No está obligado a leer este artículo. Si lo lee, ¿podría
haber decidido no hacerlo? Seguro que cree que ha tenido libertad de echarle
un vistazo rápido. ¿De verdad la ha tenido? La fe en cierto grado
de libre albedrío la comparten todas las culturas y es uno de los factores
que nos hacen humanos, y es esencial en nuestros sistemas éticos y legales.
Sin embargo, hoy, científicos y filósofos erosionan este pilar
de la sociedad, por lo visto, sin pensar en algo que lo sustituya. Lo que ponen
en tela de juicio es una psicología tradicional que discurre más
o menos de esta forma: dentro de cada uno de nosotros hay un yo, un agente
consciente que observa el mundo y toma decisiones. En algunos casos (aunque
quizá no en todos), dicho agente tiene cierto margen de elección
y control sobre sus acciones. De este modelo tan sencillo de actuación
humana derivan las nociones conocidas de responsabilidad, culpa y mérito.
La ley, por ejemplo, hace una clara distinción entre un acto criminal
realizado por una persona hipnotizada o sonámbula y un crimen cometido
en estado normal de conciencia, con pleno conocimiento de las consecuencias.

"El ataque científico al
libre albedrío sería menos alarmante si existiera algún
nuevo marco legal y ético capaz de ocupar su lugar. Pero nadie
tiene ni idea de qué aspecto podría tener esa nueva estructura"

Puede que esto parezca sentido común, pero filósofos y escritores
llevan siglos expresando sus dudas, y las críticas son cada vez más
intensas. "Toda teoría está en contra del libre albedrío",
escribió el británico Samuel Johnson. En los 40, el profesor
de Filosofía en la Universidad de Oxford Gilbert Ryle acuñó la
expresión "el espectro en la máquina" para designar
la idea generalizada de que el cerebro está ocupado por un yo inmaterial
que, de una u otra forma, controla las actividades de nuestras neuronas. El
filósofo estadounidense Daniel Dennet habla del "frágil
mito" de los "titiriteros espectrales" dentro de nuestras
cabezas.

Para los escépticos del libre albedrío, las decisiones humanas
las determina la naturaleza previa de la persona o, por el contrario, son completamente
arbritrarias. En cualquier caso, no parece haber una auténtica libertad
de elección. Los físicos suelen ser los primeros en disparar
contra el libre albedrío. En el esquema newtoniano, el universo es un
gigantesco mecanismo de relojería que avanza con arreglo a leyes deterministas. ¿Cómo
actúa un agente libre? En este sistema causal cerrado, sencillamente,
no hay sitio para desviar el camino de los átomos sin entrar en conflicto
con las leyes físicas. Y la famosa indeterminación de la mecánica
cuántica tampoco ayuda a la mente a aprehender el mundo material. La
incertidumbre cuántica no puede engendrar libertad. La verdadera libertad
necesita que la voluntad sea la que determine nuestras acciones sin fallar.

Los físicos afirman que el libre albedrío no es más que
un sentimiento; la mente no tiene auténtica eficacia causal. ¿De
dónde nace ese sentimiento? En su libro de 2002 The
Illusion of Conscious Will [La ilusión de la voluntad consciente]
, el psicólogo de
la Universidad de Harvard Daniel Wegner recurre a ingeniosos experimentos de
laboratorio para demostrar cómo llegan los sujetos a creerse que dominan
la situación aunque sus pensamientos conscientes no sean la causa real
de las acciones que observan.

El ascenso de la genética moderna también ha socavado la creencia
de que los seres humanos nacen con la libertad de construir su destino individual.
Los científicos reconocen que los genes configuran nuestra mente igual
que configuran nuestro cuerpo. Los psicólogos evolutivos se esfuerzan
por hallar la raíz de características personales como el altruismo
y la agresividad en los mecanismos darwinistas de la mutación aleatoria
y la selección natural. "Somos máquinas de supervivencia,
vehículos automáticos programados para servir a las moléculas
egoístas denominadas genes", escribe el biólogo de Oxford
Richard Dawkins.

Los aspectos de la mente no predeterminados por la genética quedan
a merced de la "memética". Los memes son los equivalentes
mentales de los genes: las ideas, creencias y tendencias, que se reproducen
y rivalizan a la manera de los genes. La psicóloga británica
Susan Blackmore afirmaba recientemente que nuestras mentes no son más
que colecciones de memes que se transmiten como si fueran virus, y que la sensación
de yo es una ficción que crean los memes.

Ilustración sobre cuestionar el libre albedrío

Estas ideas son peligrosas porque hay algo de verdad en ellas. Existe un gran
riesgo de que se simplifiquen y utilicen para justificar la despreocupación
por la actividad criminal, el conflicto étnico o el genocidio. Por el
contrario, las personas convencidas de que el concepto de opción individual
es un mito pueden resignarse con pasividad a cualquier destino que decida para
ellos un sistema social o político explotador. Si pensamos que la eugenesia
es una perversión catastrófica de la ciencia, imaginemos un mundo
en el que la mayoría de la gente no crea en el libre albedrío.

El ataque científico al libre albedrío sería menos alarmante
si existiera un nuevo marco legal y ético que ocupara su lugar. Pero
nadie sabe qué aspecto podría tener éste. Y hay que recordar
que los científicos pueden estar equivocados al dudar del libre albedrío.
Sería precipitado decir que los físicos han dicho la última
palabra sobre la causalidad o que los científicos del conocimiento comprenden
en su totalidad el funcionamiento del cerebro y la conciencia. Pero incluso
aunque tengan razón y el libre albedrío sea una fantasía,
a lo mejor merece la pena conservarla. Muchas veces, los físicos y filósofos
elaboran argumentos convincentes en el entorno enrarecido del mundo académico,
pero los ignoran en la práctica. Es fácil convencerse de que
el transcurso del tiempo es una fantasía (en física, el tiempo
es, no "pasa"). Pero nadie hace su vida cotidiana sin referirse
al pasado, al presente y al futuro. La sociedad se desintegraría si
no asumiéramos la ficción de que el tiempo pasa. Parafraseando
al escritor Isaac Bashevis Singer, tenemos que creer en el libre albedrío;
no tenemos otra opción.

Cuestionar el libre albedrío. Paul Davies

No está obligado a leer este artículo. Si lo lee, ¿podría
haber decidido no hacerlo? Seguro que cree que ha tenido libertad de echarle
un vistazo rápido. ¿De verdad la ha tenido? La fe en cierto grado
de libre albedrío la comparten todas las culturas y es uno de los factores
que nos hacen humanos, y es esencial en nuestros sistemas éticos y legales.
Sin embargo, hoy, científicos y filósofos erosionan este pilar
de la sociedad, por lo visto, sin pensar en algo que lo sustituya. Lo que ponen
en tela de juicio es una psicología tradicional que discurre más
o menos de esta forma: dentro de cada uno de nosotros hay un yo, un agente
consciente que observa el mundo y toma decisiones. En algunos casos (aunque
quizá no en todos), dicho agente tiene cierto margen de elección
y control sobre sus acciones. De este modelo tan sencillo de actuación
humana derivan las nociones conocidas de responsabilidad, culpa y mérito.
La ley, por ejemplo, hace una clara distinción entre un acto criminal
realizado por una persona hipnotizada o sonámbula y un crimen cometido
en estado normal de conciencia, con pleno conocimiento de las consecuencias.

"El ataque científico al
libre albedrío sería menos alarmante si existiera algún
nuevo marco legal y ético capaz de ocupar su lugar. Pero nadie
tiene ni idea de qué aspecto podría tener esa nueva estructura"

Puede que esto parezca sentido común, pero filósofos y escritores
llevan siglos expresando sus dudas, y las críticas son cada vez más
intensas. "Toda teoría está en contra del libre albedrío",
escribió el británico Samuel Johnson. En los 40, el profesor
de Filosofía en la Universidad de Oxford Gilbert Ryle acuñó la
expresión "el espectro en la máquina" para designar
la idea generalizada de que el cerebro está ocupado por un yo inmaterial
que, de una u otra forma, controla las actividades de nuestras neuronas. El
filósofo estadounidense Daniel Dennet habla del "frágil
mito" de los "titiriteros espectrales" dentro de nuestras
cabezas.

Para los escépticos del libre albedrío, las decisiones humanas
las determina la naturaleza previa de la persona o, por el contrario, son completamente
arbritrarias. En cualquier caso, no parece haber una auténtica libertad
de elección. Los físicos suelen ser los primeros en disparar
contra el libre albedrío. En el esquema newtoniano, el universo es un
gigantesco mecanismo de relojería que avanza con arreglo a leyes deterministas. ¿Cómo
actúa un agente libre? En este sistema causal cerrado, sencillamente,
no hay sitio para desviar el camino de los átomos sin entrar en conflicto
con las leyes físicas. Y la famosa indeterminación de la mecánica
cuántica tampoco ayuda a la mente a aprehender el mundo material. La
incertidumbre cuántica no puede engendrar libertad. La verdadera libertad
necesita que la voluntad sea la que determine nuestras acciones sin fallar.

Los físicos afirman que el libre albedrío no es más que
un sentimiento; la mente no tiene auténtica eficacia causal. ¿De
dónde nace ese sentimiento? En su libro de 2002 The
Illusion of Conscious Will [La ilusión de la voluntad consciente]
, el psicólogo de
la Universidad de Harvard Daniel Wegner recurre a ingeniosos experimentos de
laboratorio para demostrar cómo llegan los sujetos a creerse que dominan
la situación aunque sus pensamientos conscientes no sean la causa real
de las acciones que observan.

El ascenso de la genética moderna también ha socavado la creencia
de que los seres humanos nacen con la libertad de construir su destino individual.
Los científicos reconocen que los genes configuran nuestra mente igual
que configuran nuestro cuerpo. Los psicólogos evolutivos se esfuerzan
por hallar la raíz de características personales como el altruismo
y la agresividad en los mecanismos darwinistas de la mutación aleatoria
y la selección natural. "Somos máquinas de supervivencia,
vehículos automáticos programados para servir a las moléculas
egoístas denominadas genes", escribe el biólogo de Oxford
Richard Dawkins.

Los aspectos de la mente no predeterminados por la genética quedan
a merced de la "memética". Los memes son los equivalentes
mentales de los genes: las ideas, creencias y tendencias, que se reproducen
y rivalizan a la manera de los genes. La psicóloga británica
Susan Blackmore afirmaba recientemente que nuestras mentes no son más
que colecciones de memes que se transmiten como si fueran virus, y que la sensación
de yo es una ficción que crean los memes.

Ilustración sobre cuestionar el libre albedrío

Estas ideas son peligrosas porque hay algo de verdad en ellas. Existe un gran
riesgo de que se simplifiquen y utilicen para justificar la despreocupación
por la actividad criminal, el conflicto étnico o el genocidio. Por el
contrario, las personas convencidas de que el concepto de opción individual
es un mito pueden resignarse con pasividad a cualquier destino que decida para
ellos un sistema social o político explotador. Si pensamos que la eugenesia
es una perversión catastrófica de la ciencia, imaginemos un mundo
en el que la mayoría de la gente no crea en el libre albedrío.

El ataque científico al libre albedrío sería menos alarmante
si existiera un nuevo marco legal y ético que ocupara su lugar. Pero
nadie sabe qué aspecto podría tener éste. Y hay que recordar
que los científicos pueden estar equivocados al dudar del libre albedrío.
Sería precipitado decir que los físicos han dicho la última
palabra sobre la causalidad o que los científicos del conocimiento comprenden
en su totalidad el funcionamiento del cerebro y la conciencia. Pero incluso
aunque tengan razón y el libre albedrío sea una fantasía,
a lo mejor merece la pena conservarla. Muchas veces, los físicos y filósofos
elaboran argumentos convincentes en el entorno enrarecido del mundo académico,
pero los ignoran en la práctica. Es fácil convencerse de que
el transcurso del tiempo es una fantasía (en física, el tiempo
es, no "pasa"). Pero nadie hace su vida cotidiana sin referirse
al pasado, al presente y al futuro. La sociedad se desintegraría si
no asumiéramos la ficción de que el tiempo pasa. Parafraseando
al escritor Isaac Bashevis Singer, tenemos que creer en el libre albedrío;
no tenemos otra opción.

Paul Davies es catedrático
de Filosofía Natural en el Centro Australiano de Microbiología,
de la Universidad Macquarie, de Sydney. Es autor de 25 libros, entre ellos
The Fifth Miracle: The Search for the Origin and Meaning of Life (Simon & Schuster,
Nueva York, 1999) y How to Build a Time Machine (Viking, Nueva York, 2002).