La caída en el precio del crudo genera problemas en el ámbito de la política exterior y de seguridad europeas, ya que aumenta la inestabilidad en las regiones vecinas productoras de oro negro.

Una chimenea en un campo de extracción de petróleo cerca de la ciudad de Mosul, Irak. Ahmad Al Rubaye/AFP/Getty Images
Una chimenea en un campo de extracción de petróleo cerca de la ciudad de Mosul, Irak. Ahmad Al Rubaye/AFP/Getty Images

A las economías europeas les agrada que caigan los precios del crudo, pero, si el petróleo sigue estando barato, nos encontraremos con graves problemas de política exterior. Cuando el oro negro se encarece, los gobiernos de los países importadores se preocupan. Cuando se abarata, se oyen suspiros de alivio. El crudo barato impulsa las economías europeas; pero el problema, desde el punto de vista de la política exterior y de seguridad, es una mayor inestabilidad de las regiones vecinas, puesto que los Estados productores pueden encontrarse con una crisis fiscal.

Entre 2005 y 2014, el crudo experimentó un largo periodo de precios elevados. Entre 2011 y 2014, el crudo Brent costaba un promedio de 107 dólares el barril. Sin embargo, a mediados de 2014, los precios se desplomaron. El exceso de producción -el auge de la producción de petróleo de esquisto en Estados Unidos, unido a los niveles de siempre en la producción de los países de la OPEP- se topó con una disminución de la demanda, debido especialmente a la desaceleración de la economía china. Las interrupciones del suministro, las sanciones y los conflictos, que impidieron la salida al mercado de más de tres millones de barriles diarios en 2015, tuvieron escasa repercusión en la tendencia a la baja de los precios. El 6 de octubre el petróleo Brent se vendía a alrededor de 52 dólares el barril.

El periodo de altos precios tuvo consecuencias negativas. Generó una transferencia masiva de riqueza de las economías occidentales a las de los países productores de petróleo, que lastró la recuperación de los europeos y llenó las arcas de Estados (en su mayoría) menos democráticos. El gasto de defensa, la represión y la corrupción aumentaron en Oriente Medio y Rusia. Dado que los derivados del crudo son ingredientes fundamentales de los fertilizantes, el hecho de que sus precios fueran altos provocó también una subida de los de los alimentos, lo cual empeoró la situación de economías emergentes y dependientes de las importaciones, como Egipto. Este fue uno de los factores que contribuyó a las revueltas de la Primavera Árabe en 2011. En el Golfo de Guinea, piratas y grupos armados se especializaron en robar crudo de oleoductos y buques petroleros.

En la actualidad parece que la evolución de la oferta y la demanda va a mantener los precios bajos durante algún tiempo, tal vez hasta el final de la década. Los mercados son pesimistas sobre las perspectivas en los próximos años: los futuros de petróleo para principios de 2020 se comercializan hoy a menos de 60 dólares. Desde el punto de vista de la oferta, la producción del crudo de esquisto o de formaciones compactas puede adaptarse a las variaciones de precios con más rapidez que la producción convencional. Rystad Energy, una consultora energética noruega, calcula que la producción de petróleo de esquisto norteamericano es rentable, por término medio, a 58 dólares el barril; por tanto, el aumento de la oferta estadounidense podría limitar el incremento de precios por encima de ese umbral. Además, a mediados de 2016 se levantarán las sanciones contra el sector del crudo iraní y, a medida que intente recuperar su cuota de mercado, es posible que pronto aporte un millón de barriles diario a la producción mundial, con lo que aumentará los excedentes.

En el lado de la demanda, China está abandonando poco a poco el sector de la industria pesada, que consume mucha energía, para centrarse más en los servicios y las necesidades urbanas, e inevitablemente su tasa de crecimiento dejará de ser espectacular para ser simplemente robusta. La recuperación de la eurozona es frágil, el FMI ha corregido a la baja sus previsiones de crecimiento global, y los avances en eficiencia energética en general hacen que el mundo, por ahora, tenga menor demanda de oro negro.

En definitiva, ¿es positiva la caída actual de los precios? Por desgracia, un periodo prolongado de precios bajos creará problemas en política exterior y de seguridad. Que el crudo esté barato es malo para los resultados económicos de los países exportadores de petróleo. El FMI prevé que este año los ingresos por exportaciones de los Estados del Golfo bajarán en 287.000 millones de dólares, debido a la caída de los precios. Desde 2011, los gobiernos de todo Oriente Medio han aumentado el gasto social para mantener satisfechas a sus poblaciones tras la Primavera Árabe. Ahora tal vez tengan dificultades para mantener ese nivel de gasto.

En muchos Estados exportadores de crudo, quienes controlan la riqueza del oro negro controlan la mayor parte de la economía. Si los beneficios del crudo disminuyen en países con comunidades étnicas, tribales o religiosas que se disputan la influencia política -como ocurre en muchos países de Oriente Medi–, la situación puede ser un cóctel de inestabilidad y conflicto. Es posible que a los grupos yihadistas de la región les cueste menos reclutar a jóvenes descontentos a medida que se agraven los problemas económicos. El riesgo de malestar social puede hacer que los gobiernos aumenten la represión, con el resultado de violaciones de los derechos humanos, terrorismo y presión migratoria.

Kuwait es el único que sigue ganando dinero con los precios actuales. Arabia Saudí puede soportarlos durante mucho tiempo gracias a sus inmensas reservas, pero otros no son tan afortunados. Bahréin tiene un umbral de rentabilidad fiscal (el precio de crudo que permite a los exportadores cuadrar las cuentas) alto, unas reservas oficiales limitadas, pesadas deudas y un gran volumen de extracción de petróleo y gas natural; al ritmo actual, no le queda más que para unos 10 años. En unas condiciones económicas tan difíciles, las tensiones entre la minoría suní gobernante y la mayoría chií pueden desbordarse, como ocurrió durante la Primavera Árabe. Irak, a pesar de tener un colchón financiero limitado, posee enormes reservas de crudo y un umbral de rentabilidad fiscal relativamente bajo, lo cual hace pensar que, si consigue atraer inversiones en su sector petrolífero, podría mejorar su situación. No obstante, la lucha contra el grupo terrorista Estado Islámico y la incapacidad de Bagdad de alcanzar un acuerdo de reparto de ingresos con los kurdos pueden hacer que sea difícil.

Fuera de Oriente Medio, el crudo, el gas natural y los derivados del petróleo constituyen el 90% de las exportaciones de Nigeria. El país tiene pocas reservas, un umbral de rentabilidad elevado y una población numerosa, cada vez más, que exige mejores servicios sociales y oportunidades económicas. Grupos como Boko Haram pueden aprovechar esas quejas.

La economía rusa depende enormemente del oro negro, como explica Andrey Movchan, del Carnegie’s Center de Moscú. El gráfico anterior indica que posee reservas suficientes para soportar unos precios bajos, pero Ian Bond y Christian Odendahl aseguran que las arcas de Rusia quizá no están tan llenas como hacen ver las estadísticas oficiales. Con el petróleo barato, Rusia ha reaccionado extrayendo cantidades sin precedentes de crudo, pero las sanciones de Occidente contra los sectores financiero y petrolífero del país, como consecuencia de la intervención en Ucrania, están impidiendo que sustituya los yacimientos agotados. Si continúan los precios bajos, el presidente Vladímir Putin tendrá que escoger entre mantener el gasto social e impulsar su costoso programa de modernización de la defensa. Aunque la vulnerabilidad de Rusia ante las fluctuaciones del precio del petróleo debería convencer a Putin de que debe diversificar la economía, es posible que prefiera distraer a la opinión pública con alguna aventura militar en el extranjero. Conviene recordar que, en 1990, el presidente iraquí Sadam Huséin invadió el vecino Kuwai durante un periodo de petróleo barato.

Los precios de los metales han caído al mismo tiempo que los del crudo, por lo que los países en vías de desarrollo que dependen de las extracciones de minerales afrontan unas dificultades parecidas: el cobre representa el 73% de las exportaciones de Zambia; el 60% de las exportaciones de Mauritania consisten en hierro y cobre; el 90% de las de la República Democrática del Congo son cobre, cobalto y petróleo. Cuanto más dure la bajada de precios, más dificultades tendrán los débiles gobiernos de esos países, que, en muchos casos, tienen una larga historia de guerras civiles.

El papel de Estados Unidos en los mercados mundiales de crudo y (tal vez) en la política de Oriente Medio va a cambiar. El petróleo de esquisto norteamericano va a seguir abaratando los precios, de modo que Arabia Saudí está dejando de ser el productor decisivo, sustituido por EE UU; además, pone en peligro la cohesión del grupo de productores de la OPEP, cuando empiezan a interesarse más por mantener la cuota de mercado que por mantener unos precios altos.

En Europa, las repercusiones de los precios del oro negro son de diversos tipos. Las consecuencias económicas son claramente positivas: los precios bajos aumentan los ingresos de las familias y reducen los costes de producción. El impacto negativo de la desaceleración china se ve compensado en parte por la caída posterior de los precios del crudo. Pero unos precios que sigan siendo bajos mucho tiempo pueden hacer que a Europa le sea más difícil reducir su dependencia del gas ruso, porque retrasará las inversiones y la producción en varios de los proveedores que más gas y petróleo venden a Europa, como Argelia y Azerbaiyán. Con los precios actuales, el proyecto Shah Deniz-2 en el Mar Caspio, diseñado para llevar gas de Azerbaiyán a Europa y un elemento fundamental de los esfuerzos de la UE para abastecerse de más gas procedente de fuera de Rusia, pierde dinero.

Desde el punto de vista del clima, hay buenas y malas noticias. Se aplazará la explotación de recursos energéticos muy costosos, como los del Ártico, los yacimientos complejos de aguas profundas y las arenas bituminosas de Canadá. Según los consultores energéticos de Wood Mackenzie, se han postergado gastos de capital de unos 200.000 millones de dólares, sobre todo en proyectos de aguas profundas y arenas bituminosas (algunos proyectos en el Ártico y la producción a partir de arenas podrían volver a ser rentables con un precio de 70 dólares el barril). Con la sobreabundancia actual de gas y petróleo, el polémico desarrollo de los recursos de esquisto en Europa podría resultar innecesario (y nada rentable).

A largo plazo, el crudo barato puede ser un incentivo para que los productores de oro negro modernicen sus economías y reduzcan su dependencia de las exportaciones de hidrocarburos, si pueden permitirse las inversiones necesarias y tienen la voluntad política de hacerlo. Europa debe estar dispuesta a ayudarles en esa transición.

Sin embargo, un petróleo a precios bajos puede poner en dificultades la política medioambiental de Europa, que partía del supuesto de que los precios iban a seguir subiendo, por lo que las tecnologías renovables y de bajas emisiones de carbono resultarían cada vez más atractivas. La caída de los precios del crudo va unida a un descenso del precio del carbono. Y el carbón también se ha abaratado. Por consiguiente, para lograr los objetivos europeos en la lucha contra el cambio climático, va a hacer falta una regulación más dura y no dejarlo en manos de las fuerzas del mercado. Todo ello tiene consecuencias para la conferencia internacional sobre el clima que se celebrará en París en diciembre. Con el petróleo barato, tomar decisiones vinculantes sobre los objetivos climáticos es mucho más difícil. Por más que Estados Unidos y China traten de lograr un acuerdo, economías emergentes como India y Turquía -cuya demanda de energía se está disparando- pueden ser más reacias a comprometerse y poner en marcha costosas estrategias de reducción de las emisiones.

Por último, el aspecto más urgente para las autoridades europeas es que el arco de inestabilidad en la periferia al sur y el este de Europa, llena de países exportadores de petróleo, se intensificará si persiste la crisis. El resultado puede ser más conflicto regional, un mayor riesgo de terrorismo, la llegada de nuevos refugiados a Europa y más presión sobre los países de la UE que intentan afrontar las inmigraciones masivas. Los gobiernos europeos deben pensar en todo ello cuando debaten las prioridades de gasto: un mundo con el crudo barato exigirá una inversión en desarrollo y ayuda humanitaria, seguridad y unas fueras militares preparadas.

Que el oro negro tenga un precio ni demasiado alto ni demasiado bajo es bueno desde la perspectiva de la política exterior. Pero, dado que el mercado del crudo siempre tiende a quedarse corto o pasarse, seguirá siendo difícil que haya un precio ideal. Por ahora, Europa debe contar con que los países de su entorno seguirán sufriendo turbulencias mientras domine el petróleo barato.

Puede consultar la versión original de este artículo aquí. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.