La expansión de los asentamientos es de nuevo el principal escollo en las negociaciones entre israelíes y palestinos que auspicia Washington.

 

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“Los colonos judíos son fanáticos”

No todos. El medio millón de israelíes quevive al otro lado de la línea verde, es decir, en territorio ocupado palestino, se puede dividir en tres grandes categorías:judíos ultraortodoxos, nacionalistas religiosos y los llamados colonos económicos. Los motivos que les llevan a vivir donde viven son muy diferentes. Unos lo hacen por dinero, otros por ideología. Alrededor de un tercio de ellos, según diversas estimaciones, vive en los territorios palestinos porque los incentivos de los sucesivos Gobiernos les han permitido comprar casas en condiciones muy ventajosas. Decenas de miles –hasta 80.000, según los cálculos de la iniciativa One Home– estarían dispuestos a cambiar su vivienda por otra dentro de las fronteras de Israel si pudieran permitirse el coste del cambio.

Los judíos ultraortodoxos, también conocidos como los haredim, forman otro de los grandes grupos de colonizadores. Es además el que crece a mayor velocidad. Su alta tasa de natalidad –en trono a siete hijos de media– obliga a sus líderes a la búsqueda constante de nuevos lugares en los que asentarse y donde llevar una vida lo más acorde posible con la literalidad de los preceptos bíblicos. Los asentamientos resultan lugares especialmente propicios para este cometido. Al estar construidos en medio del campo, permiten el aislamiento de tentaciones e impurezas propias de las ciudades y de la vida de la población laica.

Por último, están los colonos nacionalistas religiosos. De ellos, unas pocas decenas de miles constituyen el núcleo duro del movimiento; el más ideologizado, según los expertos. Son de alguna manera la vanguardia del colectivo colono, los que instalan los outpost (asentamientos provisionales, ilegales también según la ley israelí) y aquellos que están dispuestos a enfrentarse con el Ejército si hace falta. Estos jóvenes y no tan jóvenes aspiran a conquistar Cisjordania, lo que ellos llaman “Judea y Samaria” y que la comunidad internacional considera territorios palestinos. Ocupar la tierra que dicen que dios les prometió forma parte para ellos del camino hacia la redención y resulta una contribución necesaria con vistas a la venida del Mesías.

 

“Los asentamientos crecen porque la población israelí también crece”

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No sólo. Uno de los principales argumentos de los colonos es que su expansión –han pasado de ser unos cientos en 1967 al medio millón actual– obedece a lo que ellos llaman “el crecimiento natural”. Es decir, que su presencia aumenta al mismo ritmo que crece el resto de la población israelí. Dicen que necesitan nuevas viviendas donde alojar a sus hijos y a sus nietos y que por eso hay que seguir construyendo en los asentamientos.

Los datos recopilados por B’Tselem, la gran organización de derechos humanos israelí, indican que en 2008 el crecimiento anual de la población en los asentamientos triplicó al del resto de los israelíes. En los de Beitar Illit o Modiin Illit, habitados exclusivamente por judíos ultraortodoxos, la distancia es aún mayor. Otro dato: desde 1993, año del inicio del Proceso de Olso, el número de colonos en Cisjordania se ha triplicado.

A pesar de que ahora, el tema del crecimiento natural se da por sentado, no siempre ha sido así. En 2003, el entonces primer ministro Ariel Sharon acordó con los palestinos y con la comunidad internacional un plan que llamaron “la Hoja de ruta”; una suerte de calendario, acompañado de compromisos de las partes, que debía culminar en la llamada solución de dos Estados: uno palestino y otro israelí, capaces de coexistir de forma pacífica. Este texto recoge por primera vez el compromiso de frenar la expansión de las colonias “incluido el crecimiento natural en los asentamientos”. A pesar de la adopción de este compromiso, para los colonos y para no pocos dirigentes israelíes, el tema del crecimiento natural constituye una línea roja infranqueable, en la que no están dispuestos a ceder. No sólo eso. De ser ciertas las cifras de B’Tselem, el tema del crecimiento natural se ha convertido en la excusa perfecta para seguir expandiéndose.

Esto es posible porque los colonos constituyen uno de los grupos de presión mejor organizados y con mayor capacidad de defender sus intereses de la sociedad israelí. Cuentan con gran apoyo dentro de la Knesset, el Parlamento. En el actual Gobierno conservador que encabeza el primer ministro Benjamín Netanhayu gozan de enorme predicamento y sus peticiones se escuchan con mucha atención. Un ejemplo: Avigdor Lieberman, actual ministro de Exteriores israelí vive en Nokdim, un asentamiento incrustado en pleno corazón de Cisjordania. Lieberman asegura que estaría dispuesto a mudarse de vislumbrarse un acuerdo de paz con los palestinos en el horizonte. Ese momento aún no ha llegado y el titular de la diplomacia israelí es hasta la fecha un colono más.

 

“Son construcciones provisionales y precarias”

En absoluto. Es importante diferenciar entre los outpost y los asentamientos, a pesar de que ambos son ilegales a ojos de la legislación internacional. Mientras los primeros se pueden considerar más o menos provisionales, los segundos, son poblaciones urbanas en toda regla.

Los outpost, que son algo así como los embriones de los asentamientos se encuentran además al margen de las leyes israelíes. Unas cuantas caravanas, un generador eléctrico y una sinagoga prefabricada y montada en un día bastan para levantar uno. Allí, en los cerros de las pedregosas colinas cisjordanas viven sobretodo los jóvenes más extremistas; punta de lanza del movimiento colono, que constituyen sin embargo una minoría dentro de éste.

 

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La mayoría de los colonos vive en los asentamientos repartidos por los territorios ocupados palestinos. Sólo en Cisjordania hay más de un centenar de asentamientos que se comunican unos con otros mediante una red de carreteras que forman una tela de araña que torpedea la libertad de movimiento de la población palestina. La naturaleza física y urbanística de los asentamientos no tiene nada que ver con la de los outpost. Para asombro de políticos, periodistas y  activistas que visitan por primera vez la región, los asentamientos tienen más que ver con un barrio  de clase media de las afueras de cualquier ciudad europea o estadounidense que otra cosa. Muchos son auténticas ciudades, con polideportivos, piscinas, teatros, escuelas y hasta centros de educación superior en el caso, por ejemplo, de Ariel.

Un paseo por los asentamientos ayuda a comprender porqué, para muchos israelíes, al margen de sus convicciones religiosas o tendencias políticas resulta tan atractivo vivir en el corazón de los territorios palestinos. Para empezar, porque las vistas suelen ser impresionantes. La estrategia militar pasa por construir los asentamientos en las cimas de las colinas. Desde allí dominan el territorio e impiden de paso la expansión de las ciudades palestinas cercanas. A las panorámicas bíblicas se le añaden las comodidades propias de las urbanizaciones de chalets. Casas con jardín. Calles sin apenas tráfico donde los niños juegan y montan en bicicleta a sus anchas y una intensa vida vecinal. Todo esto a precio de saldo, gracias a los subsidios más o menos indirectos que desde hace décadas otorgan los sucesivos Gobiernos israelíes. Es importante tener en cuenta la naturaleza de estos enclaves urbanos a la hora de diseñar futuras evacuaciones masivas de colonos. A pesar de que a estas alturas resulten ya difíciles de imaginar.

 

“Las evacuaciones de asentamientos no contribuyen a la paz”

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Falso. A mediados de septiembre de 2005, no quedaba en la franja de Gaza ni uno solo de los cerca de 8.000 colonos que allí vivían.El entonces primer ministro, Ariel Sharon, había ordenado la retirada unilateral israelí de Gaza, lo que provocó sonadas protestas de los colonos y una oleada de simpatía procedente de la comunidad internacional.

Desde entonces, en la estrecha franja que el movimiento islamista Hamás gobierna con puño de hierro, no vive ni un israelí. A diferencia de Cisjordania, Gaza es un territorio libre de colonos. La retirada sin embargo no ha traído la paz y ni siquiera ha aminorado la resistencia palestina de los grupos armados de Gaza, que periódicamente lanzan misiles artesanales sobre las poblaciones del sur de Israel. “La retirada de Gaza demuestra que no merece la pena evacuar colonias, porque los palestinos van a seguir atacándonos”, repiten los dirigentes israelíes repartidos por casi todo el espectro político.

No es posible sin embargo extraer conclusiones generales de la experiencia de Gaza. Por la singularidad del caso y porque en opinión de los palestinos, pero también de la ONU, la retirada no ha sido tal o al menos no ha sido total. Gaza se encuentra desde hace más de tres años sometida a un embargo israelí que impide la salida y entrada de personas y mercancías a la franja. Después de que nueve activistas turcos murieran durante el abordaje a la flotilla que trató de romper el bloqueo el pasado mayo, Israel suavizó las condiciones del embargo. Aún así, el bloqueo sigue en pie para la inmensa mayoría del millón y medio de palestinos que viven encerrados en este estrecho pedazo de tierra. El bloqueo se extiende además a la costa, lo que impide a los pescadores salir a faenar.

La llamada retirada fue además el resultado de una decisión unilateral israelí. Sobran analistas que opinan que las consecuencias hubieran sido otras de haber nacido de un acuerdo negociado entre palestinos e israelíes.

Por último, es importante tener en cuenta cuál ha sido el destino de los colonos evacuados de Gaza y en qué condiciones se encuentran hoy en día. Cinco años después de la retirada, muchos viven aún en construcciones provisionales, a la espera de que el Gobierno cumpla su promesa de realojarlos en parecidas condiciones a las que vivían en Gaza. Este es uno de los motivos que ha contribuido a que esta evacuación se haya convertido en el gran trauma para el movimiento colono, sobre todo para los más jóvenes; cada vez más radicalizados y recelosos de un Estado que consideran que les ha abandonado.

Todas estas cuestiones, colaterales a la evacuación, resultan cruciales a la hora de evaluar las consecuencias de decisiones como la de Sharon y su eficacia con vistas a un futuro acuerdo de paz en Oriente Medio.

 

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