Ciudadanos 2.0 versus regímenes 0.2

La pantalla ilumina su rostro, mientras sus dedos se deslizan veloces sobre el teclado. Afuera la vida transcurre, los autos tocan el claxon y un perro pasa de prisa frente a la puerta. Tal pareciera que al cruzar el umbral de la casa la vida tecnológica tendrá que ceder ante la realidad, pero a principios de este tercer milenio ya es imposible deslindar el mundo virtual de este otro concreto y físico que nos rodea. Caminar por las aceras, asomarse a las esquinas, intercambiar palabras con los amigos, siempre tiene algún que otro componente anclado a ese universo de píxeles y kilobytes.

La lista: disidencia on line. Fotolia

Un blogger es además una criatura mestiza, parada entre dos dimensiones. Por un lado la superficie donde habita y por otro un ciberespacio de infinitas posibilidades para la expresión y la creación. Eslabón perdido entre tantos fenómenos: el periodismo y la escritura digital; la era de los expertos de Internet y las de los advenedizos de la Red; la protesta de adoquín en mano y las nuevas demandas cívicas vía Facebook o Change.org. El dilema entre vivir o narrar los que nos pasa vía Twitter; observar o hacer clic con la cámara del iPhone; amar o enviar un emoticón de rostro sonriente al móvil de nuestra pareja. La disyuntiva de si comportarnos solo como ciudadanos en la gran telaraña global o hacerlo también en este mundo de cláxones que suenan, perros que pasan y cuerpos que sienten.

Cuando hablamos de ser un internauta en este siglo XXI, estamos incluyendo en esa palabra el concepto de responsabilidad. La responsabilidad de asumir una voz pública, aunque nos escondamos detrás de un seudónimo. La responsabilidad de exponer a la mirada de millones de potenciales lectores nuestras opiniones. El costo personal y social de tamaña osadía comienza a sentirse de inmediato en mayor o menor grado. El vecino que nos dice “te leí” mientras esboza una sonrisa de complicidad, el contrincante que desvirtúa nuestras palabras para presentarlas como lo contrario y hasta los aludidos en nuestro escrito que dirán “¿y a ti por qué te ha dado por contar todo eso?”. Una vez que pasamos esa línea sutil entre el silencio y la expresión en la WWW, ya no habrá paz… pero tampoco aburrimiento.

Si encima de eso, nuestra voz en la web incomoda a algún poderoso, dígase un gran grupo empresarial o un gobierno autoritario, entonces los efectos pueden ser más serios todavía. Tendemos a ser el eslabón más frágil por el que se rompe la cadena. Pero tampoco presentarnos como víctimas se ajusta siempre a la verdad. Ver al blogger como un pequeño David enfrentado a la fuerza descomunal del Goliat del oficialismo o de los monopolios corporativos, ha generado un esquema del que vale la pena salirse. La tecnología no tiene una ética en sí misma, de ahí que adopte parte de la personalidad y del comportamiento de quien la usa.  En los blogs encontraremos de todo: desde loables proyectos altruistas hasta las más bajas pasiones humanas. Hemos hecho el ciberespacio a nuestra imagen y semejanza, plagado de claros y oscuros que retratan nuestras bajezas y nuestros más elevados gestos de bondad.

Dedos modificados de tanto teclear, pensamientos que se expresan en trozos de 140 caracteres, multitasking, habilidad para leer en diagonal y una mirada extraviada si la vida no se comporta como ventanas que se cierran y abren, con papelera de reciclaje incluida. Cualquiera que sea un internauta consumado, se ha transformado en una suerte de mutante, en un ser atrapado entre la universalidad de sus espacios virtuales y la condición local de su existencia.

 

De ciudadano a ciberactivista

Los blogs constituyen hoy un conglomerado de pluralidad temática y formal, difícil de definir y clasificar. Desde fabulosos coleccionistas de recetas de cocina, pasando por escritores frustrados que colocan cada semana textos sublimes o ridículos, fanáticos del beisbol que defienden en cada post las jugadas de su equipo preferido, hasta los olvidadizos, los que un día crearon un sitio en Blogger.com o en WordPress y apenas tienen colgado en él un “Hola Mundo”. Y sobre todo hay blogs en los que nos jugamos la vida y la libertad, blogs del todo por el todo, del riesgo que crece con cada palabra publicada.

En países donde existe un férreo monopolio gubernamental sobre la prensa, los informadores independientes somos tomados por la propaganda oficial como enemigos, apátridas, mercenarios. Coincidentemente en esas sociedades suele ocurrir que el acceso a Internet está restringido y hábilmente controlado. Son en su mayoría naciones donde la conectividad es un privilegio que se otorga a los más confiables, o donde la web termina siendo un esperpento de sitios filtrados, cortafuegos sofisticados y disciplinados soldados tecnológicos que pesquisan en foros y portales. Dicho de esa forma nos queda la impresión de que exponerse a tener un blog informativo o de opinión en regímenes de esa naturaleza totalitaria, sería como dispararse uno mismo un tiro en la sien. Como señalarse al propio rostro cuando pasa cerca el policía y gritarle ¡Sí, he sido yo! Sin embargo, vaya paradoja, en países así expresarse en el ciberespacio puede tener más probabilidades de éxito que hacerlo en la vida real.

La reprimenda contra los blogger disidentes tiende a ocurrir, en la mayoría de los casos, en el mundo físico. Vigilancia, persecución, cárcel y en los casos más dramáticos la muerte como castigo por la osadía de opinar o informar. Pero hay otras estrategias para intentar destruirnos en vida: fusilamiento mediático en la prensa oficial, lapidación de nuestra imagen pública a través de la difamación, intimidación a los amigos que nos rodean para que no se acerquen y ciertas amenazas dichas al oído de la personas que más queremos, tienden a completar el cuadro disuasorio que ha llevado al cierre de más de un sitio contestatario. Pero donde la policía del pensamiento se ha hecho especialmente sofisticada es en la batalla en el ciberespacio. Contraatacar con las mismas armas que usamos los activistas, lanzar sobre nosotros una oleada de kilobytes descalificatorios.

Es en ese punto en que podemos ceder al impulso de responder al insulto con insultos, al grito con gritos y con esa estrategia los intolerantes nos habrán arrastrado al sendero de la violencia verbal. Puede ocurrir que en lugar de acudir al ataque como protección, empecemos a dedicar una buena parte de los textos que escribimos a justificarnos y tratar de limpiar nuestra imagen. Los anónimos acusadores habrán logrado entonces sacarnos del camino social, para encerrarnos en el laberinto de la autodefensa. La responsabilidad se impone con más fuerza en dicho caso. Muchos hemos pasado por circunstancias de ese tipo, sabemos que se convierten en momentos en que nos preguntamos realmente para qué y por qué un día nos asomamos a un ordenador, tecleamos un par de frases y publicamos nuestro primer post. Instantes que se volverán cada vez más frecuentes a medida que los ciberactivistas seguimos reportando. Cada día nos cuestionaremos si vale la pena pagar tan alto precio público y personal en aras de contar lo que ocurre en nuestros respectivos países. Más de un fragmento de ese camino de dudas y miedos lo transitaremos en solitario. Miles de bitácoras abandonadas o con el cartel de “cerrado” colgado en su portada, dan fe de ello. Bloggear es una carrera de resistencia, colmada de obstáculos. Es más frecuente quedar enredado en uno de esos escollos que seguir corriendo en la pista. Se necesitará una buena dosis de voluntad para lograrlo, pero la solidaridad de otros será determinante.

Cada vez se le hace más difícil a los regímenes autoritarios emprenderla contra los disidentes y defensores de derechos humanos, sin provocar con ello la repulsa en la web. Una etiqueta repetida hasta el cansancio en Twitter, una petición que llegue a miles de firmas por la liberación de un individuo, un aluvión de mensajes de demandas en las webs oficiales de cierto gobiernos, son estrategias que están dando resultado. Las herramientas virtuales, inciden en la realidad y la hacen cambiar. La Plaza de Tahrir en Egipto tal vez sea el ejemplo más acabado de esa conexión. La insatisfacción ciudadana con un gobierno autoritario de tres décadas encontró en las redes sociales, los blogs y los teléfonos móviles, herramientas vitales para aglutinar y convocar.

En las revoluciones árabes las pantallas y los teclados fueron un canal para la rebeldía, pero el punto de ebullición se alcanzó codo a codo, cuerpo a cuerpo en las calles. El mundo virtual arrojó a todos esos jóvenes de vuelta a la realidad, más fortalecidos, más ciudadanos.

 

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