Si alguna vez hubo consenso sobre la política exterior de España, Aznar lo rompió al cambiar de rumbo. Zapatero, a su vez, ha vuelto a hacer virar el barco, algo no tan sorprendente, pues tales giros ocurren en muchos países como el propio Estados Unidos. FP edición española ha pedido a dos expertos en política internacional que debatan los pros y contras de estas opciones.

 

¿Quién ha hecho más daño a la posición de España?

 

Florentino Portero

En los primeros tiempos, como suele ser habitual en nuestros presidentes de
Gobierno, José María Aznar mostró mucho más interés por la política interior.
Fueron años en los que la diplomacia continuó trabajando como si González siguiera
al frente. Poco a poco, el ex presidente popular entró en materia y el cambio
se hizo patente en torno a tres ideas: situar a España en una posición internacional
de primer orden, avanzando en el camino ya recorrido por Calvo-Sotelo y González;
liberalización económica: apertura de mercados, libre competencia, reducción
del intervencionismo estatal, fin de monopolios, entre otras medidas, y defensa
de la democracia liberal y denuncia de las dictaduras.

Nunca antes de Aznar la España democrática había sido tan relevante e influyente.
Fue la conjunción de influencia y programa liberal lo que provocó una fuerte
reacción en la izquierda, que había dado por hecho que su política exterior
era ya la política exterior española. De pronto, descubrió que era posible otra
y con cotas de influencia inéditas. Comprendo que los socialistas no se sintieran
cómodos con esa política, pero no podían esperar que el PP continuara la de
ellos. El PP representa unos valores diferentes y desde ellos no es posible
mantener la deferencia hacia Fidel Castro, el antiamericanismo o el pacifismo
que caracteriza al PSOE de estos días.

Que Zapatero ha dañado la política exterior española parece evidente. La forma
en que retiró las tropas de Irak –que no la retirada en sí–, el incumplimiento
de sus promesas electorales y las declaraciones en Túnez mostraron al mundo
dos cosas: los terroristas habían triunfado, logrando lo que buscaban con el
11-M, y España ya no era un socio fiable. En ese mismo momento el trabajo realizado
por los Gobiernos Calvo-Sotelo, González y Aznar para “situar a España en el
lugar que merece” se vino abajo. Los distintos ejercicios de “rendición preventiva”
(Gibraltar, Marruecos, Niza, fondos europeos, crisis de las viñetas o Alianza
de Civilizaciones) han confirmado que España es una nación débil que se pliega
a las demandas ajenas a la primera de cambio. Se dijo que España volvía al “corazón
de Europa”. No consta que Aznar lo abandonara, pero hoy es evidente que las
relaciones con Francia y Alemania pasan por un muy mal momento y que nuestra
influencia en Europa es muy limitada.

 

José Ignacio Torreblanca

El daño lo hizo Aznar, dilapidando en Irak un precioso capital internacional
que no era sólo suyo, sino de todos los Gobiernos. Como todos los presidentes
de la democracia, intentó mejorar la posición de España. Nada nuevo por ahí.
Por otra parte, su liberalización económica era continuista: los socialistas
privatizaron, liberalizaron y abrieron la economía al mundo tanto como los populares.
Por último, “la defensa de la democracia liberal y denuncia de las dictaduras”
sólo se aplicó a Cuba, y pronto se retrocedió al ver que los hoteleros españoles,
liderados por el ministro de Exteriores, Abel Matutes, ponían el grito en el
cielo. La renuncia a pedir la entrega de Pinochet, el silencio ante los excesos
de Fujimori y los apretones de mano con Gaddafi, entre otras complacencias con
regímenes de dudosas credenciales, prueban que esa política nunca existió. Salvo
algo de retórica anticastrista, socavada por Fraga, es imposible situar la política
de Aznar bajo el prisma de la promoción de la democracia y los derechos humanos
(tampoco la de Zapatero; es la gran asignatura pendiente de nuestra democracia).

Lo cierto es que la España democrática había
vuelto a la escena internacional tras décadas de aislamiento
y de marginalización y se había ganado
el respeto de la UE, de EE UU, de América Latina
y del mundo árabe. El primer Aznar (1996-2000)
fue continuista y acertó. El segundo (2000-2004)
apostó todo a una sola carta y perdió. Ello obligó
a Zapatero a reparar las relaciones con los
principales socios europeos y a mejorar la imagen
del país en el mundo iberoamericano y árabe.
Lejos de perder fiabilidad, su política ha devuelto
a España a una posición centrada en Europa, las
relaciones con Rabat han mejorado y la Alianza de
Civilizaciones ha devuelto al país la imagen de
Estado dialogante que respeta los valores en los
que se asienta el derecho internacional. España no
es débil: hoy lo son EE UU y Reino Unido, sin
poder ni legitimidad.

 

Aznar apostó por EE UU contra Europa; Zapatero, por Europa contra EE UU

 

José Ignacio Torreblanca

Zapatero no ha apostado contra Estados Unidos, simplemente se ha visto obligado
a mantener estas relaciones en un perfil bajo y esperar una Administración más
favorable a los intereses europeos de España. Hay que recordar que la política
exterior está europeizada. Un Gobierno de Madrid no puede elegir entre Washington
y Bruselas. Aunque no se entienda en algunos círculos españoles, en la Casa
Blanca lo comprenden a la perfección. EE UU tiene un interés primordial en que
Europa funcione unida, como el propio Bush reconoció en su visita europea. Curiosamente,
Aznar compró la división de Rumsfeld entre “vieja” y “nueva” Europa y estructuró
su política sobre esa división.

Aznar quiso ofrecer a Washington un aliado en el sur de Europa tan potente
y fiable como Reino Unido. Además, la relación transatlántica que diseñó tenía
una dimensión latinoamericana y mediterránea muy importante. El plan tenía mucho
sentido, pero sólo si se hacía desde una posición europea y europeísta. Se equivocó
al despreciar a Francia y Alemania como sociedades en declive. Olvidó que los
intereses económicos y de seguridad de España pasan mucho más por París y Berlín
que por Washington. Además, fue desleal con sus socios, como demostró la Carta
de los Diez en The Wall Street Journal. Por tanto, en lugar de liderar Europa,
encabezó la división del continente, apoyando a una Administración Bush muy
ideologizada. Todo ello pasó factura después, durante las negociaciones de la
Constitución Europea y de las Perspectivas Financieras 2007-2013, dejando a
Madrid en una posición debilitada, cuyo único activo era la amenaza de veto.
Aznar no apostó por EE UU, sino por un Gobierno atípico (que ha infligido un
daño enorme a sus intereses en el mundo). Y, además, lo hizo en contra de la
opinión pública española y de amplios sectores del PP. El proamericanismo de
Aznar se basó en que “EE UU nunca se equivoca”, tan infantil como el antiamericanismo
de quienes creen que es imposible que acierte. Los amigos, como dijo Joschka
Fischer, están para advertir de que uno se equivoca; lo contrario demuestra
inseguridad y falta de madurez. Y Zapatero no apostó por Europa en contra de
EE UU; reaccionó contra una Administración que pensó que el mundo podía reconstruirse
por la fuerza, obviando el derecho internacional. ¿Qué habría pasado si Al Gore
hubiera sido presidente y no Bush? ¿Hubiera dicho alguien que Zapatero era antiamericano?

 

Florentino Portero

De acuerdo, la democratización de la diplomacia de Aznar fue limitada
y tardía. Abordó tarde la política exterior. Quebrar el principio de no injerencia
era muy delicado, más en Latinoamérica. Él tuvo la intuición de que había llegado
el momento y acertó. Recordemos que entonces la comunidad internacional lo rompió
por primera vez en favor de la injerencia humanitaria. Era ya imposible
cruzarse de brazos ante la violación de los derechos humanos, y desde el giro
en Cuba, la diplomacia española se reorientó de forma gradual en ese sentido.
El ejemplo de Pinochet no es apropiado (era un problema jurídico relativo a
un ex presidente), pero el de Gaddafi sí es ilustrativo. El libio pidió a Aznar
que hiciera de intermediario en su desarme y su nueva posición. Y los apretones
de mano valieron la pena.

Aznar no apostó a una sola carta, y la prueba es que España nunca había sido
tan influyente en Europa. Nunca había hecho tantas aportaciones significativas
en la integración continental. Sólo desde esa posición pudo aislarse a Chirac
y a Schröder cuando rompieron el principio de que europeísmo y atlantismo son
compatibles, en el aniversario del Tratado del Elíseo. Ellos provocaron la división.
Aznar coincide con Merkel o Sarkozy, lo que nos da una idea de hasta qué punto
su papel es representativo de la Europa liberal-conservadora. Por cierto, quien
sí tiene serios problemas con esos dos Estados es Zapatero, a pesar de haber
centrado España en Europa.

Por otro lado, es inconsistente la idea de que Bush es una cosa y Estados Unidos
otra. La ofensa a la bandera o las declaraciones de Túnez son un insulto a toda
la nación. Los demócratas no tienen mejor concepto del presidente del Gobierno
que los republicanos, como se constata en Washington.

 

Aznar se alió con Argel; Zapatero, con Rabat

 

Florentino Portero

Las relaciones entre Madrid y Rabat empeoraron con Aznar. Partieron de una
situación frustrante para Marruecos. Después de hacer suya la causa saharaui,
echando en cara a los conservadores claudicar ante el vecino del Sur, el PSOE
se aproximó a Rabat, dejó de lado a los saharauis y acordó con Hassan II la
formación de una célula de reflexión conjunta sobre el futuro de Ceuta y Melilla.
El PP fue fiel a la posición tradicional española, la del Consejo de Seguridad
de la ONU. Rabat entendió que había perdido terreno y –para que calara que si
Madrid no cedía en el Sáhara, pagaría un alto precio– comenzó su presión: la
crisis de las negociaciones pesqueras con Europa, la insuficiente persecución
de las mafias de la emigración, el incumplimiento de los acuerdos de repatriación
y el incidente de Perejil, en el que los españoles comprobaron la solidaridad
europea en materia de seguridad. Fue EE UU quien ayudó a Aznar se alió con Argel;
Zapatero, con Rabat Portero España. Y ante todos esos actos, Aznar actuó con
firmeza. Las relaciones con Argelia mejoraron mientras se estabilizaba la situación
política de ese país y aumentaban los intereses comunes energéticos. Argel premiaba
a Madrid por su enérgica defensa de una solución equilibrada, del Plan Baker,
y eso daba la impresión de una apuesta por ese Estado mayor de la real. Zapatero
no está haciendo una nueva política: sólo continúa la de González. El giro promarroquí
en el Sáhara es evidente (defensa del Plan de Autonomía frente al Plan Baker
y reconocimiento de unas aguas de soberanía marroquí que no son tales). Esta
segunda cesión ante Rabat, siguiendo a Arias Navarro y Solís Ruiz, ha tenido
limitadas gratificaciones. Rabat no cumple sus obligaciones de repatriación.
Las críticas de Argel prueban que Zapatero no ha centrado las relaciones con
el Magreb; las ha escorado, incumpliendo las obligaciones de España y la doctrina
de la ONU.

 

José Ignacio Torreblanca

La relación con Marruecos es la más delicada. No hace falta entrar en detalles,
los asuntos son conocidos: Ceuta y Melilla, islamismo, terrorismo, derechos
humanos, corrupción, tráfico de drogas y personas y el Sáhara. Los Gobiernos
tienen la responsabilidad y la obligación de dejar esas relaciones mejor de
lo que las encontraron al emprender su mandato. Zapatero las encontró en un
mínimo histórico y hubo de restaurar una confianza labrada durante años, hecha
pedazos por incidentes como el de Perejil, magnificados para contribuir a una
estrategia de la tensión. ¿Qué ganó Aznar con su firmeza?
Los saharauis no acrecentaron las posibilidades del referéndum y España salió
perjudicada en muchos aspectos, lo que desembocóen un incidente por un pedrusco
–sin valor estratégico– que pudo tener consecuencias graves. Por tanto, el saldo
fue negativo. Zapatero ha pecado de lo contrario, de no hacer entender a Marruecos
que España, como ex potencia colonial, no puede tener otra posición que la tradicional
(apoyar el Plan Baker, aunque retrase el referéndum), pero que eso no puede
prejuzgar las relaciones bilaterales.

La imprudencia de Moratinos al inicio de su mandato, alardeando poder solucionar
la cuestión, más la percepción de que Madrid ya no apoya el Plan Baker sino
una autonomía, ha perjudicado las relaciones con Argelia y la imagen de España
entre los saharauis, además de ser incomprensible para la opinión pública nacional.
Donde fracasó Aznar lohará también el titular de Exteriores. El conflicto estará
bloqueado mientras saharauis y marroquíes elijan el statu quo frente
a la autonomía o la independencia, respectivamente. Pero lograr que ambos prefieran
una amplia autonomía bajo supervisión internacional a la situación actual es
una tarea que excede la capacidad de España. PP y PSOE podrían empezar a discutir
cómo aislar las relaciones con Argel y Rabat de la cuestión saharaui sin renunciar
a los principios que deben regir su solución.

 

¿Fue mejor entrar o salir de Irak?

 

José Ignacio Torreblanca

Zapatero hizo bien en retirar las tropas. Creo que hay pocas dudas a estas
alturas, cuando no sólo la mayoría de las fuerzas de la llamada “coalición”
se han retirado o lo están haciendo, sino que en EE UU todos –salvo el presidente
Bush y algunos irreductibles neocons y republicanos duros– discuten
cómo y cuándo replegarse y su coste relativo, pero no el hecho en sí. Es cierto
que la salida se gestionó mal, se hizo de forma precipitada y, gracias al inefable
Bono, se presentó en una clave populista-electoral para consumo interno que
implicó costes innecesarios en la relación no sólo con EE UU sino (más importante)
con los socios europeos presentes en Irak.

Con todo, convalidar la decisión de Zapatero con los datos de hoy no tiene
mérito. ¿Hizo bien Zapatero, con los datos de entonces? De nuevo, la respuesta
es positiva: el rápido deterioro de la situación iraquí una vez acabadas las
hostilidades hizo inviable la presencia de las tropas españolas y el cumplimiento
de la misión. Como en Afganistán, Aznar envió un contingente militar para reconstruir
un Irak teóricamente pacificado. Pero ni España ni sus soldados estaban preparados
para la luchar contra la insurgencia baazista, el terrorismo de Al Qaeda o las
milicias de Muqtada al Sader. Madrid no tiene un Ejército de combate, y menos
aún, uno preparado para la lucha contrainsurgente o el terrorismo urbano a miles
de kilómetros de distancia. Entre acuartelarse y retirarse sólo cabía una opción.

La situación en Afganistán es similar, aunque no idéntica. España fue allí
con unos objetivos claros: ayudar a la reconstrucción del país, no luchar contra
los talibanes. Por eso, en el momento en que las condiciones de seguridad impidan
el trabajo para el que están allí las tropas españolas, no habrá más remedio
que retirarlas. Unos lo lamentaremos como un fracaso (sobre todo, por el pueblo
afgano, pero también porque nuestra inseguridad se incrementará si los estudiantes
coránicos
vuelven al poder). Otros, por desgracia, lo celebrarán como un
éxito. Quizá también haya quienes, de nuevo, hagan electoralismo con ello. En
estos últimos años, de la política exterior, como del cerdo, se aprovecha todo
para consumo interno.

 

Florentino Portero

El PSOE se comprometió en la campaña a retirarse de Irak si no se daban unas
condiciones en un plazo. Se cumplieron a tiempo, pero Zapatero ya había ordenado
el repliegue, olvidando sus promesas electorales. La forma en que se retiró
es impropia de una nación responsable. Se comprende que, para determinadas posiciones
ideológicas, sea inaceptable seguir en Irak, pero había que avisar con tiempo,
para que los aliados pudieran reorganizarse. Zapatero retiró el grueso del Estado
Mayor de una unidad multinacional, dejando a los contingentes restantes en una
situación delicada. Fue una irresponsabilidad que dañó de forma grave la imagen
de España y causó desazón entre su oficialidad. El Ejército español está preparado
para la contrainsurgencia. Ello requiere un despliegue apropiado, con dotaciones
apropiadas. Cuando Aznar envió las tropas, ése no era el escenario. Cuando Zapatero
las retiró, ésa no fue la razón. El problema era de voluntad: no estaban dispuestos
a asumir la responsabilidad de combatir a los grupos que ponían en riesgo el
proceso democratizador.

En Afganistán, el apoyo a la paz, hoy, implica luchar. El Gobierno ofrece datos
incorrectos. Aumentó las tropas para dejar claro que, a pesar de salir de Irak,
España era un socio fiable en la guerra contra el terrorismo. Ahora
resulta que sólo lo es si no hay riesgo. Otra espantada dejará su crédito
por los suelos y dañará más la credibilidad de la OTAN. Los islamistas tienen
razón: somos un tigre de papel. Con gente como Nancy Pelosi o Zapatero,
la victoria está asegurada. En Irak y en Afganistán la victoria apunta a los
islamistas. Sorprende que Europa no valore sus efectos en breve.

 

Zapatero es realista y Aznar ‘neocon’

 

Florentino Portero

Si por ello se entiende que Zapatero participa de la escuela realista, sin
duda, no. El presidente no actúa a partir de una fría evaluación de los intereses
del Estado. Si significa que es un pragmático, tampoco. Al presidente del Gobierno
la política exterior sólo le interesa como instrumento de estrategia interior.
En realidad, su conocimiento de estos asuntos es muy limitado. No tiene ideas
sobre la construcción europea o las relaciones con los Estados latinoamericanos.
Los fundamentos de la Alianza de las Civilizaciones reflejan gran ignorancia
del islam. Comparte un sentimiento pacifista y antiamericano con ese mundo progre
con el que tan bien se comunica. No parece consciente de los retos en el horizonte,
les resta importancia y alimenta la esperanza de sus votantes. A menudo, los
analistas dan una idea demasiado racional de sus actos.

Aznar se presenta como un clásico liberal, en la línea de Margaret Thatcher.
Y lo es. La palabra neoconservador es un insulto y, como tantos otros, poco
preciso. La gran mayoría no se dan por aludidos. Las preocupaciones de los supuestos
fundadores no coinciden por completo con las del ex presidente. En la segunda
generación (Bill Kristol, Robert Kagan y Gary Schmitt, entre otros) hay una
coincidencia en temas de política exterior, pero sólo eso. Aznar tiene mucho
más que ver con Tony Blair que con los neocons. Él llega a una determinada
política exterior a partir de posiciones y perspectivas europeas. Las luchas
internas en el Partido Republicano le quedan muy lejos.

 

José Ignacio Torreblanca

Comparto el diagnóstico. Zapatero no es un realista ni un pragmático. Se ha
aproximado a la política exterior desde la interior: ha intentado valorar al
mundo desde los principios y experiencias que había acumulado en el ámbito nacional.
Se ha afirmado (y se ha criticado) que su retórica tiende a situarse en el plano
moral, por encima de la política, y favorece una visión de la vida política
(diálogo, talante, tolerancia…) en la que lo negativo está ausente. No le
interesa el conflicto, así que lo evita siempre que puede. Nunca ha querido
ser un Churchill. No quiere forjarse en las decisiones a vida o muerte típicas
de las relaciones internacionales. Por eso se ha sentido tan cómodo con Kofi
Annan, la Alianza de Civilizaciones y la cooperación al desarrollo, y tan incómodo
con Afganistán, la OTAN y todo lo relacionado con la seguridad. El problema
es que, al reservarse los aspectos morales, la retórica y la imaginería de la
política exterior, ha dejado la política exterior de verdad, la del día a día,
en manos de un equipo de diplomáticos muy clásicos, tan excesivamente pragmáticos
que casi pueden tildarse de conservadores. Aznar es su reverso. Mientras Zapatero
obtiene su seguridad de su esfuerzo por exportar sus principios a la esfera
internacional, el ex presidente ha importado gran parte de sus valores y principios
del contexto mundial posterior al 11-S (hasta el punto de que, a veces, parece
como si España hubiera participado en la Segunda Guerra Mundial con los aliados).
Aznar no es un neocon de pedigrí (pues se requiere haber sido
un radical en la juventud), sino un conservador moderno: neoliberal en lo económico,
conservador en lo social, tradicional en lo moral y realista en lo internacional
(aunque a veces se disfrace de idealismo).

 

América Latina, la olvidada

 

José Ignacio Torreblanca

Ni Aznar ni Zapatero han diseñado una estrategia coherente hacia la región.
Las empresas españolas se establecieron allí porque había negocio, y a los Gobiernos
les pareció bien, e incluso lo promovieron. Pero todos han sido miopes. España
podía haber jugado un papel mucho más amplio si se hubieran concertado. Los
partidos políticos españoles, tan raquíticos como cortos de miras, no han invertido
tiempo ni dinero en ayudar a la sociedad civil, organizaciones y partidos de
esa región. Aznar fue incapaz de orientar el rumbo de Perú, Ecuador o Argentina,
pero España hubo de absorber la riada migratoria que provocó el fracaso político
de esos países. Con Zapatero, La Paz y Quito han vuelto a la inestabilidad populista,
con similares efectos. Como consecuencia, España ha carecido de influencia cuando
las elecciones han creado problemas en algún país. Es loable querer moderar
al presidente venezolano, Hugo Chávez, y al boliviano, Evo Morales, pero los
mimbres con los que tejer esa influencia son escasos.

Cuba es aún la joya de la corona (simbólica) de la política exterior
española hacia América Latina, y tanto Aznar como Zapatero se han equivocado.
El primero, porque antepuso la dureza a los resultados; el segundo, porque ha
renunciado a hacer política. Cuba es para España como Israel para EE UU: la
presión que se ejerza desde Washington o desde Madrid no moverá ni una coma
de un discurso en Tel Aviv o en La Habana, a menos que se haga de forma completamente
discreta, pero lo que dicen en público es muy importante para el mundo y para
los cubanos. Con Cuba se ha hecho esencialmente política interior española.

 

Florentino Portero

Diferentes Gobiernos españoles sí han ayudado al avance de la democracia y
al desarrollo económico en algunos países de Latinoamérica. Sin embargo, el
Ejecutivo actual no parece tan dispuesto a defender la democracia en Venezuela,
Bolivia o Ecuador. En su discurso se perciben simpatías por los populistas,
que coinciden con actos y gestos de su política interior. Mientras González
visita a Rice para manifestar su alarma por la deriva antidemocrática en esos
países, ZP expresa su sintonía. Ve en esos movimientos expresiones de una nueva
izquierda y coincide con ellos en la crítica a la globalización liberal y a
Washington.

En cuanto a Cuba, mientras viva Fidel, no habrá cambios. El problema no radica,
por lo tanto, en definir políticas eficaces a corto plazo. ¿Qué sentido tiene
levantar las sanciones ahora? ¿Cómo es posible criticar a EE UU por haber abandonado
a los demócratas españoles y ahora ignorar a la oposición cubana? Si la situación
política es un problema que concierne a los cubanos, ¿por qué no escuchamos
lo que dicen? Ellos saben mejor que nadie cómo gestionar su transición.

 

¿España cuenta más o menos?

 

Florentino Portero

En Washington, España no cuenta nada, y en Bruselas y en Latinoamérica, mucho
menos que con González o Aznar. Con Sarkozy en la presidencia francesa, es aún
peor. El Ejecutivo rehúye los asuntos de trascendencia y se escuda en planteamientos
como la Alianza de Civilizaciones. Es inútil. España no caerá mejor ni habrá
buen rollito. Cuando Europa empieza a reaccionar ante los fallos de
las distintas estrategias de asimilación de la población inmigrante y los efectos
negativos de algunas medidas legales, como el reagrupamiento familiar, el Ejecutivo
se lanza a esta estrategia sin sentido y alejada de las posiciones de sus socios.

 

José Ignacio Torreblanca

Desde hace algún tiempo, España no cuenta en Washington: ¿por qué será? Bromas
aparte, tampoco Blair ha contado mucho en la Casa Blanca. Si ir a Irak era el
precio por tener, por fin, una política estadounidense para Oriente Medio que
de verdad apostara por una solución negociada al conflicto palestino-israelí,
tal vez me he perdido algo. Habría que preguntar a Berlusconi… Bueno, tampoco
parece que empantanarse en Irak le haya dado algo de influencia sobre Bush,
ni a los daneses ni a los holandeses ni a los japoneses… En Europa, sí cuenta
más. Aznar hizo una magnífica tarea dividiéndola, una enorme prueba de liderazgo
(negativo, claro). Chirac y Schröder fueron oportunistas, cierto; pero no mucho
más que Cheney y compañía. Cuando Zapatero llegó al poder, los seis contribuyentes
netos se habían conjurado contra Madrid y, en la propuesta de perspectivas financieras
de la Comisión para 2007-2014, ni siquiera había plazo de transición para el
Fondo de Cohesión. Se salvaron los muebles, y la negociación acabó dando la
vuelta (“Todos contra el cheque británico”), con muy buen resultado
para España.

 

¿‘Guerra contra el terrorismo’ o Alianza de Civilizaciones?

 

José Ignacio Torreblanca

La Alianza de Civilizaciones renuncia a hacer un análisis político de la violencia
terrorista, que es sobre todo política. Además, como demostró la crisis de las
viñetas danesas, puede amparar limitaciones de los derechos básicos, e ignora
que el verdadero problema se da dentro de las sociedades. Aunque su gestación
fue sumamente improvisada, ha habido varias iniciativas de este tipo, lo que
prueba su necesidad. El diálogo intercultural que propone es necesario, pero
de ahí a pensar que sea un instrumento alternativo para luchar contra el terrorismo
hay un océano.

Otra cosa es que la famosa guerra contra el terrorismo esté mejor
engrasada desde el punto de vista conceptual. Se pongan como se pongan los
thinktanks
de la causa, ningún historiador de prestigio ha comprado
todavía que la lucha contra el terrorismo yihadista sea el rasgo definitorio
del nuevo orden, como la lucha contra el fascismo o la guerra fría lo fueron
en el siglo xx. El yihadismo no va a derrotar a las democracias liberales
en casa, aunque sí podría reclamar una autonomía dentro del mundo árabe-musulmán
y hacer retroceder la modernización allí donde consiga imponerse. Como prueban
diariamente los atentados en Irak (y los recientes de Marruecos, Argelia o Arabia
Saudí), más que un choque de civilizaciones, hay una guerra civil entre
musulmanes, lo que en el fondo es una noticia más buena que mala para la Alianza.

 

Florentino Portero

El islamismo ha declarado la guerra a Occidente. Llevan años repitiéndolo,
aunque a muchos les parezca ridículo. Como no entienden su lógica, restan importancia
a sus declaraciones. Hay una guerra, que continuará durante muchos años. No
es un conflicto clausewitziano entre Ejércitos, sino algo más complejo.
Por un lado, están los yihadistas y por otro, los islamistas no violentos,
que se ganan la voluntad de la gente para acceder al poder político e imponer
luego la sharia (ley islámica) y políticas antioccidentales. Los últimos,
los más peligrosos, promueven la actitud antiintegradora de muchos musulmanes
con ciudadanía europea, partiendo de que el Corán es incompatible con los valores
constitucionales del continente y de que integrarse es corromperse. Alientan
las acciones de fuerza contra quienes no ven la incompatibilidad, desde la confianza
de que la evolución demográfica les dará, en unos decenios, la posibilidad de
exigir su propio sistema jurídico. No dejan de repetir: “Os conquistaremos con
vuestras propias leyes, pero os gobernaremos con las nuestras”.

La Alianza de Civilizaciones es un patético e inútil intento de apaciguamiento
que pone de relieve la debilidad y la falta de convicciones y el relativismo
moral de quien lo propone. Para los islamistas es una prueba más de que cedemos
a su chantaje a la mínima presión.Y se convierte en esperpéntica en la relación
entre individuo y religión. Lo que se niega para Europa se afirma para el islam.
¿Debe entenderse que allí deben vivir sometidos a las autoridades religiosas
mientras que en España lo correcto es ofender a los creyentes? Cuando los valores
se relativizan pierden su credibilidad. Si no se cree en los fundamentos de
nuestro sistema político, éste tiene los días contados.

 

¿Algo más?
El pensamiento internacional de José María Aznar
está bien reflejado en la recopilación de artículos de Rafael Bardají
y otros en ¿Qué piensan los ‘neocon’ españoles? (Ciudadela,
Madrid, 2007). Sobre la política exterior de Rodríguez Zapatero,
veáse la entrevista con el presidente del Gobierno en FP edición
española (febrero/marzo, 2006) y el libro testimonial del periodista
Javier Valenzuela Viajando con ZP (Debate,
Barcelona, 2007), escrito en forma de reportaje.