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Redacción esglobal. (Gettyimages)

La presencia de China en la región del Caribe es una realidad, pero ¿es tanto su nivel de influencia como piensa EE UU? ¿Qué papel debería desarrollar Washington en la zona?

Las autoridades y los especialistas estadounidenses han dicho demasiadas veces que la relación entre China y los países del Caribe es una relación unilateral en la que la primera, una maligna potencia extranjera, se aprovecha de los segundos, unos países pequeños y débiles. El problema de esta caracterización —que no tiene en cuenta los intereses de los países del Caribe y se precipita al suponer que unos Estados tan pequeños no pueden resistir ante la influencia de China— es que la política y la retórica de Estados Unidos sobre la expansión china en la región pueden ser miopes y desinformadas y, cuando se construyen estrategias basadas en esta perspectiva, es poco probable que se cumplan los objetivos trazados, puesto que se piensa en los intereses de Estados Unidos y China pero no en los de los países del Caribe. Por ese motivo, reexaminar la dinámica Caribe-China desde la perspectiva de los intereses de los países caribeños puede proporcionar a los responsables políticos estadounidenses más conocimientos y una mejor comprensión de esta relación.

La estrategia norteamericana actual para lidiar con el interés de China en el Caribe se basa demasiado en una mentalidad de Guerra Fría que considera que los países caribeños o son el patio trasero de Estados Unidos o están subordinados a China. Como consecuencia, las autoridades estadounidenses tienen la desafortunada costumbre de sermonear y amenazar a los dirigentes caribeños y sus gobiernos sobre las consecuencias de dialogar con China.

Por ejemplo, el embajador estadounidense en Jamaica, Donald Tapia, ha afirmado que, si el país caribeño utiliza la tecnología 5G desarrollada en China, Estados Unidos quizá se niegue a ayudarle en caso de catástrofes naturales, por miedo a que la red 5G pueda dar a China “la oportunidad de acceder a todos los datos que tenemos [en EE UU]”. Asimismo, al imaginar una circunstancia en la que Washington entre en guerra con Pekín, Tapia hizo esta pregunta: “¿Estarían ustedes [Jamaica] bajo el paraguas de China o bajo el de Estados Unidos?”

En otras ocasiones, los responsables políticos se han limitado a descartar la capacidad de los países caribeños de tomar sus propias decisiones, como demuestra la afirmación sin fundamento de que China tuvo que ver con la decisión de Barbados de dejar de considerar a la reina Isabel II como jefa de Estado. Estas declaraciones de Estados Unidos tienen muchas probabilidades de ser acogidas con desdén por los gobiernos y los ciudadanos caribeños, que piensan que se está poniendo en tela de juicio su autonomía. Aunque este incidente concreto ocurrió en el Reino Unido, las autoridades y los especialistas estadounidenses lo han utilizado como ejemplo de la influencia china en el Caribe.

Estos casos son problemáticos porque, incluso cuando Estados Unidos intenta ser competitivo en el Caribe —por ejemplo, haciendo que los países de la región se incorporen a la iniciativa El crecimiento en América—, su retórica agresiva respecto a China desautoriza todo el plan.

Es lógico que Estados Unidos piense que China es una amenaza contra sus intereses y su influencia en el Caribe, pero es importante subrayar que los países de la región, aunque sean pequeños y no tengan unos recursos militares y económicos comparables, no se dejan manejar ni influir así como así. No hay que pensar que los líderes caribeños desconocen los riesgos que entrañan las inversiones y los préstamos de China. Los mandatarios caribeños, sus gobiernos y sus ciudadanos son perfectamente capaces de evaluar sus relaciones con otros Estados. Ningún sermón ni advertencia puede disuadir a los dirigentes de estos países de dialogar con Pekín, porque sus relaciones con dicho país, se basan sobre todo en los intereses nacionales y en factores pragmáticos, económicos y de cooperación. En contra de lo que dice la retórica norteamericana, no existen pruebas de que las relaciones entre China y el Caribe se basen en una coincidencia de ideologías ni exclusivamente para promover los intereses políticos chinos.

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Acto de apertura de la Embajada de China en República Dominicana con la presencia del que fuera presidente de República Dominica hasta agosto 2020, Danilo Medina, y el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi. (Thomas Peter-Pool/Getty Images)

Por eso es importante subrayar que los países del Caribe que reconocen a China no piensan que su relación sea unilateral, sino una relación recíproca. El tamaño de los Estados del Caribe limita su capacidad de adquirir el poder económico y político necesario para proteger y abastecer a su población por sí solos. Además de saber que necesitan obtener bienes públicos para sus ciudadanos, son conscientes de que, ante crisis existenciales como el cambio climático y la pandemia de COVID-19, una relación amistosa con países más ricos puede aportar soluciones a posibles problemas. De ahí que la mejor definición del principio que rige la relación de los países caribeños con China sea la del primer ministro de Antigua y Barbuda, Gaston Browne, cuando afirmó que “el Caribe se basa en el pragmatismo” y los miembros de la Comunidad del Caribe (CARICOM) son “amigos de todos y enemigos de nadie”.

La relación del presidente de Guyana, Dr. Irfaan Ali, con China y la China Harbor Engineering Company (CHEC) es un ejemplo reciente de este pragmatismo. No cabe duda de que China es y va a seguir siendo un socio valioso de Guyana, que se ha incorporado a la Iniciativa de la Ruta de la Seda y tiene relaciones diplomáticas con Pekín desde los 70. Sin embargo, eso no impide que, para el presidente Ali, los intereses de su país sean prioritarios en la relación.

Ali exigió enérgicamente respuestas cuando se acusó a CHEC —que tiene un contrato para renovar y ampliar el Aeropuerto Internacional de Cheddi Jagan en Guyana— de hacer mal uso del material y retrasar la culminación de las obras. Se lo exigió al embajador chino y además denegó a CHEC una solicitud de fondos adicionales para completar el proyecto. No solo especificó que la compañía debía completar todos los planes expuestos en el contrato inicial firmado en 2011, sino que firmó un nuevo acuerdo que daba a la empresa la responsabilidad de los 9 millones de dólares necesarios para terminar la expansión, así como de “rectificar y completar las reparaciones pendientes”. La enérgica posición del presidente Ali frente a CHEC es prueba de que el pragmatismo caribeño persiste y una demostración de que los líderes de la región son capaces de contener los riesgos asociados a las empresas chinas.

Por consiguiente, en lugar de intentar contrarrestar la influencia china en la región, los políticos y estrategas estadounidenses deben dedicarse a proporcionar a los países del Caribe alternativas apropiadas y asumir un enfoque más cooperativo en la zona. Por ejemplo, así como China ha anunciado un préstamo de mil millones de dólares a Latinoamérica y el Caribe para que tengan acceso a las vacunas contra la COVID-19, Estados Unidos debería contraer un compromiso de dimensión similar a medida que se disponga de más vacunas.

Además de competir con China, las autoridades norteamericanas deben reflexionar a propósito de lo irónica que es su retórica condescendiente respecto a la influencia china sobre los pequeños países del Caribe. EE UU tiene que empezar a pensar en los Estados caribeños como socios, y no como vecinos que puede controlar. La única forma que tiene de poder competir eficazmente con la expansión china en la región es tener verdaderamente en cuenta las perspectivas y los intereses del Caribe y ofrecer alternativas apropiadas para contribuir a su seguridad y su desarrollo.

 

El artículo original ha sido publicado en Global Americans.

 

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia