Los desequilibrios que alberga la relación transatlántica.

 













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Nos equivocamos. El mundo no cambió el 11 de septiembre de 2001. Es verdad que transformó a los estadounidenses y su manera de concebir la seguridad. Pero el verdadero cambio de ciclo mundial comenzó el 15 de septiembre de 2008, día de la caída del gigante Lehman Brothers. La peor crisis del capitalismo ha precipitado la emergencia de Asia, liderada por China. Estados Unidos y Europa, si actúan conjuntamente, pueden hacer frente mejor a esta nueva etapa para tratar de matizar la decadencia occidental. Pero la relación transatlántica sigue estando desequilibrada y no exenta de viejos problemas que de manera recurrente ven la luz.

Admitámoslo: a Europa le ha sentado peor que a Estados Unidos el cambio de ciclo que vive el mundo. Si hacemos un repaso a la literatura euroatlántica de principios de siglo, había cierta euforia sobre la decadencia relativa de Estados Unidos como poder hegemónico y la emergencia del poder blando europeo. El 11 de septiembre mostró vulnerable a EE UU y las fallidas guerras de Irak y Afganistán lo debilitaron más. Mientras tanto, la UE extendía sus fronteras de democracia y libertad hacía antiguos países de la órbita comunista. Un optimismo que se contagió al otro lado del Atlántico. Académicos como Jeremy Rifkin sentenciaron: “Mientras el sueño americano languidece, un nuevo sueño europeo ve la luz”. En fin, una bonita cinta de ciencia ficción.

Europa está estancada resolviendo sus propios asuntos de una manera caótica.  La crisis del euro ha puesto al descubierto deficiencias estructurales de primer orden y, aun peor, una crisis de confianza y solidaridad entre aliados que no saben lo que quieren ser de mayores. Saben que necesitan actuar conjuntamente para ser relevantes en un mundo de gigantes, pero este vector racional no vence las resistencias nacionales. A la brecha entre el norte y el sur de Europa, con intereses contrapuestos en la crisis del euro, se suma un Reino Unido que avanza imparable hacia su salida. El mundo, mientras tanto, sigue girando.

La victoria de Obama produjo un espejismo en Europa. Pensamos que su mirada amable y su aspecto sincero solventarían las diferencias transatlánticas heredadas de la etapa de George W. Bush. Pero hay un principio que sigue separando a estadounidenses y europeos: para los primeros, la política exterior se mide por parámetros bien distintos que la política doméstica. La tortura, quizás el mejor ejemplo, es consentida para garantizar la seguridad, si se ejecuta fuera de sus fronteras. Lo bueno para Washington, en todo caso, es que no tiene en los europeos un socio que proteste de manera enérgica sobre estos asuntos que nos separan; sabemos bien en Europa dejar a Estados Unidos jugar un papel oscuro que con frecuencia nos beneficia.

Las revelaciones de Snowden han afectado la piedra angular sobre la que tradicionalmente se ha asentado ...