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La política sobre el cambio climático no es un misterio. La adicción a los combustibles fósiles no puede superarse si éstos son los más baratos. Pero lo son únicamente porque sus productores reciben subvenciones directas e indirectas y nadie les hace pagar por los costes que suponen para la sociedad, como los riesgos para la salud y las medidas a largo plazo para aliviar el cambio climático. Mientras Barack Obama no aborde esta contradicción básica, Estados Unidos permanecerá empantanado en costosas e inútiles batallas políticas como el fiasco del mercado de emisiones de los dos últimos años en el Congreso.

En lugar de que todo les salga gratis, los combustibles fósiles deberían pagar su parte mediante el establecimiento de un canon para las empresas de combustibles fósiles, que se incrementaría de forma gradual y se recaudaría en el yacimiento nacional o en el puerto de entrada. Los fondos recaudados deberían repartirse directamente entre la población entregando un cheque ecológico mensual per cápita. Esto estimularía la economía estadounidense y fomentaría las innovaciones en energías limpias. A corto plazo, más del 60% de la población del país recibiría en su cheque ecológico más de lo que pagarían por el incremento de los precios de la energía. Esto no sería así para los estadounidenses más ricos, porque tienden a utilizar más energía.

Lo mejor de un incremento de los precios del CO2  es que proporciona la única posibilidad realista de lograr un pacto internacional sobre el clima. Obama hizo bien en no depender de la palabrería sobre el mercado de emisiones protagonizada por 192 países en la Cumbre de Copenhague. Pero no puede dejar de perseguir un acuerdo entre los dos mayores emisores del mundo: EE UU y China.

Los chinos nunca aceptarán un límite a sus emisiones de CO2. Pero están dispuestos a negociar un precio por él. ¿Por qué? No sólo porque sus líderes están preocupados por la calidad medioambiental de su país, sino porque quieren evitar la adicción que ha trastornado a Estados Unidos. Y lo que es más importante, se van a beneficiar de ello: Pekín está realizando grandes inversiones en energía solar, nuclear y eólica. Si EE UU incentivara con fuerza las opciones verdes, las fábricas del gigante asiático tendrían que luchar duro para seguir el ritmo de la demanda de los consumidores. Y una vez que Washington y Pekín acordaran cuál debe ser el canon adecuado para el CO2, la mayoría de los otros países les seguirían.

Y no lo olvidemos: estabilizar el cambio climático es una cuestión moral. Si no la aplacamos, nuestra adicción a los combustibles fósiles pondrá en peligro a nuestros hijos y nietos y a la mayoría de las especies del planeta. Si Obama sueña con ser un gran presidente, tiene que abordar el gran dilema moral de nuestro siglo.