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Una manifestación en apoyo a Ucrania pide una zona de exclusión aerea para evitar los bombardeos de Rusia. (Vuk Valcic/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

En conflictos recientes destacados se han puesto en marcha zonas de exclusión aérea con resultados desiguales.

La creación de una zona de exclusión aérea se ha puesto sobre la mesa de nuevo a raíz de la invasión rusa de Ucrania. La medida contemplaría que la OTAN patrullara los cielos de ese país y evitara por la fuerza que Moscú empleara su aviación en el conflicto, lo que llevaría a una peligrosa escalada del mismo. Un riesgo que ha resaltado la propia Alianza Atlántica que, por ahora, ha rechazado implementar esta estrategia.

El gobierno de Kiev ha solicitado que la OTAN aplique esta medida en varias ocasiones, incluso se han sumado otras voces como el Parlamento de Estonia (país miembro de la Alianza). El principal argumento para su aplicación es que se busca proteger a la población de los bombardeos de la fuerza aérea de Vladímir Putin y detener a las tropas invasoras.

Las zonas de exclusión aérea se han aplicado en algunos de los conflictos sucedidos en los últimos 30 años con resultados que no siempre respondieron a la estrategia original.

Alexander Bernard, investigador de Stanford Law School, explica en su artículo de 2008 Lessons from Iraq and Bosnia on the Theory and Practice of No-Fly Zones cómo llevar a buen puerto estas operaciones y los riesgos que entrañan. Para garantizar su éxito, de entrada, este experto resalta que el bando que la implementa debe tener una supremacía aérea clara y una estrategia clara para cumplir con la misión.

Aunque Bernard resalta especialmente “debe haber actividades simultáneas que contribuyan a la resolución de la crisis”, refiriéndose a medidas diplomáticas para finalizar el conflicto.

 

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El portaaviones USS Constellation el 10 de enero de 2003 en el Golfo Pérsico. Los aviones de guerra realizaron misiones diarias en la zona de exclusión aérea del sur de Irak como parte de la Operación Vigilancia del Sur antes de la operación terrestre en Irak. ( Charles Ommanney/Getty Images)

Irak, proteger a los kurdos y contener a Sadam Hussein

El final de la guerra del Golfo en febrero de 1991 no trajo la paz a Irak. Los kurdos y los chiíes se sublevaron al norte y al sur del país, respectivamente. Tras la derrota militar frente a la Coalición liderada por EE UU, Sadam Husein vio en estas rebeliones una amenaza mortal para su régimen contra las que no dudó en emplear a su ejército y fuerza aérea.

EE UU, Gran Bretaña y Francia declararon la creación de dos zonas de exclusión aérea, amparándose en la resolución 688 de Naciones Unidas del 5 de abril de 1991. Esta condenaba los ataques a los civiles y llamaba a su cese, pero el texto de la ONU no hacía ninguna referencia expresa a desplegar aviones de combate. Hasta la fecha, ha sido la medida de este tipo que mayor tiempo se ha aplicado: 12 años, entre 1991 y 2003.

Para establecer las zonas de exclusión, se tomaron como referencia dos paralelos terrestres. En concreto fueron el 36, en el norte, para proteger a los kurdos; mientras que, en el sur, se fijó el 32 (posteriormente se extendió al 33) para defender a los chiíes. La coalición prohibía a los iraquíes utilizar sus fuerzas aéreas en estas zonas, pero no decía nada de tropas de tierra.

Sadam tenía fuerzas para enfrentarse a los rebeldes kurdos y chiíes, pero sus tropas aún no se habían recuperado de los daños sufridos durante la operación Tormenta del Desierto. Así que, en un principio, no buscó un enfrentamiento abierto con los aparatos occidentales.

Hay cierto consenso en remarcar que la misión primigenia de esta medida fue un éxito. Ranj Aladdin, investigador para Oriente Medio de la Brookings Institution, remarcó en su análisis de esta zona de exclusión que “la intervención internacional evitó un genocidio, facultó a las autoridades kurdas locales para prestar servicios y proteger a las comunidades locales”.

Alexander Bernard matiza esta postura tan optimista. Este experto fijó en su artículo el período entre 1991 y 1996 como el momento de mayor éxito de la medida; ya que no solo se protegió a kurdos y chiíes, sino que también se evitó que Sadam Husein volviera a desafiar a la comunidad internacional.

En 1996, aprovechando el enfrentamiento entre facciones kurdas, el régimen de Sadam Husein se vio con fuerzas para hacer un despliegue importante de tropas en el norte. Las patrullas aéreas estadounidenses no fueron suficientes para disuadir este despliegue y Washington escaló su implicación lanzando misiles de crucero.

Husein retiró a sus tropas, pero tomó nota de algunas flaquezas mostradas por la Coalición en esta crisis. Los ataques contra los iraquíes no se realizaron en el Kurdistán, sino en el sur, desde los barcos en el Golfo Pérsico, ya que Turquía no quiso ceder sus bases para la escalada (sí que lo hacía para la zona de exclusión). A partir de aquí, Bagdad se atrevió a desafiar a la comunidad internacional con acciones como limitar las inspecciones a sus instalaciones militares.

Las zonas de exclusión aérea se mantuvieron hasta la invasión estadounidense de 2003. En el segundo período, los incidentes entre aviones de la Coalición y las defensas antiaéreas iraquíes fueron un goteo constante.

Los pilotos occidentales no tuvieron bajas y EE UU solo tuvo que lamentar las pérdidas de unos pocos drones de reconocimiento. Según informaciones publicadas en su momento por medios como The Washington Post, el incremento de estos choques armados sirvieron para desgastar las defensas aéreas iraquíes en preparación para la guerra de 2003.

 

Bosnia, el fracaso de la zona de exclusión

Si en Irak se puede resaltar la protección de civiles, en Bosnia se vieron las carencias de esta opción estratégica. De nuevo, el origen de la medida está en una resolución de Naciones Unidas, la 816, aprobada el 31 de marzo de 1993. Prohibía los vuelos sobre el país de la antigua Yugoslavia y autorizaba a los Estados a “adoptar todas las medidas necesarias para garantizar el cumplimiento”.

Se aprobó en respuesta a los continuos ataques de la aviación serbobosnia contra poblaciones del país. La OTAN asumió el mandato de la ONU y organizó la operación Deny Flight (Vuelo denegado) que se puso en marcha el 12 de abril de ese año.

Los cazas occidentales consiguieron un rápido dominio de los cielos bosnios, aunque los serbobosnios respondieron con una ‘guerra de nervios’, poniendo a prueba la determinación de la Alianza Atlántica. No faltaron incidentes como el derribo por parte de un F-16 estadounidense de cuatro cazabombarderos sobre Banja Luka. No fue una escaramuza más, sino que supuso la primera acción de combate de la OTAN y tuvo lugar el 28 de febrero de 1994.

Los serbobosnios se mostraron más efectivos que los iraquíes en su hostigamiento a los aviones enemigos y lograron abatir a dos: un Sea Harrier británico y un F-16 de EE UU, aunque ambos pilotos pudieron ser rescatados. Todos estos incidentes fueron causando una escalada y la aviación de la OTAN también pasó a efectuar ataques en tierra en apoyo de las fuerzas de paz de la ONU sobre el terreno o para castigar puntualmente algunas acciones serbobosnias.

El problema de la efectividad de la zona de exclusión aérea en Bosnia fue su efectividad para proteger a la población civil. Richard Holbrooke, enviado especial para los Balcanes de la Administración Clinton en los 90, escribió en su libro To End a War que, en un principio, esta medida y la presencia de las fuerzas de paz de la ONU no buscaban tanto una solución definitiva a la guerra, sino “salvar el máximo número de vidas posibles”.

Si se toma como base este principio para analizar el resultado de la zona de exclusión aérea, la conclusión es que fue un fracaso con el caso de la masacre de 8.000 civiles en Srebrenica como claro ejemplo para sustentar esta afirmación. Los cascos azules, teóricamente, se vieron impotentes al no disponer de medios adecuados y la aviación de la OTAN tampoco pudo hacer nada.

En el estudio Responsibility of Command. How UN and NATO Commanders Influenced Airpower over Bosnia de la Air University (institución perteneciente a las Fuerzas Aéreas de EE UU), se resaltaba que las tropas que asediaban el enclave serbobosnio no eran un objetivo fácil. En concreto, el coronel Mark Bucknam explica en el documento que “el número de soldados serbobosnios atacando Srebrenica era como mucho de unos pocos miles y sus armas pesadas —escondidas alrededor del enclave— era objetivos difíciles para los ataques aéreos”.

Al final, y ante el clamor internacional para impedir las masacres de civiles que no cesaban en Sarajevo y otros lugares, la OTAN hizo la escalada definitiva con la operación Fuerza Deliberada. Entre el 30 de agosto y el 20 de septiembre de 1995, la Alianza bombardeó posiciones serbobosnias que acabaron propiciando una negociación diplomática del fin del conflicto (los acuerdos de Dayton).

 

Libia, la antesala del caos

El ejemplo más reciente de una zona de exclusión aérea y tuvo unos inicios similares a los dos anteriores con una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, la 1973, aprobada el 17 de marzo de 2011. Buscaba proteger a los civiles durante la revuelta contra el régimen de Gadafi que había estallado en el contexto de las Primaveras Árabes.

Ante las propuestas, el dictador libio había prometido en un mensaje público buscar a los opositores “casa por casa” en un asalto de sus tropas a Bengasi, epicentro de la revuelta.

Aunque no hubo el veto de ningún miembro permanente del Consejo, la medida despertó recelos en países con peso internacional como China, Rusia, India, Brasil y Alemania que se abstuvieron en la votación. Entre los votos contrarios, estaban los de Siria y Argelia, Estados que también vivieron el estallido de movimientos de protesta.

La OTAN asumió de nuevo el liderazgo de implantar la zona de exclusión aérea con el apoyo de países musulmanes como Catar o Emiratos Árabes Unidos. Aunque los aviones de Gadafi se retiraron de inmediato y el dictador prometió cesar todas las operaciones militares. Pese a estos anuncios, las fuerzas terrestres del gobierno continuaron avanzando hacia los bastiones rebeldes.

Ante este desafío, la escalada de la coalición internacional fue inmediata: los bombardeos comenzaron el 19 de abril capitaneados por la aviación francesa. Pronto, la OTAN se convirtió en la fuerza aérea de facto de los rebeldes libios. La situación causó alguna tensión interna en el seno de la Alianza Atlántica, ya que Turquía estaba en contra de atacar a las fuerzas terrestres de Gadafi.

La OTAN no tuvo que lamentar pérdidas humanas en sus filas. La intervención duró siete meses y acabó con la muerte del dictador. A primera vista, el objetivo pareció cumplirse de sobra ya que cesaron los ataques contra la población por parte de las fuerzas del régimen. Las críticas surgieron sobre hasta qué punto era lícito apoyar a un bando en una guerra civil, aunque desde un primer momento los países de la coalición esgrimieron el derecho a proteger a los civiles.

También se critica a la OTAN que, tras derrocar a Gadafi, se desentendiera del país sin apoyar una transición que evitara el enfrentamiento que se produjo entre facciones y que llevó al país a una guerra civil entre 2014 y 2020.

En este sentido, el think tank estadounidense The Fund for Peace en un artículo publicado en 2021 por su investigador Langdon Ogburn, destacaba que, en este tipo de intervenciones, debía existir un compromiso para garantizar luego la estabilidad del país. El experto se refiere al concepto de ‘la responsabilidad de reconstruir’ y considera que, sin un compromiso con esta idea, “no se puede garantizar a largo plazo que se aseguren los derechos de los civiles”.

Tras repasar estos tres casos es normal que surja la pregunta de si la OTAN volverá a optar en un futuro por las zonas de exclusión aérea. En el caso de Ucrania, su uso parece descartado si no se quiere caer en una peligrosa escalada. En otros conflictos, habrá que remitirse a los planteamientos de analistas como Alexander Bernard, no debería contemplarse como la única medida para detener una guerra; sino que debería ir acompañada de un amplio respaldo internacional y de un esfuerzo diplomático que busque una resolución definitiva al conflicto en cuestión.

 

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura