La gente en Oriente Medio quiere libertad política y sus
gobiernos reconocen la necesidad de reformas. Pero la región parece
impermeable a la democracia. Los regímenes árabes sólo
hacen concesiones estratégicas sobre los derechos de las mujeres y las
elecciones para apaciguar a sus detractores. Si llega la democracia, no será gracias
a los partidarios del progreso ni a sus amigos occidentales, sino a esos mismos
partidos islamistas que muchos consideran ahora un obstáculo para el
cambio político.

 

"Oriente Medio es el último reducto que se resiste
a la tendencia democrática mundial"

 

No. Oriente Medio sigue fuera de la línea divisoria que agrupa a las
democracias mundiales, pero, por desgracia, no le falta compañía.
Rusia se desliza hacia el autoritarismo y, como consecuencia, la antigua Unión
Soviética está convirtiéndose en un páramo democrático,
con sólo unas cuantas bolsas inestables de pluralismo como Georgia,
Ucrania y Moldavia. Asia Central no tiene mejor situación democrática
que el mundo árabe. En el este y el sureste de Asia hay una franja lamentablemente
extensa –desde Corea del Norte y China hasta Malaisia y Singapur, pasando
por Vietnam, Laos y Myanmar (antigua Birmania)– que constituye una zona
sin democracia y con escasas señales de cambio.

 

Oriente Medio no fue inmune a la "tercera ola", la decisiva expansión
de la democracia que comenzó en Europa y Latinoamérica hace 30
años y después se extendió a otras partes del mundo. En
los años 80, varios países árabes, entre ellos Egipto,
Túnez y Jordania, iniciaron reformas políticas para permitir
la contienda entre partidos. Sin embargo, las reformas perdieron empuje o quedaron
abolidas en los 90, cuando los dirigentes árabes demostraron que no
estaban dispuestos a arriesgar su poder en unos procesos genuinos de democratización.
Túnez, por ejemplo, regresó a un rígido gobierno autoritario.

 

Hoy, la reforma política vuelve a propagarse en la región, frustrada
por la corrupción crónica, la mala situación socioeconómica
y la sensación generalizada de estancamiento. Los atentados del 11-S
generaron nuevas presiones reformistas, no sólo de EE UU sino también
de algunos árabes que empezaron a preguntarse por qué existía
una imagen tan extendida de sus sociedades como peligrosas pocilgas políticas.
Se habla de reforma política y democracia en todas partes, incluso en
las monarquías del Golfo, donde esos temas estaban prohibidos. Sin embargo,
los pasos dados hasta ahora son más bien modestos.

 

"La democracia es imposible mientras no se resuelva el conflicto árabe-israelí"

 

Falso. Los gobiernos árabes frenan la participación política,
manipulan las elecciones y limitan la libertad de expresión porque no
quieren que peligre su poder, no porque las interminables tensiones con Israel
necesiten unos controles sociales draconianos. Cuando el Gobierno de Kuwait
se niega a reconocer el derecho de las mujeres a votar, lo hace por deferencia
a los elementos más conservadores de su población, no por miedo
a que el voto de las mujeres ponga en peligro la seguridad del país.
Es el miedo a la competencia, y no a ninguna trama sionista, lo que hace que
el partido que gobierna en Egipto se oponga a celebrar elecciones presidenciales.
Cuando se trata de emprender reformas democráticas, la amenaza sionista
no es más que una excusa conveniente. Ahora bien, el hecho de que no
se resuelva el conflicto árabe-israelí resta credibilidad a EE
UU como defensor de la democracia en Oriente Medio. Los árabes progresistas
piensan que las declaraciones de EE UU en el sentido de que desea la democracia
en la región son hipócritas, porque, al mismo tiempo, muestra
lo que ellos consideran indiferencia respecto a los derechos de los palestinos
y un apoyo incondicional a Israel. Por su parte, muchos gobiernos árabes
no se toman en serio las presiones estadounidenses para democratizar la zona,
convencidos de que la necesidad de petróleo y el deseo de no molestar
a los regímenes que han reconocido a Israel podrán más
que las aspiraciones de Washington de que se produzcan cambios democráticos.
La credibilidad de EE UU no se repondrá hasta que no intente abordar
el conflicto de forma seria y equilibrada.

 

"Estados Unidos desea que el pluralismo político llegue a la
región "

 

Hasta cierto punto. La transformación democrática de Oriente
Medio se convirtió en el objetivo central de la política exterior
estadounidense de la primera presidencia de Bush. Esta nueva política
supone un giro radical respecto a las décadas de firme apoyo a muchos
de los regímenes autoritarios de la zona, como los de Egipto, Arabia
Saudí y Jordania. Es resultado de la nueva opinión oficial, tras
el 11-S, de que la democracia en Oriente Medio sería el mejor antídoto
contra el terrorismo islámico.

 

Aunque ese deseo de democracia puede ser sincero, Estados Unidos cuenta con
muchas otras prioridades en la región: tener acceso al petróleo,
contar con cooperación y ayuda en la lucha antiterrorista, fomentar
la paz entre Israel y sus vecinos, cortar la proliferación de armas
de destrucción masiva e impedir que los radicales islámicos se
hagan con el poder. El nuevo entusiasmo de EE UU por la democracia lucha por
hacerse hueco en esta mezcla. La lucha contra los militantes islamistas y la
protección del petróleo siguen empujando a Estados Unidos a cooperar
con regímenes autoritarios. Los habitantes de la región han visto
que los estadounidenses adoptaban una postura firme respecto a Irán
(que no es un país árabe) y Siria, pero que siguen sin presionar
demasiado a los regímenes de Arabia Saudí, Egipto, Túnez
y otros tiranos aliados. La Administración Bush ha emprendido nuevas
iniciativas diplomáticas y programas de ayuda para fomentar cambios
positivos. Pero son medidas leves y graduales, pensadas para promover el cambio
democrático sin amenazar en exceso la autoridad de los gobiernos actuales.

 

Además, sigue existiendo mucha ambivalencia en las instancias burocráticas
de Estados Unidos, sobre todo en el Departamento de Estado y los servicios
de información, sobre cualquier perspectiva de rápida apertura
política en la región. Algunos expertos están preocupados
por la posibilidad de que, dado el clima político imperante entre la
mayoría de los ciudadanos árabes –indignados con Estados
Unidos y favorables al islamismo político–, unas elecciones libres
y abiertas pudieran desembocar en regímenes claramente hostiles.

 

"La guerra en Irak contribuyó a la causa
de la democracia en Oriente Medio"

 

Todavía no. La guerra encabezada por Estados Unidos en Irak apartó del
poder a uno de los dictadores más detestables y represivos de la región
y ha abierto la posibilidad de que el país, un día, pueda tener
un sistema político pluralista. Ahora bien, la auténtica democracia
en Irak sigue estando lejos y llena de incertidumbres; el camino para llegar
a ella tendrá que medirse en años, más que en meses.

 

Las repercusiones políticas de la guerra en el resto de la región –especialmente
el hecho de que dejara al descubierto la vacuidad del régimen de Sadam
Husein– han contribuido a que en muchos países árabes se
oigan más voces que exigen reformas políticas. Pero los avances
reales hacia la democracia han sido mínimos. Además, la guerra
hizo que varios gobiernos árabes, como el de Egipto, limitaran el espacio
político existente –ya reducido– para defenderse de las
protestas públicas y como excusa para perseguir a los opositores.

 

Por desgracia, el hecho de que el presidente George W. Bush haya justificado
repetidamente la guerra como una misión democratizadora ha desacreditado
a algunos árabes demócratas y occidentalizados ante sus conciudadanos.
Es más, para muchos árabes, la palabra democracia ha pasado a
ser una clave que representa la estrategia estadounidense de dominio regional.
La impopularidad de la guerra y los abusos cometidos contra iraquíes
en la cárcel de Abu Ghraib terminaron de empañar la reputación
de Estados Unidos y alimentaron el extremismo islámico.

 

Los teóricos del contagio democrático afirman que si Irak celebra
elecciones a principios de 2005, su ejemplo se extenderá en el mundo árabe.
Pero es muy probable que gran parte del mundo árabe considere dichas
elecciones, incluso aunque salgan bien, llenas de fallos. Se prevé que
algunas zonas de las regiones predominantemente suníes de Irak no participen
en las elecciones y es inevitable que muchos árabes acusen a Washington
de manipulación, puesto que las elecciones se celebrarán bajo
su ocupación. Pocos árabes se sentirán movidos a tener
una nueva opinión de la democracia árabe después de una
sola contienda electoral. Muchos países árabes ya celebran comicios
con diversos grados de seriedad e importancia; a principios de 2004 hubo unas
elecciones en Argelia que un observador occidental calificó como "de
las mejores realizadas, no sólo en Argelia, sino en áfrica y
gran parte del mundo árabe".

 

Para fomentar la democracia en Oriente Medio será preciso dejar de
hacerse ilusiones sobre una transformación repentina de la región
y tomar en serio el reto de adquirir credibilidad en las sociedades árabes.
Es más, si EE UU quiere desempeñar un papel constructivo y positivo,
tendrá que revisar sus relaciones de amistad con regímenes autocráticos,
exhibir una firme capacidad de ejercer sutiles presiones diplomáticas
para lograr cambios políticos en momentos clave y respaldar dichas presiones
con una ayuda bien planificada y financiada. Washington debe estar dispuesto
a aceptar a unas fuerzas políticas envalentonadas y, al cabo de un tiempo,
unos nuevos gobiernos, nada interesados en seguir sus dictados. Estar a favor
de la democracia para Oriente Medio es fácil; apoyarla en la realidad
sigue siendo tremendamente difícil.

 

"Los islamistas son el principal obstáculo para la democracia en
los países árabes"

 

Depende. El temor más común es la posibilidad de que haya "una
persona, un voto, una vez": es decir, que los islamistas sólo
participen en las elecciones con fines instrumentales, para obtener el poder
y abolir la democracia inmediatamente. Por tanto, si se sigue este argumento,
no debería permitírseles que participen.

 

Es cierto que el compromiso con la democracia por parte de los islamistas,
incluso los más moderados, está lleno de incertidumbres y sujeto
a la condición de que los gobiernos democráticos acepten la ley
islámica. Sin embargo, en el mundo árabe, las posibilidades de
que obtengan una victoria electoral abrumadora que les permita abolir todas
las libertades de golpe es remota. Durante los 10 últimos años
se han presentado partidos y candidatos islamistas en las elecciones de ocho
países árabes (Argelia, Bahrein, Egipto, Jordania, Kuwait, Líbano,
Marruecos y Yemen), siempre con resultados discretos. Estos países sufrieron
diversos grados de intromisión gubernamental, pero nada indica que los
islamistas hubieran podido vencer en un entorno más abierto. Y Turquía,
un país en el que un partido islamista obtuvo el poder gracias a una
amplia mayoría, está empezando a ser un ejemplo prometedor de éxito
democrático.

 

Aunque las predicciones de que la victoria electoral de los islamistas acabaría
con la democracia en Oriente Medio, hasta ahora, han resultado infundadas,
no se puede descartar esa posibilidad. El miedo a que se hagan con el poder
persiste en numerosos países árabes y fuera de ellos. Muchos
regímenes árabes utilizan ese miedo como excusa para manipular
las elecciones e imponer restricciones a la participación política.
Por tanto, la presencia de partidos islamistas sí dificulta el proceso
democratizador. No obstante, esos partidos islamistas son, al mismo tiempo,
imprescindibles para la democratización, porque son los únicos
fuera del gobierno que disponen de grandes bases. Sin su participación,
la democracia es imposible. El futuro del pluralismo en la región depende
de que suficientes partidos de ese tipo moderen sus ideas políticas
y se conviertan en actores del proceso democrático y de que los gobiernos
actuales dejen de utilizar la amenaza islamista como escudo y acepten que todos
sus ciudadanos tienen derecho a participar.

 

"Los países árabes tienen una tendencia histórica
al autoritarismo"

 

Es verdad. ¿Y qué? La mayoría de las sociedades han vivido
bajo gobiernos autoritarios en algún periodo, a menudo durante mucho
tiempo. La democracia es un fenómeno histórico reciente, y ni
siquiera en EE UU y Europa se consolidó del todo, con el sufragio universal,
hasta el siglo pasado. Los dirigentes árabes han sido muy autoritarios,
pero no más que los europeos o los asiáticos durante la mayor
parte de su historia. Los árabes desarrollaron un sistema político
basado en el islam a través del califato. Los europeos permanecieron
aferrados al concepto del Sacro Imperio Romano hasta siglos después
de que dejara de existir en la práctica, libraron feroces guerras de
religión durante siglos y aceptaron la separación de Iglesia
y Estado bastante tarde y de forma incompleta. El mundo árabe, durante
la mayor parte de su historia, ha sido bastante parecido al resto del mundo.

 

En los años 60 y 70, muchos países árabes eran representativos
de las grandes tendencias políticas de la época. Casi todos estos
países, aparte de los del Golfo, poseían la combinación
de nacionalismo y socialismo que constituía la ideología más
común en el Tercer Mundo en aquellos años. Gamal Abdel Nasser,
en Egipto; Jawaharlal Nehru, en India, y el mariscal Tito, en Yugoslavia, fueron
grandes defensores de esta ideología, que entró en declive en
los 80.

 

Por consiguiente, atribuir la falta de democracia que persiste en los países árabes
a una afinidad histórica con el autoritarismo, derivada de la cultura árabe,
el islam o cualquier otra cosa, es un error. Además, es una actitud
derrotista, porque le otorga un carácter inevitable que se contradice
con la experiencia de los cambios políticos en otras partes del mundo.

 

"Promover los derechos de las mujeres es fundamental para el cambio democrático"

 

Falso. Este mito, uno de los preferidos de las organizaciones de mujeres y
los gobiernos occidentales, refleja una mezcla de observación acertada
y lógica equivocada. Ningún país puede considerarse plenamente
democrático si un sector de su población (en algunos casos, la
mayoría) sufre discriminación y no goza de los mismos derechos.
Ahora bien, los esfuerzos para defender los derechos de la mujer son prematuros.
El principal problema es que los presidentes y reyes árabes poseen demasiado
poder, que se niegan a compartir con sus ciudadanos y otras instituciones.
Para avanzar hacia la democracia es necesario acabar con ese control absoluto.
Y el hecho de que las mujeres tengan más igualdad no servirá para
disminuir el poder de unos gobiernos autoritarios.

 

Los líderes árabes son perfectamente conscientes de ello. Muchos
autócratas ponen en práctica políticas para mejorar los
derechos de la mujer precisamente con la pretensión de parecer reformistas
y quedar bien con los gobiernos occidentales, los medios de comunicación
y las organizaciones no gubernamentales, pero sin ceder nada de poder en realidad.
En los últimos años, varios Estados árabes han designado
a mujeres para ocupar altos cargos y se han apresurado a llevar a cabo reformas
en materia de matrimonio, divorcio, herencias y otros aspectos personales.
Son medidas positivas, pero que no abordan lo que de verdad es preciso para
promover la democracia: romper el modelo autoritario de la política árabe.

 

"Los democrátas árabes son la clave"

 

Paradójicamente, no. Todos los países árabes cuentan
con unos cuantos progresistas occidentalizados que defienden el respeto a los
derechos humanos, la libertad de ideas y expresión y el cambio democrático.
Sin embargo, para que se produzca hoy una transformación democrática
no basta el compromiso ideológico de un puñado de personas. En
las sociedades occidentales, hace mucho tiempo, cuando la participación
política era coto reservado de círculos intelectuales y ricos
terratenientes con mentalidad de servicio público, era suficiente con
que hubiera un pequeño núcleo demócrata. Pero el mundo árabe
actual no es ni Estados Unidos ni la Europa del siglo xviii. La clase política
se enfrenta al desafío creciente que suponen los movimientos islámicos
con un apoyo popular cada vez mayor. Como consecuencia, cualquier transformación
democrática necesita partidos y movimientos políticos de amplias
raíces capaces de convertir unos ideales democráticos abstractos
en programas concretos que tengan eco en una población cuya principal
inquietud es sobrevivir.

 

Hasta ahora, los demócratas árabes han demostrado escasa capacidad
para traducir las ideas abstractas en programas que atraigan a las masas. Hablan
más entre sí y con organizaciones occidentales que con los demás
ciudadanos. Por ese motivo, los partidos políticos de oposición
con programas liberalizadores no logran contar con grandes apoyos y eso deja
el campo abierto para los partidos gubernamentales, que se alimentan del clientelismo,
y los partidos islamistas, que adquieren partidarios siguiendo la mejor tradición
de los partidos de masas, con una mezcla de fervor ideológico y servicios
sociales esenciales.

 

La represión de los gobiernos también ha disminuido la eficacia
de los demócratas árabes. Algunos regímenes, especialmente
el de Arabia Saudí, acallan cualquier debate incipiente de tipo progresista.
Otros son más tolerantes y dan a los progresistas cierto margen intelectual
para escribir y debatir, siempre que no pasen a la acción. En Egipto,
los demócratas árabes no son un grupo perseguido. Suelen ser
profesionales instalados en la alta burguesía. Por consiguiente, vacilan
a la hora de exigir auténticas reformas capaces de provocar una toma
del poder por parte de los islamistas y se conforman con proponer la democratización
desde arriba. Sería, pues, un grave error que los defensores estadounidenses
y europeos de la democracia insistieran en que los demócratas árabes
son la clave del cambio político. Desempeñarán un papel
importante si la democracia se hace realidad.

 

"La democracia en Oriente Medio es la mejor cura contra el terrorismo islámico"

 

No. Esta opinión se basa en una hipótesis simplificadora: los
regímenes árabes estancados y represivos crean un caldo de cultivo
para que nazcan grupos islamistas radicales que ponen la mira en EE UU porque
encarna los valores sociopolíticos liberales a los que se oponen los
islamistas radicales. Es decir, más democracia equivale a menos extremismo.

 

La historia nos dice otra cosa. El islamismo militante moderno se desarrolló tras
la creación de los Hermanos Musulmanes en Egipto durante los años
20, el periodo más democrático en la historia de ese país.
El islamismo político radical no sólo tiene partidarios entre
los saudíes oprimidos sino también entre algunos musulmanes que
viven en las democracias occidentales, sobre todo en Europa. Por consiguiente,
la aparición de grupos islamistas radicales no es sólo consecuencia
de la autocracia árabe. Es un fenómeno complejo con diversas
raíces, entre las que figuran el apoyo de los estadounidenses a los
muyahidines en Afganistán durante los años 80 (que dio más
poder a los militantes islamistas), el empuje del Gobierno saudí a los
programas educativos del islamismo radical en todo el mundo y la indignación
por diversas políticas de Estados Unidos, como su postura ante el conflicto árabe-israelí y
la presencia de sus fuerzas militares en la región. Además, la
democracia no es una cura milagrosa para el terrorismo. Nos guste o no, los
esfuerzos que más éxito han tenido en la contención de
los grupos políticos del islam radical han consistido en campañas
represivas y antidemocráticas como en Túnez, Egipto y Argelia
durante los 90. Pensar que Arabia Saudí o cualquier otra nación árabe
pueda tener un gobierno democrático capaz de luchar con más eficacia
contra los extremistas es hacerse ilusiones.

 

La experiencia de otros países prueba que los grupos terroristas pueden
actuar durante mucho tiempo incluso en democracias establecidas: el IRA en
Gran Bretaña o ETA en España. Durante las dos primeras décadas
de la transición, ETA no perdió fuerza, sino que la aumentó y
prosperó mucho más que durante la dictadura de Franco. En los
Estados con fragilidad democrática –como serían las nuevas
democracias árabes durante años–, los grupos violentos
pueden causar todavía más daño, como demuestran los Tigres
Tamiles en Sri Lanka, Abu Sayyaf en Filipinas o los rebeldes maoístas
en Nepal.

 

¿Algo más?
El libro coeditado por Thomas Carothers y Marina
Ottaway Uncharted Journey: Democracy Promotion
in the Middle East
,
de próxima publicación (Carnegie Endowment for International
Peace, Washington, 2005), examina los retos a los que se enfrentan
Estados Unidos y Europa a la hora de promover la democracia en
Oriente Medio. Joshua Muravchik defiende una estrategia audaz por
parte de Washington para la promoción de la democracia en ‘Bringing
Democracy to the Arab World’ (Current History, enero de 2004).
El prestigioso historiador británico Eric J. Hobsbawm se
muestra escéptico ante las ventajas de ‘Imponer la
democracia’ en el informe especial de FP edición española
sobre ‘Las ideas más peligrosas del mundo’ (octubre/noviembre
de 2004). Tesis parecidas pueden encontrarse en el artículo
del filósofo esloveno Slavoj Zizek ‘Irak, falsas promesas’,
publicado en el primer número de esta revista (febrero/marzo
de 2003), y en ‘ El choque sexual de civilizaciones’,
un artículo de Ronald Inglehart y Pippa Norris que apareció en
el número 4 (agosto/septiembre de 2004), en el que ambos
expertos sostienen que la brecha cultural entre Oriente y Occidente
no es la democracia, sino el sexo.
Tamara Cofman Wittes y Jon B. Alterman defienden opiniones contrarias
sobre si los demócratas árabes son fundamentales
para un cambio político positivo en Oriente Medio en sus
respectivos ensayos ‘The Promise of Arab Liberalism’ y ‘The
False Promise of Arab Liberals’ (Policy Review, junio/julio
de 2003). Para examinar el papel de los partidos islamistas en
la política de Oriente Medio hay que consultar Graham E.
Fuller, The Future of Political Islam (Palgrave, Nueva York, 2003).

 

Marina Ottaway y Thomas Carothers
son miembro titular y director, respectivamente, del Proyecto sobre Democracia
y Estado de Derecho en el Carnegie Endowment for International Peace. Han
coeditado un libro de próxima aparición, Uncharted Journey:
Promoting Democracy in the Middle East (Carnegie Endowment, Washington, 2005).