Así es cómo Japón se ha convertido en un referente global en la prevención y reducción del riesgo de terremotos, tsunamis y tifones, entre otros fenómenos naturales.

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Un cartel de prevención frente a tsunamis en las islas Yaeyama, Japón. Eric Lafforgue/Art In All Of Us/Corbis via Getty Image

El 11 de marzo de 2021 se cumplen 10 años de uno de los mayores accidentes nucleares de la historia, el de la central de Fukushima, en Japón, un nombre que se nos ha quedado grabado en la mente. Sin embargo, ese día también es el décimo aniversario del Gran Terremoto de Japón Oriental y del devastador tsunami que arrasó la costa de la región norteña de Tohoku, con olas que en algunos puntos superaron los 40 metros, ocasionando cerca de 16.500 muertos y 2.500 desaparecidos. Se evacuó a 450.000 personas a 2.500 centros temporales de evacuación y 100.000 salieron de la región.

Las cifras hablan por sí solas. Para los japoneses, esta señalada fecha es ante todo una ocasión para recordar a las víctimas del Gran Terremoto. Cada año a las 2:46 en todo el país impera el silencio y este año, siendo el décimo aniversario, las celebraciones cobrarán especial importancia. El mundo se admiró de la entereza de los ciudadanos ante una tragedia de tal magnitud, pero Japón es un Estado que ha hecho de la necesidad una virtud.

Japón es uno de los países más sensibles a los fenómenos geológicos y climáticos. Pese a ocupar tan solo el 0,25% de la superficie terrestre, al estar ubicado en el denominado Anillo de Fuego del Pacífico, donde la actividad sísmica y volcánica es constante, cuenta en su territorio con más de un centenar de volcanes activos y sufre más de un 20% de los terremotos del mundo con una magnitud superior al nivel 6 en la escala Richter. Por otro lado, debido a su situación geográfica, está expuesto a frecuentes fenómenos naturales extremos, desde fuertes nevadas y tifones hasta lluvias torrenciales e inundaciones propiciadas por el monzón. Fenómenos cada vez más frecuentes e intensos debido al cambio climático. Y, a pesar de todo ello, el número de víctimas que se cobran los desastres naturales en Japón es significativamente menor que en otras partes del planeta, lo cual se debe en gran medida a que posee una arraigada cultura de prevención del riesgo.

 

Aprendiendo de la adversidad

Siendo históricamente un país propenso a los desastres naturales, las circunstancias han obligado al pueblo japonés a adoptar medidas para mitigar sus efectos y prevenir los riesgos. Por ello, desde tiempos inmemoriales ha ido incorporando a su cultura todo ese aprendizaje basado en la experiencia, además a la gestión del conocimiento se han ido añadiendo continuas innovaciones tecnológicas, destinadas a afrontar los desastres con las mayores garantías de reducir sus repercusiones. Se dice que uno de los lugares más seguros para estar cuando ocurre un terremoto es en un rascacielos, pues están equipados con una base que absorbe el impacto, dotando al edificio suficiente flexibilidad como para volver a su estado original, incluso cuando la parte superior pueda llegar a desplazarse hasta un metro en relación a la base. También la regulación ha cumplido su cometido, pues desde la década de 1950 se endurecieron los requisitos de construcción, exigiendo que los edificios nuevos incorporen el denominado refuerzo antisísmico, para mejorar su resistencia no solo a los terremotos, sino también a otros fenómenos naturales como tifones. Gracias a esta cultura de la preparación ante los desastres, se han salvado muchas vidas y se han minimizado las pérdidas económicas.

 

Cultura bosai y la prevención del riesgo de desastres

“Bosai” es un término tradicional japonés, que conlleva un acercamiento holístico a la reducción de las consecuencias de los desastres (muertes, pérdidas económicas, daños a infraestructuras, etcétera), mediante actividades en todas las fases del desastre: respuesta, recuperación, mitigación y, ante todo, prevención.

La cultura bosai o cultura de reducción del riesgo de desastres engloba una serie de comportamientos y prácticas desarrolladas en comunidades que suelen verse afectadas por los desastres, adoptando cada comunidad sus propias reglas que se transmiten de generación en generación. Según el tipo de desastre al que más expuestas están, cada región desarrolla sus medidas propias. Así, por ejemplo, el riesgo de que se produzcan tsunamis en la costa del Pacífico fomenta una cultura de preparación ante este tipo de desastre, mientras que en lugares donde se dan inundaciones, lo que se fomenta es la prevención frente a esta clase de fenómenos. La cultura bosai de prevención de riesgos causados por desastres se basa, por tanto, en los acontecimientos vividos por los habitantes de un mismo territorio y las lecciones que se extraen de ellos.

 

Tres niveles de prevención del riesgo

Los sismólogos afirman que hay entre un 70% y un 80% de probabilidades de que en los próximos 30 años se produzca en algún punto del archipiélago japonés un terremoto de gran magnitud debido a los movimientos de las placas tectónicas en la fosa de Nankai, que podría llegar a cobrarse hasta 235.000 vidas y producir tsunamis de hasta 10 metros. Puesto que no se puede predecir en qué lugar se producirá, todo el país tiene que estar preparado y nadie puede bajar la guardia. No en vano, un proverbio nipón dice que los desastres llegan cuando nos olvidamos de ellos (saigaiwawasuretakoro ni yattekuru).

Estos son los datos que maneja el Gobierno japonés y que sirven para concienciar a un pueblo, ya de por sí concienciado y atento a los consejos de las autoridades, de la necesidad de estar preparados ante los desastres a fin de reducir los riesgos. La preparación frente a desastres se aborda desde tres niveles: ayuda pública, ayuda comunitaria y autoayuda.

La ayuda pública se lleva a cabo tanto desde el gobierno central, como desde las administraciones prefecturales y municipales. Desde el Ejecutivo se desarrollan el Plan Estratégico de Gestión de Desastres, complementado por los planes regionales para la gestión de estos fenómenos, el Plan Fundamental de Resiliencia Nacional (revisado en 2018) y el Plan de Acción para la Resiliencia Nacional de 2014, que se enfocan en la preparación y prevención ante todo tipo de peligros, reconstruir mejor y una gobernanza inclusiva, en consonancia con los principios del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres. Las acciones previstas en los planes son llevadas a cabo por 24 organismos gubernamentales y 56 empresas públicas. Así, por ejemplo, uno de estos organismos es el Ministerio de Educación, Ciencia, Cultura y Deportes, que ha incluido en el currículo nacional la “Educación para la seguridad” a fin de preparar a los futuros ciudadanos desde la infancia. Las escuelas deben preparar manuales y realizar simulacros de emergencias, además de funcionar como centros de evacuación llegado el caso. Los gobiernos municipales también editan sus propias guías, como es el caso de Tokio que lo hace en otros idiomas además del japonés, y en general todas las administraciones tienen instrucciones claras y fáciles de localizar en sus sitios web sobre qué hacer en caso de desastre y cómo prepararse con antelación.

El Gobierno también ha declarado el día 1 de septiembre el Día de la Preparación ante los Desastres (Bosai no hi), en conmemoración del Terremoto de Kanto de 1923, que produjo 105.000 muertes y desapariciones. Ese día en los colegios de todo Japón se realizan ejercicios para que los escolares sepan cómo actuar si se vieran en la situación. Asimismo, existen centros municipales de entrenamiento frente a seismos que organizan talleres para la ciudadanía durante todo el año.

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Una pareja rinde homeja a las víctimas del terremoto y tsunami de 2011,Japón. Viola Kam/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

A nivel individual, “ayudarse a sí mismos” es esencial para salvar la vida en caso de producirse un desastre. Los japoneses están acostumbrados a obedecer órdenes y, siendo una cultura orientada al grupo, pensar en sí mismos (y no en los demás) no es automático. Numerosos proverbios hacen alusión a la preparación ante los desastres, transmiten de generación en generación la sabiduría popular extraída de las experiencias vividas. Una de las frases que resonaron en la estela del Gran Terremoto de Japón Oriental de 2011 es el dicho de la región de Tohoku en el dialecto local: “tsunami tendenko”, que resume en pocas sílabas la necesidad de buscar refugio en un lugar elevado sin preocuparse de los demás, ponerse a salvo a uno mismo, cuando un tsunami se acerca. La prensa nacional e internacional se hizo eco del denominado “Milagro de Kamaishi”, una escuela elemental cuyo alumnado se salvó porque siguieron la mencionada consigna, frente a otras escuelas en las que tristemente alumnado, profesorado y personal de servicio pereció por no hacerlo.

La responsabilidad de los ciudadanos también está presente en hogares y lugares de trabajo, donde es habitual guardar botiquines de primeros auxilios, una mochila o bolsa de emergencia con lo esencial para sobrevivir en caso de aislamiento, con comida y agua para varios días.

Por otra parte, en lo que concierne a la ayuda de la comunidad, podemos distinguir la que procede de personas conocidas y la que procede de desconocidos, puesto que en la prevención de riesgos desempeña un papel fundamental la sociedad civil a través de asociaciones de voluntariado local, pero también a través de ONG. Las relaciones de buena vecindad son comunes en una sociedad orientada al grupo como la japonesa, además resultan esenciales en la recuperación posdesastre. En la prevención, por su parte, desempeñan una importante labor las asociaciones de vecinos (chonaikai), de las que existen más de 300.000 en todo Japón, las Organizaciones Voluntarias para la Prevención de Desastres (jishubosaisoshiki), generalmente dirigidas por bomberos retirados y presentes en muchos barrios, y los Bosai Clubs, también presentes en muchos municipios. Todas ellas participan activamente en las labores de difusión, concienciación, organización de talleres y otras actividades destinadas a mantener la alerta en los tiempos de aparente calma.

Una mención aparte la merece el voluntariado, una actividad que se popularizó en 1995, tras el Gran Terremoto de Hanshin-Awaji, más conocido como Terremoto de Kobe. Hasta entonces, el voluntariado había sido una actividad marginal, pero cuando una marea blanca llegó para prestar su ayuda en las labores de socorro y la prensa se hizo eco de ello, el común de los japoneses entendió que no hacía falta ninguna cualificación especial para echar una mano en los malos momentos. 1995 se identifica en Japón como el año en que despegó el voluntariado en el país. Una ola de solidaridad también llegó en 2011 a Tohoku, pese a que la región estaba peor comunicada y que muchas carreteras habían quedado cortadas a consecuencia del tsunami.

 

La transmisión de la memoria

Otra de las notas características de la cultura japonesa de la reducción del riesgo es la transmisión de la memoria, dado que con el paso del tiempo todo será olvidado, incluso una catástrofe de gran magnitud e incluso en las zonas afectadas. Por ello, los japoneses tienen la costumbre de erigir estelas en la costa, marcando el nivel que alcanzaron las aguas de un tsunami, o de dejar en pie algún edificio dañado que nos recuerde lo sucedido, como en el caso del Monumento de la Paz de Hiroshima, o la apertura de museos o centros de documentación. En el municipio de Kasenuma, a cuatro kilómetros de la central nuclear de Fukushima, abrió a finales de 2020 un museo que refleja el terremoto y el tsunami de 2011 en toda su crudeza, pues son las ruinas de una escuela que se han dejado tal y como quedaron, afortunadamente estudiantes y profesores se salvaron. En tiempos de la COVID-19 también esta atracción, Great East Japan Earthquake and Nuclear Disaster Memorial Museum, puede disfrutarse en la distancia a través de la realidad virtual.

Las ceremonias que se organizan para conmemorar los desastres también tienen por objeto recordar lo sucedido, porque hay desastres que no podemos y no debemos olvidar.