Tras confirmarse las sospechas sobre la política masiva de espionaje, Estados Unidos continúa ganándose la desconfianza de sus amigos.

 

Hablemos de Europa Mario Saavedra
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Una de las peores consecuencias para Estados Unidos de la invasión de Irak, la cárcel de Guantánamo y la guerra sucia contra el terrorismo fue la ruptura de una ola de apoyo internacional casi incondicional: hasta aquellas decisiones, el mundo se había volcado con Washington en sus medidas antiterroristas. A partir de entonces, se crearon dos polos diferenciados entre sus aliados: los que miraban a los estadounidenses con recelo y se hacían eco de una ciudadanía decepcionada con el antiguo garante de la democracia; y los que decidieron seguirle hasta el final en su guerra contra el terror.

Aquella desconfianza persistía tras el arranque de la segunda legislatura de Barack Obama, pero se había amortiguado. Ahora, sin embargo, el mundo ha sabido (para algunos analistas, simplemente confirmado) que Estados Unidos espía de forma sistemática y masiva. Durante períodos de tensión bélica como el de la guerra fría, el espionaje dirigido contra personajes de importancia (políticos, agentes dobles o militares) del enemigo estaba asumido. Pero lo que ha saltado ahora a los medios es otra cosa: que se espía con intensidad a ciudadanos alemanes, franceses o españoles. Millones de "piezas" de información son substraídas de los servidores de las grandes empresas de Internet estadounidenses por sistemas informáticos dirigidos por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés).

La reacción en Europa ha oscilado entre la indignación popular, la molestia de parte de la burocracia y la indiferencia del resto. La comisaria de Justicia de la Unión Europea, Viviane Reding , afirmaba que el asunto "mostraba que un marco legal claro para la protección de datos personales no es un lujo y una restricción, sino un derecho fundamental". "El espionaje estadounidense provoca ira y envidia en Europa", titulaba el diario The New York Times. "Los líderes europeos han fallado en su obligación de proteger a la ciudadanía", opinaba la cadena alemana Deutsche Welle. Mientras algunos medios aseguraban que ciertos mandatarios europeos aceptaron las presiones del otro lado del Atlántico para eliminar las restricciones que dificultaban el espionaje, la comisaria para Asuntos Europeos, Cecilia Malmström, afirmaba: "Estamos, por supuesto, preocupados por las posibles consecuencias para la privacidad de los ciudadanos europeos".

No obstante, Europa había abierto conscientemente sus puertas a este tipo de espionaje. En enero de 2012, la Comisión Europea abandonó la llamada cláusula "anti FISA". Ésta habría invalidado las peticiones de información por parte del espionaje Americano a los servidores de Google, Facebook, Verizon, etcétera sobre ciudadanos europeos. Se trataba de una medida para proteger la privacidad frente a la Ley de Vigilancia para la Inteligencia Exterior, o FISA, en sus siglas en inglés. Esta ley, derivada de la Patrioct Act de George W. Bush, es la que, en su artículo 1881, permite a las agencias de espionaje obtener información que se almacene en servidores americanos. Se da la circunstancia de que gran parte del tráfico mundial de Internet pasa por Estados Unidos. Así, no es necesario usar Google o Skype, porque puede que, sin ser consciente, toda tu información viaje a través del país y, por tanto, sea almacenada, leída e investigada por funcionarios estadounidenses.

Diarios como Le Monde han pedido que Bruselas trabaje para dotarse de una normativa que garantice la protección de los datos personales. La Unión Europea, de hecho, tiene una política bastante cooperativa a la hora de compartir datos de sus ciudadanos con Estados Unidos, por ejemplo de los que vuelan a territorio americano. Quizá por eso la sorpresa del espionaje masivo ha sido mayor para la ciudadanía. Pero, además, hay cierta desconfianza creada por casos como el del espionaje industrial americano a empresas europeas de sistemas como el Echelon, uno de los precursores del actual Prisma. La UE probó entonces que se había utilizado en varios casos de espionaje industrial, costando contratos multimillonarios (Airbus, Thomsom y varias patentes de alta tecnología).

 

 

 

 

 

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