se muestra recelosa. El gran aumento de los negocios kazajos con China se ha traducido en beneficios económicos y la posibilidad de diversificar sus exportaciones energéticas. No obstante, los líderes de la república centroasiática también temen una excesiva dependencia de los intereses chinos en el futuro, así como la presión demográfica, este miedo también compartido por la población.

Sin embargo, más allá de unas u otras reticencias por parte de las autoridades, si hay un posible perdedor en estas amistades peligrosas no son ni mucho menos la élites políticas y económicas de los países de la región, sino más bien las sociedades civiles emergentes de Asia Central, ya que “China ofrece un modelo de desarrollo autoritario y también un enorme desafío para las economías de las repúblicas centroasiáticas”, señala De Pedro. Pekín es un compañero de negocios muy cómodo para un Gobierno como el kazajo. El compadreo autoritario es útil cuando se tiene un presidente, como Nursultan Nazarbáyev, que lleva en el poder casi 20 años por medio de unas elecciones no calificadas de “libres y justas” y aliñadas con unas modificaciones constitucionales que le permiten mantenerse en el cargo de modo vitalicio. Y es que el culto a la personalidad se respira en Astaná… Al visitante ya le recibe un retrato de Nazarbáyev en la carretera de entrada a la ciudad. Será la primera imagen del líder, pero no la última que podrá ver en la capital.

Aunque el Ejecutivo kazajo insiste en que el primer objetivo es el desarrollo económico y luego la democracia, existe el temor a que las promesas de reformas políticas y mejora de los derechos humanos –algunas de ellas podrían poner en peligro la supervivencia del régimen a medio y largo plazo– se queden en la típica cantinela que repiten una y otra vez las autoridades a los países y periodistas occidentales.­ A esto se une además la existencia de cierta apatía en la sociedad kazaja hacia las reformas democráticas, según algunos expertos. Tras los convulsos 90, la población está más o menos satisfecha con el Gobierno de un país que ha logrado crecer anualmente cifras cercanas al 10% desde 2000, sobre todo gracias a la venta de crudo. Desde el estallido de la crisis su tasa de crecimiento sufrió un fuerte descenso, y podría situarse en el 2,4% en 2010, según fuentes oficiales. Esta década de éxito económico y el salir bien parado cuando se le compara con sus vecinos más pobres (Kirguizistán y Tayikistán) o más herméticos (Turkmenistán y Uzbekistán) han reportado a la República prestigio internacional y popularidad a Nazarbáyev dentro del país.

¿Qué puede hacer un Occidente bipolar –que se balancea entre sus intereses energéticos y la defensa de las libertades¬ en Asia Central– por un Kazajistán que sigue el modelo autoritario de Moscú y Pekín y que tiene una oposición muy débil? Puesto que la política de la UE hacia la región es difusa –por otra parte, como en el resto del mundo – y Asia Central no es prioritaria en la actual agenda exterior de Barack Obama, quizá otorgarle la presidencia de la OSCE no sea una mala idea. Para el Gobierno de Astaná implica “un modo de reconocer el éxito de Kazajistán”, en palabras del ministro de Asuntos Exteriores, Kanat Saudabáyev, pero para los países occidentales supone una buena ocasión para presionar a favor de la democratización del país y mejorar la cooperación en asuntos que preocupan a todos: Afganistán, el tráfico de drogas y la seguridad energética.

El régimen kazajo se vio obligado a realizar reformas políticas antes de asumir la presidencia de la OSCE, responsabilidad que por primera vez ocupa un país de Asia Central. Estos esfuerzos han sido calificados de “cosméticos” por algunos analistas. “El Gobierno está en una situación difícil. Hicieron muchas promesas específicas de liberalizar el sistema político y ahora con la presidencia y la idea de una cumbre de la OSCE tendrán mucha presión, pero por otro lado, no son verdaderos demócratas y no están interesados en reformas reales”, cuenta a FP la profesora Nargis Kassenova de la universidad KIMEP en la antigua capital, Almaty, al sur del país. No obstante, confía en que “sí habrá algunos avances en las áreas donde no se vea tan amenazado el régimen político”. Algo es algo, si se tiene en cuenta que las revoluciones de colores han fracasado a la hora de democratizar la región –solo hace falta mirar al Kirguizistán postrevolución de los tulipanes donde está creciendo las tendencias autoritarias del actual Gobierno– y que la estabilidad en la región es irrenunciable para las potencias occidentales.

¿Serán los edificios del arquitecto británico Norman Foster, que se erigen imponentes en las grandes avenidas de Astaná, la única aportación europea a Kazajistán? Ni mucho menos. La UE es también un socio económico relevante, especialmente Alemania, y puede ayudar a consolidar las instituciones democráticas para evitar que el país se decomponga a medio y largo plazo. “Hasta ahora el presidente kazajo mantiene un equilibrio estable entre los diferentes grupos de interés y aglutina un sólido respaldo popular, no obstante es imprescindible que se trabaje en la consolidación institucional para asegurar un futuro estable y próspero para el país”, afirma Nicolás de Pedro. La presidencia de la OSCE es una oportunidad para estrechar lazos entre la República centroasiática y la UE –presidida estos primeros seis meses por España que, por cierto, mantiene muy buenas relaciones con Astaná–, contribuir en la búsqueda de un escenario político claro y, sobre todo, anclar al país a los principios democráticos con el fin de crear un contrapeso al modelo chino y ruso. ¿Será Occidente capaz de mover la balanza?