Somalia es el Estado fallido por excelencia, y no sólo porque desde 2008 encabece el Índice de Estados Fallidos de Foreign Policy. El colapso del país a principios de los 90 inspiró el término, aunque, tras una desastrosa misión de auxilio, los estado unidenses se volvieron reticentes a actuar como policías del mundo. Luego vino el 11-S, y de repente las zonas sin gobierno volvieron a ser una cuestión prioritaria: ya se trate de territorios sin ley en las fronteras de Afganistán o de un Haití arrasado por un terremoto, las consecuencias de que los Estados fracasen nunca han sido más evidentes.

 

1648 La Paz de Westfalia pone fin a la Guerra de los Treinta Años e inicia una nueva era, en la que los protagonistas de la política europea ya no son las ciudades ni los imperios, sino los Estados. Lo que caracteriza a estos nuevos actores es una autoridad legal incuestionable: la soberanía.

Enero de 1918 El alemán Max Weber, en La política como vocación, sostiene que los auténticos Estados son aquellos que poseen el “monopolio del uso legítimo de la fuerza física” sobre su territorio.

26 De Diciembre de 1933 La Convención de Montevideo garantiza que los países no pierdan su derecho a ser Estados aunque incumplan las condiciones de Weber: “Los derechos de cada uno no dependen del poder de que disponga para asegurar su ejercicio”.

1950-1970 Tras la Segunda Guerra Mundial, arraiga el concepto de países que necesitan “desarrollo”. Aún no se utiliza Estado fallido, pero el diplomático estadounidense Alexis Johnson describe a Bangladesh como un “caso perdido.”

1989-1991 El final de la guerra fría genera un vacío de poder a medida que regímenes detestables pierden las ayudas soviéticas y estadounidenses. Años después, expertos atribuyen la proliferación de Estados fallidos en los 90 a este repentino cambio geopolítico.

Invierno 1992-1993 Cuando Somalia y los Balcanes se sumen en el caos, Gerald Helman y Steven Ratner ofrecen la primera definición seria del concepto de Estado fallido en Foreign Policy: “Está surgiendo un nuevo fenómeno inquietante: el Estado-nación fallido, totalmente incapaz de sostenerse como miembro de la comunidad internacional”.

10 de agosto de 1993  Madeleine Albright, embajadora de EE UU ante Naciones Unidas, introduce el término “Estado fallido” en el lenguaje común a través del New York Times, al pedir a la comunidad internacional que “ayude a que [Somalia] ascienda de la categoría de Estado fallido a la de democracia emergente”.

13 de agosto de 1997 El primer ministro paquistaní, Zawaz Sharif, declara a The New York Times: “Los enemigos de Pakistán intentan presentarlo como un Estado fallido. Pero no lo es. Está mucho mejor que hace 20, 30 o 40 años”.

Julio/agosto de 2002 El 11-S dirige el foco de atención hacia estados poco gobernados, como Sudán y Afganistán, refugio ambos de Osama bin Laden. El experto Robert Rotberg es el primero en sostener, en Foreign Affairs, que “la amenaza del terrorismo ha dado al problema de los Estados-nación fallidos una urgencia […] que trasciende su dimensión humanitaria previa”.

2002 El Banco Mundial pone en marcha un programa de evaluación para hacer un seguimiento de los Estados fallidos, a los que diplomáticamente denomina “Países de Renta Baja bajo Presión”.

2005 El Fondo para la Paz elabora con Foreign Policy el primer Índice de Estados Fallidos, clasificando a los países del mundo en función de una docena de factores. Costa de Marfil encabeza la lista, e Irak ocupa el cuarto puesto dos años después de la invasión de EE UU.

2009 Barack Obama incluye en su equipo a expertos en los riesgos del fracaso de Estados, incluyendo a la asesora de la Casa Blanca Samantha Power y a la Embajadora ante la ONU Susan Rice.  

Mayo/Junio de 2010 El Secretario de Defensa de EE UU, Robert Gates, sostiene en Foreign Affairs que afrontar el problema de los “Estados fracturados o fallidos” es “el principal desafío de seguridad de nuestro tiempo”.