Un cartel rez 'No hay futuro para Boko Haram, larga vida a Niger' en la ciudad de Bosso. (Issouf Sanogo/AFP/Getty Images)
Un cartel rez ‘No hay futuro para Boko Haram, larga vida a Niger’ en la ciudad de Bosso. (Issouf Sanogo/AFP/Getty Images)

Nigeria, Níger, Chad y Camerún se enfrentan a una amenaza continua del grupo yihadista Boko Haram. En los seis últimos años, ha pasado de ser un pequeño movimiento de protesta en el norte de Nigeria a constituir una enorme fuerza capaz de llevar a cabo ataques devastadores en toda la cuenca del lago Chad. El pasado mes de marzo prometió lealtad a Daesh, una afiliación que parece haber tenido escasa repercusión aparte de aumentar su presencia en Internet.

En verano, Camerún experimentó el mayor aumento del número de ataques de Boko Haram, seguido de cerca por Níger y Chad. No obstante, Nigeria sigue siendo el epicentro del conflicto. Su presidente, Muhammadu Buhari, que tomó posesión en mayo, hizo la ambiciosa promesa de terminar con los rebeldes antes de diciembre. Aunque el objetivo está todavía lejos, Buhari, antiguo general de división del Ejército, ha sacudido el aparato de seguridad del país y se ha unido a otras fuerzas regionales para expulsar al grupo de las áreas del nordeste de Nigeria que capturó a principios de año.

Pero Boko Haram es una organización resistente, adaptable y móvil. Las campañas militares, hasta la fecha, han tenido un éxito limitado a la hora de impedir los atentados suicidas, en muchas ocasiones cometidos por mujeres jóvenes y niñas. Sus atentados en pueblos remotos y desprotegidos -e incluso en capitales como Yamena (Chad)- continúan. Las reacciones indiscriminadas de las fuerzas de seguridad del Estado y los escasos esfuerzos para convencer a las comunidades afectadas añaden más leña al fuego. Los gobiernos regionales siguen sin ocuparse de los factores que dan pie a la radicalización. Decenios de corrupción política, viejos agravios y falta de acceso a los servicios sociales básicos han fomentado una ira y una enemistad profundas. A ello se unen el rápido crecimiento demográfico y la degradación medioambiental, que provocan tensiones sociales y migraciones.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.